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[17]

Tir siguió corriendo para llegar antes de que anocheciese, pero algo le decía que el camino de vuelta se le iba a hacer más largo que el de ida. Debía de ir al sitio donde despertaron Gerio y el sabio. Se dió prisa, mucha prisa. Entró en una parte que era como un bosquecito con apenas cincuenta árboles. Comenzó a esquivarlos mientras saltaba entre las ramas salientes para no tropezar. Se impulsó sobre una de las raíces de los altos robles y saltó hasta llegar junto a los últimos árboles de ese pequeño bosque, es más, diminuto.

Paró un momento a descansar, estaba agotado, entre todo el viaje y el sprint que se estaba pegando, se quedaría allí y no se movería. Estaba frente a la cueva en la que se habían encontrado ellos cuatro. Suspiró, ya quedaba menos. Recuperó fuerzas y volvió a avanzar a toda prisa. El sol se estaba escondiendo, y tenía claro que tenía que llegar antes de que amaneciese.

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—Ya está —Dijo Pols satisfecho después de cerrar el portal—. Esperemos que llegue a tiempo.

—Seguro que sí —Le dije recolocandome las gafas—. Yo creo que haría cualquier cosa por el bosque.

Nos sentamos ambos sobre los barriles. Pasó un rato en el que no sabíamos de que hablar, el silencio solo era interrumpido por los grillos o los barriles en los que estábamos sentados. Al rato, Pols se levantó y comenzó a inspeccionar el lugar.

—¿Qué buscas? —Le pregunté mientras él observaba unas cajas viejas y medio rotas de madera clara.

—Simple curiosidad —Dijo como respuesta dejando una de las cajas que tenía en las manos.

—La curiosidad mata —Le dije a broma.

—O a veces salva el bosque —Dijo mi compañero mirándome.

Me levanté y me dirigí hacia él. Había desprendido una manta llena de manchas y encontró una especie de atril con una luz roja.

—¿Qué es eso? —Me preguntó.

—No tengo ni idea —Negué.

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Tir escuchó un ruido cercano, por lo que paró y observó trás unos matorrales de bayas de color amarillo. Esas eran venenosas. Aguzó el oído y pudo distinguir voces y galopes de caballos veloces. No mucho más tarde vió los primeros corceles negros bajo Dreadia y todas las demás mujeres.

—Ya queda poco —Dijo Dreadia con una sonrisa orgullosa.

Pararon allí a descansar, era el enemigo se dijo Tir. Tenía que hacer algo.

—Por fin tendremos un hogar en condiciones, sin discusiones ni guerras —Dijo Dreadia recordando su pasado, su hogar.

Una sonrisa apareció en su rostro, pero se nubló al recordar las diferencias que tenían entre ellas mismas. Una pena, pero debían juntarse para poder afrontar esas diferencias.

Tir estaba indeciso, debía de hacer algo, ¿pero el qué?

Las chicas desmontaron sus caballos y comenzaron a montar tiendas de campaña de colores verde oscuro y marrón para camuflarse entre la vegetación. Parecía que cada 6 personas había una tienda, por lo que eran bastantes. Tir observó desde su posición que no encendían un fuego para no alertar animales salvajes o simplemente a ellos.

Pasó un buen rato hasta que anocheció y el último grupo de seis se metió en su tienda. Trás unos momentos de absoluto silencio, Tir salió de su escondite sin hacer el menor ruido y buscó entre la pequeña mochila de cuero oscuro que llevaba colgada Dreadia. Dentro habían un montón de papeles, notas... Fotos de su antiguo hogar...

Tir paró en una de las fotos, todos tenían un objetivo común, conseguir un hogar... Algo habría que podían hacer, pero lo primero, era llegar al corazón del bosque antes de que ellas llegasen al norte, que era relativamente poco. Primero andando y después corriendo salió del campamento lo más rápido y sigiloso que pudo.

Antes de salir de la ciudad, los chicos le habían dado el reloj de arena, lo buscó en su bolsillo y observó que en ese momento se había parado. Le quedaba apenas dos décimas partes sin caer. Aceleró el paso, con el reloj aún en la mano, sin soltarlo. Se sentía cansado, agotado, pero no iba a parar.

Durante todo el camino se estaba haciendo preguntas, ¿porque era él el alma del bosque?, ¿porque nadie se lo había dicho?, ¿por eso no recordaba muy bien su pasado? Hasta poco antes de que Gema, Ainhara y Nerea habían llegado a su vida, no se acordaba de nada. Pensaba que sería la presión o la soledad de vivir en una cabaña en medio de un bosque con compañía. ¿Había aparecido allí al empezar la tribu de chicas a atacar el bosque?

Dudas.

Todo eran dudas. Sin respuesta alguna corrió, era la única esperanza. No podía fallar. Cruzó un río mojandose bastante, al menos esa noche no hacía demasiado frío. No podía quedar mucho hasta el final, la ida se le había hecho apenas 20 minutos, ¿cómo era posible?

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Mientras, todos sus compañeros estaban esperando una señal, algo que les indicase que tenían que hacer con esa gran luz roja. No entendían, pero confiaban en que lo entenderían. Todos estaban nerviosos, veían la salida al final del túnel, pero los que estaban en la ciudad estaban verdaderamente preocupados. Ellos sabían de que iba la cosa, y en el norte también, pero confiaban, era lo único que podían hacer.

De repente, todos se acordaron de todos, parecía un bosque diferente, una vida diferente. Un aire nuevo y preocupante. Una sensación rara, nunca habían estado en una situación así.

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Tir ya veía el centro, allí es donde aparecieron el sabio y Gerio. A pesar de que le habían dado una descripción, él sabía que era aquel sitio, lo sentía de algún modo.

Aceleró todo lo que pudo y empezó a buscar, tenía que haber algo allí que le ayudase. Buscó entre la hierba y los árboles, llegó hasta a encontrar el sitio del caldero natural. Fue trás un momento cuando vio una luz. La luz que nombraba siempre Nerea, estaba allí.

Todo alrededor de Tir se distorsionó, los colores se difuminaron convirtiendose en negro y los árboles y el cielo desaparecieron, estaba flotando en algo negro.

—Ya casi —Dijo la luz.

Tir la miró extrañado.

—Solo tienes que buscar algo que os una, un signo identificativo del principio —Dijo enigmaticamente.

Un segundo después, todo volvió a la normalidad, se encontró en el suelo, pero recordaba todo perfectamente. Un signo de identificación del principio, su principio. Si eran ciertas sus teorías y apareció en el mundo en el momento en el que comenzó la negrura, lo primero que se encontró... Gema, Ainhara y Nerea aparecieron en su mente.

—¿Cuál era su signo...? —Intentó recordar para sí...

Tir sabía que se lo habían dicho en alguna ocasión...

¿Un trébol? No, por la parte sur no habían.

¿Una seta?

Sin respuestas buscó a su alrededor. Árboles, ramas, semillas... Pintaban los árboles con un signo, un signo. ¡Una bellota! Buscó a su alrededor con la mirada. Había un árbol repleto de bellotas, algunas verdes y otra marrones. La clave estaba en ese árbol. Se acercó emocionado, ya faltaba poco, pero también algo preocupado. Un par de pasos más y pudo rozar la corteza. Era suave, no rugosa, aunque a la vista lo parecía. Lo inspeccionó de arriba a abajo y encontró una hoja de un color que no cuadraba. Todas eran verdes con tonos amarillos y esa era amarilla con puntitos verdes casi invisibles a la vista. La arrancó del árbol y de pronto sintió que caía.

Pensó que llegaría a algún sitio, pero seguía flotando, al menos no sentía que bajaba. Simplemente estaba allí, flotando. Miró a su alrededor, estaba rodeado por un color violeta casi morado. La sensación era como nadar en agua un poco espesa. Por mucho que mirase más allá no veía nada más. De repente escuchó un ruido lejano, como pasos. Pero era imposible, estaban flotando ¿o no? Otra vez el ruido, esta vez más cercano. Se repitió esto muchas veces hasta que comenzó a ver una silueta negra. Esta se acercaba con paso lento y desquiciante. Iba andando, como si ese agua violeta fuese para él algo sólido. Otro paso, otro más, otro paso... Y ya estaban a casi nada de espacio de separación. Al siguiente paso, Tir tuvo que alejarse un poco para no acabar chocando mutuamente. Ya podía ver perfectamente el rostro de la persona, le recordaba a alguien, pero no lo había visto en la vida... Entonces se dió cuenta y recordó...

Se viene el final en el próximo capitulo, que ilusión de escribirlo.

Sigue leyendo.

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