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Yo, todavía estaba siguiendo al yeti, ya habíamos traspasado el lago de pesca, habíamos atravesado la montaña por una cueva, y aún así, el yeti me aseguraba que lo que fuese se movía.

Algo que ver con los signos me dijo.

¿Pero qué? ¿Podría ayudarnos a descifrar el código de signos y hacer que mi amigo no se sintiese atado a aquel lugar? ¿Qué me llevara hasta el pueblo y pudiese encontarme con mis amigos? No sabía si eso último iba a ser ya mismo, ya que no se adonde habían ido a parar los demás. Yo solo esperaba que no se hubiesen encontrado solos como yo.

Avanzábamos en silencio, ya era de día, pero estaba un poco nublado.

—¿Crees que lloverá? —Dije interrumpiendo la atmósfera de silencio.

—No lo sé... —Dijo el yeti observando el cielo por primera vez—. Creo que estamos cerca.

De repente, toda mi esperanza que estaba perdida, acabó siendo tragada por un remolino y siendo renovada por nuevas y brillantes esperanzas positivas.

Pasamos por otra cueva. El yeti tocó la pared de cristales, e instantáneamente, se iluminó de azul. El yeti se alegró silenciosamente, pero lo noté claramente. Al iluminarse los cristales, su pelaje se volvió de un tono claro de azul, mientras que se movió como si una gran ráfaga de viento invisible acabase de llegar, y sus ojos, de un color azul muy oscuro me miraron expectantes. Esa mirada iba acompañada de una pequeña sonrisa ladeada hacia la derecha.

Le devolví la sonrisa.

—¿Magia de yeti? —Le dije entre risas.

—Magia de yeti —Afirmó.

Consiguió sacarme una sonrisa, y seguimos caminando. Salimos de la cueva y observé nuestro alrededor.

Todo era diferente, era un pequeño claro que estaba rodeado por altas montañas nevadas, algunos pinos estaban apartados de un pequeño camino de piedras brillantes, casi parecían de cristal. ¿O quizá fuese hielo? De cualquiera manera, el pequeño camino llevaba a un lago, a pesar del frío, no estaba helado.

El yeti andó hacía allí, con paso ligero y rápido. Él sabía que aquello solucionaría mucho.

—¿Conoces este lugar? —Le pregunté, aunque mi eco resonó.

Él negó, pero siguió caminando. Yo, aún seguía parada en mi sitio, pero comencé a seguirle. Pisé la primera losa de cristal y noté que era resistente y no crujía bajo mi peso. Me calenté un poco las manos con mi aliento, en aquel lugar, hacia realmente frío. Probablemente de grados bajo cero y menos de cinco grados.

Me puse a la altura de mi amigo y pude ver qué se había quedado plantado frente a la orilla del lago.

—Está allí —Dijo señalando un extraño pedestal de hielo que salía del lago.

—Vamos —Dije yo.

El yeti metió un pie en el agua, no daba signos de que estuviera fría. Pero... Es que estaba sobre el agua. Alrededor de su pie, se formó un gran círculo de luz. El agua brillaba formando formas de copos de nieve y simples formas majestuosas.

—Wow —Dije simplemente.

El yeti me invitó con la mano y yo se la tendí. Yo también me posé sobre el agua, pero a diferencia de mi amigo, no dibujé figuras en el agua. Esto era parecido a lo de la cueva. Su pelaje, que ya se había vuelto normal, había vuelto a recuperar ese color azulado. Y sus ojos... También estaban azules oscuro de nuevo.

Yo daba pasos insegura sobre el agua, con miedo a que de repente cayera hacia el fondo.

—Si me agarras no caerás —Dijo el yeti como leyendo mis pensamientos.

Ya habíamos llegado ante el pedestal de hielo, en él se reflejaban miles de colores según desde la perspectiva en que miraras.

—¿Eso es un libro? —Pregunté extrañada.

El yeti pasó la mano por la portada.

—Es como un diccionario, para aprender otro idioma —Señaló.

En la portada estaba dibujada una letra. ¡Era igual que los símbolos de la pared de la cueva!

—¡Lo hemos encontrado! —Exclamé.

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Ainhara, Zac y Rena, ya habían llegado a la isla como pudieron. Agotados y sin respiración se tiraron a la arena. Allí no parecía habitar nadie.

—¿Y ahora? —Preguntó Zac.

Ainhara le miró extrañada.

—¿Qué? —Preguntó Ainhara.

—Que hacemos ahora —Dijo Zac—. No podemos quedarnos aquí.

—Vamos a adentrarnos —Dijo Rena—. A lo mejor encontramos algo que pueda ayudarnos.

Miraron hacia las montañas de la isla, eras voluminosas y grandes, estaban repletas de tonos de verdes y de flores silvestres. El peligro no podía ir por allí, por lo menos por ese momento. El cielo estaba cubierto por un par de pequeñas nubes blancas, pero nada que señalase nada malo. Dónde estaban ellos, y probablemente lo que rodease las montañas, era playa. Una playa de arena blanca con mucho brillo. El mar estaba tranquilo y apenas mojaba la costa. Un pequeño muelle se podía ver a lo lejos, aunque desde aquella distancia ya se veía apagado y casi derrumbado.

—En marcha —Dijo Zac después de la inspección.

Comenzaron a andar entre los montones de plantas y vegetación que habían para adentrarse a un pequeño bosque de abedules que daba color a las montañas. Era plena mañana y el sol se les pegaba bastante más de lo deseado, por lo que no tardaron que cansarse y desear beber algo de agua.

Pasó un rato hasta que se encontraron frente a un pequeño arrollo, en el que no parecía que nadasen peces ni ningún otro tipo de ser vivo. Se refrescaron y siguieron la marcha bajo el ardiente sol. Las nubes ya habían desaparecido dejando el cielo solamente decorado por esa gran estrella.

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El yeti y yo íbamos a pasar la noche fuera de la cueva, trás conseguir el libro.

Así caímos dormidos.

—¿Qué es... Eso? —Dijo medio dormida.

Delante de mí, me deslumbraba una extraña luz. Tardé en acostumbrar la vista, pero pude distinguir... ¡La luz con el sobre!

—Guerrera —Me llamó—. Toma, cógelo.

Estiré la mano y por primera vez que la ví, pude agarrar el sobre.

—Esto os ayudará —Dijo la pequeña luz.

Agarré el sobre con todas mis fuerzas, por miedo a que se desvaneciese en cualquier momento.

—Nos vemos, guerrera —Dijo la luz antes de desaparecer.

Miré hacia abajo, el sobre seguía entre mis manos.

Desperté al yeti y le conté sobre el peligro del bosque, todo lo vivido, como había llegado hasta él.

—Dice que esto nos ayudará —Dije enseñándole el sobre—. Y si... Tenemos la solución, ...

Me callé de repente, aún no sabía su nombre.

—Compañero —Terminé.

—Pols —Dijo él— Mi nombre es Pols.

Por fin me había dicho su nombre. Que alivio, no paraba de encontrarme en esas situaciones muchas veces. Y si el viaje lo iba a hacer con él... Sería más cómodo llamarlo por su nombre.

—Ábrelo —Me incitó Pols.

Con manos temblorosas rasgué el sobre de papel.

—Esto es...

Saqué una cajita con letras que había que poner en orden. En la parte de abajo estaba tallada la palabra alma.

—Alma... —Dijo el yeti—. ¿Sabes que puede significar?

—Ni idea —Dije.   

Estaban las letras  T R S P I I.

—Mejor si lo intentamos descifrar mañana —Dije el yeti dándome unas bayas y volviendo a recostarse.

Así nos dormimos de nuevo.

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Mientras, sobre el pueblo de Igur, ya había empezado a llover. Habían intentado buscar refugio en cuevas, pero muchos no entraban y se tuvieron que quedar en la entrada.

Truenos y montones de nubes negras como el carbón adornaban el cielo, haciendo que el continuar hacía el sur, fuese una tarea peligrosa e imposible.

Igur estaba fuera de la cueva, viendo como montones de gotitas de agua caían sobre la hierba mojada, formando barro, charcos y hasta una pequeña corriente ladera abajo.

Mojadísimos intentaron continuar andando en más de una ocasión, pero de nuevo tenían que parar en alguna cueva a secarse o a limpiarse la gran cantidad de barro que llevaban encima.

La tormenta duró varios días, y cuando por fin salió el sol, todos volvieron a la marcha sin ningún inconveniente. Ya les quedaba poco para llegar a su destino y ayudar a salvar el bosque.

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Zac, Ainhara y Rena seguían buscando algo que les pusiese ayudar a salir de esa isla. Pasillos que cortaban las montañas a la mitad les servían para descansar y escapar un rato de la cegante claridad del sol.

—¿Qué es...? —Ainhara llevaba observando la pared de uno de los pasillos un buen rato, cuando encontró unos dibujos con relieve.

—¿Qué pasa, Ainhara? —Le preguntó Zac.

—Mirad, aquí hay unos dibujos, algunas partes están más elevadas y otras a la altura de la pared.

—¡Yo sé que es! —Dijo Rena—. Esto es un mapa de la isla del bosque Hawo, mirad, aquí estamos nosotros.

«Allí está el centro del bosque... Y aquí es donde os encontré, en el muelle.

El centro del bosque estaba más elevado. Y en el este, oeste, norte y sur, también.

—¿Qué significa que estén más elevados? —Preguntó Ainhara.

Rena, ya informada sobre lo del bosque, comienzó a formar teorías.

—Capaz sirve para salvar el bosque.

—Nosotros, en el este, tenemos una posición elevada —Dijo Zac.

—Por aquí debe de haber algo para salvar el bosque —Dijo Ainhara a media voz, emocionada.

Nerviosos comenzaron a inspeccionar la isla de arriba abajo, cada recoveco, cada cueva, cada lago... No había nada.

—Nos queda solo subir esa montaña —Dijo Ainhara.

Ese era su nuevo destino.

______________

En la ciudad...

—Debéis ayudarnos, por favor —Terminó Gema de hablar con la mujer.

—Solo os diré que estáis en el sitio correcto, ya está —Dijo la mujer, y se fué.

Gema se quedó en el medio del mercadillo, pasmada.

¿Que estaban en el sitio adecuado?

Corrió hacia sus compañeros, frente a la puerta de entrada.

—Me ha dicho que estamos en el sitio adecuado —Les dijo—. Por aquí debe de haber algo, busquemos.

Gracias ^^

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