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Prólogo

— Te reto a cruzar la cascada —dijo Rafael con una sonrisa desafiante, la luz del sol reflejando en sus ojos traviesos.

— No es correcto —respondió Yami, frunciendo el ceño mientras observaba el rugir de las aguas que caían hacia la profundidad del río Wikaludy.

— ¿Qué? ¿Tienes miedo? —insistió Rafael, con un tono burlón que hizo que su voz retumbara en la quietud mañanera.

— ¡Yo no le temo a nada, Rafael! —la respuesta de Yami fue firme, pero su voz traicionaba una chispa de duda.

— Entonces cruza conmigo —retó Rafael, sin perder su postura desafiante.

Con un ágil movimiento, el niño rubio dio un salto decidido, atravesando la cascada con una destreza que parecía desafiar la gravedad. Cayó suavemente al otro lado, como si todo hubiera sido parte de un juego.

Yami miró el abismo que se extendía ante él, la cortina de agua brillando como un velo etéreo en la penumbra. La corriente rugía bajo la roca, y él sabía que no era un simple salto, sino un cruce hacia lo prohibido. La advertencia de los adultos resonaba en su mente, como un eco distante.

— Yami, no lo hagas. Sabes que no se debe ir más allá de la cascada. —La voz de Yugi, que lo había seguido hasta el borde, temblaba por la preocupación, pero su mirada estaba llena de temor genuino.

Yami vaciló un momento, observando a Yugi con un leve gesto de incomodidad, antes de mirar nuevamente a Rafael. El rubio lo instaba a seguirlo, riendo entre dientes, como si el miedo fuera solo una ilusión.

— Bah, esas son patrañas de los adultos para que no nos divirtamos. ¿Van a cruzar o qué? —Rafael dio un paso hacia atrás, como si esperar que Yami tomara la decisión final.

Yami, con el rostro marcado por una mezcla de frustración y desafío, avanzó hacia la orilla de la roca donde se encontraba. Observó el abismo a sus pies, la caída parecía interminable. El agua rugía a lo lejos, atrayéndolo como un canto de sirena.

Yugi lo miraba, los ojos llenos de preocupación, pero Yami ya estaba decidido. Su orgullo, esa chispa de rebeldía que a veces lo cegaba, lo impulsaba a cruzar. Sin mirar atrás, dio el paso hacia la roca, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo.

— Vámonos, Yugi. —dijo, aunque su voz temblaba un poco, como si su mente estuviera atrapada entre la emoción y el temor.

Yugi suspiró aliviado, girando sobre sus talones para irse con él. Sin embargo, antes de que pudieran dar un paso más, la voz de Rafael se alzó con burla.

— ¡Con 10 años y tienes miedo! ¡Eres un cobarde, Yami Muto! —su tono estaba lleno de burla, buscando una reacción.

La provocación fue suficiente para encender la furia de Yami. Su rostro se tornó serio y determinado. Sin pensarlo más, se giró bruscamente hacia el borde de la cascada, dispuesto a desafiar todo lo que los adultos le habían enseñado.

— ¡Yami, no! —gritó Yugi con el corazón acelerado, viendo cómo el chico se lanzaba al vacío.

Pero algo ocurrió en ese preciso instante. Cuando Yami saltó, una fuerza invisible lo detuvo en el aire, como si las mismas aguas que caían decidieran no dejarlo cruzar. Sintió una mano, fuerte y firme, que lo tiró de nuevo hacia atrás, con tal violencia que lo hizo perder el equilibrio y caer al suelo, golpeándose con las piedras del borde.

— ¿¡En qué diablos estabas pensando!? ¡No se cruza la cascada y lo sabes perfectamente, Yami! —La voz de Atem retumbó entre los troncos del bosque, autoritaria y llena de ira.

Yami se reincorporó, respirando con pesadez y mirando furioso a su hermano, que había aparecido de la nada para detenerlo.

— ¡Responde! —Atem lo miraba con una furia contenida, sin comprender el peligro en el que Yami se había metido.

Pero Yami no dijo nada. En su lugar, sus ojos se clavaron en el otro lado, hacia Rafael, que regresaba de la orilla, una sonrisa de satisfacción en su rostro.

— La única respuesta a todo esto es que ambos son unos cobardes —interrumpió Rafael, burlándose de ellos mientras daba un paso hacia atrás, alejándose con aire desafiante. Sus palabras flotaron en el aire, pero su tono cargado de veneno seguía retumbando. Sin embargo, no se detuvo ahí—. Y ni hablar del último Alfa —añadió, mirando a Yugi con un gesto de desprecio mientras se retiraba hacia el pueblo de la manada Muto.

La escena quedó suspendida en el aire, el eco de las palabras de Rafael resonando en el bosque. Yami, con el rostro tenso y lleno de rabia, observó cómo el rubio avanzaba a la salida del bosque. Sabía que algo más grande que un simple reto acababa de comenzar, y que aún no era el final. En ese momento, Yami trató de calmar su furia, pero antes de que pudiera decir algo, la voz de Yugi lo sorprendió.

— ¡No somos cobardes! Sabemos lo que es correcto y lo que no —interrumpió Yugi, su voz firme pero algo temblorosa.

— ¡Ay, ya cállate! —Rafael no pudo evitar volverse una vez más, encarando a Yugi con una mirada llena de desprecio. Su tono era venenoso, como si cada palabra la hubiera masticado antes de soltarla—. Lo único que saben hacer bien es obedecer a mami y... oh, se me olvidaba —añadió, una sonrisa cruel cruzando su rostro—. Tú no tienes papi. Después de todo, no eres hijo legítimo del Alfa Muto.

El aire se detuvo, pesado y denso, como si el mundo mismo hubiera suspendido el aliento. Yugi sintió que su corazón se detenía por un instante, y un nudo apretaba su garganta. La verdad, esa verdad que él había estado ignorando, se hizo presente como una sombra oscura, y la oscuridad que rodeaba la escena pareció volverse más densa, más fría.

Rafael, sin embargo, no iba a detenerse allí. Era como si se alimentara de las emociones ajenas, disfrutando de la tortura.

— Fuiste producto de un error pasado —continuó, sus palabras mordían con la ferocidad de un lobo hambriento.

Yugi dio un paso atrás, incapaz de pronunciar una palabra. La confusión lo invadió. Las palabras de Rafael lo golpeaban como una lluvia constante y fría.

— No es verdad —dijo Yugi, casi en un susurro, mientras su voz temblaba de incredulidad.

Rafael soltó una risa baja, burlona, como si estuviera disfrutando el dolor ajeno.

— ¿Quién lo asegura? —preguntó con un brillo malévolo en sus ojos. Sus palabras caían como cuchillos en el aire—. ¿Tu mamá? Obviamente negará todo. Y por si fuera poco, se atrevió a romper una familia.

La tierra bajo sus pies parecía temblar, como si la misma naturaleza se solidarizara con el dolor que recorría a Yugi. El chico tragó saliva, pero no fue suficiente para calmar la angustia que se había apoderado de su pecho.

— ¡Mi mamá no hizo eso! —gritó, levantando la cabeza con fuerza. El miedo y la indignación se mezclaban en sus ojos—. ¡La primera Luna ya se había divorciado del Alfa Muto cuando mi mamá se enamoró de él!

Rafael se cruzó de brazos, y su risa se amplió, oscura, maliciosa.

— ¿Y quién te asegura que la razón de ese divorcio no fue tu mamá? —la pregunta salió de sus labios como un veneno, agudo, directo al corazón.

— ¡Mi mamá no es así! Ella no hizo nada malo —respondió Yugi, su voz ahora un poco más firme, aunque su interior se sacudía como si cada palabra de Rafael fuera un grano de arena arrastrado por un viento helado.

— Tu padre rompió tu familia, y para saciar su venganza, tu madre buscó a otra familia para destruirla —continuó Rafael, sin importar cuán vacías o crueles fueran sus palabras.

Yugi no podía más. La ira y la desesperación luchaban por salir de él, pero mantenía la calma, aferrándose a la única verdad que conocía: su mamá nunca había hecho daño a nadie, mucho menos a la familia Muto.

— ¡Mi papá no rompió mi familia y definitivamente mi mamá no rompió la familia de los Muto! —respondió con la fuerza de quien no se deja llevar por la mentira, como si cada palabra fuera un escudo contra las falsas acusaciones.

— ¿Lo llamas papá después de saber la verdad? —Rafael hizo una pausa, mirándolo con una sonrisa llena de desdén—. Aunque bueno, tienes razón en algo; el único culpable de que tu familia se rompiera... fuiste tú.

El golpe fue directo. Cada palabra de Rafael caló en Yugi como una daga afilada, pero no tenía tiempo de pensar en lo que decía el rubio. Ya no importaba.

— ¡Es suficiente! —gritó Yami de repente, su voz llena de furia, interrumpiendo la conversación.

Fue como si un interruptor se hubiera encendido dentro de él. Sin pensarlo dos veces, Yami se abalanzó sobre Rafael con una velocidad y fuerza sorprendentes, haciendo que ambos rodaran cuesta abajo por una pequeña pendiente que caía abruptamente junto a ellos. La tierra y las piedras volaban a su alrededor mientras el sonido de sus cuerpos chocando contra el suelo llenaba el aire.

Atem observó la escena desde la orilla, la adrenalina corriéndole por las venas. El caos había estallado, y ahora más que nunca, debía actuar rápido. Miró a Yugi, que estaba inmóvil en su lugar, paralizado por el dolor y la rabia de las palabras de Rafael. Sabía que la situación tenía que resolverse, pero ahora, lo urgente era separar a Yami de Rafael antes de que algo más grave sucediera.

Atem no pensó en nada más. En un parpadeo, su transformación tomó forma, y sin dudarlo un instante más, comenzó a bajar la empinada pendiente, sus pasos firmes y rápidos mientras el aire se agitaba a su alrededor.

Pero ya era demasiado tarde. Yami ya había alcanzado a Rafael y lo tenía acorralado, ambos luchando en el suelo con furia. Las voces retumbaban entre las rocas, mientras la luz del sol filtrada entre los árboles iluminaba con fuerza la escena, creando un juego de sombras y luces que danzaban sobre sus cuerpos en el suelo.

— ¡Creí que éramos amigos, Yami! Molestar a Yugi era divertido, hasta que él te convenció de ser el bueno... ¡Entre él y yo! —la voz de Rafael retumbó en el aire, llena de furia, como si estuviera exigiendo una respuesta. La tensión aumentaba entre los dos, las palabras salían de sus bocas como cuchillos afilados, y el lugar parecía volverse aún más pesado a medida que las acusaciones volaban.

— ¡Y tenía razón! —respondió Yami, su tono firme y decidido. Sus ojos brillaban con determinación—. Yugi no destruyó mi familia. Mis padres ya tenían problemas desde hace mucho tiempo.

Rafael resopló con desdén, su rostro contorsionado en una mezcla de incredulidad y enojo. Daba la impresión de que la verdad de Yami no le alcanzaba para calmar su ira. Dio un paso hacia él, desafiándolo con cada palabra.

— ¡Problemas que yo, como tu mejor amigo, te ayudaba a sobrellevar! —dijo, señalando con un dedo acusador—. Incluso cuando Yugi llegó, fui yo quien te apoyó, con quién desahogabas tu ira. ¿O qué? ¿¡Ya se te olvidó todo el odio que sentías por Yugi!? ¡Niega que al principio pensabas que él era el culpable de todo!

El aire entre los dos se volvió aún más denso, pesado con los recuerdos y la rabia del pasado. Yami, sin embargo, no vaciló.

— Eso quedó en el pasado —respondió, su tono más suave, pero firme—. Ahora quiero mucho a mi hermano.

Rafael soltó una carcajada amarga, como si el simple hecho de escuchar a Yami decir esas palabras lo molestara aún más. El sonido de su risa hizo eco en el vacío que los rodeaba, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de rabia y resentimiento.

— ¡Él no llega ni siquiera a ser tu medio hermano! —gritó, acercándose más—. Te recuerdo que no es hijo de tu padre.

Yami apretó los dientes, la frustración comenzando a llenar su pecho, pero no iba a ceder ante la provocación. En lugar de responder, optó por un giro inesperado.

— Si sabes tanto, entonces dime... ¿Por qué dijiste que fue producto de un error pasado? —preguntó, mirando fijamente a Rafael, buscando una respuesta que no llegaba.

Rafael dejó escapar una risa burlona, casi como si disfrutara de la tormenta que había desatado. Estaba claro que se sentía superior, como si tuviera el control de la situación.

— Sus padres no pudieron estar juntos porque su madre no pertenecía a ellos.—dijo, su tono lleno de veneno, como si estuviera revelando un secreto oscuro.— Si Yugi no hubiera nacido, su padre estaría vivo.

Yami frunció el ceño, sintiendo que las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar, pero no todo estaba claro aún.

— ¿Quienes son "ellos"? ¿Qué pruebas tienes para decir eso? —preguntó, con una mezcla de desconfianza y curiosidad, manteniendo los ojos clavados en Rafael.

Rafael se encogió de hombros, como si la respuesta fuera obvia para él, como si lo hubiera sabido siempre.

— La prueba es el vivido matrimonio entre tu padre y su madre. Si el padre de Yugi siguiera vivo, la madre de Yugi no se hubiera casado con tu papá.

Las palabras cayeron como un peso sobre Yami, que dio un paso atrás, buscando entender lo que había dicho Rafael. Un nudo se formó en su estómago. ¿Era esto lo que realmente pensaba la gente sobre Yugi y su madre? ¿Una mentira tan profunda que ni siquiera él había considerado?

— ¿Cómo sabes eso? —preguntó con desconfianza, mirando fijamente a Rafael, buscando cualquier indicio de mentira en su rostro.

Rafael sonrió de forma burlona, con un brillo sibilante en sus ojos.

— Tengo mis métodos —respondió, como si estuviera revelando algo que debería ser evidente.

El aire se volvió aún más tenso, las palabras de Rafael colisionando en el espacio entre los dos como rayos. Yami sintió cómo una furia insostenible comenzaba a hervir dentro de él. No iba a permitir que nadie, mucho menos Rafael, siguiera mancillando la memoria de su familia.

— Escúchame muy bien, Rafael —su voz se tornó baja, cargada de amenaza—. Te vuelves a meter con Yugi, y te juro que te aviento por la cascada.

Rafael soltó una risa burlona, con un tono desafiante.

— Vaya, qué idiota que eres —dijo con un gesto de desprecio, pero luego su expresión cambió a una sonrisa astuta—. Pero está bien, te propongo un trato. Si cruzas al otro lado de la cascada, aunque sea por un segundo, dejaré en paz a tu "novio".

Yami frunció el ceño ante el comentario. La mención de Yugi como "novio" lo hizo sentirse aún más frustrado. Pero su respuesta fue firme, no iba a permitir que Rafael lo manejara a su antojo.

— Hermano —gruñó, sintiendo cómo su poder se acumulaba en su interior, listo para la confrontación.

Rafael lo miró con desdén, como si estuviera disfrutando de la provocación, sabiendo que había tocado una fibra sensible.

— ¿Qué? ¿Le vas a negar al que alguna vez fue tu mejor amigo que te gusta ese enano? —preguntó, su tono cargado de sarcasmo y burla. Yami lo miró con una expresión dura, su mandíbula apretada.— Como quieras —agregó, con una calma peligrosa—. Solo recuerda que te conozco mejor que nadie.

La amenaza flotó en el aire, y Rafael sonrió con suficiencia.

— ¿Cuándo y a qué hora? —preguntó Yami, con un brillo de desafío en sus ojos, sintiendo cómo la tensión entre ambos alcanzaba su punto máximo.

— Hoy a la medianoche —respondió Rafael, con una sonrisa maliciosa. Con un gruñido, usó su transformación, tomando la forma de un lobo, y con una rapidez sorprendente se alejó de allí, gritando unas últimas palabras.—. Te estaré esperando.

— Yami... —la voz de Atem llegó, clara pero cargada de preocupación, mientras él descendía por la pequeña pendiente, sus pasos resonando contra la tierra húmeda. Su transformación en lobo desapareció con un suave suspiro al tocar el suelo, el pelaje oscuro desvaneciéndose mientras retomaba su forma humana. Había algo en su presencia, una calma tensa que no pasaba desapercibida.

Yami, que aún mantenía la mirada fija en el horizonte, se giró lentamente hacia él, su rostro endurecido por la confrontación anterior. Un suspiro profundo escapó de sus labios, casi como si el peso de la conversación aún le quemara por dentro.

— Se fue. Es mejor así —respondió con una voz sombría, como si tratara de convencer a sí mismo más que a Atem. No quería mostrar lo mucho que Rafael le había calado, pero no podía evitar sentir que la situación se había salido de control.— ¿Y Yugi? —preguntó al notar que no venía con Atem, su voz cargada de una duda sutil, pero claramente afectada.

Atem hizo un gesto con la cabeza, mirando hacia arriba, hacia el borde de la pequeña pendiente de la que él mismo había bajado. El cielo despejado se extendía sin nubes, como si esperara darles una señal que no llegaba.

— Estará bien. Necesita tiempo a solas —respondió con tono firme, pero también suave. El entendimiento entre ellos era claro. Yugi necesitaba ese espacio para procesar lo sucedido. Pero las palabras de Rafael resonaron con más fuerza de lo que ellos esperaban—. Después de todo, duele que te digan que eres...

— ¿Producto de un error? —la voz de Yugi, baja pero llena de una fuerza inquebrantable, los sorprendió. Los dos hermanos giraron hacia él al unísono. Allí estaba, emergiendo casi de la nada como una sombra que se deslizaba entre la tierra y el viento, en su forma lobuna. Su mirada, intensa y profunda, no ocultaba el dolor, pero tampoco se negaba a la aceptación.— Bueno... —agregó en suspiro, mientras sus ojos se encontraban con los de sus hermanos—. La verdad es que lo que dijo Rafael me deja en duda. Después de todo, yo no sé mucho del pasado de mi madre con mi verdadero padre.

Las palabras flotaron en el aire, dejando una sensación amarga. Ambos hermanos intentaban entender lo difícil que sería cargar con esa duda. Yugi, por su parte, solo mantenía la mirada fija en el suelo, como si cada paso hacia abajo lo arrastrara un poco más hacia un abismo invisible.

Atem y Yami intercambiaron una mirada cargada de incertidumbre, sabiendo que cada uno de ellos tenía sus propias batallas internas con lo que había sucedido. Pero no había tiempo para reflexionar más. Sabían que no podían quedarse ahí mucho más tiempo.

— Es mejor irnos —dijo Atem, su voz un susurro pesado de responsabilidad. Miró a Yugi, quien permanecía en silencio, ajeno a todo lo que sucedía alrededor. Su preocupación por él era evidente, pero sabía que aún quedaba mucho por enfrentar. Lo último que necesitaban ahora era más conflictos—. Mamá y papá se preocuparán.

El reloj estaba por marcar las doce. Yami ya estaba listo, con el corazón latiéndole rápido, pero decidido. 

Su habitación estaba en uno de los pisos más altos del castillo, por lo que saltar por la ventana no era una opción sensata, a pesar de sus instintos temerarios. No le quedaba más remedio que atravesar los pasillos, bajar las escaleras y salir por una de las puertas traseras sin ser descubierto. 

Respiró profundo al abrir la puerta de su habitación, procurando que el rechinido de las bisagras no rompiera el silencio. Avanzó con pasos ligeros, moviéndose como un cazador entre sombras. A pesar de sus ocho años, ya era el mejor entre sus hermanos en rastreo y sigilo, habilidades que le habían valido el respeto de todos. Pero esta vez, cometió un error.

El crujido de una viga bajo su pie congeló su avance. Se detuvo de golpe, los músculos tensos y los sentidos alerta. Cualquier sonido fuera de lugar podría atraer la atención no solo de sus hermanos, cuyas habitaciones se alineaban en ese pasillo —desde la del pequeño Yumi, de apenas dos años, hasta la de Atem, el mayor, con trece—, sino también de los guardas Beta asignados a patrullar el castillo. 

Como hijo del Alfa, sabía que siempre había ojos sobre él. Los guardas eran discretos pero efectivos, moviéndose como sombras por los pasillos para garantizar la seguridad de la manada pero, en ese lugar, su objetivo principal era proteger a los hijos del Alfa incluso sobre el Alfa mismo. El riesgo de ser descubierto era alto, pero Yami confiaba en su habilidad. Había aprendido a moverse en silencio incluso bajo la mirada atenta de los Beta, perfeccionando su destreza en cacerías desde temprana edad. 

Los segundos se hicieron eternos mientras esperaba alguna señal de que había alertado a alguien. Un leve murmullo proveniente del fondo del pasillo hizo que sus orejas se aguzaran, pero se desvaneció tan rápido como llegó. Con cuidado renovado, retomó su camino, asegurándose de evitar las zonas más traicioneras del suelo. 

El descenso al primer piso fue aún más desafiante. Uno de los Beta estaba apostado cerca de las escaleras, su figura apenas visible bajo la tenue luz de la luna que se filtraba por las ventanas. Yami contuvo la respiración, avanzando en un arco amplio para no llamar la atención. Cada paso parecía un desafío contra el silencio, pero finalmente logró llegar al vestíbulo sin ser detectado. 

Cuando alcanzó la puerta trasera que daba hacia los establos, el aire fresco de la noche lo envolvió, y por un instante permitió que una sonrisa de alivio cruzara su rostro. Sin embargo, sabía que su aventura apenas comenzaba. Los Beta podrían notar su ausencia en cualquier momento, y eso lo obligaba a moverse rápido. 

Tras asegurarse de que nadie lo veía, cerró los ojos y permitió que su naturaleza tomara el control. Su cuerpo se transformó rápidamente, el pelaje negro cubriendo su piel y sus sentidos agudizándose. Sin perder un segundo, se lanzó hacia el bosque, dejando atrás el castillo y a los guardas que, por esta noche, no lograron detenerlo. 

Tras asegurarse de que nadie lo veía, Yami cerró los ojos y permitió que su naturaleza tomara el control. Su respiración se aceleró y un escalofrío recorrió su columna, seguido del familiar ardor en sus extremidades mientras su cuerpo se transformaba. Sus pies se alargaron y curvaron en patas fuertes, y su piel dio paso al grueso pelaje negro que cubría su pequeña forma de lobo. 

Sin perder un segundo, se lanzó hacia el bosque, sus patas deslizándose con agilidad entre la hierba húmeda. Las sombras de los árboles lo envolvieron mientras corría, y el rugido de la cascada se convertía en una melodía que lo guiaba a través de la noche. 

El bosque era un laberinto de sombras y luz, donde cada paso resonaba con el crujir de hojas secas bajo su peso. La brisa nocturna acariciaba las copas de los árboles, haciendo bailar sus ramas, y el murmullo del río se hacía más fuerte a medida que avanzaba. 

Yami se movía con la rapidez de un depredador nato, esquivando raíces expuestas y piedras húmedas que brillaban bajo la luz de la luna. El aire estaba impregnado de aromas familiares: tierra mojada, musgo fresco y la promesa de agua cercana. Sus sentidos agudizados lo mantenían alerta, y con cada zancada, el rugido del agua cayendo desde lo alto del acantilado crecía, marcando que su destino estaba cerca. 

Cuando finalmente divisó la cascada, su silueta blanca resplandecía bajo la luna llena, cayendo en un torrente infinito sobre las rocas. Sin detenerse, Yami desaceleró justo antes de llegar al borde, permitiendo que su forma humana regresara poco a poco. Con un parpadeo y un leve jadeo, el pelaje desapareció, dando paso nuevamente a su figura delgada pero firme, lista para lo que le esperaba.
Allí, recargado contra el tronco de un árbol, estaba Rafael, con su eterna sonrisa arrogante. 

—Creí que no vendrías —dijo el rubio, sus ojos dorados brillando con malicia bajo la penumbra. 

—Yo jamás rompo mis promesas —respondió Yami con firmeza, avanzando unos pasos hacia él. 

Rafael se reincorporó, estirando los brazos como si estuviera calentando. —Muy bien. Andando. 

Con un movimiento ágil, corrió para tomar impulso y saltó hacia el otro lado del precipicio, aterrizando sin dificultad. Al volverse, sonrió de manera burlona. —Tu turno. 

Yami lo miró con intensidad. —Si lo hago... ¿Cumplirás tu promesa? 

Rafael rio ladinamente, ocultando una mano detrás de él. —Te lo juro —dijo, mientras cruzaba los dedos a espaldas de su cuerpo. 

Yami retrocedió un paso, inclinándose ligeramente, preparándose para correr. Pero justo antes de lanzarse, una mano cálida y temblorosa se posó suavemente sobre su hombro.

—No lo hagas... —la voz de Yugi llegó como un susurro cargado de desesperación. 

Yami giró de golpe, sus ojos rojizos dilatados por la sorpresa. ¿Cómo era posible que no lo hubiera notado? Incluso en su forma humana, Yugi era un libro abierto para sus sentidos, pero ahora, con sus instintos de lobo en pleno apogeo, debía haber captado su aroma, el sonido de sus pasos, o incluso el tenue ritmo de su respiración. Y, sin embargo, ahí estaba su hermano menor, a escasos centímetros de distancia, completamente inesperado. 

Los ojos amatista de Yugi brillaban con una mezcla de miedo y súplica bajo la luz de la luna. Parecían buscar algo en Yami, quizás una chispa de comprensión o un destello de duda que lo hiciera detenerse. 

—Por favor, no lo hagas —rogó Yugi, con un tono que era casi un llanto, su voz temblorosa cortando el aire nocturno como un eco que resonaba en lo más profundo de Yami. 

Por un instante, el tiempo pareció detenerse. La ferocidad de la transformación de Yami se desmoronó ante la vulnerabilidad de su hermano. ¿Cómo había sido tan distraído para no darse cuenta de su presencia? ¿Y cuánto tiempo llevaba siguiéndolo?

—¿Otra vez tú? —interrumpió Rafael con fastidio, cruzándose de brazos—. Ya deja de arruinar la diversión, ¿quieres? 

—Ya déjalo, Rafael —exigió Yami, su voz firme y molesta.

Rafael rio con desdén. —No puedo hacerlo. Aún no cumples tu parte del trato, Yami. 

—Yami, escúchame... —insistió Yugi, aferrándose a su brazo con fuerza—. No vale la pena... 

Pero sus palabras fueron en vano. Sin pensarlo más, Yami soltó el agarre de su hermano, corrió con todas sus fuerzas y saltó al otro lado de la cascada. 

En ese instante, algo invisible se quebró en el aire. Sin saberlo, Yami acababa de abrir la puerta que liberaría a la maldad pura, como si el rugido de la cascada hubiera sido un augurio. 

El bosque parecía un océano interminable de sombras y luz plateada. Casi se sentía como si hubieran cruzado a un mundo completamente diferente.

—Vamos, hay que ir más adentro del bosque. ¿O qué? ¿Te asusta? —Rafael se giró a mirarlo con una sonrisa burlona. 

—Voy detrás de ti —respondió Yami, con el ceño fruncido pero decidido a no mostrar debilidad. 

Los dos jóvenes corrían sin descanso, sus pasos apenas audibles entre el crujir de las hojas secas. La espesura era un laberinto, y el aire fresco de la noche se llenaba del eco de su respiración agitada. 

El paisaje cambió de repente cuando emergieron en una llanura despejada, un terreno vasto cubierto de un pasto tan verde y brillante que parecía iluminado desde dentro por la luz de la luna llena. Los árboles rodeaban el claro como guardianes silenciosos, y un silencio extraño se apoderó del lugar, como si incluso los animales hubieran decidido no perturbar la calma. 

Se detuvieron al borde de la llanura, ambos mirando hacia el horizonte, donde las sombras y la luz se encontraban en una danza eterna. 

Rafael no podía ocultar su emoción; sus ojos brillaban con una mezcla de anticipación y malicia. —Vamos, ahí. —Señaló unas ruinas de piedra al otro extremo del claro, medio ocultas entre la maleza. Sus contornos desgastados parecían desafiar al tiempo mismo—. Hay algo que he querido mostrarte desde hace mucho tiempo. 

—¿Ya habías venido antes? —preguntó Yami, desconfiado pero curioso. 

—Por supuesto —respondió Rafael con indiferencia, comenzando a caminar hacia las ruinas—. Aquí es divertido y tranquilo. 

Yami lo siguió en silencio, observando las piedras erosionadas que conformaban las ruinas. Había una inquietante belleza en el lugar: arcos derruidos, columnas rotas cubiertas de musgo, y símbolos tallados en las paredes que parecían mirarlo con ojos invisibles. 

—¿Qué es lo que me quieres mostrar? —preguntó finalmente Yami, deteniéndose cuando Rafael lo guió hacia el interior de las ruinas. 

—Ah... Esto. —La voz de Rafael era casi un susurro, cargado de malicia. 

Antes de que Yami pudiera reaccionar, una roca golpeó su costado, desorientándolo. Apenas tuvo tiempo de intentar recomponerse cuando Rafael lo sujetó con fuerza, inmovilizándolo. En cuestión de segundos, el rubio había atado sus manos y pies con cuerdas que parecían haber estado preparadas de antemano.  

—Tranquilo, esto no te dolerá... mucho —se burló Rafael, mientras arrastraba a Yami hacia el interior de una pequeña cueva que estaba oculta por las ruinas.

El corazón de Yami latía con fuerza, y aunque se retorcía intentando soltarse, las cuerdas eran demasiado firmes. El interior de la cueva era oscuro, excepto por un haz de luz lunar que se filtraba desde un agujero en el techo, iluminando un extraño símbolo tallado en el suelo. Era un círculo con inscripciones arcanas que parecían moverse bajo la luz. 

—¿Hermoso, no? —preguntó Rafael, su tono lleno de admiración mientras sus ojos recorrían cada trazo del símbolo grabado en el suelo—. Se llama "Sello de Oricalcos". Contiene encerrada a la soberana que gobernaba este lado de la cascada. O al menos lo hacía, hasta que tu maldito padre la encerró aquí.

La última palabra fue dicha con un toque de desprecio, y Rafael se volvió lentamente hacia Yami. Su mirada, fría como el acero, se clavó en el joven tricolor, que apenas podía procesar lo que escuchaba.

—¿Mi padre? ¿Un sello? —balbuceó Yami, sus pensamientos confusos, como si tratara de encajar las piezas de un rompecabezas del que no sabía nada—. ¿De qué estás hablando?

Rafael no respondió de inmediato. En cambio, con una fuerza sorprendente, lo arrastró hacia el centro del círculo, posicionándolo justo bajo el haz de luz lunar que parecía darle vida al símbolo.

—Te lo agradezco, Yami —dijo Rafael finalmente, mientras una sonrisa torcida se dibujaba en su rostro—. Sin ti, mi plan no podría ir mejor.

Yami forcejeó, intentando liberarse, pero las marcas del sello en el suelo comenzaron a brillar al reflejar la luz de la luna, envolviéndolo en una energía pesada y sofocante. Sus ojos se posaron en las inscripciones que rodeaban el círculo, esperando encontrar alguna pista, algún significado que lo ayudara.

—Ni lo intentes —se burló Rafael, notando la desesperación en los movimientos de Yami—. Es una lengua arcaica, mucho más vieja que tú o incluso que tu linaje. Pero, ya que pareces tan intrigado, te lo traduciré.

Rafael se arrodilló junto al sello, deslizando los dedos con una mezcla de devoción y orgullo. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro antes de que comenzara a recitar, con una voz que, aunque juvenil, llevaba un aire inquietante y calculador:

—"Cuando la luz y la sombra se unan en paz,
el sello dormido al fin se abrirá.
Una piedra amatista la llave ha de ser,
con pureza en su alma y figura de ayer.
A la media noche, en luna de plata,
el sello despierta, el mal se levanta.
El destino susurra al poder ancestral,
y el mundo renace en su ciclo mortal."

Cada palabra pareció resonar en el aire, como si el eco de la profecía cobrara vida propia. Yami sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero también una chispa de reconocimiento que lo aterrorizó.

—¿Qué quieres de mí? —espetó, su voz tensa.

—No de ti, en realidad —respondió Rafael, poniéndose de pie y cruzando los brazos con aire satisfecho—. Tú solo eras la carnada. Te agradezco que aceptaras cruzar. Pero el verdadero premio... es tu hermano.

El estómago de Yami se hundió como si una roca hubiera caído dentro de él. Todo comenzaba a tener sentido, pero de la peor manera posible.

El bosque dormía bajo el manto de la noche, sus sombras danzando al compás de la brisa que agitaba las copas de los árboles. La cascada cercana añadía su propia melodía al paisaje, un rugido constante que parecía envolver todo en un abrazo húmedo y fresco. La luna llena, alta y brillante, derramaba su luz plateada sobre el claro, proyectando siluetas alargadas y distorsionadas. Yugi estaba sentado junto a un tronco caído, mirando hacia el agua que fluía sin descanso, sus pensamientos oscilando entre la inquietud y la esperanza de que Yami regresara pronto.

La espera, sin embargo, se hacía interminable, y su corazón comenzaba a palpitar con el ritmo de la ansiedad.

Fue entonces cuando unos pasos llegaron a sus oídos, apenas audibles sobre el estruendo de la cascada. Giró la cabeza rápidamente y vio a Rafael aparecer entre los árboles, corriendo a toda velocidad. La respiración agitada y la expresión de alarma en su rostro eran suficientes para encender todas las alertas en la mente de Yugi.

—¡Yugi! Tienes que venir... —dijo Rafael, inclinándose ligeramente hacia adelante, jadeando mientras trataba de hablar—. Es Yami, ha caído en un hoyo y no puedo sacarlo solo. Necesito tu ayuda.

Yugi sintió un nudo formarse en su estómago, su corazón latiendo con fuerza contra su pecho. La preocupación se instaló de inmediato en sus ojos amatista, que ahora brillaban con una mezcla de alarma y urgencia.

—¿¡Qué!? ¿Está bien? —preguntó, su voz temblando apenas mientras daba un paso hacia Rafael, como si temiera escuchar la respuesta.

—Sí, solo tiene un par de rasguños —aseguró Rafael, aunque su tono apresurado no era precisamente tranquilizador.

Yugi no esperó más. El miedo por Yami superaba cualquier duda o peligro que pudiera haber en el camino. Con una determinación que desmentía su pequeño cuerpo, cruzó hacia el otro lado de la cascada de un salto ágil, salpicando gotas que brillaron brevemente bajo la luz de la luna. Rafael quedó momentáneamente sorprendido por la velocidad de su reacción, pero rápidamente retomó la marcha, liderando el camino hacia la cueva.

A cada paso que daba, el sonido de la cascada quedaba más atrás, reemplazado por el eco de sus respiraciones rápidas y el crujir de hojas bajo sus pies. La oscuridad del bosque parecía más opresiva, como si los árboles mismos intentaran advertirle del peligro que se cernía sobre él. Pero Yugi apenas lo notaba; su mente estaba fija en una sola cosa: llegar a Yami.

Al llegar al lugar donde se encontraba el sello, Yugi se detuvo en seco, su respiración quedando atrapada en su pecho al ver a Yami completamente atado y amordazado, tendido en el centro de aquel espacio. La luz de la luna, en su pleno cenit, caía directamente sobre él, bañando la escena con un resplandor plateado que hacía que las runas grabadas en el suelo brillaran débilmente, como si esperaran este preciso momento.

— ¿Pero qué...? ¡Yugi, desátalo! —gritó Rafael, su voz cargada de una urgencia que, si bien convincente, tenía un matiz demasiado insistente.

Yugi dio un paso hacia adelante, movido por la desesperación, pero antes de que pudiera acercarse, notó que Yami forcejeaba, moviendo la cabeza frenéticamente mientras lo miraba con ojos llenos de pánico. Los sonidos ahogados que salían tras la mordaza eran desesperados, intentando advertirle de algo, aunque las palabras se perdían en el aire.

— ¡Yami, tranquilo! Voy a sacarte de ahí, ¿está bien? —dijo Yugi, convencido de que lo único que importaba era liberar a su hermano.

Yami golpeó el suelo con fuerza, moviendo las muñecas en sus ataduras, tratando inútilmente de hacerle entender que no se acercara, que se mantuviera fuera del alcance del sello. Pero Yugi no comprendía. Sus ojos solo veían a su hermano atrapado y en peligro.

Sin dudarlo más, dio un paso adelante y pisó el borde del sello. Al instante, una luz verde, intensa y cegadora, se encendió como una llamarada, irradiando desde las runas con un brillo sobrenatural. El aire pareció volverse pesado, cargado de una energía que vibraba contra su piel.

Desde un lado, Rafael observó con una sonrisa que apenas podía contener, sus ojos brillando con malicia y satisfacción.

—Perfecto —murmuró, aunque su voz apenas se escuchó por el estruendo que ahora llenaba la cueva.

Yugi, sobresaltado por el repentino resplandor verde que iluminaba la cueva, se detuvo un instante, su corazón latiendo con fuerza contra su pecho. Miró a su alrededor, confundido y asustado, como si la misma cueva hubiera cobrado vida. El brillo emanaba de las runas grabadas en el suelo, y la energía que sentía en el aire hacía que su piel se erizara.

—¿Qué es esto...? —susurró, su voz temblando.

Sus ojos se encontraron con los de Yami, quien seguía forcejeando y gimiendo tras la mordaza, su mirada suplicante y llena de pánico era más elocuente que cualquier palabra.

Yugi tragó saliva, intentando calmar su miedo. No entendía lo que estaba sucediendo, pero sabía que no podía dejar a Yami ahí.

Con las manos temblorosas, Yugi se inclinó hacia Yami, trabajando con prisa para desatar los nudos que lo mantenían prisionero. El brillo del sello parecía intensificarse con cada segundo que pasaba, y el aire se llenó de un zumbido extraño que hacía que su cabeza latiera dolorosamente.
El miedo y la confusión lo invadían, pero su determinación era más fuerte. Por muy aterradora que fuera la situación, no podía permitirse retroceder. No mientras su hermano lo necesitara.

— ¡Yugi! Debemos irnos, ¡ahora! —exclamó Yami, destapándose rápidamente la boca al finalmente ser libre de ataduras. Su tono urgente y con la respiración aún entrecortada.

De repente, una risa maligna resonó en la cueva, el eco de su sonido se multiplicaba por las paredes rocosas, envolviendo el aire con una sensación de amenaza inminente.

Detrás de ellos, el aire pareció enfriarse, y una sombra comenzó a tomar forma en medio de la penumbra. Era alta y enigmática, su figura envuelta en una capa oscura que parecía absorber toda la luz a su alrededor. Su rostro permanecía oculto bajo una capucha negra, pero la sensación de su presencia era abrumadora, como si el mismo espacio a su alrededor se doblegara ante su autoridad. Cada paso que daba resonaba en la cueva, cargado de una amenaza silenciosa que helaba la sangre.

Yami y Yugi se quedaron paralizados por un instante, atrapados entre la incredulidad y el miedo. Fue Rafael quien rompió el silencio, pero no de la manera que ellos esperaban. Sin dudarlo, el niño cayó de rodillas frente a la figura, bajando la cabeza en una reverencia que hablaba de absoluta devoción.

—Líder —dijo Rafael con voz reverente, como si la palabra misma fuera sagrada en su boca—. Todo está en su lugar, tal como ordenó.

Los ojos de Yami y Yugi se abrieron con sorpresa y confusión al ver el acto del niño. Yami dio un paso hacia adelante, intentando entender qué estaba sucediendo, pero la figura levantó una mano, deteniendo cualquier movimiento. Un aura oscura emanó de ella, envolviendo a Rafael, quien permaneció inmóvil en su posición de sumisión.

—Así que finalmente pudiste liberarme... Y solo te tomó 8 años. Patético como siempre.—dijo la figura, su voz profunda y reverberante, cargada de una mezcla de desdén y curiosidad. Era femenina, pero con un eco sobrenatural que hacía que las palabras parecieran venir de todas partes a la vez.

—¿Quién eres? —exigió Yami, su voz firme, pero con un temblor que delataba su nerviosismo.

La figura inclinó levemente la cabeza, como si evaluara a los dos tricolores. Luego, giró su atención hacia Yugi, quien dio un paso atrás instintivamente.

—Yugi... —dijo, pronunciando su nombre con una familiaridad inquietante que hizo que el menor sintiera un escalofrío recorrer su espalda—. Finalmente nos encontramos.

El tono de sus palabras era tanto una promesa como una amenaza. La confusión y el miedo se mezclaron en el rostro de Yugi mientras miraba a Rafael, buscando respuestas que no llegaban. 

—Ven conmigo, Yugi. —Su voz era dulce, pero había algo en su tono que hacía imposible confiar en ella—. Es hora de que regreses a donde perteneces.

—¿Regresar? —preguntó Yugi, dando un paso atrás instintivamente—. No sé quién eres ni qué estás diciendo, pero yo no iré a ningún lado contigo.

La mujer hizo una pausa, el roce de sus pasos sobre la tierra casi inaudible. Su figura se alzó frente a él, y aunque su rostro estaba oculto por la capucha, la ligera tensión de su postura y la forma en que su voz se volvió más firme indicaban claramente su descontento.

—¿Es esa forma de hablarle a tu familia? —La frase salió con una dureza contenida, como si estuviera tratando de reprimir una irritación profunda. La voz, aunque suave, transmitía una clara exigencia, como si fuera una orden disfrazada de petición.

La palabra familia golpeó a Yugi como un rayo. Su corazón tambaleó, y su mente se llenó de preguntas.

—¿Familia...? —murmuró, confundido, mientras trataba de procesar lo que acababa de escuchar.

La mujer se acercó lentamente, extendiendo una mano hacia él.

—No seas testarudo, pequeño. Es por tu bien. Tú debes venir conmigo.

Yugi retrocedió otro paso, pero ella avanzó sin vacilar, sus dedos casi rozando los suyos. Antes de que pudiera reaccionar, un objeto voló desde un costado, chocando con fuerza contra el suelo entre ellos. La mujer esquivó el impacto con un ágil movimiento, pero la distracción fue suficiente.

—¡Basta! —La voz de Yami resonó como un trueno, y la roca que había lanzado rebotó junto a la mujer, obligándola a detenerse. Aprovechando el momento, Yami agarró el brazo de Yugi con fuerza, sus ojos reflejando una urgencia palpable.— ¡Corre! —gritó, empujando a Yugi hacia la dirección opuesta antes de que pudieran ser alcanzados.

Sin necesidad de más explicaciones, los dos tricolores comenzaron a correr, sus pasos resonando en la cueva mientras la sombra los observaba, inmóvil, como si disfrutara del espectáculo.
En un parpadeo, ambos se transformaron. Ahora, más veloces que nunca, sus cuerpos de lobo surcaron el suelo del bosque, corriendo con agilidad entre las rocas y raíces que intentaban frenarlos, el viento cortando su rostro con cada zancada.

—¿Líder? —preguntó Rafael, su tono cargado de una curiosidad casi calculada, sin perder de vista el rumbo.

La mujer no se inmutó, pero su mirada se endureció, la amenaza latente en sus ojos tan palpable como la niebla que los rodeaba. Su voz, cuando habló, fue baja, pero cada palabra parecía estar impregnada de una gravedad imparable.

—Dirígete hacia el castillo. Anuncia a todos que su Matriarca ha regresado. —El mandato fue claro, directo, como si cada sílaba dejara una marca en el aire.

Rafael frunció el ceño, su expresión era una mezcla de escepticismo y desafío, pero también había una chispa de respeto en su tono.

—¿Y qué hay de Yugi? —preguntó, sin prisa pero con un toque de desdén, sus ojos siguiendo el rastro de los dos tricolores que se habían perdido en la oscuridad.

La mujer giró lentamente hacia él, su figura envuelta en sombras, y por un momento, el peso de su mirada hizo que el aire pareciera aún más denso. Su voz se volvió aún más sombría, pero sin perder esa intensidad peligrosa.

—De tu primo me encargo yo. —Sus palabras caían como un eco, como si fuera lo único que importara. Luego, con una calma fría, agregó—: Ahora corre. Lleva mi mensaje.

Rafael, por un instante, permaneció en silencio, su mirada fija en la figura que les había acompañado hasta ese momento, esa mujer que parecía ser la raíz de todo lo que estaban enfrentando. Finalmente, asintió con un gesto sombrío y dejó escapar una ligera sonrisa torcida.

—Sí... Abuela.

La respuesta fue breve, pero cargada de una complicidad silenciosa, como si él ya conociera el precio que tendría que pagar por aquello. Con un giro rápido, Rafael se lanzó hacia la dirección indicada, perdiéndose en la oscuridad del bosque. Los sonidos de sus pasos se desvanecieron, dejando a la líder sola, inmóvil, observando el camino que había trazado su pupilo, mientras su mente comenzaba a trazar los hilos de lo que vendría a continuación.

En ese mismo instante, el aire comenzó a vibrar con una tensión palpable. El bosque, antes silencioso, parecía cobrar vida mientras Yami y Yugi emprendían su huida. El sonido de sus zarpas golpeando el suelo retumbaba en sus oídos, marcando el paso rápido de su huida, mientras sus sentidos se agudizaban, percibiendo cada detalle a su alrededor: el crujido de las piedras, el susurro del viento que se colaba entre las hojas, el temblor del terreno bajo sus patas. Cada paso los alejaba del lugar, pero el peligro aún permanecía cerca, acechante, como si la sombra de la líder aún los estuviera siguiendo.

El eco de la risa que los había acompañado en la cueva comenzó a hacerse más fuerte, un sonido bajo y ominoso que vibraba en sus huesos. El aire frío chocaba contra sus cuerpos peludos mientras corrían, el terreno cada vez más irregular, pero ni uno ni otro se detenía. Sabían que el peligro no era solo una amenaza distante: estaba justo detrás de ellos, acechando cada uno de sus movimientos.

La cascada estaba cerca, el rugido del agua que chocaba contra las rocas marcaba la proximidad del final de su carrera, el agua brumosa elevándose como una cortina natural que les prometía una salida, aunque la incertidumbre seguía siendo su mayor enemiga.

De repente, una voz femenina resonó en el aire, profunda y llena de poder, como un eco arrastrado por el viento en forma de cántico.

— Yugi...

El sonido atravesó el aire con una presencia imponente, y los dos lobos se tensaron al instante, sus sentidos alzándose en alerta. La sensación de ser perseguidos se hizo más intensa, como una sombra que se cernía sobre ellos, invisibilizada por la niebla, pero indiscutible. Yugi, al sentir la cercanía de esa amenaza, dejó escapar un grito lleno de desesperación.

—¡Déjame en paz! —gritó, su voz rota por el miedo, pero también llena de determinación, como si quisiera rechazar esa presencia que los acechaba sin tregua.

Yami, a su lado, mostró una tensión visible en su postura, su cuerpo preparado para lo que fuera necesario, pero sin poder ver a su perseguidora, la sombra que se movía entre ellos y la cascada, acercándose cada vez más. La figura de la mujer era solo un fantasma en sus mentes, una imagen difusa en medio del caos de su huida. A pesar de no poder verla, sabían que estaba ahí, siguiéndolos, sin dejarles respiro.

— No podemos dejar que nos alcance —murmuró Yami entre dientes, mientras su zarpazo se hundía en el suelo con más fuerza, acelerando aún más su carrera. La cascada estaba cerca, pero también lo estaba el peligro, y la línea entre el escape y el enfrentamiento parecía borrarse con cada paso.

Finalmente, llegaron al borde de la cascada. La presión del aire sobre sus cuerpos de lobo los empujaba hacia adelante, hacia la última barrera de libertad. El rugido del agua era ensordecedor, una cortina de fuerza y ruido que prometía escapar del peligro, pero el miedo, la ansiedad y la urgencia los mantenían en alerta. Yami, con la agilidad de su cuerpo de lobo, dio el salto primero, cruzando el límite con una velocidad fulgurante, aterrizando al otro lado sin titubear.

Yugi, con el corazón latiendo como un tambor en sus orejas, lo siguió sin pensarlo, impulsado por la misma necesidad de huir. Pero algo lo detuvo. Un campo invisible, un muro de energía oscura, lo empujó hacia atrás, haciendo que su cuerpo de lobo tambaleara. El aire se tensó, y por un segundo, la cascada se desdibujó a su alrededor. Sintió como si el mundo entero lo estuviera rechazando, y en un parpadeo, su transformación comenzó a desvanecerse, regresando a su forma humana con la misma rapidez con que había aparecido.

Desesperado, extendió las manos hacia la barrera invisible que lo mantenía cautivo, tocando algo frío y sólido, pero intangible. Miró atrás, su cuerpo en tensión, los ojos dilatados por el pánico, y vio la figura acercándose, una sombra que se deslizaba entre la niebla con una calma ominosa. La presencia de la mujer lo envolvía como una niebla espesa y cálida, y la sensación de estar atrapado se intensificaba.

La voz femenina volvió a resonar en sus oídos, esta vez como un susurro que parecía surgir desde lo más profundo de su ser.

— Yugi... —susurró, su voz suave y melodiosa, como una caricia de hielo en su mente.

Los ojos de la mujer brillaban en la oscuridad, dos puntos de luz que penetraban directamente en su alma. Yugi intentó retroceder, pero sus pies parecían clavados al suelo, atrapados en el hechizo invisible de la barrera.

La desesperación en el rostro de Yami fue palpable, y su voz rasgó la quietud de la noche con un rugido cargado de angustia. La sombra alcanzó a Yugi, envolviéndolo completamente, tragándoselo en un parpadeo.

— ¡YUGI! —gritó Yami, su llamada resonando con la furia de un lamento. Intentó cruzar nuevamente la cascada para salvar a su hermano, su corazón golpeando con fuerza en su pecho. Con un salto feroz, trató de atravesar la barrera de agua que separaba la libertad de la desesperación. Pero en ese instante, la oscuridad que envolvía a Yugi estalló, liberando una onda de choque que empujó a Yami de regreso al lado de la cascada, arrojándolo contra las rocas con un gruñido de frustración.

La sombra se desvaneció con rapidez, dejando tras de sí un eco de risa que resonó en el aire, un sonido frío y vacío que se deshizo con la misma velocidad que había llegado.

— ¡YUGI! —su grito se perdió en el viento, dejándolo solo, completamente solo, en el borde de la cascada.

Quiero agradecer infinitamente su paciencia con esta historia y también su comprensión. Actualmente estoy editando la historia, añadiendo más detalles que enriquecen la trama y eliminando algunos otros que solo retrasan innecesariamente el avance de esta.
Por favor, continúa leyendo :3
Les juro que me estoy esforzando mucho por mejorar esta historia 💓
Es de mis historias favoritas, por lo que incluso hice un mapa del territorio que abarca la historia y la representación visual de los respectivos emblemas de los 2 clanes principales. Los Muto y los Phoenary; lo puedes encontrar en la introducción 🌷 además, renové la apariencia de la portada, banners y separadores. Espero te gusten.

Gracias por seguir leyendo. Espero disfrutes esta tercera edición de Los hermanos Muto

❤️❤️❤️

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