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15: Hadas y sacrificios

Thorvald, tal y como su rey le ordenó, comenzó a asegurar a los habitantes de Ogrëdge junto con los guardias reales. Claro que algunos se resistían y más cuando el cielo se tornaba más púrpura y soltaba truenos. Pero poco a poco, los ökrnos quedaban resguardados bajo techo confundidos sobre la situación. El líder de la guardia real sabía toda la verdad, pero decirla en esos momentos sólo alteraría más a la población, decidió guardar silencio. Así pudo comprender mejor a Daron, volvió a creer en él completamente y hasta llegó a ver que sus decisiones tienen una razón, así que tal vez, marcar una alianza con los tröllitus, también significaba algo mucho más grande de lo que él pensaba.

Otro trueno sacudió el valle y el bosque cuando Daron, Ezra y Vidiad estaban cerca de la duquesa que ansiosamente planeaba su exterminio. Lamishra se sintió tan complacida cuando vio llegar a Daron, Ezra y Vidiad. Aunque, la duquesa nunca había visto una tröllitu, no fue muy difícil para ella saber que la guerrera con trenza era una.

El claro estaba lleno de hadas tiradas sobre la hierba. Eran las mismas hadas que volaron sobre el bosque siguiendo el rastro del humo. Era evidente que los guardias encontraron a la duquesa y en su enfrentamiento ella salió vencedora.

La hoguera era lo único que separaba a ambas especies pero podían verse frente a frente esperando el momento preciso para atacar.

—Lamishra, supongo —dijo Daron aferrándose con fuerza a su hacha hecha de plata.

—Mi reputación me precede —sonrió el ser alado—. Por sus armaduras supongo que ustedes son de la realeza de Ogrëdge —Lamishra comenzó a intercambiar su mirada entre los hermanos ökrno—. Tú —señaló a Daron—. Tú debes ser el rey. Me inclino ante Su Majestad y Su Alteza Real —la duquesa una reverencia burlona y falsa como las que Vidiad solía hacer—. Díganme, ¿quién de ustedes tres se ofrece como mi asistente para terminar mi pequeño experimento?

—¿Qué te hace pensar que te ayudaremos, maldita asesina? —interrogó Ezra.

—Me ofendes, Su Alteza, yo nunca he matado a nadie, aún. Bien, por lo que veo ninguno de ustedes desea ayudarme voluntariamente, así que tendré que obligarlos.

Entonces una bola de luz salió disparada del cielo que iba directamente contra Lamishra. Ágilmente la esquivó, dándole tiempo a Daron, Ezra y Vidiad para ocultarse en el bosque. La duquesa miró hacía arriba y vio a una hada volando que cargaba un gran frasco lleno de un líquido espeso de color amarillo. Naefir y Lamishra intercambiaron una mirada antes de atacarse con más hechizos. 

Con ayuda de sus alas, la duquesa emprendió el vuelo para detener al príncipe hada, pero él se encogió y comenzó a volar hacía la hoguera. Lamishra también se encogió y se empeñó en atrapar al entrometido, pues como bien suponía, el frasco contenía el antídoto del veneno que estaba en la nubes. Ella comenzó a lanzarle hechizos paralizantes que se veían como pequeñas luces a la vista de los ökrnos y la tröllitu. Naefir, con dificultad, esquivó los ataques mágicos de Lamishra y cuando se acercó lo suficiente a la hoguera, regresó a su tamaño habitual en un estallido de brillos y amenazó con echar el frasco dentro de la hoguera.

—¡Espera! —exclamó la duquesa volviendo a su otro tamaño—. ¿Acaso no entiendes que hago esto para liberarnos?

—Créeme, lo sé muy bien, te he estudiado toda mi vida —afirmó el príncipe hada—. Me intrigaba conocer más sobre la duquesa Lamishra, leí e investigué tanto sobre ti que pude llegar a conocerte y entenderte, mas no apoyarte. Déjame decirte que estás en un error, los ökrnos apoyaron a nuestro reino cuando más lo necesitaban, así que no son nuestro enemigos ni mucho menos los tröllitus.

—¡Mentira! —contrapuso la duquesa con el sonido de otro trueno. 

Mientras tanto, Daewenys, Ronorin, Miarel y las hadas guerreras seguían atrapadas en la niebla mágica. Afortunadamente pudieron reunirse la mayoría de las hadas tras haber chocado entre ellas. Se dieron cuenta que encontrar una salida era inútil si no podía ver a su alrededor, así que lo mejor era combatir la niebla con un contra-hechizo. Empezaron a murmurar un conjuro al unísono y la niebla comenzó a despejarse hasta que se disipó por completo. 

—Esos ökrnos nos ayudaron porque les convenía nuestro conocimiento y porque atacarnos no era una opción —continuó Lamishra—, porque te aseguro que si fuéramos inferiores nos hubieran exterminado sin dudar. Ya estoy cansada de que nos tengan a su merced. Además, si me conoces tan bien, deberías saber que no vas a hacerme cambiar de opinión.

De repente, a Lamishra la invadió una sensación extraña. Sintió que la niebla que ella había creado, se había desvanecido por el uso de magia.

—Pero no estaba tratando de hacerte cambiar de opinión —sonrió Naefir—, sólo estaba ganando tiempo.

En un ataque sorpresa, Daron y Ezra aparecieron de entre los árboles detrás de Lamishra, listos para matarla con sus hachas. Pero ella pudo percatarse a tiempo y con su magia los echo a volar lejos. Esa era la distracción que Naefir necesitaba para soltar el frasco con el antídoto dentro del fuego, en cuanto lo hizo, se volvió a encoger para escapar.

Lamishra se percató ya demasiado tarde, sus planes estaban arruinados, pues aunque agregue la sangre de algunos de los hermanos ökrno o de Vidiad, no serviría de nada y si apagara el fuego y disipara el humo, la lluvia no extraería el antídoto y terminaría muriendo junto con todas las hadas. Viendo la hoguera se agarró de su largo y lacio cabello negro y gritó de desesperación.

—¡NOOOOOOOOOOOOOOOOO!

Lamishra regresó la mirada hacía los hermanos ökrno inconscientes y pensó que si no podría matar a todos la especie, al menos mataría a su rey y al príncipe. Vidiad vio desde donde estaba las intenciones de la duquesa derrotada y decidió actuar. Tomó una flecha del carcaj que colgaba de su espalda y la puso en su arco para apuntar a la mujer alada y dispararle. La flecha se enterró en su espalda, en medio de una pequeña joroba donde nacen sus alas. No la mató, pero de repente sus alas comenzaron a agrietarse y a desvanecerse en el aire. La flecha cayó cuando las alas de la duquesa dejaron de existir. Luego, Lamishra se dio la vuelta y miró a Vidiad con una sonrisa maliciosa.

—Dime, tröllitu, ¿no te gustaría unirte a mí? —ofreció falsamente Lamishra—. Tu pueblo fue dominado por siglos por los ökrnos, igual que el mío, tenemos el mismo enemigo, si unimos fuerzas podremos liquidarlos y nuestros pueblos serán libres y podremos usar el valle Ozthäven sin rendirle cuentas a nadie, ¿qué dices?

Vidiad vio a Daron y Ezra inconsciente y la oportunidad de vengar al rey Nelsan y cumplir con el sueño que él tuvo, pero entonces recordó que Lamishra pretendía exterminar no sólo a los pieles verdes, sino también a los tröllitus, a su pueblo. Eso lo sabía porque el rey de Ogrëdge se lo dijo, porque se tomó la molestia de advertirle del peligro que corrían. Pues aunque fue Daron quien mató al rey Nelsan, también fue el mismo Daron quien les dio la oportunidad de tener una nuevo hogar cuando más lo necesitaban. Si Daron les dio una oportunidad, Lidiad decidió también darle una. 

La tröllitu tomó otra flecha de su carcaj y la puso en su arco para apuntar hacía el corazón de la duquesa. Pero antes de que pudiera disparar, Lamishra con su magia levantó la flecha que le arrebató las alas y la dirigió justo al corazón de Vidiad. La flecha levitante fue tan rápida que no le dio tiempo a la guerrera de escaparse de su trayectoria. Así, la flecha atravesó el pecho de Vidiad, pasando sobre su corazón hasta encajarse en la corteza de un árbol, fue una muerte instantánea. 

La flecha que Vidiad iba a disparar terminó saliendo disparada de su arco, aunque su trayectoria ya no iba directo al corazón de Lamishra, mas sí podría haberla matado de no ser porque la detuvo con su magia y la dirigió hacía a Daron. Pero llegó la reina Daewenys para arrojar la flecha al fuego.

—¡Lamishra! —exclamó Ronorin que llegó detrás de su hija.

Los guardias alados rodearon a la duquesa y le comenzaron a lanzarle hechizos paralizadores de los que ella intentaba protegerse pero el rey Ronorin, la reina Miarel y la reina Daewenys hicieron un ataque en conjunto del que le fue imposible esquivar a Lamishra. Con un estado inmóvil, estaba vulnerable. 

Ahí vieron que ya no tenía sus alas y la única forma de que eso sucediera era dañando gravemente el punto exacto donde éstas nacen. Al no tener una herida en la espalda como la que dejaría un hacha, el arma debió haber sido algo delgado y filoso, como la punta de una flecha.

Un feoddeshano reparó en el cadáver de Vidiad quién aún tenía su arco en mano al tiempo en que los hermanos ökrno recuperaban la conciencia. Daewenys besó a su esposo antes de que él pudiera visualizar la situación por completo. Vio a Lamishra quieta y a Vidiad muerta. Daron se acercó al cuerpo sin vida de la tröllitu y se arrodilló para cerrarle los ojos con sus dedos verdes.

—Por favor, límpienla y prepárenla para su entierro —ordenó Daron a las hadas guerreras aunque bien sabía que no era su rey.

Un hada tomó entre sus brazos a Vidiad y emprendió el vuelo a Feoddesha siendo seguidos por un par más.

—Peleó hasta el final —comentó Ezra, solemne—. De no ser por ella, tal vez Lamishra nos hubiera matado.

—Pero Lamishra no podrá hacerle daño a nadie más —dijo Ronorin sacando de su traje la Piedra Castigadora que creó.

La sostuvo con ambas manos y cerró los ojos para comenzar a murmurar un hechizo que hizo a la gema brillar. Era una luz violeta que resplandecía cada vez más y absorbía el cuerpo de la duquesa Lamishra para ser encerrada en la Piedra Castigadora. A la luz de un rayo, la gema dejó de brillar pues había cumplido con su cometido.

—La lluvia comenzará pronto, debemos hacer algo para alejarla del valle Ozthäven —mencionó Miarel.

En un estallido brillante, Naefir regresó a su tamaño frecuente.

—Tienes razón, madre.

—¡Hijo, ¿qué haces aquí?! —preguntó la reina de Feoddesha.

—Debieron verlo —intervino Ezra—, se enfrentó a Lamishra y arruinó sus planes agregando algo al fuego para arruinar el veneno.

—¡¿Qué hiciste qué?! —volvió a preguntar Miarel.

—Arrojé un antídoto al fuego para que la lluvia no fuera letal para nadie, pero no creo que las nubes lo absorban a tiempo —explicó el príncipe de ojos bicolores—. Debemos invocar una gran ráfaga de viento para llevar a la lluvia donde no haga daño.

—En las montañas lejanas, al sur —propuso Daron.

—Pero necesitaremos a una gran cantidad de hadas para hacerlo —expuso Daewenys.

—Volvamos a Feoddesha de inmediato —habló el rey Ronorin—. Vengan con nosotros, hermanos ökrno

Y con un movimiento de su mano, Daron y Ezra comenzaron a levitar. Las hadas comenzaron a volar lo más deprisa que sus alas les permitieron de regreso al reino flotante.

—Voy a ver a Vidiad, ¿de acuerdo, Daron? —dijo Ezra cuando llegaron a Feoddesha.

—Te acompaño —ofreció Miarel.

En tanto, los guardias llamaron a las hadas que estaban resguardadas en sus hogares y las reunieron frente al catillo donde Ronorin hizo su decreto.

—¡Mis queridos súbditos, nuevamente nuestro reino está en un grave peligro, pero está vez tenemos en nuestras manos el poder para protegernos. Salvémonos y de paso ayudemos a nuestros aliados del reino de Ogrëdge!

—¡Pongo en ustedes el futuro de mi reino —mencionó Daron—, ayúdenme a salvarlo, por favor!

—¡Necesitamos invocar una ráfaga de aire tan fuerte y tan poderosa para llevarnos la lluvia hacía al sur. Así que conjuren con nosotros!

Todas las hadas comenzaron a murmurar el hechizo para invocar el viento. El murmullo comenzó a hacerse grito, cargado por la multitud. La magia en conjunto de las hadas creó la ráfaga de viento más fuerte y más poderosa que la historia haya visto. El cielo púrpura empezó a alejarse del valle Ozthäven hasta que sólo quedó un cielo azul completamente despejado iluminado por la luz del sol plateado.

Todos los presentes celebraron la victoria y regocijaron porque ahora todo estaría bien y porque todos estaban a salvo.

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