[8]
Mientras, en el norte del bosque...
Ya habíamos salido de la pequeña cabaña antes del amanecer, emprendimos la marcha. Gerio llevaba un pequeño saquito con lo indispensable para el viaje, en cambio, el sabio llevaba un montón de cosas que provocaban bastante ruido a nuestro alrededor, que estaba silencioso. Era como si las hojas de los árboles se hubiesen callado para la ocasión, como si los animales salvajes se hubiesen silenciado, todo para esta ocasión, que... al fin y al cabo no era nada agradable.
Llevábamos un buen trecho recorrido.
—Creo que ya casi estamos llegando —Dijo el sabio esperanzado.
Al parecer, por allí cerca había un pueblo en el que refugiarnos, porque por lo visto, se acercaba una enorme tormenta de nieve.
Yo iba nerviosa y cada vez que escuchaba el mísero ruido de algo a mi alrededor me volteaba, normalmente solo era FF, que acababa de pisar una ramita o simplemente, que una bellota de un árbol se había caído cerca de mí.
Íbamos todos callados, temíamos que si nos distraiamos, dejaríamos de alertarnos si algo se nos acercaba de las profundidades del bosque.
Al cabo de un rato, empezamos a caminar por un pequeño sendero, estaba lleno de vegetación, a los lados teníamos hermosos pinos cubiertos de nieve y bellotas, y el camino estaba formado por pequeñas chinas unidas por el tiempo.
______________
Estaba llegando la noche, la tormenta estaba más cerca, y nuestras esperanzas estaban por los suelos. La tormenta se produciría un par de días, a partir de aquella noche, según decía el sabio.
_____________
En medio de la tormenta...
La nieve nos impedía la visión, el fuerte viento nos hacía tropezar de vez en cuando y nos hacía caer...
___________
A la mañana siguiente...
Me desperté aturdida en medio de un claro lleno de nieve. Seguía haciendo viento y las copas de los pinos se movían con brusquedad.
Me levanté de mi lecho de nieve y miré a mi alrededor, no sabía dónde me encontraba, y lo peor era que no veía a ninguno de mis amigos.
Asustada me empecé a mover en todas direcciones, pero no lograba encontrar a nadie.
—¡Gemaaa! —Grité.
Trás de mí, un poco de nieve de una de las hojas de un gran roble cayó.
—¡Ainharaa! —Llamé esperanzada—. ¿Tir?
Esperé un buen rato, allí, en silencio, intentando escuchar algo que me indicara que estaban cerca.
—¡¿Zac?! —Ya mi voz sonaba más a desesperada que a preocupada.
Claro estaba que la tormenta nos había separado, y bastante, pero si de verdad había un pueblo cerca, debíamos de ir allí.
Fui a coger mi brújula cuando me dí cuenta de que no llevaba colgado mi zurrón.
Empecé a mover algo de nieve para encontrarlo, pero no era el caso.
Moví más nieve, estuve así un buen rato. Escarbando y escavando el nieve, con esperanzas de que apareciese.
—Quizás se me haya caído durante la tormenta —Dije entre susurros.
Me levanté y me limpié la nieve. Allí hacía muchísimo frío y dispuesta a caminar hasta encontrar el poblado, me giré.
—¡Ah! —Grité al encontrarme de frente con una criatura de unos dos metros de alto.
—¡Ah! —Gritó a la vez el otro ser.
Me aparté hacia atrás un par de pasos, entonces pude ver que tenía ante mí.
Era una criatura alta e imponente de pelaje blanco. En su cabeza reinaban dos blanquecinos cuántos retorcidos, tenía los ojos de un color azul pálido, casi blanco, que me miraban. Su nariz era de un tono grisáceo y su boca era grande comparada con la mía. El resto del cuerpo lo tenía recubierto del pelo.
—¿Eres un yeti? —Dije entre asustada e impresionada.
Él resopló.
La criatura se tranquilizó y se dispuso a irse, dándome la espalda y comenzando a andar.
Yo, viendo que era inofensivo, corrí hacia él.
—¡Eh! —Intenté llamar su atención.
Me puse a su lado y me empujó hacia atrás. Entonces es cuando me impresioné.
—Algo de espacio —Dijo.
Me paré en seco, mi cara parecía un cuadro.
¿Desde cuándo existía está criatura en el bosque? Y sobre todo... ¿Cuando tiempo llevaba allí, conmigo?
Me espabilé y volví a ponerme a su lado, al pasar rocé su suave pelaje.
La criatura siguió avanzando como si nada, de vez en cuando me miraba de reojo, pero seguía caminando. Cuando lo hacía, yo miraba al suelo, para observar sus enormes e igualmente peludos pies.
Ya estaba anocheciendo cuando el yeti cambió de ruta y se fue acercando hacía una montaña completamente nevada. A nuestro alrededor seguían habiendo algunos pinos y de vez en cuando, algún helecho se asomaba del suelo.
Yo iba por detrás del yeti, anonadada por la criatura, y sobretodo, que hablase.
Cuando llegamos a la base de las montañas, vi que frente a un hueco, o especie de cueva, había un pequeño claro. El claro estaba lleno de nieve, que me llegaba hasta los tobillos, en cambio, el yeti no se hundía, por lo que no tardó en adelantarme y adentrarse en la cueva sin mí.
Yo, sin embargo, al llegar a la entrada, no me atreví a adentrarme, ya que en realidad, el yeti no me había invitado en ningún momento a seguirle.
Ya habia anochecido completamente, cuando yo me senté junto a un piano cerca de la entrada de la cueva. El yeti no se había asomado por el hueco de la cueva, por lo que no me echaría en falta. Me acurruqué en el tronco con intenciones de dormir, pero en aquella zona hacía mucho más frío que en la cabaña del sabio. La tormenta me había llevado más allá, eso podía significar que estaba cerca del pueblo. Aún así, al pensar en la cabaña del sabio, no pude evitar pensar en Gema, Ainhara, Gerio, Zac y los animalitos, además del sabio, claro. Ojalá algunos de ellos hubiesen llegado juntos, porque sino, capaz pasaban años hasta que nos reencontraramos todos. Yo, pensé que los demás irían en dirección al pueblo también, el pueblo estaba al norte, y allí me dirigía, por ahora, en compañia del peludo yeti.
Miré al cielo, estaba totalmente estrellado y la luna tenía una hermosa forma redondeada.
¿Por donde iría ya el peligro? ¿Habría sobrepasado ya el pueblo?
Y con esos pensamientos me dormí.
A la mañana siguiente, para mi sorpresa, me desperté dentro de la cueva del yeti, cubierta con una peluda manta de un color marrón avellana y junto a una especie de hoguera con fuego de color azul. Me levanté de mi lecho y miré a mi alrededor, el yeti no estaba. Me acerqué al curioso fuego, al acercarme no noté calor, pero la cueva si estaba calentándose. Me senté junto al fuego durante un rato, hasta que escuché un ruido en el exterior. El yeti acababa de llegar de vuelta y me miró, sin embargo, no me dirigió la palabra. Se acercó a una esquina de la cueva, de espaldas a mí. Estaba buscando algo, y después, se incorporó de nuevo. En ese breve instante, pude observar una marca oscura en su pierna derecha. En la mano llevaba una especie de lanza. Me hizo un gesto con la mano y le seguí fuera de la cueva.
Caminamos un buen rato hasta llegar a una especie de lago congelado. Se aproximó al agua congelada, y con un golpe lo rompió. Sujetó la lanza con fuerza y con muchos reflejos, la lanzó. Se metió en el agua sin signos de pasar frío, sin embargo, yo casi me congelé cuando toqué el agua con la punta de los dedos. Rebuscó algo en el fondo y sacó la lanza de punta de metal del lago. En la punta estaba clavado un pez de color verde esmeralda.
Yo lo miraba, sin comprender como había hecho eso a la primera, aparte de que yo nunca había sabido cómo se utilizaba ese instrumento. El yeti me miró y sonrió, con una sonrisa brillante y pura.
Se giró y yo, como a la ida, le seguí. Esta vez dimos un rodeo, ya que si antes el paseo se me había pasado en 20 minutos, la vuelta se me hizo de una hora. El yeti saltaba las rocas con energía, y luego se giraba y me miraba, como signo de que me ganaba. Yo no lo dejaba, y le sorprendía eligiendo otra estrategia de juego.
Ya con el sol en alto, llegamos de nuevo a la cueva. Al salir el yeti había apagado el fuego azul, pero ahora lo estaba volviendo a encender. Cogió palos, y para mí sorpresa, sopló. Ese simple movimiento encendió la hoguera de fuego azul.
—¿Cómo? —Susurré, sin esperar respuesta.
La criatura se giró y soltó una pequeña carcajada.
—Explícame como —Dije con ojos suplicantes—. Por favor
—¿Vas a ser siempre así? —Preguntó la criatura, desde luego, era la frase más larga que me había dedicado.
—¿A qué te refieres? —Pregunté.
—Tan curiosa.
—Todo aquí es curioso —Le dije—. Cada cosa que veo que haces.
—En otro momento —Dijo el yeti poniendo el pescado sobre el fuego.
Empezó a darle vueltas, de espaldas a mí. Yo, aprovechando que por fin me había dirigido la palabra, intenté preguntar más.
—¿Porque me metiste en la cueva? —Dije directa.
Sin esperar respuesta me giré a observar la rugosa pared de la cueva.
—Porque eres diferente —Dijo el yeti sin mirarme, en cambio, yo me levanté y me puse al otro lado del fuego azul.
—¿En qué sentido? —Le pregunté.
El yeti siguió dándole vueltas al pescado esmeralda. Levantó la cabeza y miró mis ojos color marrón, para que yo me encontrase los suyos azul pálido.
—Dimelo —Le supliqué.
—¿Que crees que habría hecho cualquier otro humano nada más verme? —Le preguntó.
Al ver que yo no contestaba siguió hablando.
—¿Que hiciste tú? —Le preguntó.
Yo pensaba que seguramente cualquier otra persona hubiese corrido, gritado o probablemente atacado, pero yo...
—Entiendo —Dije, yo seguía mirándole a los ojos, pero él apartó la mirada.
Nos quedamos en silencio un buen rato, sacó el pescado del fuego y me dió un trozo. Tenía tanta hambre que no pensé que normalmente el pescado no suele ser de ese color, simplemente, mi instinto de supervivencia me hizo comerlo. No estaba malo, pero no diría que es el mejor bocado que he probado en mi vida. Cuando terminó, se levantó del suelo y empezó a mirar unos bultos en la pared de la cueva, en los que yo no había reparado antes. El yeti pasaba el dedo por ellos, los miraba atentamente, pero no parecía que los comprendiese. Intentó descubrir que era eso un buen rato, y al ver su frustración me acerqué.
—¿Te puedo ayudar? —Dije señalando la pared.
—Llevo intentando descubrir que pone aquí desde hace muchísimo, por eso no salgo de la cueva... —Dijo abatido.
—¿Es que este no es tu hogar? —Le pregunté.
—No, no, vivo aquí desde que vine con mi hermano menor —Dijo, pero al ver mi cara de extrañeza prosiguió— Cuando cumplimos los 8 años nos echan de nuestras cuevas, y tenemos que buscarnos la vida. Mis padres me permitieron esperar a cumplir los 9, para viajar con mi hermano y encontrar un hogar. Pasamos junto al lago helado, en el que pescamos el pez, y nos enamoramos de su belleza, por lo que a mano abrimos este hueco en la montaña. Estábamos muy felices, pero un día mi hermano...
No prosiguió.
—¿Que... le pasó a tu hermano? —Dije con precaución.
—Una vez, salió a investigar que tipo de animal hacía un ruido muy extraño. Esperé horas, pero no volvió.
Siguió mirando los signos.
—¿Cómo se llamaba? —Le pregunté afectiva.
—Gélido, no es un nombre muy raro en los yetis, pero nunca habrá otro Gélido igual —Dijo decidido.
—¿Y tienes idea de que son esos signos? —Pregunté observando detenidamente los signos, sin conseguir resultado.
—Sé que es un idioma antiguo, utilizado por los yetis mucho tiempo atrás, probablemente por nuestros bisabuelos. Siempre jugábamos a averiguar que ponía, pero ahora me lo tomo enserio por él —Dijo.
—¿Hay alguna manera de... traducirlo? —Le pregunté mirándole a la cara.
El me devolvió la mirada y asintió.
—Se dice que en un pueblecito del centro existe una biblioteca con un libro capaz de traducirlo —Dijo el yeti.
En el centro solo había un pueblo.
—Tengo todas las esperanzas en ese libro, pero yo no puedo ir allí, o moriría por el calor o por qué la población me atacaría —Dijo decaído.
Era el pueblo de Igur. Suspiré. Debía contarle sobre el peligro del bosque... El pueblo ya no existiría y nuestras esperanzas estaban en ese libro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro