1._Café
Era una mañana de Mayo bastante fría para que ese sujeto estuviera ahí, sentado, pensó Mary la primera vez que lo vio.
Aquel era un hombre grande. Su estatura pasaba del promedio y su corpulencia también. Llevaba un atuendo muy ligero para el clima de esa región. Esa camiseta negra sobre la que llevaba un chaleco de cuero muy gastado, exhibían unos brazos como troncos de árbol atacado a machetazos. Lucia unos pantalones con algunos agujeros que, estéticamente, le daban un aspecto de rufián hollywoodense. Los zapatos militares viejos que cerraban su estampa de vagabundo motociclistas, estaban cubiertos de polvo. Pero si algo llamó la atención a esa muchacha fue ese semblante sereno y melancólico en que esos duros y oscuros ojos parecían un tanto fuera de lugar. Su cabello desordenado le resulto simpático y esa primera mañana le compró una flor de las que vendía.
Provisto de una vieja pinza,
aquel hombre, doblaba alambres para hacer todo tipo de figuras como una bicicleta, un pájaro,
una mariposa o una flor. Las personas se las compraban porque realmente las hacia muy bien, pero miraban a aquel sujeto con temor y desconfianza. Cada mañana estaba sentado en el pórtico de esa casona colonial abandonada, haciendo esas figuras que le daban unas monedas escasas para ir hasta un local, no lejos, a comprar unos panes dulces y una botella de jugo cuando alcanzaba. Llevaba una linyera polvorienta sobre el hombro en la cual guardaba, con mucho cuidado, un pan para la noche. Pernoctaba por la plaza o en la parada del ferrocarril. Nadie sabia quién era o dónde fue que llegó. No había alguien tan valiente como para preguntarle y es que su aspecto intimidaba demasiado a casi todos.
Lo vieron bajar de un autobús,
una tarde de lluvia. Se paseó por el pueblo buscando un empleo,
pero los afuerinos siempre generaban desconfianza entre los más viejos y ese pueblo estaba lleno de ellos. El extraño
no logró su objetivo y se quedó vagando por ahí, teniendo como única fuente de ingresos esas figura de alambre que hacia, con paciencia, en aquel pórtico. Algunos creian que era un ex convicto, para otros era un vago más. Cual fuera su verdad a nadie le importaba averiguarla.
Él la veía a esa mujer pasar todas las mañanas por la acera de enfrente. Llevaba siempre unos audífonos grandes y blancos que contrastaban contra su cabello, como esa prenda en la que envolvía su cuello: una bufanda muy larga de color marfil. La recordaba porqué fue la primera persona en comprarle algo y por esos ojos grandes que tenía. Eran de un color marrón verdoso. Ese color le gustaba. Le recordaba cosas agradables que casi olvidaba por esa vida de la que intentaba escapar sin mucho éxito.
Aquella mañana una capa gruesa de escarcha cubría el pueblo y aquel sujeto comenzó a caminar desde muy temprano para entrar en calor, pero las ropas que llevaba no le ayudaban mucho con esa tarea. El café, cerca de la estación, estaba abierto y los deliciosos aromas de sus productos inundaba el aire. En el escaparate se mostraban los dulces recién horneados y él los miraba con ojos de cachorro acabado de destetar. No tenía una sola moneda, no había logrado vender algo y el hambre le estaba retorciendo las entrañas. Llevaba casi dos días sin probar bocado, su boca tenía un gusto a estancado y cada tanto sus entrañas reclamaban algo que procesar, pero no tenía como responder a ese mandato. Parado del otro lado de la calle, se limitaba a mirar el café apretando los puños para apartar la idea que le había surgido.
Sin duda se sentía avergonzado por tener que llegar a eso, pero ¿Qué más podía hacer? Intentó todo a la buena y no resultó. No tenía más alternativa. Entraría a ese lugar, tomaría la bandeja del escaparate y correría. No era complicado, mas no tomaba el suficiente coraje para tal cosa. Se quedó mirando el café otro rato y luego se puso a caminar por la acera, buscando deshacerse de esa idea tan desagradable, mas su vista borrosa lo alentó a hacerlo. Decidido cruzó la calle y volvió hacia el café dispuesto a simplemente robarse esos panes o lo que tomara primero. Le daba igual, solo quería apagar el incendio en su estómago.
Entró como cualquier otro cliente y miró al escaparate, mas una figura uniformada le corto el ímpetu que llevaba. Un policía joven estaba en la barra, disfrutando un café y charlando con la dependiente. La muchacha miro al recién llegado, le sonrió e invito a sentarse para tomar su orden. Él quedó algo aturdido y se sentó en la butaca, como un niño al que sorprenden antes de hacer la travesura. La joven le preguntó que iba a querer y sin saber el porqué, respondió:
-Un café...
-¿Solo eso? Tenemos galletas y panes dulces recién horneados- le dijo la muchacha y continúo nombrando otras golosinas.
El sujeto miró al policía que lo saludo con un sutil movimiento de su cabeza, para apartar su mirada de él y ponerse la gorra que estaba en la barra. El oficial se despidió de la chica y dejó el lugar. Aquello fue un alivio para aquel sujeto que dejo su linyera en el piso, junto a sus pies, para facilitar la huida porqué su plan mutó, pero no había sido abortado. Comería y no echaría a correr, solo le diría a la joven que no tenía dinero para que ella decidiera su destino. Él solo aceptaría su castigo, cual fuera.
El café lo tomó con abundante azúcar y lo bebió lentamente,
deleitando su paladar con ese sabor caliente. Los panes los partió en dos, para ir metiendolo de apedacitos en su boca, masticando lento y varias veces. Era tan agradable comer después de dos días, pero no lograba disfrutarlo.
Él no lo notó, pero la muchacha de los audífonos entró en el lugar y pidió un vaso para sacar un expreso de la máquina automática. De inmediato ese sujeto se ganó su atención y se le quedó mirando con detenimiento. Apoyada en la barra se tomo su café y luego fue hacia el baño, que estaba al final del pasillo.
Él la vio pasar, pero no la miró como las otras veces. Con esas ganas de solicitarle "eso" que sabia necesitaba, pero que no sabia como pedir. La muchacha volvió y al pasar junto a ese sujeto se inclino para levantar algo del piso.
-Se te cayó esto- le dijo y le puso un billete de cinco en la mesa.
El hombre se quedó viendo el dinero un poco confundido.
La dependiente, que limpiaba una mesa, al ver el billete entendió que le estaban pagando la cuenta y le dio el cambio con monedas que llevaba en el bolsillo del mandil.
-Gracias. Vuelva pronto- le dijo la chica cuando él salia con algo de prisa.
Todavía masticando un trozo de pan y con una mitad en la mano, aquel individuo corrió detrás de la muchacha que lo advirtió y se giro a él.
-Yo...-balbuceo, pero no supo bien que decirle- El dinero no era mio- dijo al fin.
-¿No? Bueno quizá se le cayó a alguien que estuvo antes que tú- le dijo ella con una sonrisa- Me llamo Mary tú ¿Cómo te llamas?
-Broly-le respondió algo confundido.
-Un gusto conocerte, Broly ¿A dónde vas?
Comenzaron a caminar por la vereda. El sol se asomaba, eran casi las seite de la mañana y las faenas del pueblo iniciaban.
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