2.- Revelación
Nazira corría con prisa por los pasillos del castillo, su cabello rubio ondeando con cada paso. Los sonidos de su respiración agitada se mezclaban con el eco de sus zapatos golpeando el suelo de piedra. Apenas se había despertado cuando una de las sirvientas le informó que Ishizu y Mahad habían regresado victoriosos. El sello, esa barrera impenetrable que había desafiado a los hechiceros durante años, finalmente se había roto.
El corazón de Nazira latía con fuerza. Si era cierto, eso significaba que Atem estaría preparándose para partir. No podía quedarse de brazos cruzados; necesitaba confirmarlo por sí misma.
Giró rápidamente en una esquina, esquivando a un par de guardias que se miraron entre sí, sorprendidos por la urgencia de la joven. La antorcha que llevaba uno de ellos parpadeó cuando pasó a su lado, proyectando sombras danzantes en las paredes del corredor.
Finalmente llegó al salón principal, donde sabía que probablemente encontraría a Atem. Empujó las enormes puertas de madera con ambas manos, su mirada recorriendo la sala con rapidez. Allí estaba él, de pie junto al trono, hablando con un par de guardias. La expresión en su rostro era tan seria como siempre, pero había una tensión nueva en su postura, como si estuviera preparando su mente para una batalla que ya no podía evitar.
—¡Atem! —llamó Nazira, avanzando hacia él con decisión.
Atem levantó la vista al escuchar su voz, y por un instante, el eco de su nombre llenó la sala. Hizo un gesto breve con la mano hacia los guardias, una orden silenciosa pero inquebrantable.
—Déjennos solos —dijo con firmeza, su voz resonando con autoridad.
Los guardias inclinaron la cabeza en señal de respeto, primero hacia él y luego hacia Nazira, su presencia demandaba el mismo nivel de reverencia. Sin pronunciar una palabra, abandonaron la sala, cerrando las puertas tras ellos y dejando a ambos en la intimidad de aquella imponente estancia.
Nazira esperó hasta que estuvieron completamente solos antes de hablar, su respiración aún acelerada por la carrera hasta allí. Su mirada buscó la de Atem, tratando de leer en sus ojos la confirmación que tanto ansiaba.
—¿Es cierto? —preguntó finalmente, con la voz cargada de emoción contenida—. ¿El sello... ha caído?
Atem asintió, su mirada seria mientras daba un paso hacia Nazira.
—Es cierto —confirmó, con voz firme, pero había una sombra en su tono que no pasó desapercibida para ella—. El sello ha caído. Pero volverá a aparecer.
Nazira frunció el ceño, la emoción de esperanza desmoronándose rápidamente bajo el peso de la nueva información.
—¿Qué quieres decir? ¿Cómo puedes estar tan seguro?
Atem sostuvo su mirada por un momento, su expresión endurecida por la mezcla de preocupación y determinación. Finalmente, habló con cuidado.
—Mi madre tuvo una visión anoche. No puedo ignorarla, Nazira. En su sueño, vio cómo el sello se formaba de nuevo en la luna llena. Es un aviso claro de que nuestro tiempo es limitado.
Nazira entrecerró los ojos, tratando de procesar sus palabras. Había aprendido a confiar en las visiones de Maeve, pero esta noticia removió algo profundo en ella.
—¿Qué más vio? —insistió, un matiz de ansiedad cruzando su voz.
Atem vaciló un instante, su mente volviendo al rostro infantil de Yugi en el relato de Maeve. Pero no podía, no debía hablar de ello ahora. No quería ahondar más en las heridas de Nazira, ya demasiado profundas.
—Solo lo importante —dijo con un tono firme que buscaba cerrar el tema—. El sello se cerrará con la luna llena. Por eso no podemos esperar más.
Nazira lo observó, buscando alguna fisura en su expresión, pero Atem permanecía impenetrable. Sabía que él estaba ocultando algo, pero también sabía que el peso de su liderazgo le exigía tomar decisiones rápidas y a veces solitarias.
—Partiremos mañana, antes del alba —respondió Atem sin dudar—. No podemos perder más tiempo. Si esperamos, el riesgo será demasiado alto.
Nazira asintió lentamente, su mente intentando asimilar la urgencia de la situación. Sabía que el viaje sería peligroso, pero más peligroso aún sería no actuar.
—Estoy contigo —dijo finalmente, con determinación en su voz.
Atem le dirigió una mirada agradecida, un destello de orgullo y respeto pasando por sus ojos.
—Lo sé, Nazira. Siempre lo has estado.
El patio de entrenamiento resonaba con el sonido metálico de las espadas chocando. El sol de la mañana brillaba alto en el cielo despejado, lanzando una luz cálida pero aún suave sobre las piedras del castillo. Apenas hace un par de horas que el sol se habia elevado, y el día ya mostraba señales de actividad por todas partes.
Ame avanzaba con pasos firmes, su espada levantada en un ángulo preciso, mientras Yumi intentaba seguir sus movimientos. Aunque ponía todo su esfuerzo, su postura dejaba mucho que desear.
—¡No, no así! —gruñó Ame, deteniéndose y bajando su arma. Se acercó a Yumi, señalando su agarre con una expresión de exasperación—. ¿Cuántas veces te he dicho que no sueltes tanto la muñeca? Si lo haces, perderás fuerza en el golpe.
Yumi resopló, ajustando sus manos en la empuñadura de la espada con algo de torpeza.
—Lo estoy intentando, ¿ok? No todos nacimos con una espada en la mano como tú.
Ame suspiró profundamente, su paciencia comenzando a flaquear, y luego señaló los pies de Yumi con la punta de su espada.
—Yumi, si no ajustas los pies, caerás de espaldas en el primer contraataque. Vamos, una vez más.
Con resignación, Yumi adoptó la postura correcta y volvió a enfrentar a Ame, aunque su rostro mostraba frustración.
Desde un rincón del patio, Yimi, el hermano de en medio, estaba sentado cómodamente sobre una roca plana, con un libro grueso de magia abierto en sus piernas. Sus ojos pasaban perezosamente entre las páginas y los movimientos de sus hermanos mayor y menor respectivamente. Una mezcla de aburrimiento y escepticismo se reflejaba en su rostro, como si el espectáculo de Ame corrigiendo los errores de Yumi con la espada fuera algo que ya había visto demasiadas veces.
Ame, el mayor, estaba claramente en su elemento, con la paciencia y la firmeza de quien había asumido el rol de guía. Yumi, el menor, intentaba seguirle el ritmo, aunque su postura y movimientos mostraban que su interés estaba más en terminar la práctica que en dominarla. Por su parte, Yimi parecía haber decidido que observar y leer era una combinación más interesante que unirse al sudor y las correcciones.
—Es fascinante —dijo finalmente, su tono goteando sarcasmo, sin apartar la mirada del libro—. De verdad, no sé cómo no me uno a ustedes.
Ame giró la cabeza hacia él, fulminándolo con la mirada.
—Tal vez si dejaras de leer esos polvorientos libros por un rato, aprenderías a defenderte.
Yimi alzó la vista lentamente, arqueando una ceja.
—¿Defenderme? ¿De qué? ¿De tu constante necesidad de corregir todo? Ni siquiera Atem es tan perfeccionista como tú.
Yumi, aprovechando la distracción de Ame, bajó la espada y se dejó caer sobre el suelo con un suspiro pesado.
—Estoy con Yimi en esta. Prefiero un hechizo que una espada. Menos cansado.
Ame cruzó los brazos sobre su pecho, su ceño fruncido marcando claramente su frustración, aunque intentaba mantener un tono neutral.
—¿Y qué harán si pierden su magia? ¿Rogarle al enemigo que no los atraviese?
Yimi cerró su libro con un golpe seco, el sonido resonando en el patio. Alzó la mirada con una expresión retadora, sus labios curvándose en una sonrisa que dejaba ver su intención de no ceder.
—¿Y qué harás tú cuando alguien te ataque con un hechizo que no puedas detener con tu espada? —replicó Yimi, levantándose con calma, pero con la firmeza de quien estaba dispuesto a demostrar su punto.
La tensión entre ambos hermanos mayores parecía crecer, mientras Yumi, desde el centro del patio, miraba de un lado a otro, preguntándose si debía intervenir o mantenerse al margen.
Ame apretó los puños, manteniendo los brazos cruzados mientras daba un paso hacia su hermano.
—Lo que hago con una espada es real, Yimi. No ilusiones o trucos que pueden fallar si pierdes la concentración.
Yimi arqueó una ceja, su sonrisa retadora ampliándose mientras deslizaba el libro bajo su brazo.
—¿Trucos? —dijo, con un tono ligeramente burlón—. Si lo que hago son trucos, entonces no deberías tener problema en superarlos, ¿verdad?
Ame dio otro paso, el desafío en los ojos de su hermano encendiendo su competitividad.
—¿Quieres probarlo? —preguntó, levantando su espada con un movimiento firme—. Vamos, Yimi. Veamos si esos trucos pueden contra algo real.
Yimi alzó una mano, una pequeña chispa de energía mágica brillando en su palma mientras avanzaba al centro del patio, igualando la distancia de su hermano.
—Perfecto. —Las palabras salieron con calma, pero la energía en su tono era palpable—. Te mostraré que la magia es igual de real que esa hoja que tienes en la mano.
Desde un lado, Yumi suspiró, cruzando los brazos mientras los veía enfrentarse.
—Oh, genial, porque claro que lo que necesitamos antes de una misión importante es que ustedes dos se maten. —Su tono estaba lleno de sarcasmo, pero ni Ame ni Yimi parecieron escucharlo mientras la tensión entre ellos aumentaba.
Ame tomó su posición, firme como un roble, mientras Yimi levantaba ambas manos, listo para conjurar.
—Cuando te rindas —dijo Ame—, no digas que no te advertí.
—Cuando caigas —respondió Yimi—, recordaré no ser demasiado cruel.
El aire en el patio pareció hacerse más denso, la anticipación de lo que estaba por ocurrir llenando cada rincón.
Ame, con la espada en mano, se adelantó, sus pasos resonando en las piedras mientras su mirada se mantenía fija en Yimi. Su hermano menor, por su parte, ya comenzaba a concentrar la energía a su alrededor, la chispa mágica que creaba en su palma era suficiente para electrificar el aire.
—¡Vamos, Yimi! —Ame gritó mientras se lanzaba al frente, espada en alto con un movimiento tan rápido que el aire silbó al pasar. El golpe iba directo hacia el costado de su hermano.
Pero Yimi, con la agilidad de quien había aprendido a leer el entorno con más que solo los ojos, levantó una barrera de energía justo antes de que la espada llegara. El metal se estrelló contra la barrera invisible, haciendo una explosión de chispas, pero Yimi ya estaba en movimiento, girando con velocidad para evadir el siguiente ataque.
—¡Demasiado lento! —rió Yimi, su voz llena de energía mientras liberaba una corriente de aire comprimido de su mano, intentando derribar a Ame con un golpe directo. Pero Ame, ya preparado, saltó hacia atrás, esquivando por poco el impacto que arrasó con las piedras en el suelo.
Ame se enderezó, su respiración más pesada, pero su mirada más intensa. No iba a dejar que la magia fuera lo único en este enfrentamiento. Aprovechó un momento de distracción de su hermano para avanzar, con un giro fluido que lo posicionó justo detrás de Yimi. Con una rapidez mortal, llevó la espada hacia el cuello de su hermano, esperando que su reflejo fuera lo suficientemente rápido para evitarlo.
Pero Yimi no era tonto. Su cuerpo se iluminó en un resplandor fugaz de energía, y en un parpadeo se desmaterializó, dejándolo con el aire vacío. Ame apenas pudo frenar a tiempo, la espada pasando de largo. Un grito de desafío resonó detrás de él.
—¡No tan fácil! —Yimi apareció de nuevo a su lado, lanzando una bola de energía hacia él con un giro de muñeca, haciendo que el ataque viajara tan rápido como el rayo. Ame apenas pudo bloquearlo con su espada, la onda de choque empujándolo hacia atrás.
Ambos hermanos estaban cubiertos de sudor, pero no se detenían. La batalla entre magia y acero continuaba con una energía creciente, cada movimiento siendo más arriesgado, más intenso. Ame, con su estilo de lucha firme y calculado, enfrentaba la rapidez y la imprevisibilidad de Yimi, quien parecía estar en constante movimiento, su magia fluyendo como una corriente que nunca se detenía.
Ame lanzó una serie de ataques rápidos, cada uno más preciso que el anterior, pero Yimi respondía con igual velocidad, generando cortinas de viento que desorientaban al espadachín y lanzando destellos de energía que alteraban su equilibrio. A cada golpe, las explosiones de fuerza se sentían en el aire, levantando polvo y escombros alrededor de ellos.
Finalmente, con un grito de concentración, Yimi reunió su energía, creando un resplandor cegador en sus manos. El brillo iluminó todo el patio mientras, con una última explosión de magia, lanzó un rayo directo a Ame.
Ame, con un movimiento que fue casi imperceptible, bloqueó el rayo con su espada. Pero el impacto fue tal que hizo que la espada se tambaleara en sus manos, casi dejándola caer. El aire estaba cargado con tensión cuando Ame se reincorporó rápidamente, sus ojos brillando con determinación, mientras Yimi avanzaba con una sonrisa desafiante. Ambos estaban listos para el golpe final. El siguiente intercambio fue un destello de velocidad, un torbellino de espadas y magia, un choque de fuerzas tan intensas que hizo temblar el suelo bajo sus pies.
El impacto de la batalla creó una onda de choque que se expandió con una fuerza brutal, empujando a ambos hermanos al suelo. El sonido del choque resonó en todo el patio, como un trueno, haciendo que el aire se espesara con la vibración de la fuerza.
La espada de Ame voló de sus manos, cruzando el aire con una velocidad aterradora. La mirada de Yimi y Ame se amplió al ver el destello metálico acercándose a su hermano menor, Yumi. El tiempo pareció detenerse mientras la espada volaba hacia él, rápida y feroz. Yumi, que había estado observando desde su posición en el suelo, apenas tuvo tiempo de reaccionar. Su rostro se llenó de pavor al ver el filo que se acercaba con tal violencia.
El aire zumbaba alrededor de la espada, y la mirada de Ame se cruzó con la de su hermano. Todo sucedió en un parpadeo. Yumi, paralizado por el peligro inminente, no pudo moverse lo suficientemente rápido para esquivarlo.
Pero justo cuando la espada parecía estar a punto de impactar contra él, un poder invisible la detuvo en el aire. La espada quedó suspendida a unos pocos centímetros de su rostro, inmóvil, como si un invisible hilo la hubiera atrapado en el aire. El sonido del combate, el estrés de la situación, desapareció, y todo lo que quedaba era el filo suspendido, brillando con fuerza.
Ame miró a Yimi con intensidad, buscando una explicación, un indicio de que había sido él quien había detenido el vuelo de la espada. Pero la expresión en el rostro de su hermano menor no dejaba lugar a dudas. Yimi, aún con el pulso acelerado por la adrenalina, no había utilizado magia. Sus ojos, llenos de sorpresa y desconcierto, se encontraban tan perplejos como los de Ame.
Fue entonces cuando ambos, instintivamente, dirigieron sus ojos hacia la entrada del patio. Y allí estaba él. Apareció Mahad en el umbral del patio, su presencia autoritaria llenando el espacio. Con un gesto firme, extendió su mano hacia la espada, controlando la magia con precisión. La espada de Ame, ahora descontrolada, cayó suavemente al suelo, fuera de alcance de Yumi.
El alivio inmediato se reflejó en el rostro de los tres hermanos, aunque la tensión no desapareció por completo. La intervención de Mahad había detenido el enfrentamiento aunque no iba solo. La mirada que Atem dirigió a los dos, llena de desaprobación y seriedad, les recordó que las consecuencias de sus acciones aún no estaban resueltas.
El ambiente era pesado, y los hermanos no podían apartar la mirada de las figuras de Mahad y Atem, que avanzaban hacia ellos con paso firme. La figura de Mahad emanaba una autoridad tranquila, como si su poder fuera tan natural como respirar, mientras que Atem, con la mirada fija en sus dos hermanos, transmitía una sensación de enojo contenida, de frustración ante la insensatez de la pelea.
Ame y Yimi se miraron brevemente, aún recostados en el suelo, antes de levantarse lentamente. Ambos sabían que el desafío entre ellos había ido demasiado lejos y que la reprimenda que se avecinaba no sería fácil.
—No es momento para este tipo de enfrentamientos —dijo Mahad con calma, pero su voz resonó con autoridad—. El entrenamiento tiene su objetivo, pero este no es el momento ni el lugar para perder el control.
Atem se acercó un paso más, su mirada fija y severa.
—¿Acaso no tienen suficiente responsabilidad? —Su tono de voz era grave, como un rugido que había permanecido contenido demasiado tiempo. La frustración estaba a flor de piel—. ¡Dejen de actuar como niños! Lo que está en juego es mucho más grande que su orgullo.
Ame y Yimi, aún en silencio, intercambiaron una mirada. Sabían que las palabras de su hermano mayor tenían peso, que el entrenamiento no era solo para probar quién era más fuerte, sino para prepararse para algo mucho más serio. La pelea había sido un error, y ahora, enfrentados a la autoridad de sus mayores, debían aprender a comprender el verdadero propósito de su poder.
Mahad cruzó los brazos, mirando a los dos chicos con una expresión que dejaba claro que la lección no había terminado. Pero, en su mirada, había también un matiz de preocupación que no pasó desapercibido para los hermanos. La lucha no era solo con ellos mismos, sino con un destino mucho más grande que los rodeaba.
Atem, viendo la quietud en el rostro de sus hermanos, susurró con voz grave:
—La próxima vez, no habrá lugar para el error.
Los tres hermanos levantaron la vista hacia Atem, confundidos por el peso de sus palabras. La seriedad en sus ojos era inquebrantable, y el silencio que siguió a su declaración parecía cargado de algo más profundo que simple desaprobación.
Atem avanzó un par de pasos hacia ellos, su presencia dominando el espacio. Finalmente, habló, su tono era firme, pero no sin un matiz de enseñanza.
—Ustedes dos... —dijo, señalando primero a Ame y luego a Yimi—. Lo que hicieron fue una verdadera estupidez. Una pelea que pudo haber terminado en desastre. —Su mirada se desvió por un instante hacia Yumi, quien aún parecía recuperar el aliento después del susto—. ¿Qué habría pasado si Mahad no hubiera intervenido? ¿Estaban dispuestos a asumir las consecuencias de su descuido?
Ame apartó la mirada, apretando los puños. Yimi, en cambio, levantó la barbilla, como si estuviera preparado para defenderse, pero Atem levantó una mano, deteniéndolo antes de que pudiera hablar.
—Escuchen bien. Al menos espero que esta absurda pelea les haya servido para algo: para entender en qué necesitan mejorar. Ame, tus reflejos con la espada son buenos, pero no suficientes. Te dejas llevar por la fuerza bruta y pierdes precisión.
Ame levantó la vista, sorprendido por la crítica, pero también porque Atem reconocía su habilidad.
—Yimi... —continuó Atem, volviendo su atención hacia el hermano de en medio—. Tu magia es poderosa, sí, pero eres demasiado impulsivo. Te falta control. Si no aprendes a dominarla completamente, terminarás siendo un peligro, no solo para tus enemigos, sino para ti mismo y para los que te rodean.
Yimi tragó saliva, sus labios se apretaron en una línea delgada, pero no replicó.
Atem dejó que sus palabras se asentaran antes de agregar con firmeza:
—Cada uno de ustedes tiene habilidades únicas. Ame, eres fuerte con la espada; Yimi, eres talentoso con la magia. Pero si no aprenden a complementar esas habilidades, si no trabajan juntos como hermanos y como guerreros, no sobrevivirán a lo que viene.
Mahad asintió en silencio desde donde estaba, sus brazos aún cruzados, pero una ligera sonrisa en su rostro mostraba que aprobaba las palabras del alfa.
Yumi, que había permanecido callado todo el tiempo, dejó escapar un suspiro y murmuró desde su lugar:
—Supongo que al menos aprendieron a no lanzarse cosas entre ellos.
La tensión se rompió por un instante con el comentario de Yumi, y aunque Ame y Yimi no dijeron nada, sus miradas reflejaban que las palabras de Atem habían calado más hondo de lo que dejarían entrever.
Atem giró la mirada hacia Yumi, su expresión no menos seria, pero suavizada por una pizca de paciencia. Dio un paso hacia él, hasta quedar a su altura, y habló con el mismo tono firme que había usado con Ame y Yimi.
—Yumi, tú no estás fuera de esto. No puedes quedarte al margen solo porque tus hermanos tienen habilidades específicas. Tú también debes aprender a defenderte, a usar alguna habilidad que te sirva. Pero, sobre todo, debes aprender a esquivar.
Yumi desvió la mirada hacia el suelo, con una mezcla de frustración y desánimo.
—Lo intento, pero... —murmuró, pateando una pequeña piedra con el pie—. No soy bueno en nada. Ni con la magia ni con las armas.
Atem lo observó en silencio durante unos segundos, dejando que las palabras de Yumi flotaran en el aire. Luego, se inclinó ligeramente hacia él, asegurándose de que su hermano lo mirara a los ojos.
—No te compares con Ame ni con Yimi —dijo con calma, pero con un peso en sus palabras que era imposible ignorar—. Cada uno de ustedes es diferente, y está bien. Lo que importa no es que seas el mejor con una espada o un hechizo, sino que encuentres lo que realmente te hace fuerte. Si no has descubierto cuál es tu habilidad aún, entonces sigue buscando. Pero no te rindas, Yumi. Porque el día llegará, y cuando llegue, necesitarás estar preparado.
Mahad, que hasta entonces había permanecido en silencio, agregó desde donde estaba:
—Atem tiene razón. Todos tenemos talentos, incluso si no son obvios al principio. Tal vez tu fortaleza esté en algo que aún no has considerado. Pero si te das por vencido antes de intentarlo, nunca lo sabrás.
Las palabras de Mahad parecieron calar un poco en Yumi, quien levantó la vista y asintió lentamente, aunque todavía con dudas en su expresión. Ame, que había estado escuchando en silencio, añadió en un tono un poco más relajado:
—Vamos, Yumi. Si Yimi puede lanzar rayos sin volar en pedazos y yo puedo controlar mi fuerza bruta, estoy seguro de que tú también encontrarás lo tuyo.
Yimi soltó un resoplido burlón, pero no replicó, mientras Yumi dejaba escapar un leve suspiro, esbozando una pequeña sonrisa de agradecimiento por el apoyo.
Atem se enderezó, cruzando los brazos.
—Por ahora, todos tienen algo en lo que trabajar.
Atem dirigió su mirada primero hacia Yimi y Ame, su tono tan firme como siempre.
—Escuchen bien. Ambos deben prepararse. Mañana, antes del alba, partimos hacia el otro lado de la cascada. El sello finalmente se rompió.
Yimi abrió los ojos con asombro, desviando su atención hacia Mahad. Sabía bien que él estaba implicado en eso, pues los ultimos años él junto a Ishizu se habian entregado por completo a la misión de destruir ese maldito sello. Una chispa de admiración cruzó su mirada al pensar en cómo su maestro había logrado, una vez más, superar sus expectativas.
—¿Lo lograste, maestro? —preguntó Yimi con una mezcla de curiosidad y asombro.
Mahad no respondió de inmediato, solo le dirigió una mirada seria que lo decía todo. No necesitaba presumir, y eso solo aumentaba la admiración de Yimi.
Por su parte, Ame, con la espada ahora colgada a su costado, alzó una ceja, dirigiéndose directamente a Atem:
—¿Harás la reunión estratégica hoy?
Atem asintió, su rostro inmutable.
—Sí, después de la cena. Hasta entonces, quiero que cada uno de ustedes se enfoque en lo que necesita preparar. Tienen mucho trabajo por hacer. Entrenen, empáquense lo necesario, y asegúrense de que estén listos para cualquier cosa.
Los dos hermanos comenzaron a caminar hacia la salida del patio, ya con la mente ocupada en sus respectivas tareas. Atem, sin embargo, los detuvo por un momento, su voz adquiriendo un tono más severo:
—Y una cosa más.—ambos se giraron— Entrenen todo lo que quieran, pero sin matarse entre ustedes.—Yimi le dedicó una sonrisa traviesa y Ame rodó los ojos con un suspiro resignado.
—No prometo nada —murmuró Ame con una sonrisa contenida, mientras se encaminaban nuevamente hacia la salida.
Yumi caminaba con pasos ligeros hacia sus hermanos, con la intención de unirse a ellos, cuando Atem lo llamó. Yumi se detuvo en seco ante el gesto firme de Atem, quien lo miró con esa intensidad característica que hacía difícil discutir con él.
—¿También quieres unirte al grupo mañana? —preguntó Atem, cruzando los brazos.
Yumi levantó la barbilla con determinación, su voz firme aunque con un toque de impaciencia.
—Es obvio que sí. No quiero quedarme aquí sin hacer nada. Yugi también es mi hermano, y quiero hacer algo para salvarlo.
Atem lo estudió en silencio durante unos segundos que se sintieron eternos para Yumi. Finalmente, asintió ligeramente.
—Está bien —dijo Atem, con un tono que mezclaba aprobación y advertencia—. Pero si realmente quieres venir, hay algo que debes mejorar antes de enfrentarte a lo que nos espera.
Yumi arqueó una ceja, confundido.
—¿Qué cosa?
Atem observó a Mahad, que seguía de pie junto a la entrada del patio, con una calma solemne que parecía inquebrantable.
—Mahad, encárgate de organizar los suministros para mañana —dijo Atem, con su autoridad natural marcando cada palabra—. Me ocuparé de algo más por un rato.
Mahad inclinó ligeramente la cabeza, aceptando la tarea sin objeciones.
—Así será, mi señor.
Atem desvió entonces su atención hacia Yumi, quien lo miraba con un destello de curiosidad y ligera incertidumbre en sus ojos.
—Tu técnica de contraataque es decente, Ame hizo un buen trabajo enseñándote —comenzó Atem, mientras caminaba hacia un soporte de armas cercano—. Pero si no sabes defenderte, no servirá de nada.
Atem tomó una espada, el sonido del metal al ser desenvainado resonó en el aire. Miró a su hermano menor y señaló hacia el soporte.
—Toma una espada. Te enseñaré a defenderte como se debe.
La determinación en los ojos de Atem era inquebrantable, y aunque Yumi se sintió ligeramente intimidado, también experimentó un destello de emoción. Era raro que Atem se tomara el tiempo de entrenarlo personalmente. Sin dudar, Yumi caminó hacia las armas, tomó una espada que sintió cómoda en sus manos y se posicionó frente a su hermano.
Atem adoptó una postura de combate relajada, pero su presencia lo hacía parecer imponente.
—Prepárate. Vamos a empezar ahora. Si realmente quieres venir, tienes que demostrarlo con cada movimiento.
Yumi asintió, su mirada firme. Ajustó su agarre en la espada y se puso en guardia, listo para enfrentar el desafío que su hermano mayor le había planteado.
Atem avanzó con un movimiento calculado, levantando su espada con una precisión que dejaba claro que no iba a contenerse demasiado.
—El truco para defenderse no es solo bloquear —dijo Atem mientras lanzaba un golpe directo hacia Yumi, quien apenas alcanzó a interponer su espada para detenerlo—. Es anticipar. Leer el movimiento de tu oponente antes de que lo haga.
El impacto del choque entre ambas espadas hizo que los brazos de Yumi temblaran. Atem retrocedió un paso, preparando otro ataque.
—¡Ya sé eso! —respondió Yumi, tratando de sonar seguro mientras ajustaba su postura.
—¿Ah, sí? —Atem arqueó una ceja antes de girar rápidamente su muñeca y lanzar un golpe lateral. Esta vez, Yumi intentó bloquear, pero el movimiento fue torpe, y el golpe de Atem le hizo perder el equilibrio.
Yumi tropezó hacia atrás, pero no cayó. Atem aprovechó el momento y dio un paso adelante, golpeando suavemente la espada de su hermano con la suya, haciéndola caer al suelo.
—Si solo te concentras en la fuerza del impacto, pierdes tu equilibrio. Otra cosa que aprenderás es a mantener siempre los pies firmes —dijo Atem, con una severidad que no daba lugar a excusas.
Yumi apretó los dientes, recogiendo su espada del suelo.
—No voy a rendirme. Intenta de nuevo.
Atem sonrió apenas, un gesto que mezclaba aprobación y desafío.
—Eso espero. Pero esta vez, usa tu cabeza.
El entrenamiento continuó. Atem lanzaba ataques con velocidad creciente, y aunque Yumi lograba bloquear algunos, seguía cometiendo errores que Atem corregía sin descanso.
—¡Levanta más la espada! —gruñó Atem mientras lanzaba un golpe hacia el costado de Yumi.
—¡Estoy intentando! —respondió Yumi, bloqueando el golpe, pero retrocediendo más de lo necesario.
—Inténtalo mejor —replicó Atem, con un tono que contenía un leve matiz de provocación.
Después de un rato, Yumi comenzó a anticipar los movimientos de Atem con mayor precisión. Aunque seguía siendo más lento y menos experimentado, el esfuerzo y la determinación que ponía en cada defensa comenzaron a dar frutos.
Finalmente, Atem retrocedió, bajando su espada y observando a su hermano menor con una mezcla de orgullo y severidad.
—Tienes potencial, Yumi, como todo un Muto. Pero necesitas más disciplina. No bastará con unas horas de entrenamiento. Mañana, durante el viaje, practicarás más. Hasta entonces, sigue entrenando con Ame y Mahad.
Yumi respiraba con dificultad, su frente cubierta de sudor, pero su mirada era brillante, llena de determinación.
—Lo haré. No te decepcionaré.
Atem le dio una palmada en el hombro antes de caminar hacia la salida del patio.
—Eso espero. Porque no hay lugar para errores en lo que estamos a punto de enfrentar.
Yumi miró la espada en sus manos y luego hacia el lugar donde Atem había estado parado. Sus manos temblaban, pero esta vez no por miedo, sino por la emoción de demostrar que era capaz de estar al lado de sus hermanos y luchar por su familia.
La gran mesa de roble, situada en el centro del comedor principal del castillo, estaba iluminada por candelabros de hierro forjado, cuyas llamas bailaban con suavidad, proyectando sombras alargadas sobre las paredes de piedra. Las ventanas altas, decoradas con vidrieras que representaban antiguas gestas, apenas dejaban entrar el último rayo de luz de la tarde, mientras la cálida iluminación artificial envolvía la estancia. El techo abovedado, decorado con vigas de madera tallada, reforzaba la atmósfera medieval del lugar.
Atem estaba sentado en la cabecera de la mesa, con una presencia imponente y serena que irradiaba autoridad. A su derecha, Nazira ocupaba su lugar con gracia, su postura recta y elegante resaltando la joya en su cuello, que reflejaba las luces del salón. A la izquierda de Atem estaba Maeve, quien, aunque más reservada, no dejaba de participar con una mirada analítica, como si cada palabra dicha en la mesa fuera una estrategia que considerar.
El resto de los hermanos estaban acomodados según jerarquía, continuando desde Nazira y Maeve. Yami, siempre tranquilo y de pocas palabras, mantenía una expresión estoica mientras escuchaba la conversación sin intervenir demasiado. A su lado estaba Ame, que ocasionalmente hacía comentarios joviales para aliviar el ambiente, aunque sus ojos reflejaban que tenía mucho en mente. Luego seguían Yimi y Yumi, quienes parecían debatir algo en voz baja, con Yimi gesticulando mientras Yumi lo miraba con una mezcla de interés y escepticismo.
El centro de la mesa estaba adornado con bandejas de plata llenas de alimentos que exhalaban aromas irresistibles. El pollo asado con hierbas desprendía un perfume cálido y especiado, los panes recién horneados eran dorados y crujientes, los vegetales glaseados brillaban bajo la luz de los candelabros, y una variedad de frutas de temporada ofrecía un toque fresco y vibrante al festín. Una jarra de vino oscuro, cuya fragancia sutil indicaba su calidad, descansaba cerca de Atem, y frente a cada comensal había un cáliz o vaso de madera.
Atem dio un trago al vino y, como era habitual, elogió a Nazira con una sonrisa sincera.
—Es magnífico, como siempre. Deberías enseñarles a otros cómo hacerlo tan bien.
Nazira, quien sostenía su cáliz con delicadeza, rodó los ojos con una sonrisa resignada y respondió con su característica humildad:
—Los elogios sobran, Atem. Tú y yo sabemos que no soy yo quien realmente lo hace.
Atem dejó su cáliz sobre la mesa y negó suavemente con la cabeza.
—Eso es cierto, pero sin tus instrucciones, no creo que el vino resultara tan bueno. Eres tú quien dirige a los sirvientes. Y créeme, eso tiene más mérito del que crees.
La atención de la mesa se dirigió brevemente hacia ellos, hasta que Maeve, quien había permanecido callada hasta entonces, se inclinó ligeramente hacia adelante. Su mirada fría y analítica no dejaba entrever emoción alguna, pero su tono, aunque neutral, tenía un toque de sarcasmo.
—Tengo que admitirlo, es un buen vino —afirmó, y luego, con una ceja levantada, añadió con una pizca de humor seco—. ¿Fue así como conquistaste al Alfa?
La broma provocó una breve tensión en el ambiente, pero Nazira, quien había aprendido a descifrar la personalidad aparentemente distante de Maeve, sonrió con genuina tranquilidad.
—No, en realidad lo enamoré con mis rollos de canela —respondió, su tono suave pero cargado de picardía.
La confesión inesperada hizo que Yimi soltara una carcajada, mientras Ame trataba de no atragantarse con un pedazo de pan. Atem, por su parte, solo meneó la cabeza con una sonrisa, mientras Nazira se relajaba en su asiento.
Maeve dejó escapar un leve suspiro que parecía un intento disimulado de una risa.
—Supongo que no puedo competir con eso.
Nazira sonrió de manera juguetona, mirando a Maeve con complicidad, mientras levantaba su copa de vino.
—Tal vez no, pero yo no pude competir contra tu pan de maíz. Al Alfa realmente le encantaba.
Maeve arqueó una ceja, sorprendida por la respuesta, pero en su rostro no hubo ni una pizca de molestia, solo una leve sonrisa que parecía más genuina que su tono usualmente distante.
—Ah, sí. Ese pan... Siempre tenía un toque especial. —Maeve asintió levemente, como si rememorara una época lejana—. Supongo que, de alguna forma, eso me da ventaja. El pan de maíz siempre ganaba.
Nazira rió suavemente, levantando su copa en un gesto amistoso hacia Maeve.
—No me extrañaría que fuera lo único que ganaba. —Dijo, mientras la mesa estallaba en una pequeña ola de risas.
La risa y las conversaciones fluían con naturalidad alrededor de la mesa, mientras las velas parpadeaban suavemente, proyectando sombras danzantes en las paredes de piedra. A pesar de las circunstancias que acechaban en el horizonte, todos en la sala se permitían un respiro, un pequeño descanso en medio de la tormenta que sabían que se desataría pronto. Las bromas de Maeve y Nazira, entrelazadas con las respuestas rápidas de Atem y sus hermanos, creaban una atmósfera cálida, casi acogedora. El aroma del vino y la comida llenaba el aire, y aunque la tensión del futuro era palpable, nadie quería recordarlo por un momento. En el fondo, todos comprendían que esta podría ser la última cena en familia en mucho tiempo. Mañana, al partir hacia lo desconocido, el comedor quedaría vacío, sin la presencia de los hermanos y con solo Nazira y Maeve para compartirlo. Por eso, en ese instante, se aferraban a la compañía mutua, disfrutando del tiempo juntos y permitiéndose un pequeño momento de normalidad antes de que el mundo que conocían cambiara para siempre.
El ambiente en la mesa, tan animado y cálido hace solo unos momentos, se vio interrumpido por la entrada repentina de un guardia. El sonido de sus botas resonó levemente en el suelo de piedra mientras se acercaba con paso firme hacia Atem. Habló en voz baja, y a medida que las palabras del guardia llegaban al oído de Atem, su rostro se tornó un poco más serio. Nazira y Maeve intercambiaron una mirada breve, pero no interrumpieron la conversación.
Atem asintió, confirmando lo que había oído, y el guardia se retiró rápidamente con la misma discreción con la que había llegado. El cambio en el ambiente fue palpable, como si una sombra ligera hubiera caído sobre la cena. Atem se puso en pie, su postura erguida y su mirada ahora centrada en sus hermanos.
—Ya todos están reunidos en el salón principal —dijo con voz firme y clara, haciendo que la conversación de la mesa se detuviera al instante. Su tono de voz imponía respeto, y todos sabían lo que eso significaba: la reunión de planeación estratégica debía comenzar.
El ambiente se tornó serio de inmediato. La risa y las bromas que poco antes llenaban el comedor se desvanecieron como si nunca hubieran existido. Atem, sin embargo, miró a Maeve y a Nazira con una suavidad momentánea en su rostro.
—Mis disculpas, madres. —Dijo con respeto, inclinando ligeramente la cabeza en señal de cortesía—. El deber nos llama. La reunión no puede esperar.
Con esas palabras, comenzó a caminar hacia la puerta. Yami, quien hasta entonces había estado observando en silencio, se levantó tras él. Los hermanos, sin decir una palabra más, siguieron su ejemplo. Ame, Yimi y Yumi, con miradas serias, dejaron sus platos y se dirigieron al salón principal.
La puerta se cerró tras ellos, dejando a Maeve y a Nazira solas en la gran mesa del comedor. Ambas mujeres permanecieron sentadas, pero el aire entre ellas se cargó de una tensión ligera, como si el mundo exterior hubiera irrumpido en su tranquilo espacio. El calor de la mesa, la calidez de la conversación que habían compartido momentos antes, ya no era suficiente para disipar la incomodidad que comenzaba a envolverlas. El mundo exterior parecía haber irrumpido de golpe en su refugio, trayendo consigo el peso de las decisiones que las esperaban.
Maeve, con su mirada fija y su postura rígida, no tardó en tomar lo que quedaba de vino en su copa, vaciándola de un solo trago. La serenidad en su rostro era inquebrantable, pero su voz, fría como siempre, rompió el silencio que se había instalado entre ellas.
—¿Por qué no nos unimos a ellos? Especialmente tú, Nazira. Después de todo, esto te afecta más que a nadie.
Nazira permaneció en silencio por un momento, observando la copa vacía en las manos de Maeve. Luego, con un suspiro leve, pareció decidir que las palabras no podían esperar más. Se volvió hacia Maeve con una expresión de seriedad que contrastaba con la calidez que había mostrado durante el banquete.
—Lo siento... —susurró, con la voz temblando apenas perceptiblemente—. Lo siento por involucrar a tus hijos en todo esto.
Maeve no respondió de inmediato. Mientras comenzaba a servirse otra copa para el camino hacia la sala principal, su rostro seguía impasible, pero la mirada en sus ojos parecía transmitir una comprensión silenciosa. Finalmente, habló, pero sus palabras fueron más suaves de lo que Nazira hubiera esperado.
—Ellos decidieron involucrarse. No estaba de acuerdo, lo sé... pero no podía detenerlos. Ellos son hombres, y no importa cuánto trate de protegerlos, es su elección.
Nazira asintió lentamente, reconociendo que no podía cambiar lo que ya estaba hecho. Pero lo que realmente la sorprendió fue la última parte de la respuesta de Maeve. Sus ojos se alzaron hacia ella, sorprendidos por las palabras que no había anticipado.
—Yugi no es mi hijo. Pero sí es su hermano.
Maeve no cambió su semblante serio, pero en sus palabras había un toque sutil de cariño, como si en ese momento estuviera intentando transmitir a Nazira que entendía, que comprendía lo que estaba en juego. El hecho de que Maeve considerara a Yugi, el hijo solo de Nazira, como hermano de sus hijos, tenía un peso significativo. Aunque Maeve no lo mostrara abiertamente, su gesto era el de alguien que, a su manera, trataba de ofrecer consuelo.
El gran salón estaba sumido en una tensa calma, con las paredes de piedra cubiertas de tapices antiguos que reflejaban una luz tenue, filtrada por las grandes ventanas. Al frente, Atem, Yami, Mahad e Ishizu se encontraban, rodeados de mapas, planos y proyectores mágicos. Mahad y Ishizu, con manos expertas, hacían que el mapa flotara en el aire, iluminado por un resplandor suave que mostraba detalladamente el terreno que tendrían que atravesar. A medida que el mapa se proyectaba, todos se enfocaban en las líneas y detalles, reconociendo el nombre del castillo donde, según la información, podría estar Yugi.
Atem, con voz grave, empezó a explicar la situación.
—Este mapa fue hecho por la Luna, Nazira —dijo, refiriéndose a la madre de los hermanos—. Como muchos saben, ella vivió largo tiempo al otro lado de la cascada, por lo que podemos confiar en su memoria. La mayoría sabe, supongo, que la mayor parte de esa área es dominio de cierto clan. Según la Luna Nazira, puede que Yugi esté en un punto de este lugar —señaló un punto en el mapa—, específicamente dentro del castillo del clan Phoenary.
El silencio llenó la sala en cuanto esas palabras fueron pronunciadas. Un aire de incertidumbre se apoderó de todos, y un escalofrío recorrió la habitación, reflejado en los rostros tensos de los presentes. Los hermanos, al igual que los guardias, no pudieron evitar mirarse entre sí, evaluando la magnitud de lo que esto significaba.
Ame, Yimi y Yumi, al frente de la multitud de guardias, prestaban atención a cada palabra, absorbiendo la información con una mezcla de nerviosismo y determinación. Yumi, visiblemente preocupado, se acercó a Ame con una expresión cargada de preguntas.
—¿Quiénes son exactamente esos Phoenary? —susurró con ansiedad, intentando entender la importancia de este clan.
La pregunta fue casi inaudible, dirigida solo a su hermano, pero el peso de esas palabras no pasó desapercibido para aquellos cercanos a él. Yami, que había estado observando atentamente, fue quien respondió, y su voz profunda cortó el aire de inmediato, asegurándose de que todos pudieran escuchar.
—El clan Phoenary —comenzó Yami, con un tono serio y autoritario— es el más peligroso de todos los clanes de la raza casadora. Los cazadores y los lobos, por naturaleza, somos enemigos, pero este clan... —hizo una pausa, su mirada endureciéndose— ...es el más despiadado de todos.
Todos los ojos en la sala se volvieron hacia él, y el aire se cargó aún más de tensión. Yami, siempre sereno, transmitía una sensación de alarma que era difícil de ignorar.
—Los Phoenary no se conforman con cazar. Ellos disfrutan del proceso, buscan controlar y destruir. Son especialistas en rastrear, capturar y someter a sus enemigos con una ferocidad que pocos otros poseen —continuó, su voz más baja pero no menos firme—. No es un clan con el que queramos tener problemas, y menos ahora que Yugi podría estar allí.
Yumi, sintiendo el peso de esas palabras, tragó saliva y miró a su alrededor. La magnitud de lo que se avecinaba parecía mucho más grande de lo que había imaginado. Cada palabra de Yami calaba hondo, y la ansiedad en su pecho se intensificaba con cada segundo que pasaba.
—¿Entonces qué hacemos? —preguntó Yumi, la duda y el temor aún reflejados en su voz. Se volvió hacia Ame, buscando alguna respuesta, algún indicio de lo que vendría.
Ame, con una expresión seria y calculadora, se giró hacia él, dándole una leve palmada en el hombro.
—Lo que debemos hacer —dijo, firme— es ser inteligentes. Este no es el tipo de enfrentamiento que se resuelve con fuerza bruta. Debemos ser estratégicos, esperar el momento adecuado.
Yami asintió lentamente, mirando a cada uno de los presentes.
—Exacto. No podemos actuar sin pensar. Yugi no está solo en ese castillo, y aunque el clan Phoenary sea implacable, no podemos dejar que el miedo nos controle.
El aire en la sala se volvió aún más tenso cuando un guardia, con respeto, intervino, haciendo una pregunta que, aunque necesaria, nadie quería escuchar.
—Perdón, mi señor, pero... ¿cómo están tan seguros de que el Alfa Yugi sigue con vida si, según todo lo que sabemos, está posiblemente en las garras de esos cazadores? —preguntó con cautela, mirando a Atem y Yami.
Ambos se miraron entre sí, compartiendo un entendimiento mutuo, pero también una carga que no deseaban compartir con los demás. Sabían algo, algo crucial, pero no estaban dispuestos a revelarlo aún. Era un asunto que pertenecía al ámbito familiar, algo que ni siqueira sus hermanos mas pequeños sabian, pero que había sido guardado en silencio por respeto a una persona en particular, y que no debía ser expuesto a ojos ajenos.
Atem fue el primero en responder, con una calma que parecía contrarrestar la incertidumbre de la sala.
—Hay información que no podemos compartir... al menos, no por ahora —dijo, mirando al guardia con seriedad, pero sin dejar de ser firme en sus palabras. Luego, su mirada se desvió hacia la multitud, buscando hacerles entender la gravedad de la situación—. Lo que sí es cierto es esto: lo que sea que tiene a Yugi, le interesa mantenerlo con vida. Eso significa que sigue vivo, y que tenemos, aunque sea una mínima, oportunidad de traerlo de regreso.
Un murmullo recorrió la sala, pero el silencio volvió a caer de inmediato, pues las palabras de Atem dejaban claro que había esperanza, por pequeña que fuera.
Yami, quien había estado en silencio hasta ese momento, agregó algo que solo incrementó el peso de la situación.
—Pero hay algo más —dijo, su tono grave y serio, con una intensidad que calló de inmediato cualquier otra conversación en la sala—. Necesitamos ganar tiempo. Debemos asegurarnos de que esa criatura sea encerrada nuevamente, pero esta vez, en un sello aún más potente que el de Oricalcos. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de que se repita lo que ocurrió hace trece años... y esta vez, no sabemos lo que hará por volver a recuperar lo que según ella le pertenece.
La sala quedó en un completo silencio, hasta que otro guardia, visiblemente preocupado, habló con cautela, mirando a Yami.
—Mi señor Yami... ¿conoce usted el rostro de la criatura? Después de todo, hace trece años, tanto usted como el Alfa Yugi intentaron escapar de ella, ¿no es así?
Yami lo miró fijamente, sus ojos oscuros y profundos, como si rememorara aquellos años tan oscuros. Finalmente, respondió, su voz grave y baja, dejando una sensación de inquietud en el aire.
—No. Nunca nos permitió ver su rostro —respondió, con una calma tensa que caló en todos los presentes—. Pero algo sé. Es una mujer. Muy poderosa. Tiene control sobre magia y poder oscuro. No es alguien que podamos derrotar fácilmente. Aunque eso es evidente después de que nos tomó trece años para romper su sello. Un sello que, de alguna manera, prohibía el paso hacia sus dominios.
La frase sus dominios resonó con fuerza en las mentes de muchos de los presentes, y un murmullo comenzó a recorrer la sala. Algunos guardias se miraron entre sí, como si una sospecha comenzara a tomar forma en sus mentes.
—¿Sus dominios? Pero entonces significa que... ¿Está sugiriendo... que esa cosa es... la líder del clan Phoenary? —preguntó uno de los guardias, su voz temblorosa al articular las palabras.
Yami y Atem intercambiaron una mirada breve pero significativa, ambos con la misma duda al borde de los labios. No sabían si podían confirmar o negar esa suposición, pero el tiempo era limitado y la tensión en el aire era palpable. Estaban a punto de responder, cuando, de repente, una voz femenina rompió el silencio que se había formado en la sala.
—Es cierto. —La voz de Nazira resonó con claridad y determinación, proveniente de la entrada de la sala. Todos giraron hacia ella al instante, sorprendidos por su aparición repentina junto a la ex Luna, Maeve.
Nazira, avanzó sin titubear, sus pasos firmes y decididos. Los guardias, al verla, se apartaron rápidamente, abriéndole paso sin dudar, como si su presencia misma reclamara respeto. No había necesidad de palabras vacías, solo de acción y sabiduría. Con su postura erguida y una mirada que reflejaba todo el conocimiento de su largo pasado, se acercó a donde Atem y Yami estaban, tomando su lugar junto a ellos.
—La líder del clan Phoenary... —continuó Nazira, mirando a todos los presentes con una expresión implacable—. Es quien me arrebató a mi hijo.
Hizo una breve pausa, como si las palabras le costaran, y luego siguió con un tono más sombrío:
—Es una mujer fría, calculadora y despiadada. Es capaz de sacrificar a su propia familia para obtener lo que desea. Me quitó a mi hijo de mi lado... y mucho más que eso. Estoy segura de que Yugi sigue vivo, porque ella lo quería a él. Quería moldearlo a sus ideales. Ella quería que Yugi fuera su sucesor porque ella...
Nazira se detuvo un momento, mirando a Atem y Yami, quienes ya presentían lo que ella estaba a punto de revelar. Los dos hombres, al ser los mayores, habían conocido este secreto familiar desde hace años, un secreto que les había sido confiado por ella y su difunto padre.
—Ella... —dijo Nazira, antes de bajar la mirada por un instante, como si su alma pesara—. Ella es la abuela del alfa Yugi.
Las palabras de Nazira causaron un revuelo inmediato en la sala. Los murmullos de sorpresa y confusión se desataron rápidamente, pues nadie esperaba tal revelación. Atem y Yami se miraron en silencio, compartiendo una mirada cómplice que denotaba que todo comenzaba a encajar, aunque el resto de los hermanos estaban tan confundidos como los presentes.
El silencio se hizo pesado en la sala. Los murmullos continuaron, pero ahora las miradas se volvían hacia los hermanos, buscando una respuesta que no llegaba.
La confusión era comprensible. Como había dicho Atem antes, lobos y cazadores son enemigos por naturaleza. Entonces, ¿cómo era posible que la líder de un clan cazador fuera la abuela del alfa Yugi, miembro de un clan de lobos? Las preguntas flotaban en el aire, pero nadie se atrevía a hacerlas en voz alta, pues el peso de la revelación de Nazira había dejado a todos en un estado de shock.
Atem y Yami seguían intercambiando miradas, como si estuvieran esperando a que Nazira explicara más, aunque sabían que la verdad era más compleja de lo que todos podrían entender en ese momento.
Nazira, sin embargo, no parecía dispuesta a ofrecer más detalles de inmediato. Su rostro estaba impasible, pero sus ojos mostraban un dolor que pocos en la sala podían captar. Sabía que lo que acababa de revelar cambiaría el curso de las cosas, y no estaba segura de cómo reaccionarían los demás.
Atem fue el primero en romper el bullicio, su voz grave y controlada, pero con una clara carga de preocupación.
—No es tan sencillo como parece —dijo, su tono serio—. Lo que Nazira ha dicho tiene mucho más trasfondo del que podemos ver. La historia de cómo sucedieron las cosas... es mucho más antigua de lo que todos piensan.
Yami asintió, su mirada fija en el suelo mientras procesaba las palabras de su hermano. Sabía que aquello afectaría no solo a Yugi, sino también al destino de todos los presentes.
La sala volvió a sumirse en un tenso silencio, esta vez más profundo, mientras los murmullos se apagaban y todos esperaban que alguien más hablara, pero nadie se atrevía a interrumpir.
Atem levantó la voz nuevamente, imponiendo silencio con su tono firme.
—Entiendo que muchos de ustedes tengan más preguntas sobre esta revelación —dijo con calma, su mirada recorriendo la sala llena de rostros expectantes—. Pero debo ser claro: responderlas todas no nos llevará a nada. El pasado es el pasado, y saber cómo fue que mi hermano Yugi terminó siendo nieto de esa mujer no nos ayudará a salvarlo. Lo que realmente importa ahora es que debemos concentrarnos en la estrategia de rescate.
El peso de sus palabras caló hondo en los presentes, pero Atem continuó, sin dejar espacio para dudas.
—Además, sellar a esa mujer no es una opción, es algo obligatorio. Sabemos lo que es capaz de hacer, y no podemos permitir que sus deseos arrastren a todos hacia la oscuridad una vez más.
Nazira, con un gesto tranquilo pero decidido, se apartó para permitir que Atem continuara explicando la estrategia. Era evidente que, aunque la revelación sobre el linaje de su hijo había sacudido a todos, lo más urgente ahora era actuar con rapidez y precisión.
—Durante mi ausencia, la Luna Nazira quedará a cargo de la manada —añadió Atem, con una mirada que denotaba autoridad y comprensión. Su tono dejó claro que no había opción en ese asunto—. Todo aquel que se quede, debe obedecerla y protegerla a toda costa. Ella es nuestra líder hasta que regresemos, y necesitamos que todos trabajen como un solo frente si vamos a salvar al alfa Yugi y detener a esa criatura.
Las palabras de Atem resonaron con fuerza en la sala. Aunque algunos seguían asimilando la enormidad de lo revelado, la urgencia del momento estaba clara: el rescate de Yugi no solo dependía de sus habilidades y valentía, sino también de la unidad de todos los presentes.
El ambiente en la sala comenzó a cambiar. La confusión y el asombro se disiparon poco a poco, reemplazados por una creciente sensación de determinación. Uno a uno, los guardias levantaron la voz, reafirmando su lealtad y compromiso.
—¡Contamos con usted, alfa! —dijo el primer guardia, su tono firme y seguro.
El segundo guardia no tardó en unirse, con la misma convicción en su voz:
—Lo seguiremos hasta el final. ¡El Alfa Yugi debe ser rescatado!
El tercer guardia, mirando a sus compañeros, se sumó con una mirada decidida:
—Lo que sea necesario para derrotar a esa mujer, lo haremos. ¡Estamos con ustedes!
Finalmente, el cuarto guardia, levantando la cabeza con orgullo, habló en nombre de todos:
—Cuenta con la lealtad de todos nosotros. ¡No duden ni por un momento! Vamos a rescatar al alfa Yugi y a derrotar a esa malvada mujer.
El eco de sus palabras recorrió la sala, reforzando el sentimiento de unidad que crecía con cada declaración. Atem y Yami se miraron, sus rostros serios pero agradecidos. Sabían que la lealtad de sus hombres no era algo que se pudiera tomar a la ligera, y en ese momento, cada uno de ellos estaba dispuesto a enfrentarse a lo que fuera necesario para cumplir con su misión.
Atem asintió solemnemente, reconociendo el compromiso de sus guerreros.
—Gracias a todos. Juntos, podremos hacer lo que parece imposible. No los defraudaremos. —su mirada se fijó en los rostros decididos de los guardias, y después se volvió hacia Nazira—. Vamos a rescatar a Yugi y asegurarnos de que esta amenaza nunca más vuelva a dañar a nuestra gente.
Con la unidad de todos los presentes reafirmada, la sala volvió a quedar en silencio, pero esta vez el silencio era de preparación, de una fuerza interna lista para actuar. La misión estaba trazada, y no había vuelta atrás.
—Partiremos antes del alba. Prepárense.
Continuará...
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