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10: Daron y los tröllitus

Para cuando Daron y sus guardias partieron hacia donde se asentaban los tröllitus, la lluvia ya había comenzado a caer sobre el valle Ozthäven. Daron montó a su fiel pörri, Paxter y fue seguido por sus guardias hasta llegar donde los tröllitus. Durante el trayecto, no hubo rastro de la duquesa malvada, al parecer que aún no atacaría.

El rey sabía que no sería fácil entablar una conversación con Vidiad. La última vez que vieron, tuvieron una conversación tensa y áspera en la que la tröllitu no salió precisamente contenta.

Los tröllitus que se posicionaron a la entrada no hicieron preguntas ni le negaron la entrada a los ökrnos, pues aunque Daron no fuera su rey, no querían darle una razón para molestarlo y que ordenara la aniquilación total de los töllitus.

—¿Alguien sabe dónde puedo encontrar a Vidiad? —preguntó Daron a la multitud de tröllitus.

De entre todos los presentes, una tröllitu con una canasta llena de víveres se acercó, a simple vista con timidez, pero la verdad era que se encontraba aterrada.

—Ella está en casa de mi hermana quien acaba de dar a luz, Su Majestad —informó la tröllitu.

—¿Sería tan amable de indicarme el camino hacía la casa de su hermana?

—Es ahí adonde me dirigía, Su Majestad, si prefiere puede seguirme.

—Por supuesto.

Daron ordenó a sus guardias que se quedaran ahí por si Lamishra decidiera atacar y protegieran a los tröllitus. Ellos, un tanto inconformes, obedecieron la petición de su rey. La tröllitu con la canasta llevó al ökrno hasta una humilde choza.

El rey bajó de su pörri y entró después de la tröllitu. El interior era cálido pero pobre en comparación con las moradas hechas de piedra que habían en Ogrëdge.

—Por favor, esperé —dijo la guía dejando su canasta sobre una mesa de madera para luego perderse tras una cortina blanca.

Al cabo de un minuto, una malhumorada Vidiad salió para recibir a Daron con una reverencia forzada.

—Majestad, ¿a qué le debo su inesperada visita?

—Déjate de formalidades, Vidiad, tenemos que hablar urgentemente.

La tröllitu miró inquisitivamente al piel verde. Lo odiaba, pero no podía matarlo, así que lo único que podía hacer aceptar.

—Hablemos afuera, si no le importa.

El monarca accedió y salieron de la choza aún mientras llovía. Ese era el momento para que Daron y los tröllitus tuvieran una mejor relación y él pudiera demostrar que sus intenciones no eran malas. Que él quería la tregua para la paz entre ambas razas e intentar derribar los muros que por años los mantuvieron separados. Por ese motivo, el ökrno contó que en el reino de las hadas, había surgido una nueva amenaza que pretendía aniquilar a ambas razas. Era indispensable estar alerta ante cualquier señal de ataque o ante cualquier situación sospechosa en cualquier momento y de cualquier manera.

Vidiad se mantuvo en silencio por unos instantes pensando qué podría hacer para mantener al resto de los tröllitus a salvo ya que, aunque era solamente Lamishra, ella tenía una ventaja muy grande, la magia.

—Entiendo que esta situación pueda parecer complicada, pero quiero que sepas que cuentan con mi total apoyo, Vidiad —mencionó el piel verde subiendo al lomo de Paxter—. Tenemos que mantenernos unidos si queremos vencer.

Con esas palabras, el ökrno y su pörri procedieron a retirarse y fueron desapareciendo de la vista de Vidiad.

La lluvia persistió con determinación hasta casi el atardecer manteniendo un ritmo constante. Los ökrnos regresaron a Ogrëdge bastante mojados y el rey demandó un baño lo más pronto posible. Una vez metido en el agua, en la soledad de los aposentos reales, Daron comenzó a reflexionar sobre la desventaja y la vulnerabilidad que sufrían los tröllitus. En la última batalla entre ambas razas, los pieles verde masacraron casi por completo al ejercito de los tröllitus. Estaba claro que la magia era poderosa, pero no invencible, un buen ejercito podría hacerle frente a Lamishra de ser necesario. Llegando a esa conclusión, el rey decidió enviar refuerzos de su propio ejército a que protegieran a los tröllitus.

Esa misma noche, las nuevas calles construidas por y para los tröllitus comenzaron a llenarse de ökrnos sobre pörris. La población entró en pánico porque la última vez que algo así pasó, se quedaron sin rey y sin casi una sexta parte de su población. La noticia voló rápidamente entre los tröllitus hasta llegar a oídos de Vidiad. Ella, sin pensarlo dos veces, salió a comprobar que todo anduviera bien, que ningún conflicto se estuviera formando.

—¡Oigan, ustedes —llamó la guerrera, alterada—, ¿qué hacen aquí?!

—Siguiendo órdenes, tröllitu —respondió una voz a su espalda que ella conocía bien.

Se trataba de Thorvald, que con su voz y mirada enojadas, estaba claro que estar ahí era lo último que le gustaría hacer. Con completa indiferencia, el guardia real arrojó un pergamino hacía la tröllitu quien lo atrapó sin mayor dificultad. Ella abrió el pergamino y lo leyó sin esperar nada relevante en su contenido.

Estimada, Vidiad.

Estamos en una situación en la que tanto ökrnos como tröllitus estamos en un estado vulnerable por la amenaza de la duquesa hada y su magia. No obstante, he comprendido que ustedes están más en peligro porque sus tropas no son tan numerosas como las que hay en Ogrëdge. Mis soldados tienen órdenes directas de mi parte de proteger a su pueblo de cualquier ataque. Al amanecer, más soldados llegarán para relevar a los otros y antes del atardecer más de mis guardias también llegarán. Me comprometo a que la protección de mi ejército dure lo que sea necesario hasta que podamos detener a esta hada. Así que, Vidiad, ni tu pueblo ni tú tienen nada que temer. Por favor acepta este gesto como una muestra para tu pueblo de que quiero derrumbar los muros que nuestros antepasados se han encargado de construir entre ambas razas.

Rey Daron de Ogrëdge.

Vidiad cerró el pergamino con una percepción sobre Daron. Después de todo, él tenía toda la intención de establecer realmente la paz entre ambas razas y reconocía su territorio como una zona soberana de su reinado. Sus intenciones no eran de dominar a los tröllitus, eran de ayudarlos.

—En ese caso —miró Vidad a Thorvald con una pizca más de amabilidad—, cumplan sus órdenes y protejan a mi pueblo a toda costa.

Los ökrnos, con un poco de resignación, obedecieron las órdenes de su rey y se mantuvieron en vela vigilando el perímetro del territorio de los tröllitus por si hubiera alguna señal de Lamishra, afortunadamente, no atacó aquella noche.

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