No más muros (Epílogo)
Habían pasado dos días después de que los ökrnos, los tröllitus y hasta las hadas fueran aniquiladas en su totalidad por el veneno de la duquesa Lamishra. Todo marchaba de manera normal lo que representaba un gran alivio después de aquella semana tan caótica.
Fue en aquel soleado día de verano en que el príncipe Naefir se encontraba trabajando en su manuscrito restaurado. Según lo que Brygwyn contó, ella entró a la biblioteca, miró las páginas cubiertas por la tinta negra que ella derramó y para remediarlo se concentró para que con su magia pudiera controlar la tinta y limpiar el trabajo de su hermano y para sorpresa de la pequeña princesa, pudo ver que la tinta se movía a su voluntad. Así, Naefir ya pudo trabajar en su libro de historia de Feoddesha.
Alguien llamó a las puertas de la biblioteca, se trataba de Ronorin, su padre.
—¿Sucede algo, padre? —inquirió Naefir.
Durante dos días, el rey Ronorin y otras hadas exploraron el bosque para desencantarlo con el fin de liberar a todos las víctimas de las trampas de Lamishra. Además, debían encontrar un nuevo lugar para ocultar la Piedra Castigadora, Naefir sugirió que en las montañas lejanas porque no hay nada que pudiera liberar a la duquesa malvada de nuevo. Ronorin junto con Daron fueron a las montañas lejanas y ocultaron la gema en el calabozo más profundo del castillo que los tröllitus construyeron cuando habitaban ahí. Así que el rey hada se encontraba muy ocupado como para expresarle a su hijo los pensamientos que rondaban por su cabeza desde que derrotaron a la duquesa.
—No, hijo mío, no sucede nada. Es sólo que me gustaría charlar contigo.
Naefir cerró el tintero y dejó la pluma a un lado para mirar atentamente a su padre.
—Te escucho.
—Quería decirte lo orgullo que estoy de ti, eres un joven con una gran sabiduría y valentía, pues te enfrentaste directamente con Lamishra y frustraste sus planes —rememoró el rey—. ¡Y qué idea la tuya de ocultar la Piedra Castigadora en las montañas lejanas! —agregó—. Actuaste como un verdadero rey y me deja en claro de que, cuando llegue el momento de que asciendas al trono, el reino estará en buenas manos.
—Prometo ser un rey ejemplar, como tú, padre.
—Yo diría que ya lo eres, incluso más que yo —sonrió Ronorin fijándose en el manuscrito de su hijo—. ¿Qué es esto?
—Es algo en lo que he estado trabajando —explicó el menor con un deje de emoción—, un libro sobre la historia de nuestro reino desde que las hadas huyeron de su planeta natal hasta el primer encierro de Lamishra.
—Creo que deberías ampliar tu libro hasta su segundo encierro —sugirió Ronorin.
—Pienso hacerlo en un futuro, aunque en otro momento y en otro volumen.
—En ese caso, cuando termines este volumen, yo mismo te acompañaré para que lo publiquen —prometió el rey.
—¡Gracias, padre!
Entonces, padre e hijo se abrazaron.
* * *
En Ogrëdge aún surgían preguntas sobre el toque de queda, el cielo púrpura y sobre la insistencia del ejército en que los habitantes se resguardaran en sus hogares. Un hecho curioso fue que Arnbjorn se negó rotundamente a abandonar su taberna alegando que un buen cantinero cae junto a su taberna, así que Arnbjorn fue el único ökrno en todo Ogrëdge que no se resguardó en su hogar.
Pero también al segundo día de la derrota de la duquesa, los habitantes de Ogrëdge se reunían frente al castillo pues su rey tenía algo que decir, algo que marcaría un antes y un después en la historia del reino y de los ökrnos. Daron estaba nervioso pues ya sabía las consecuencias de su decreto, pero no iba a retroceder.
—Respira, Daron, respira —dijo Daewenys—. Una vez que les expliques lo que pasó, entenderán.
—¿Estás segura de que está bien que revele el secreto de las hadas? —insistió Daron.
—Ya te lo dije, Daron, se merecen saber la verdad.
—Deberías escuchar a tu reina, hijo —intervino una sonriente Moeid.
Ezra y Thorvald llegaron junto con Ennbers, quien se convirtió en el nuevo líder de los tröllitus tras la muerte de Vidiad. El cuerpo de Vidiad fue tratado por las hadas cubriendo su su herida y parecía que dormía pacíficamente. Daron mandó a crear un ataúd de oro para que dentro descansara la guerrera. Finalmente, fue enterrada en el territorio de su raza. Sus hermanos y hermanas lloraron su muerte y agradecieron todo lo que ella hizo por ellos, prometiendo que seguirían prosperando y nombrarían una escuela con su nombre.
—¿Tuvieron algún problema? —inquirió Daron al verlos llegar.
—No, Majestad —respondió Thorvald—, nadie nos vio, tal y como ordenó.
Para el decreto que el rey ökrno, necesitaba la presencia del líder de los tröllitus. Así que ordenó que Ezra y Thorvald lo escoltaran de un territorio a otro sin que nadie los viera y surgiera algún malentendido.
—Agradezco todo lo que está haciendo por mi pueblo, Majestad —agradeció Ennbers haciendo una sincera reverencia.
—No es necesario agradecer, es lo que menos que puedo hacer por su territorio y por favor puedes llamarme Daron.
—En realidad Vidiad estaba pensando nombrar nuestro territorio —reveló el tröllitu—. Trolliländ, era lo que ella sugería.
—Suena apropiado —dijo Moeid.
—Sí, pero creo que alguien debe hacer una proclamación —recordó Ezra—. A no ser de que se haya acobardado —miró a su hermano.
Moeid miró al techo. Su hijo no tenía remedio.
—Mira y aprende, hermanito.
Daron les dio la espalda mientras que su esposa y su madre le daban ánimos. Salió al balcón donde no hace tanto hizo un brindis en memoria de su padre. Desde ahí, podía ver a sus súbditos. Algunos con mirada expectante y otros con un deje de desestimación.
—¡Habitantes de Ogrëdge, hoy vengo a contarles la explicación de los acontecimientos recientes —comenzó el rey—. Una nueva amenaza surgió del reino de las hadas!
La multitud comenzó a murmurar, sorprendidos, pues consideraban a las hadas como seres pacíficos.
—¡Así es, un hada planeó hacerle daño a nuestro reino con su magia y por eso tuve que poner un toque de queda —retomó Daron—. Esta hada de nombre Lamishra planeaba aniquilar aquellos seres inteligentes que no fueran hadas con una lluvia mortal que ella mismo hizo con sus habilidades tronando así, el cielo de un color púrpura. Debido al peligro, ordené al ejército que pusieran a todos a salvo. Mientras tanto, los mismos reyes de Feoddesha junto a su ejército con nuestra ayuda y la de los tröllitus fue detenida la amenaza y nos hemos asegurado de que no vuelva a hacer daño nunca más!
Los murmullos de los ökrnos aumentaron cuando su monarca mencionó a los tröllitus. Daron esperaba aquella reacción, y lo mejor estaba por comenzar.
—¡Durante la batalla contra Lamishra, íbamos a morir mi hermano y yo debido a un hechizo que ella nos iba a lanzar, pero fue un valiente guerrera tröllitu que se sacrificó para salvarnos, de no ser por ella estaríamos muertos como ella lo está ahora. Debido a estos eventos considero pertinente decir que las amenazas pueden venir de cualquier lado y debemos comprender que los tröllitus no son nuestros enemigos, ni las hadas tampoco, son nuestros prejuicios y los muros nuestros verdaderos enemigos, pues gracias a éstos hemos peleado durante siglos contra los tröllitus y se ha derramado sangre nuestra y de ellos y es por eso que hoy digo que habrá más muros entre nuestros reinos!
Mientras que Daron decía su discurso, el ejército de Ogrëdge se posicionó a lo largo y ancho del muro que rodeaba el reino para comenzar a destruirlo con mazos.
Entonces, Ennbers caminó hasta llegar a lado de Daron para sorpresa de todos y juntos alzaron un puño al aire.
—¡No más prejuicios!, ¡no más muros! —exclamaron Daron y Ennbers al unísono.
Algunos ökrnos aplaudieron y celebraron pues empezaron a comprender que los prejuicios y los muros sí habían impedido la armonía absoluta, otros en cambio juzgaron y cuestionaron lo que recién presenciaron, pero estaba bien.
Fue en aquel soleado día de verano en que se dio el primer paso de un largo proceso para que, finalmente, pudiera existir en el valle Ozthäven una eterna paz.
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