[11]
Ainhara, Zac y Pom Pom, se despertaron en una orilla, estaban en una playa de arena dorada, palmeras altísimas, agua tranquila y transparente y algunas aves cantarinas. El cielo estaba nublado, y probablemente llovería pronto. Se pusieron en pie desorientados y miraron a su alrededor, la arena ocupaba todo su campo de visión. El mar estaba alborotado, señal de que la tormenta sería bastante fuerte.
—Tenemos que refugiarnos en algún sitio —Dijo Zac preocupado.
—Capaz por aquí cerca hay algún marinero que nos pueda decir donde alojarnos —Dijo Ainhara observando con más detenimiento su alrededor.
Habían algunos barcos atracados en un muelle en la lejanía. Parecía de madera antigua y resistente a las mojaduras. Algunos barcos tenían alegres colores y todos tenían tamaños diversos. Se acercaron hacía allí, con paso rápido y constante, pero sin correr para no caer sobre la arena. Cuando llegaron, vieron un detalle que habían pasado por alto, había una pequeña cabaña con una ventana, en ella había un hombre aburrido, con un gorro de lana roja en la cabeza, una sudadera azul y unas bostas pesqueras. En el fondo de la cabaña, se distinguían cuadros con fotos de temática marinera y marcos de conchas.
—Buenas tardes —Empezó Zac—. Se avecina una tormenta ¿cierto?
—Que queréis —Dijo el hombre con tono seco y cortante, se notaba que era un cascarrabias.
—¡Ah! En ese caso —Dijo Ainhara—. Buscamos alojamiento, un lugar donde resguardarnos del temporal hasta que cese.
—¿Quereís meteros en mi cabaña? —Preguntó el hombre con una sonrisa.
—Si usted nos deja... —Dijo Zac.
Y entonces el hombre se empezó a reír a carcajada viva, sin rencor y sin pizca alguna de compasión.
—Bueno, nos vamos como usted quiere —Dijo Ainhara— Pero que sepa que así no le irá bien en la vida, señor.
Empezaron a alejarse de la cabaña, preocupados por la tormenta. Desde allí seguían oyendo las carcajadas del hombre.
—Se creían que iban a entrar en mi cabaña —Gritó el hombre— ¡Ellos querrían!
Siguieron andando, sin prestarle atención, al fin y al cabo no valía la pena. Vieron a lo lejos el muelle más cercano, el que habían visto en la lejanía. Cambiaron su rumbo y fueron para allá. Allí habían 3 barcos, el agua los movía con brusquedad. No parecía que hubiese nadie dentro.
—¿Y si tocamos la puerta de alguno? —Preguntó Zac.
—Vamos a probarlo, no vamos a perder nada.
Tir se dirigió a la puerta de roble de uno de los barcos. Había elegido tocar en uno verde, con luces en el techo y unas sillas fuera. En el interior no se veía nada.
Toc toc
Sonó un ruido seco, y les abrió una mujer.
—Buenos días —Dijo Ainhara—. Buscamos un lugar donde resguardar de la tormenta.
—Pasad, pasad, aquí estaréis seguros —Dijo la mujer.
Entraron en el barco, nada más pisar el interior se encontraron en una especie de cocina, de tonos madera que daban calidez. Allí habían algunos muebles, platos, un par de tazas y una lámparita. Más al fondo había un comedor, que consistía en una mesa rodeada de un par de mesas. Un salón con un mullido sofá y al final una puerta que probablemente daría al baño, ya que el sofá se podía convertir en una cama. Todo estaba muy organizado en un espacio un tanto pequeño.
De repente el barco se tambaleó, haciendo que Ainhara y Zac casi cayeran.
—¡Cuidado! Sentaos en el sofá —Dijo la mujer—. El mar se tambalea mucho a causa de la tormenta. ¡Ah! No me he presentado, me llamo Rena.
Los chicos se presentaron, y empezaron a charlar. La mujer era habladora y expresiva, nada reservada. Tenía el pelo rizado y largo de un tono café precioso. Este estaba adornado con un pañuelo de flores. Su cara indicaba que no tendría más de 40 años. Vestía una blusa blanca de estilo marinero y unos pantalones de color negro.
De nuevo, el barco se tambaleó con mucha más fuerza, haciendo que cayesen del sofá.
—¡Agarraos bien! —Gritó Rena intentando agarrarse a un mueble de la cocina.
Los chicos se agarraron al sofá como pudieron.
Pasó un rato hasta que todo se calmó.
—Oh oh —Dijo Ainhara— Creo que tenemos problemas.
Rena y Zac se asomaron a la ventana redonda del barco. Estaban en medio del mar.
—¿Como se ha soltado el amarre? Parece que la tormenta lo ha roto y nos ha arrastrado a no se donde —Dijo Rena preocupada.
—Tranquila, Rena —Dijo Zac—. Vamos a buscar alguna forma de volver, o de ubicarnos al menos.
—Vale, ¿como lo hacemos? —Preguntó Ainhara.
—Está de noche —Dijo Zac—. Si esperamos a que amanezca, podremos ver por donde sale el sol.
—De acuerdo.
Y así, guiados por el sol, consiguieron ubicarse.
—A ver, el puerto está hacia allí —Dijo Rena señalando un punto en el horizonte—. Pero mirad el cielo, sigue habiendo tormenta allí.
—¿Sabes si hay alguna otra isla cerca? —Pregunto Ainhara.
—Claro, el bosque Hawo es una gran isla, pero desde luego, hay una pequeña islita que está lo más al este de todo el bosque —Dijo Rena.
—Vayamos hacia allí, pues —Dijo Zac decidido.
Rena condujo el barco en esa dirección, haciendo una raya de puntos en un mapa para saber por donde ir.
—Mirad, aquí es donde estamos, y allí vamos a ir —Dijo Rena señalando con el dedo.
Zac y Ainhara pudieron ver en el mapa, que la isla de la que le hablaba Rena estaba bastante lejos.
Al ver sus caras de confusión, Rena les explicó.
—No os preocupéis, calculo que si no hay imprevistos, llegaremos en una semana aproximadamente.
Eso era mucho tiempo para el bosque, pero decidieron que era la única opción, no tenían nada más que hacer. Esperaban que el bosque Hawo resistiera.
Los primeros 4 días pasaron sin ningún imprevisto. Charlaron y conocieron más a Rena, que era aventurera y habladora la que más. Rena les enseñó cada rincón del pequeño barco y les explicó su orígen. Desde luego, también les explicó su propio orígen, como había llegado allí y porque vivía sola.
Al quinto día, ya entrada la noche, se divisaba tormenta en la lejanía, cerca del punto donde se dirigían.
Zac y Ainhara, que estaban aprendiendo mucho de navegar, avisaron a Rena.
—Vale chicos, no os preocupéis, voy a pararnos aquí y esperemos que la tormenta no se acerque.
Pasaron la noche en tensión, con todos los sentidos puestos en el entorno, y cada vez que alguna pequeña ola sacudía el barco, se sobresaltaban. Al final la noche pasó tranquila, la tormenta no llegó a ellos y pusieron estar en paz.
A la mañana siguiente, Zac estaba fijándose todo el rato en la gran nube gris, casi negra.
—Tranquilo, Zac —Le dijo Ainhara—. Rena dice que hasta mañana no nos adentraremos en la nube.
—Pero... Es que la veo tan cerca —Dijo Zac preocupado.
—Vamos, descuida, me parece que Rena ha preparado un estofado de pescado —Dijo Ainhara.
Zac y Ainhara entraron en el barco y se sentaron en la mesa.
—Tomad, aún está caliente —Dijo Rena poniendo tres platos de estofado en la mesa de madera de abedul.
—Muchas gracias —Dijo Zac.
Empezaron a degustar el estofado de pescado, que Rena había pescado con una pequeña red en la izquierda del barco. Estaba caliente y delicioso, su aroma inundaba todo el barco y lo disfrutaron al máximo.
—¿Queréis un poco más? —Preguntó Rena satisfecha al ver que les había gustado.
—Sí, por favor —Dijo Ainhara encantada con la cocina de la mujer.
Se terminaron la olla entera, y pasaron la tarde jugando a algunos juegos de mesa y viendo fotos que tenía Rena en álbumes.
—Esta es mi familia —Dijo Rena soñadora señalando una foto—. Este es mi hijo Carlos, este es mi marido Paul y mi gata Wendy.
—Parecías feliz, ¿porque te fuiste? —Preguntó Ainhara, pero se apresuró a añadir—. Si quieres compartirlo, claro.
—No te preocupes, si yo ya os tengo confianza —Dijo Rena entre risas—. Yo estaba muy feliz allí, es cierto, pero sentía que debía hacer algo más, ver más...
—¿Donde vivias? —Preguntó Zac al mirar la foto—. Me suena.
—¡Ah! Pues era en el pueblo del sur —Dijo Rena.
—¿Conoces a Igur? —Preguntó Ainhara.
—Por supuesto, ¿quien no se acuerda de ese viejo cariñoso? —Preguntó Rena sonriendo.
Rena prosiguió.
—Bueno, que quería conocer más, viajar... Y así es como me compré esta preciosidad. Es de segunda mano, pero siempre la he mantenido como nueva.
De repente el barco se sacudió fuertemente.
—¡La tormenta ha llegado antes de tiempo! —Dijo Rena sorprendida.
Se apresuraron a salir al exterior del barco. Las olas de unos dos metros, el cielo estaba completamente cubierto de nubes negras como el carbón, se oían truenos y se veían rayos. En la lejanía se podía ver la isla que tenían por destino.
Una ola inundó la cubierta del barco, haciendo que todos resbalasen y callesen contra la pared del barco.
—¡Meteos dentro, o alguno caerá al mar! —Gritó Rena abriendo la puerta del barco.
Todos se metieron empapados y asustados, podían darse la vuelta en cualquier momento.
—A ver, hay que ponerse serios —Dijo Rena aunque ya lo estaban—. Y centrados... Si yo en cualquier momento os digo que vayáis corriendo a un lado del barco, lo hacéis cuando antes y sin rechistar.
Ella sabía que lo harían, estaba convencida del todo, pero por si acaso.
—Porque podríamos volcar —Añadió—. Haced lo que os digo, si tenéis que tirar de algo lo hacéis.
La mirada de los chicos era bastante seria, pero intentaban no entrar en pánico. Las altas olas sacudían el casco del barco, haciendo que de vez en cuando el barco flanquease. Ainhara y Zac, según las indicaciones de Rena, conseguían que el barco siguiera adelante.
—Esa ola... —Dijo Ainhara pálida.
Era bastante más grande que las demás, la veía por la ventana con miedo y según avanzaba, más grande y larga era.
—Agarraos bien —Ordenó Rena.
Así, bien aferrados, es como la gran ola les volcó.
El barco se hundía, Ainhara seguía bien agarrada a una de las ventanas, Zac estaba agarrado a un palo de la cocina, pero no soportó su peso y el chico intentaba agarrar algo más fuerte. Rena estaba subiendo a la superficie, y sus acompañantes la siguieron.
—Mi barco... —Dijo.
Ainhara y Zac la animaron cuanto pudieron, las olas les seguían hundiendo, pero debían llegar a la isla, cuanto antes.
Comenzaron a nadar lo más rápido que pudieron. La isla se veía lejos de su alcance, pero si no lo intentaban, estarían perdidos. Las olas les mojaban el pelo, la cara y la ropa; tragaban agua e intentaban mantenerse en la superficie el mayor tiempo posible. En una de esas salidas a la superficie Rena les llamó.
—Si subís a la superficie, las olas os harán más daño, coged aire y meteos bajo el agua, ahí no os pasará nada. Coged aire solo cuando sea muy necesario —Les dijo Rena.
Cogieron aire y se sumergieron, así visto, Rena tenía razón. Avanzaban mucho más rápido, pero anocheció y todavía no habían llegado.
—Allí parece que hay una especie de roca saliente —Les informó Ainhara a sus compañeros.
—Sí, vamos hacía allí —Decidió Zac.
Se sentaron sobre la roca. Estaban empapados, cansados, asustados y con frío. La tormenta ya había pasado, el aire era gélido y el viento no ayudaba. Ya hacía bastante que habían dejado el barco atrás...
—Siento mucho lo de tu barco —Dijo Ainhara cuando recuperó el aliento y escupió algo de agua de más.
—Lo echaré de menos —Dijo Rena—. Pero yo creo que de lejos lo mejor es que seguimos todos vivos.
Eso era cierto, podría haber sido muchísimo peor.
—No sé si deberíamos seguir adelante, no se ve muy lejos, pero... nos llevará un buen rato y ya es de noche —Dijo Ainhara.
—Quizá deberíamos esperar, pero haciendo guardias por turnos para que no nos pille desprevenidos la tormenta de nuevo —Dijo Rena.
Primero se quedaría despierta Ainhara voluntariamente. Ella lo prefería, ya que estaba tan nerviosa y preocupada por el bosque que le costaría conciliar el sueño. Mientras que hacía guardia, podía entrarle algo de sueño, porque cansancio no le faltaba. Movió los brazos cansados después de nadar tanto rato. Miró al cielo, justo encima de ellos estaba la luna. Era redonda y de un tono amarillo reluciente. A su alrededor algo de luz inundaba la cercanía. Ainhara sabía que por algún sitio de la isla, sus amigos estarían luchando por sobrevivir, como ellos.
—Os quiero, chicos —Dijo susurrando, pero en su interior lo decía con mucho amor y extrañeza.
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