13: Cielo púrpura
La duquesa Lamishra fue sabia al ser paciente. Había pasado solamente una semana desde que la princesa Brygwyn la liberó por error de la prisión que la mantuvo cautivo por años y parecía que todo corría a su favor. La naturaleza le envió una mañana cubierta de nubes negras cargadas de lluvia. Soltó una carcajada deleitada, pues ya sentía la victoria. Reunió unos cuantos troncos y los juntó en medio de un claro del bosque donde se ocultaba y con su magia creó una enorme hoguera. De poco a poco, la duquesa fue tirando al fuego los ingredientes para el veneno. Con la ayuda de su magia, dirigió el humo directamente a las nubes y conjuró un encantamiento para que las nubes extrajeran las propiedades del veneno que se encontraban en el humo. Así, poco a poco el agua de las nubes se contaminó y se tornó de color púrpura, al igual que las nubes. Ahora sobre el valle Ozthäven había un cielo púrpura que no anunciaba nada bueno.
Los primeros en darse cuenta de aquel fenómeno fueron las hadas, pues su reino estaba tan arriba en el cielo que las nubes púrpuras estaban cerca de ellos. Después los tröllitus vieron aquel anormal cielo púrpura que no anunciaba nada más que una tragedia. Los ökrnos cuando contemplaron la obra maestra de Lamishra, entraron en pánico al igual que Daewenys vio en una de la ventanas de su alcoba la imagen clara y exacta de las nubes púrpuras que presenció en su visión, el genocidio sería ese mismo día si la duquesa no era detenida.
—¡Daron, despierta ahora!
El rey se levantó y su expresión somnolienta se desdibujo instantáneamente cuando vio lo que pasaba con el cielo. Entendió que no había tiempo que perder. Se visitó lo más rápido que pudo y se preparó para lo peor y se cubrió con una armadura y se armó con un hacha. Y por supuesto, Ezra hizo exactamente lo mismo, después de todo tenía un corazón guerrero.
—Supongo que no voy a poder evitar que intervengas en esto, ¿cierto? —preguntó Daron al ver a su hermano listo para pelear.
—Me temo que no, hermano.
—Vamos, entonces.
La reina Daewenys también se alistó para volar a Feoodesha para reunir un ejército de hadas para intentar luchar conta Lamishra y detenerla antes de que se salga con la suya.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Lo mismo que tú, Daron —replicó la reina—, preparándome para luchar contra Lamishra. Iré a Feoddesha por refuerzos porque ustedes no podrán detenerla a la fuerza, necesitan magia, nuestra magia.
—Pero...
—¡Pero nada! —interrumpió Daewenys agitando sus alas—. No hay nada que puedas hacer para detenerme. Nos vemos en el bosque.
La reina hada no esperó ni un segundo más y comenzó a volar.
—Tu esposa tiene agallas —comentó Ezra divertido por la situación.
—¿Quieres que te dé una paliza? —refunfuñó Daron retomando su camino hasta los establos reales.
—Quiero ver que lo intentes —se burló el hermano menor siguiendo a su hermano mayor.
Bardïn I y Bardïn II tenían preparados a Paxter y a Chewy para la batalla. No fue necesario que recibieran órdenes, ellos mismos supieron al ver el cielo púrpura que el rey, el príncipe y decenas de guardias aparecerían para montar a los pörris.
Con Daron y Ezra a la cabeza, comenzó la marcha del ejército de ökrnos que se enfrentó a algo inesperado: otros ökrnos. Frente el castillo, decenas de habitantes se manifestaron exigiendo una explicación sobre las nubes y preguntando qué haría el rey al respecto. Eran tantos ökrnos que impedían el paso para el ejército.
—¡Háganse a un lado! —exigieron los guardias alzando la voz sobre la de los súbditos.
Daron vio que los prejuicios y el inconformismo de su reinado habían llegado a su punto de quiebre y como resultado sus súbditos se estaban revelando en el momento más inoportuno. Todas las miradas estaban sobre él y el repentino peso de la corona sobre sus hombros lo quebró y lo paralizó.
El ejército comenzó a abrirse paso entre la muchedumbre. Daron ya no manejaba a Paxter, el pörri del rey avanzaba por instinto, pero no porque su jinete quisiera. De hecho, Daron estaba fuera de sí. No fue hasta que dejaron de escuchar a la multitud que Daron volvió a concentrarse en la inminente destrucción del reino de los tröllitus y del suyo.
* * *
Daewenys llegó al castillo de Feoddesha. Al entrar vio a los guardias indecisos sobre si actuar o esperar órdenes, pues guardia que entraba al bosque, ya no salía.
Ronorin estaba en la sala de alquimia del castillo. Una habitación oscura de estilo rustico por sus paredes y suelo de madera. La única luz que había en la sala de alquimia era la de una nueva Piedra Castigadora que él mismo había creado. Bien sabía que ese día podría ser el último para detener a Lamishra. La puerta de la sala se abrió y entró el heredero al trono de Feoddesha, el príncipe Naefir.
—Padre, no estás pensando en ir a buscar a la duquesa, ¿verdad?
—No tengo otra opción, hijo mío, se los debo a los ökrnos.
—He estudiado el primer intento de Lamishra por destruir Ogrëdge toda mi vida y sé de memoria lo que ella usó para preparar el veneno —dijo Naefir—. Es el mismo veneno que preparó ahora y llevó a las nubes, lo sé porque se robó los mismos ingredientes que usó hace años y...
—Ese veneno también puede matar hadas —finalizó el rey Ronorin, serio—. Lo sé, pero Lamishra tiene un objetivo claro, liberar a las hadas, no matarlas. Al veneno le hace falta un último ingrediente.
Naefir no respondió pero en su mente encontró la respuesta y comprendió que solamente las hadas estarían a salvo del ataque si Lamishra llegara a tener éxito.
Ronorin dejó la habitación de alquimia dejando solo a su hijo.
* * *
Daron, Ezra y su ejército llegaron al territorio de los tröllitus acercándose más la hora de la lluvia mortal. Se toparon con Thorvald y los guardias que les tocaba proteger a la raza contraria.
—Rey Daron, ¿esto es obra de esa hada malvada que quiere matarnos? —preguntó Thorvald.
Los guardias son los únicos ökrnos que saben sobre Lamishra fuera de la familia real.
—Así es y voy al bosque a buscarla y a matarla si es preciso —aseguró el monarca.
—Déjenos acompañarlo en esta batalla, Majestad —pidió el líder de la guardia real de Ogrëdge.
—Necesito su coraje para otra tarea. En Ogrëdge, las cosas se están poniendo duras y hay que poner orden. Asegúrate que todos se pongan a salvo y se resguarden en caso de que suceda lo peor.
—Nos enfrentamos a magia, después de todo —intervino Ezra—, pero contamos con el apoyo de las hadas, así que ve y protege al reino.
—Así será —juró Thorvald con una reverencia.
Él y los guardias que lo acompañaban montados en sus pörris se dispusieron a regresar a Ogrëdge.
—Batallón —anunció Daron a su ejército—, su misión ya la conocen, proteger a los tröllitus, así que...
—¡Eso no será necesario! —exclamó una voz detrás.
Era Vidiad con armadura que se acercaba con paso firme y decidido con Ennbers a su lado.
—Ya puse a los míos a salvo y nuestro ejército se encargará de protegerlos —explicó—. Que tu ejército sirva para pelear en esta lucha que también me concierne a mí, así que estoy lista para proteger a mis hermanas y hermanos.
—Sube, entonces —invitó Ezra señalando a Chewy con la cabeza—. Sólo que no trates matarme esta vez.
—No prometo nada, Su Alteza —bromeó la tröllitu subiendo al lomo de Chewy—. ¡Ennbers, te quedas a cargo en mi ausencia!
—¡Claro! —aceptó el susodicho.
Y así, los hermanos ökrno, su éjercito junto con Vidiad cabalgaron sobre el valle Ozthäven con dirección al bosque con la esperanza de detener a la duquesa Lamishra antes que sea demasiado tarde.
Cuando la zona boscosa se veía cercana, el sonido de mil aleteos empezó a sonar en el cielo púrpura. Daron volvió su vista hacía arriba y vio a su esposa y a sus suegros liderar la procesión de hadas guerreras que se dirigían al bosque.
Daron y Daewenys intercambiaron una mirada cómplice. Ese era el principio de la batalla.
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