6: Prejuicios
Dos semanas después...
Daewenys dormía plácidamente al lado de su esposo. Era otra noche normal como las demás. Luego, la reina comenzó a soñar o más bien comenzó a ver imágenes en su mente. Primero vio un pasillo del castillo de Feoddesha, el reino de las hadas, era un pasillo que no llevaba a ninguna parte, sólo tenía un antorcha cuya llama resplandecía sin ninguna anormalidad. Después vio una habitación envuelta casi completamente en la oscuridad absoluta, un haz de luz azul era lo único que iluminaba aquel oscuro lugar y flotando en medio de la luz, una brillante gema violeta susurraba siniestramente cada más fuerte, el brillo aumentaba así como la voz, hasta que la gema adquirió un brillo que iluminó por completo la habitación. De repente, se encontraba el valle Ozthäven bajo un cielo de nubes negras que soltaban truenos feroces y gotas violetas.
Fue el sonido de un trueno de verdad que despertó al hada súbitamente. Se encontraba sobresaltada por las imágenes que recién vio y tuvo la certeza de que no fue un sueño, sino una visión, una advertencia de lo que sucedería en un futuro no muy lejano. Gotas de lluvia comenzaron a estrellarse contra las ventanas de la alcoba real. La temporada de lluvia había comenzado oficialmente y esa era la primera. El sonido de la lluvia perturbó por completo el sueño de Daewenys y no pudo estar más en cama, decidió levantarse y comenzar a deambular.
A veces, algunas hadas tienen visiones en vísperas de acontecimientos catastróficos. Si algún hada llegara a tener una visión, puede advertir e intervenir en la situación. El problema de las visiones es que a veces no tienen sentido, o al menos no uno aparente y no importa que tantas buenas intenciones se tengan, si no se sabe el significado de las imágenes, evitar el acontecimiento es inútil.
La reina de Ogrëdge terminó en la cocina del castillo atraída por los sonido que de ésta salían. Era la madre de Daron, Moeid quien se estaba preparando un poco de té. Daewenys entró a la vez que otro trueno golpeó el reino.
—¡Oh, Daewenys! —gritó Moeid casi tirando la tasa que tenía en la mano.
—Perdone, no quería asustarla —se disculpó la reina.
—No se disculpe, Majestad, es sólo que no esperaba verla levantada a estas horas de la noche —dijo su suegra con mayor tranquilidad.
—Supongo que usted tampoco podía dormir, ¿cierto? —dedujo la reina.
—Es la lluvia —explicó Moeid—. Tengo el sueño ligero y los truenos me lo han ahuyentado, por eso decidí preparar un poco de té, ¿quiere un poco?
—Preferiría que no me hable así, se siente extraño y más cuando viene de usted.
—Pero ahora es usted la reina, no hablarle con el debido respeto es un insulto —repuso Moeid—. Debería ya estar acostumbrada a ello. Pero, si usted lo pide, creo que entre nosotras puedo olvidar que se casó con mi hijo, el rey.
Daewenys sonrió de alivio.
—Tampoco me molestaría algo de té —agregó la reina.
—Claro, hice suficiente para ambas.
Al poco rato, la olla que estaba al fuego comenzó a moverse pues su contenido estaba hirviendo. Moeid iba a tomar la olla con un paño de cocina pero Daewenys la detuvo.
—Déjeme hacerlo.
Y con un movimiento de sus manos y con su magia de hada, hizo que la olla flotara en el aire para verter su líquido dentro de una tetera de fina porcelana.
—Es impresionante lo que ustedes las hadas pueden hacer.
—La magia de hada es poderosa y peligrosa si no se sabe usar debidamente —comentó el ser alado—. Cuando nos enseñan a usarla y a controlarla, lo hacen en un ambiente estrictamente vigilado para no causar algún daño irreversible —recordó tomando dos tasas.
La reina y Moeid entraron al comedor del castillo que se encontraba justo a un lado de la cocina. Se encontraba en penumbras por el fuego de la chimenea que se extinguía y la luz de los rayo que por momentos iluminaban el cielo. Daewenys usó su magia para avivar el fuego, iluminando el comedor de nueva cuenta.
—Gracias —agradeció Daewenys cuando su suegra llenó su tasa de té.
—Es un placer. Daewenys, dime una cosa, ¿cómo está Daron?, desde Folkbiorn murió y se convirtió en rey, siento que ya no sé qué sucede con él.
Moeid terminó de servirse té y dejó la tetera de lado para poder escuchar a su suegra.
—La entiendo, se preocupa por su hijo. La mayor parte del tiempo se encuentra bien, aunque a veces se frustra —contó la reina—. Los súbditos no están conformes con la decisión de Daron de darle la libertad a los tröllitus de asentarse en el valle y de que les haya proporcionado recursos. Daron ha experimentado ciertas preocupaciones, dice que se puede dar cuenta en los susurros y las miradas de los ökrnos adonde sea que va todos los prejuicios hacía su capacidad de gobernar.
—Incluso yo misma no termino de entender porqué lo hizo, sin embargo, respeto su decisión.
—Pues al parecer no todos lo hacen, no lo cuestionan cara porque es el rey, pero Daron se ha podido dar cuenta de la inconformidad de sus súbditos y se ha cuestionado si es un buen rey.
Daewenys dio un sorbo a su té mientras Moeid asimilaba la situación de su hijo.
—Pobre, Daron, seguramente tiene sus razones para hacer lo que hizo, ¿no, Daewenys?
—Por supuesto, y aún a pesar de todo eso, no ha descuidado a Ogrëdge ni un sólo día —afirmó la reina—. Todos esos prejuicios me parecen injustos.
—Estoy de acuerdo —coincidió Moeid quien sorbió su tasa—. Y, sé que es mucho pedir pero, ¿podrías contarme sobre Ezra?
—Siguen peleados, ¿verdad?
La mayor asintió encogiéndose de hombros.
—Ezra está bien, sigue teniendo ese espíritu libre de siempre, de hecho, Daron lo ha estado vigilando y lo condicionó a no salir solo si iba de cacería —contó la rey de Ogrëdge.
—Qué alivio —sonrió la madre de Ezra.
—Moeid, mañana en la mañana quisiera ir a visitar a mis padres a Feoddesha, así que probablemente no esté presente en el desayuno y en la comida, así que me preguntaba si...
—¿Quieres que le explique a Daron en caso de que pregunte por ti? —interrumpió la antigua reina—. Por supuesto.
—Gracias, Moeid.
Amabas mujeres siguieron hablando mientras la lluvia continuaba hasta que la tetera quedó vacía. La reina regresó a su alcoba y gracias al té, el sueño no tardó en abrazarla nuevamente.
Y tal como lo había planeado, Daewenys se preparó y para el amanecer ya estaba volando con sus alas transparentes entre las nubes para llegar a Feoddesha, el reino flotante en el que viven las hadas, el que alguna vez fue su hogar.
Feoddesha es un paraíso natural con sencillos edificios hechos de piedras de colores, roca y madera y decorados con flores y hojas casi tan verdes como una esmeralda. Las hadas hicieron una reverencia cuando veían pasar a su princesa y ella respondía con una sonrisa. Cuando la princesa de Feodessha llegó al castillo, los guardias de la puerta le dieron paso sin hacer pregunta alguna.
—Le avisaré a la reina que está aquí —dijo otro guardia.
—¡No lo haga, por favor! —pidió Daewenys con gentileza—. Quiero que sea una sorpresa.
—Ahora mismo deben estar preparándose para el desayuno —informó el guardia.
—Gracias.
A veces las hadas no saben interpretar lo que ven en sus visiones, pero Daewenys sí sabía lo que su visión significaba, al menos una parte, y eso era justo a lo que regresó a su hogar pues si estaba en lo correcto, no sólo los ökrnos estarían en peligro, sino también los tröllitus.
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