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[2]

Cuando entraron los primeros rayos de sol en la cueva, me desperté. Ya no se oía el característico cantar de los pájaros por la mañana, el cielo estaba despejado, pero se notaba que nada iba bien. En la entrada de la cueva, habían más hojas y ramas que la noche anterior, lo que indicaba era que seguía muriéndose nuestro querido bosque, el bosque Hawo.

Me asomé a la entrada de la cueva, y ví una escena horrible, todo marchitado. Allí no había ningún animal... Todo estaba bastante triste.

Cuando pasó un rato, decidí despertar a mis amigas, si era cierto que venía un peligro, estaría cerca...

—Chicas, es hora de despertarse, debemos huir del peligro —Les dije.

Ninguna de las dos se quisieron despertar, solo rechistaron.

—¿Es que acaso no queréis salvar el bosque? —Grité después de rechistar un rato.

—Si queremos... —Dijo Ainhara.

Se levantaron por fin y nos arreglamos un poco el pelo.

Dentro de mi bolsa tenía:

|Un peine
|
|La brújula
|
|Una cantimplora
|
|Las bayas grisa que nos sobraron ayer
|
|Etc...

En mi bolsa llevaba de todo, metí el peine en la bolsa de nuevo y les tendí una baya a cada una.

Empezaron a comerlas, y entonces me dí cuenta de que también teníamos que alimentar a los animales. Me agaché y les dí una.

—¿Cuando les pondremos nombre? —Les dije a mis amigas.

—Cuando nos venga la inspiración —Dijo Gema.

Cojí otra baya de la bolsa y me la metí en la boca. No estaba tan rica como las de siempre, pero al menos teníamos alimento.

Salimos de la cueva y miré al norte, hacia allí teníamos que dirigirnos. No quería girarme hacía atrás, para no recordar los malos recuerdos, pero al final no me resistí y miré.

Allí estaba nuestro hogar, muerto. Yo sabía que cuando volviéramos, de dónde fuéramos, y lo que hagamos, salvaríamos al bosque, lo presentía.

—Vamos —Me llamó Ainhara.

Gema llevaba al ciervo en los brazos, y a Ainhara le seguía el conejito.

Nos dirigimos al norte, si queremos escapar del peligro, solo podíamos hacer eso. Bueno, en realidad teníamos dos opciones, escapar o defender. Lo malo de defender el bosque, era que no sabíamos a que nos enfrentabamos, por lo que optamos por la primera opción.

A lo que nos íbamos acercando al norte, la tierra estaba más escarpada y era más difícil subir. El cielo estaba cubriéndose por enormes nubes negras de tormenta.

—Se acerca tormenta —Dijo Gema.

—Debemos de buscar un refugio —Dije mientras estiraba la mano, estaba empezando a chispear.

Seguiamos buscando refugio cuando empezó a llover bastante fuerte. Gema y Ainhara cogieron a sus amigos peludos y los protegieron con todas sus fuerzas.

Estresadas por no encontrar refugio, seguimos caminando bajo la lluvia, pero acelerando el paso.

Al cabo de un raro pude ver una especie de casa o cabaña.

¿Un poblado tal vez?

No, solo se veía esa casa, tenía las luces encendidas y me transmitía calor. Esto significaba que había alguien dentro, pero... Nosotras nos estábamos empapando y probablemente pillaríamos un buen resfriado.

Nos aproximamos a la casa y Ainhara tocó la puerta esperanzada de que nos abrieran.

Toc toc

De repente la puerta se abrió, no tardó mucho tiempo. Al abrir la puerta, vimos a un chico. Era de una altura media, de piel clara, con el pelo oscuro como la noche que teníamos trás de nosotras. Llevaba una sonrisa pegada en la cara, aparte de una pequeña nariz, unos ojos verde esmeralda y unos gafas redondas.

—¡Que tormenta! ¿Que hacéis ahí? ¡Pasad! —Dijo el chico apurado.

—Gracias... —Le digo, pensaba que sería más difícil entrar en la casa de un desconocido.

Ya todos dentro, el chico nos dió unas mantas y un chocolate caliente.

¿Lo tendría preparado?

Nos guío hasta el salón de la casa. La casa en sí, no era muy grande, más bien era una cabaña. Estaba decorada con tonos madera, decoraciones de hojas... Una casa como natural. Al menos esta parte del bosque, todavía estaba llena de color y naturaleza, por lo que era muy bonita.

El salón, tenía unas butacas un poco malgastadas y una chimenea que nos hacía entrar en calor. Las paredes estaban llenas de dibujos y cuadros, y en el techo había una pequeña bombilla que a veces parpadeaba.

—Sentaos, sentaos —Dijo el chico señalando las butacas.

Nos sentamos y le dimos las gracias.

—No hay de qué, la tarde está muy mala —Dijo el chico recolocándose las gafas.

—La verdad es que sí —Dijo Gema.

—¿De dónde venís? —Dijo el chico cogiendo otra taza de chocolate de la cocina.

—De la parte sur del bosque —Dijo Ainhara.

—De allí vino la estampida de animales ¿Verdad? —Preguntó—. El bosque está mal.

—Sí, no sé si te parecerá raro, pero el bosque nos lo ha dicho —Le dije.

El chico se encogió de hombros.

—Lo intuía —Dijo tan natural.

No sacamos más el tema, pero eso nos sorprendió.

—Lo siento, no me he presentado —Dijo—. me llamo Tirips, pero me podéis llamar Tir.

—Nosotras somos Ainhara, Nerea y yo, Gema —Dijo mi hermana señalandonos.

—Encantado —Dijo el chico dándole un sorbo a su taza de chocolate.

Seguimos hablando así un buen rato, y cuando ya cayó la noche, la tormenta seguía rugiendo en lo alto de los árboles.

Tir se asomó a la ventana, y vió la tormenta.

—Parece que mañana por la mañana se habrá alejado hacía el oeste —Dijo—. Pero todavía sigue lloviendo bastante, podéis quedaros aquí por la noche.

—No queremos molestar —Dije.

—No, quedaos, así me quedo más tranquilo —Dijo Tir.

Accedimos a pasar allí el tiempo hasta por la mañana, en realidad nos venía muy bien tener un refugio para la noche.

—Venid, os enseño las habitaciones —Dijo el chico.

Le seguimos por unas escaleras de madera y llegamos a una pequeña buardilla. Allí habían algunas camas, una ventana, una linterna y un pequeño cofre.

—Sé que es un poco pequeña... Pero creo que servirá —Dijo el chico sonríendo.

—Esta perfecto —Dijo Ainhara—. Muchas gracias.

El chico se fue de la habitación y nos dejó acomodarnos. Mis amigas y yo charlamos un rato y hablamos de que al día siguiente saldríamos por la mañana temprano para seguir nuestro camino.

—Ya está lista la cena —Gritó Tir desde el piso de abajo.

Bajamos las escaleras y llegamos a la cocina, allí había una mesa donde podíamos sentarnos todos.

—He hecho mi especialidad, una ensaladilla de bayasmora —Dijo el chico dándonos un plato a cada una.

—¿Bayasmora? —Pregunté—. Esas son muy poco habituales.

—El otro día encontré algunas —Dijo el chico.

Nos comimos la cena, mis amigas y yo llevábamos bastante tiempo sin comer nada aparte de algunas de las bayas grisa.

Por su hospitalidad, le dí algunas al chico.

—No puedo aceptarlas —Dijo Tir.

—Si que puedes, nos has ayudado mucho —Le dijo Gema.

—De verdad que no... —Dijo—. Si seguís vuestro camino, las necesitareis.

Me las guardé y cerré el bolso de nuevo.

—Saldremos mañana por la mañana —Dijo Ainhara.

—Os acompaño —Dijo el chico decidido.

—¿Seguro? —Le pregunté—. Nos dirigimos al norte.

—Si de verdad viene un peligro, deberíamos de huir todos —Dijo Tir.

Eso era cierto, así que a la mañana siguiente, Tir apareció en el piso de abajo con una mochila pequeña a la espalda.

Ahora éramos cuatro, eso nos venía bien. Seguimos en dirección al norte, pero al salir me dí cuenta de que ayer no pude fijarme en que la casa estaba rodeada por un pequeño claro.

—Se acerca —Dijo Tir mirando al sur.

Ciertamente, las plantas también se estaban marchitando, debíamos huir.

Emprendimos la marcha, charlamos durante el viaje y a veces parabamos a descansar un poco.

—No me había fijado en que teníais compañía —Dijo el chico.

Los animales bajaron de los brazos de Gema y Ainhara y se acercaron a Tir.

—¡Pom pom! ¡Midawal! No os había reconocido —Dijo Tir.

—¿Tu los conoces? —Le pregunté.

—A veces se pasaban por mi casa —Nos explicó.

Pues los animales ya tenían nombre, ya podíamos nombrarlos. Se habían alejado mucho de su hogar si visitaban a Tir anteriormente.

Seguimos por un pequeño sendero, estaba bastante cuidado, sin ninguna hierba.

El cielo ya estaba despejado y se podían ver algunas nubes. La diferencia, era que ya no habían pájaros piando. Todos los animales habían huido al norte. En la misma dirección que nosotros.

Pasado un rato...

—¿Que es esa luz? —Preguntó Tir.

Miré en aquella dirección, si que había una luz, tal vez una población.

Nos acercamos esquivando árboles y cuando salimos de la espesura del camino vimos que efectivamente, allí había un pequeño poblado. Las casas estaban hechas de un material que desconocía, algunos de los habitantes estaban sembrando semillas en la tierra mientras que otros regaban. Algunas de las casas tenían carteles como "pelu bayas". Habían habitantes que entraban y salían de algunas de las tiendecitas.

Entre todas las casitas, había una que resaltaba. Estaba rodeada por flores silvestres y estaba hecha de otro material. En la puerta ponía "casa del gran sabio", instantáneamente, supe que debíamos de ir allí.

—Vamos —Dijo Tir—. Está a punto de anochecer, deberíamos de buscar alguna posada donde quedarnos.

Empezamos a caminar por la ciudad, pero yo solo pensaba en la casa silvestre de ese tal, gran sabio.

—Allí parece que hay una posada —Dijo Gema indicando un edificio de dos plantas.

En la puerta ponía posada, por lo que decidimos entrar.

—Buenas —Dijo Ainhara.

—Buscamos un lugar donde pasar la noche —Dije.

La persona que había trás un mostrador era un hombre. Era un hombre mayor, con una larga barba en la cara muy descuidada con hojas y ramitas. Su vestimenta era también extraña.

—Claro, tenemos habitaciones de sobra —Dijo el hombre, llamado Igur.

Nos dió una especie de llave de madera que tenía unos detalles muy bonitos en el borde.

—Gracias —Dijo Gema cogiendo la llave.

—Las habitaciones están al subir esas escaleras a la izquierda —Dijo Igur.

—Vamos chicas —Dijo Tir empezando a subir las escaleras.

Pasamos un largo pasillo hasta encontrar la habitación 30, la de la llave. Al entrar me entró una sensación de calidez que hizo que me sintiera bien. En ella habían algunas camas individuales, una pequeña mesita de madera y una ventana que daba al exterior.

—Esta será la mía —Dijo Gema tirándose a una de las camas.

Nos acomodamos cada uno en una cama.

Miré por la ventana y pude ver la casa del sabio.

—Oye chicos, allí parece que vive un sabio, ¿y si le preguntamos sobre que peligro nos acecha? —Pregunté.

—Me parece bien —Dijo Tir.

En cuanto mis amigas estuvieron de acuerdo, salimos de la posada. El aire fresco nos golpeó en la cara nada más salir, hacía un poco de viento y de frío. Miramos al cielo, pero estaba despejado, no se aproximaba tormenta. El pueblo estaba muy animado, todos sus habitantes iban de acá para allá. Habían varias tiendecitas con carteles, como una peonza en la juguetería. Todo parecía muy alegre y animado.

Fuimos caminando por las calles y entonces, nos encontramos frente a la casa del sabio. Destacaba sobre las demás, la mayoría de las casitas eran de un solo piso, en cambio, esta tenía dos. La fachada estaba cubierta por unos azulejos de barro naturales en los que se habían hecho dibujos de hojas y ramas. En la parte derecha de la casa estaba la puerta, y a la derecha una hermosa ventana de bordes dorados. Bajo la ventana habían una gran variedad de plantas muy bien cuidadas en unas macetas de cerámica.

Ainhara, la más tímida de todas, se armó de valor y tocó a la puerta provocando un ruido seco. ¿Nos abriría el propio sabio u otra persona?

Esperamos pacientemente fuera y como veíamos que nadie abría, decimos tocar otra vez por si acaso.

Nada más tocar, escuchamos un estruendo enorme en el interior de la casa, se oían caer trastos y cachivaches. Después, nos abrieron.

Trás la puerta apareció un hombre mayor de largas barbas blancas que llevaba una túnica amarillenta, como si tuviese muchos años. Tenía el pelo blanco como su barba y llevaba un medallón al cuello.

—Buenos días —Dijo Gema—. ¿Es usted el respetado sabio?

—Sí, soy yo, siento la tardanza, a veces me falla el oído —Dijo—. Entrad, entrad.

Nos abrió más la puerta y pasamos dentro, todo estaba tirado por el suelo, probablemente a causa del estruendo de antes.

—Siento el desorden, es que he tropezado con esta caja, que tenía encima todas estas cosas —Dijo el sabio—. Esto suele estar más ordenado.

Aunque por fuera la casa pareciera pequeña, por dentro lo era más. A lo mejor era porque la mayor parte de la casa estaba ocupada por objetos antiguos.

El sabio se sentó en una silla que había frente a una mesa y nos indicó que nos sentamos ante él. El ambiente era mágico, capaz si que nos podía ayudar.

—¿Que os trae por aquí, forasteros? —Preguntó el sabio mirándonos.

—Querriamos preguntarle sobre el bosque —Empecé.

—Parece que un peligro se acerca —Dijo Tir.

El sabio sacó una especie de caja de debajo del escritorio. La abrió y miró un rato dentro. Entretanto, mis amigos y yo nos mirábamos extrañados.

—Cierto, cierto... —Decía el sabio de vez en cuando.

Siguió observando la caja y por fin nos miró. Creo que se olvidó de que estábamos allí.

—Un gran peligro se acerca, si...

Siento dejarlo así, pero es para meter algo de suspense.

🤗 Gracias por leer.

NO copias NI adaptaciones por favor.

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