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3: Muros

Vidiad encontró cierto consuelo cuando entró al castillo de Ogrëdge porque ahí dentro no la juzgaban con la mirada, ni siquiera la miraban, como si fuera un ser invisible. Los pasillos eran silenciosos y sin insultos para hacia su persona, pero eso no significaba que en el silencio no se ocultara el desprecio.

Los guardias que escoltaban a la tröllitu se detuvieron ante las puertas grandes de madera oscura que conducían a la sala del trono. Otros dos guardias custodiaban las puertas lo que significaba que el rey Daron estaba dentro.

—Esta tröllitu viene a hablar con Su Majestad, el rey —informó uno de los guardias que escoltaba a Vidiad.

Uno de los guardias entró a la sala del trono y en unos instantes después el príncipe Ezra salió. Él le lanzó una mirada cargada de resentimiento a Vidiad cuando pasó a su lado mientras caminaba por el pasillo. Ezra casi moría debido a la tortura que Vidiad le hizo un año atrás antes de la gran batalla que provocó la muerte de los reyes de los ökrnos y de los tröllitus. No todo estaba perdonado, al parecer.

El guardia que entró a la sala del torno salió y le dijo a Vidiad que el rey la recibiría. La tröllitu avanzó y entró para saludar de mala gana al rey con una reverencia forzada. Las puertas se cerraron a su espalda dejándola sola con Daron, quien se encontraba sentado en su trono. 

—¿Qué puedo hacer por ti, Vidiad? —inquirió el ökrno.

—Asumo que se encuentra bastante ocupado, Majestad, así que iré directamente al grano —comenzó Vidiad—. Un par de súbditos suyos invadieron nuestro territorio causando estragos.

—¿Fueron graves los estragos? —volvió a preguntar el rey.

—En realidad no, los intrusos son demasiado jóvenes como para hacer estragos graves, pero...

—Entonces, ¿cuál es el problema? —interrumpió el rey de los ökrnos.

—Que no es la primera vez que uno de los suyos invade el territorio que usted mismo nos proporcionó —informó la tröllitu apretando el puño. Nuevamente la paciencia se le estaba agotando.

—¿Necesitan recursos para construir muros?, porque si es así, puedo dar la orden de inmediato y en unos días tendrán el primer lote.

Más muros. El reino de Ogrëdge estaba rodeado de un muro custodiado por guerreros atentos a cualquier ataque por parte de los tröllitus, aún incluso después de que se rindieron e imploraron clemencia. Entre ambas razas también había un muro invisible que los dividía y no les permitía coexistir en completa armonía, lo que desencadenó conflictos bélicos y años de odio. Vidiad entendió eso cuando vio a sus hermanos y hermanas muriendo en las montañas lejanas tras la muerte del rey Nelsan.

—No necesitamos muros —aseguró Vidiad con impaciencia.

—¿Entonces qué quieres que haga, Vidiad? —el rey Daron también comenzaba a perder la paz—. Le di a tu pueblo el permiso de asentarse en el valle Ozthäven y les proporcioné recursos, ya hice todo lo que pude.

—¡No es suficiente! —exclamó Vidiad.

Por primera vez en todo la conversación, Daron miró a Vidiad. Antes solamente la veía sin mucho afán y hasta con cierto desdén pero ya no más. La tröllitu respiró profundo para relajar el enojo que se había apoderado de ella y enseguida se arrepintió de su arrebato porque los pieles verde que custodiaban las puertas entraron para sacarla por la fuerza.

—¡Aguarden! —ordenó el rey a sus guardias.

Los guardias se detuvieron mas no se marcharon. Daron se levantó del trono y comenzó a caminar hacia Vidiad.

—No puedo controlar todo lo que mis súbditos hacen —aclaró el rey.

—Pero puede intentar hacer una diferencia —replicó Vidiad menos tensa—, puede intentar derribar los muros que hay entre ambas razas. Creí que usted también lo había entendido, porque si no, no entiendo porque nos dio esperanzas en primer lugar.

Daron perdió la paciencia con la tröllitu

—Creo que no es un buen momento para intentar hacer una diferencia, Vidiad. Ya puedes retirarte.

La guerrera comprendió que era inútil tratar de llegar a un entendimiento. No valía la pena pelear por una causa perdida. Se dio la vuelta, lista para comenzar a caminar fuera de la sala del trono, fuera del castillo y fuera de ese reino.

—Nosotros también perdimos a varios guerreros y a nuestro rey hace un año, piense en eso —agregó ella antes de marcharse definitivamente. 

Los guardias que la escoltaron para entrar a Ogrëdge, la volvieron a escoltar de salida. Ella salió más decepcionada que molesta pues los muros se veían más impenetrables que nunca. Así, Vidiad y sus dos guardias tröllitus regresaron a su pedazo de valle un poco después del mediodía.

* * *

—Te ves tenso, hermano —señaló Ezra entrando a la sala del trono—. No te culpo, esa tröllitu no es muy diplomática, aún tengo cicatrices que ella me hizo. 

—Es cierto, ella casi te mata —recordó Daron sin un deje de ánimo.

—Porque en esa ocasión, ella tenía poder sobre nosotros, pero ahora tú tienes poder sobre ellos.

—No, no lo tengo, yo no rijo sobre su territorio —repuso el mayor.

—No directamente, pero los tienes vulnerables, incapaces de atacarnos porque saben que si lo hacen, se condenan a sí mismos —expuso el menor con felicidad—. ¿Quién diría que nuestra mejor arma no es un hacha sino el poder?, fue muy sabio de tu parte que hayas aceptado sus suplicas.

Ezra fingió una reverencia en señal de que admiraba la manera tan inteligente de ganarles a sus enemigos natos.

—Te equivocas, no accedí a una tregua con los tröllitus para tener poder sobre ellos.

—Entonces, si no lo hiciste por eso, ¿por qué lo hiciste?

Daron quedó helado, Vidiad y su hermano le habían expuesto la misma cuestión pero de diferentes extremos. Mientras que Vidiad creía que la tregua era para la paz de ambas razas y derribar los muros que por años los separaban, Ezra creía que era para tener poder sobre sus eternos rivales en la lucha aparentemente eterna entre ökrnos y tröllitus. Entonces, Daron se dio cuenta de que ya no estaba seguro del verdadero motivo.

—¿Sabes qué?, realmente no importa —evadió Daron.

—De acuerdo, pero aún tienes que decidir que bebida quieres para el brindis de esta noche en nombre de nuestro padre.

—Tradicionalmente suele ser vino.

—Sí, pero podría convencer a mis amigos en la cocina que te sirvan algo diferente —ofreció el príncipe—. Lo digo porque el vino no es de tu total agrado, pero así podemos dejarlo si prefieres.

—No, hidromiel para mí —eligió Daron con una sonrisa.

—Buena opción, hermano.

Ezra volvió a hacer una fingida reverencia antes de salir de la habitación con una sonrisa.

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