1.
Si Martín tuviera que tomar un notario de cuántas veces se habían peleado y reconciliado de esa (salvaje) manera, habría gastado resmas y resmas de papel y las hubiera tenido que archivar en estantes gigantescos cual biblioteca histórica; irónicamente, ese sería el registro más fiel que tendrían por ser lo que eran.
Revolcarse en el sillón con Manuel como si fuera el último día de la tierra, contaba como una de esas más de ese record.
No recordaba que había pasado realmente; hacía una semana no se habían dirigido la palabra por alguna de las (tantas) razones por las cuales se llevaban como perro y gato; y ahí, en la noche del día del amigo, Martín no aguantó más y lo fue a buscar – y gracias que el otro finalmente lo atendió después de gastarse tres veces el crédito en llamadas y mensajes de texto.
Argentina mostraba solamente algunos aspectos íntimos a sus vecinos cercanos, los ínfimos a sus primos y dos a Victoria cuando se sentía débil e indefenso. Pero solamente uno estaba reservado para Chile: él admitía que cuando se mandaba la cagada, se metía el orgullo en el bolsillo y era capaz de pedir perdón de rodillas.
Chile, por otro lado, jamás le admitiría que ese "lugar especial" en la existencia de Martín era lo que lo había hecho reflexionar y bajar la guardia por el orgullo propio que no hacía más que engrosar su pared emocional. Sin contar con que lo había extrañado tanto y estaba tan triste sin él que ni bañarse quiso durante esos días (estúpida depresión y estúpida roña, encima con el frío de mierda que hacía se bañó como loco – cuidando de usar el perfume que le gustaba al argentino, claro).
Ah si, el regalo.
Manuel despertó al mediodía del día siguiente sin ninguna llamada de su jefe, y al verse solo tuvo tiempo de ver el bendito regalo en la sala. Luego de despejar su cabeza (y esa sonrisa boba que no se le borraba de la cara), descubrió que el rubio le había dejado una nota del lado de la cama: "No te olvides del otro regalito, mi flaquito hermoso" – ¡Pero que fleto que era cuando se ponía mimoso, por la chucha!.
Luego de burlarse de esa letra llena de corazoncitos y caritas sonrientes (que solo le hacía a él y por eso nada tenía que ver que la guardara en su cajón con sus anotaciones personales), fue a la sala y tomó el pequeño paquetito descubriendo una cadenita de plata. Sencilla, sin adornos, con eslabones fuertes – sonrió más aún, le conocía el gusto cuando se ponía serio; no como cuando le hacía esas joditas en Navidad y le regalaba tangas rojas o zungas rosadas. No. Ese era un adorno que el rubio sabía que se pondría de vez en cuando... y que no era para nada gay (como los anillos de Sebastián). Un detallito masculino, nada más.
Una pena que la masculinidad se fuese con la etiqueta: FELIZ DIA, AMIGO CON VENTAJAS, JAJA. TE ADORO, MARICON =).
Estaba demasiado de buen humor para querer llamarlo al trabajo e insultarlo por aquello.
Se dirigió hacia el único espejo de su casa y se la colocó, ocultándola debajo de su polerón. No quería preguntas innecesarias hacia su persona, después de todo. Entonces se abrigó con cuidado y salió al mundo exterior, disfrutando del sol que apenas calentaba pero que era mucho más piadoso que las secas noches en su tierra.
Saldría a almorzar algo rico; y lo llamaría para invitarlo al once que le iba a hacer.
-----o-----
-Por última vez Da Silva, te dije que no está acá... ¿Me vas a dejar trabajar en paz?
El rubio se disculpó y salió por millonésima vez de la reunión. La cara de su jefa ya no era y tan simpática como hacía veinte minutos.
-Lu, enserio, no sé donde está. Vos tenés más contacto con él. Yo apenas hablo media hora por webcam día por medio para ver como anda- le habló en su (trabado) portugués, un gesto que consideraba bastante caballeroso de su parte, puesto que el tono del otro lado parecía que no era de broma.
-Dí vuelta las embajadas, las de mi casa y las de la suya. Nadie sabe nada. Su jefe está de viaje y sus secretarios son bastante inútiles- vociferó el morocho, frunciendo el cejo y tomándose la frente- Nunca se va sin decirme a dónde, y hasta hace dos días todo estaba bien.
-Los problemas conyugales de ustedes dos no me conciernen...
-¿¡Qué problemas conyugales!? No estamos casados, y aunque hayas aprobado esa ley no te da el derecho de ver todas nuestras relaciones como uno a partir de ahora- le contestó con sorna- Sino, tendrías que casarte con varios de nosotros...
-Okey, perdón, no es momento de chistes- lo cortó, impaciente (y algo avergonzado, sabiendo exactamente por qué lo decía) - Buscaste en los lugares correctos, yo haría lo mismo. Si querés venite para acá y preguntá en mis embajadas, y ya te digo desde ahora que no está conmigo y no lo tengo escondido por ningún lado... para que no rememores ciertas épocas- le aclaró- Podés venir a ver.
-No, no hace falta, (ahora) confío en ti- le cortó, sabiendo exactamente a qué se refería.
-Tal vez en lo de Dani...
-No, ya fui para allá y Daniel no sabe nada; Julio y Miguel igual. Llamé hasta a Fernanda y María, tampoco- se tomó la cabeza de nuevo, mirando el café helado que no había tocado, comenzando a angustiarse.
-Calma, tiene que estar en algún lado. Mirá, hagamos algo. Yo también voy a buscar en otras embajadas, por ahí se hizo un escape diplomático secreto con su Jefe y por eso nadie te dice nada y no están en ningún lado; así que quedate tranquilo que no creo que sea algo malo- suspiró- Dejame cerrar unos asuntos y te ayudo.
Luciano mascó la última frase. Pero no era hora de mostrar el orgullo.
-Obrigado, Martín.
Argentina colgó el celular y observó el vacío, haciendo miles de cálculos en su mente.
La angustia también le llegó.
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Sigue el paso del cerro, donde está el toro inmortal,
Tras los cañones que espantaron al blanco diablo,
Más allá de las costas de oro,
Hasta la espesura seca, de los vientos del agua grande,
Donde tu fruto crece, sigue corriendo,
Los Guardianes te guiarán...
Las ojeras de Sebastián eran importantes.
El espejo de aquel baño público no se veía (ni olía) en las mejores condiciones, pero había sido el primero en varios kilómetros. Se observó el desastre que estaba hecho; compró una máquina de afeitar descartable y un peine, tratando de alinear al monstruo que se reflejaba en frente.
Cuando terminó de asearse se tomó las sienes y las masajeó suspirando, buscando tranquilizarse. Olas de la euforia que había aprendido a controlar con los siglos estaban llamando a su puerta, activadas automáticamente por lo que le había estado pasando; era como si estuviera luchando contra algo dentro de sí mismo. Y temía por eso.
Los susurros. De nuevo.
Abrió los ojos.
Aquellas palabras lo perseguían y esos sueños lo habían enloquecido. Creyendo que habían sido un delirio febril producto de los extraños calores en las tierras de Belo Horizonte, donde había pasado las últimas semanas encerrado en sus negocios, comenzó a tomárselo enserio cuando se convirtieron en alucinaciones diurnas que aparecían en el rabillo del ojo.
Algo lo estaba llamando a su tierra, y tenía que volver.
Sin avisar a nadie, tomar vehículos oficiales o avisar a las embajadas; sólo, como un mortal común y silvestre vagando por el mundo, tomó un pequeño bolso, guardó la ropa indispensable (dejando sus ocho valijas,con su lujosa ropa y sus cremas en esa costosa habitación) y salió disparado como alma que corría el diablo.
Las voces se calmaban cuando tomaba el rumbo correcto; y crecían carcomiendo su tímpano hasta doler cuando se alejaba de aquella importante misión. Por eso, lo primero que comprendió fue que tenía que estar libre de todas las miradas y pensamientos pendientes. Con todo el dolor del mundo, entonces, también apagó el celular (se lo había regalado Alfred, era tan bonito) y lo abandonó en aquel hotel.
Sabía las consecuenciasde sus acciones, pero...
Sacudió la cabeza, y continuó camino.
Tomó la ruta de los comerciantes de la frontera, y eso le decía que estaba yendo bien. Casi no le zumbaban los oídos. Con el correr de los días, ya cansado de hacer dedo por la ruta y parar en hosteles de categorías impensables de lo baja que eran, tuvo la necesidad de hablar con alguien, puesto que odiaba la única compañía que lo atormentaba en los pocos sueños que conciliaba. Extrañaba horrores a Brasil y a sus primos; pero no podía meterlos en lo que mierda estaría por pasar.
La última vez que había tenido ese nudo en el pecho, esa impotente desolación, fueron horas antes de que Gabriel se lo llevara consigo para siempre.
Gabriel. Portugal.
¿Acaso...?
Hablar con los campesinos que cruzaba en los montes, en portugés, portuñol y español a medida que llegaba a su Casa (oh, el aire volvía a los pulmones plenamente, amaba esa sensación) le había hecho algo mejor; descargar un poco sus angustias, aunque no pudiera decir exactamente qué le pasaba. Después de todo no estaba seguro si los humanos lo entenderían; él, que era tantos de ellos al mismo tiempo.
Fue en una de las fronteras hacia Santano do Livremento en donde las señales comenzaron a ser más espesas; ahora no solamente no podía dormir o girar por alguna sombra inusual que le susurraba en el hombro, no. Ahora la cuestión estaba poniéndose realmente rara.
Porque jamás vio subir a ese gatito negro dentro del autobús en la parada anterior.
Menos se dio cuenta que fue directo hacia él y se subió a su falda, adorable y ronroneante, dispuesto a dormir. Y cuando lo dejó estar, nadie pareció verlo.
Tampoco nadie parecio notar que, cuando entraron en territorio uruguayo, entre Paso de Ataques y Tranqueras, el gato dejó de ser mimoso y rechazó las resignadas caricias de Sebastián y saltó de la ventana tras la primer parada de la aduana.
El felino ágilmente desapareció en la espesura del atardecer, adentrándose en los montes.
Donde el fruto crece, sigue corriendo
Los Guardianes te guiarán
El rubio salió tras del gato con el bolsito en la mano, luego de escapar de las miradas de todos los viajantes, y se dispuso a seguirlo. Su miopía no ayudaba en lo más mínimo de noche, y lo pensó dos veces hasta salirse de la ruta...
Pero para él todo estaba claro como si fuera de día.
Y, que carajos, los anteojos estaban molestándolo.
Cuando se los quitó, se asombró de que no hubo diferencia y que estaba viendo más nitidamente de lo que nunca había recordado en su existencia. Se refregó los ojos y se pellizcó, pero ahí estaba, una vista perfecta; de hecho, más perfecta que lo normal.
Una vista felina.
El lejano eco del maullido del gatito lo impulsó a caminar, adentrándose hacia el salvaje campo.
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-¿Cómo que se esfumó, huevón?
Manuel y Martín finalmente compartían un once juntos sin pelear después de mucho más tiempo del que pudieran recordar (y en realidad distraídos como para hacerlo).
-Pensé que el brazuca exageraba, pero realmente nadie sabe donde está, es como si se se lo hubiera tragado la tierra.
-Que chucha, espero que no sea nada malo.
-No. Si así fuere nos hubiésemos enterado de alguna manera. Sabés como funciona esto.
-Si si...
Ruidos de tazas de té y masticadas de pan con palta.
-¿Y qué hacemo', po'?
-Seguir buscando. Tiene que estar en algún lado- el rubio le dio un fuerte sorbo a su mate- Voy a llamar a Dani, a ver si se puede hacer una escapada. Vos tratá de ubicar a Migue, a Pancho, a todos... el flaco tiene que aparecer.
Un nuevo silencio.
-Mmm...
-¿Qué?
-No conozco mucho al Sebas po', pero...
-¿Pero qué?
-Digo, a veces uno quiere estar solo sin contacto con nadie; ¿Y si e' eso nomá'? ¿Si sólo se tomó unos días pa' no aguantar las weas de todos? A veces me pregunto como es que te tiene paciencia a vo', al Lu, al Dani y a todos juntos apretándolo por todos lados todos los días- mascó el pan- Porque es como si estuviera en el medio de todos para siempre, ¿Cachai?
Martín le dió una mirada asesina, y el otro sonrió algo triunfante por eso.
Pero no lo contradijo.
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Los guardianes, los guardianes...
Ahora los susurros se habían reducido a esa palabra. ¿Quiénes eran los guardianes?
Para todo fin práctico, los maullidos y las huellas del gatito habían desaparecido. Pero estaba tan metido dentro de los montes que el camino que daba de nuevo hacia la ruta tampoco estaba.
Caminar entre alimañas, animales salvajes y tierra inhóspita podría darle pavor; el frió de la entrante noche hacerlo tiritar, y abandonar toda esperanza frente al cansancio de sus piernas, el ardor en sus pies y las voces que, por cierto, eran la única compañía que tenía detrás de los grillos y las ranas.
Pero vamos, era como si estuviera mirando su propio hombro.
Y, de hecho, se sentía bastante cómodo.
Acomodando unos helechos del suelo se hizo un espacio y se sentó bajo un árbol. Miró hacia el cielo que se dejaba entrever, el cinturón de la Vía Láctea que pasaba sobre su cabeza y se veía perfectamente ahí. La inmensidad era más notoria, y su pequeñez dentro de sí mismo era algo más visible.
Fue entonces que como no quiere la cosa, tomó el bolsito y saco un pequeño termo y un mate de viaje, cebándose a sí mismo y tomando con tranquilidad, mirando las estrellas y dibujando las constelaciones con sus ojos.
Fue ese ejercio mental el que le dio sueño; y lentamente se durmió.
-¿A quién esperás, guacho?*
-Guacho serás vos, Río da Prata.
-Cada vez que podés te venís hasta acá arriba en el medio de la nada. ¿Hay algo interesante?
-Depende lo que digás con interesante, minino. Para vocé va a darte muita diversión mental, que no estás acostumbrado a volver a tu nido.
-¿Mi nido? Estoy harto de Antonio, ya cada día me lo cargo menos desde hace dos años. Quiero estar lejos de él, por eso quise acompañarte.
-Ese no es su nido. Hablo del real, de la primera cuna, a morada donde apareció vocé.
-No lo recuerdo, no recuerdo más que Antonio... siempre tuve eso muy confuso.
-¿No te parece extraño que yo tenga algo en la tierra antes que Don Antonio y vocé nao?
-Que se yó, por ahí tuviste suerte, a mi me encontraron solo.
-Como sea... -suspiró- Igual no creo que haya sido una buena idea para vocé venir. No sé si eri bienvenido aquí...
-¿Y qué insolencia es esa, Banda Oriental? Es la primera vez que veo a donde venís, pero la verdad no entiendo nada, este lugar es más aburrido que escuchar a España hablar de los acosos de Francia. Está completamente desolado.
-Ten más respeto de la mia casa, viâdo.
-¿Ah sí? ¿Y qué me va a pasar, empezaré a hablar portuñol mal venido como tu?
Luego de aquella pregunta, Martín vió algo que ocasionó que nunca más lo volviese a acompañar al norte; inclusive, en los días presentes, prefirió no tocar más el tema, enterrándolo en el tiempo.
Una sonrisa onírica apareció en los labios de Uruguay.
El miedo. Su miedo. Ese mismo rugido.
Pero el rugido estaba fuera de su sueños.
Sobre su cabeza.
-¡¡Mai Santa!!- Uruguay mezcló inconcientemente ambos idiomas y de un saltó se alejó en cuanto notó su milimérica cercanía a un felino del tamaño de una pantera (y muy similar a una) que estaba mirándolo sobre la rama más baja del árbol, encima de él.
Los ojos eran intensos; gruñía levemente, como reconociendo algo. Giraba la cabeza y movía sus pequeñas orejitas, mientras Sebastían estaba pálido e inmóvil. Poco a poco, la comodidad anterior regresó y giró la cabeza como el animal, dando dos pasos.
Era... familiar.
Entonces, se dio cuenta que el animal estaba ronroneándole a gran escala.
Dos pasos más y una mano se estiró para tocar, alejado de todo temor instintivo. No, no le haría daño, estaba seguro.
Cuando los dedos rozaron la enorme cabeza sintió el pelaje suave y el calor. Al apoyar su palma, el felino se inclinó y cerró los ojos, estirándose para ser acariciado y ronronear con más ímpetu. Paso su mano varias veces, y entonces sintió un frío entre los dedos. Con una última mirada, el animal se desvaneció delante de él, convirtiéndose en una brisa que se coló entre las ropas y siguió de largo.
Uruguay volteó y fue hacia los árboles contiguos, siguiéndolo. Finalmente, al llegar a una especie de claro, la noche despejó las engañosas sombras y pudo ver como en realidad todas las ramas de los árboles añejos estaban atestados de los mismos felinos, observándolo con los ojos como faroles en medio de las sombras.
Esos ojos no eran los de un gato normal. Eran casi...
Humanos.
La emoción llegó a su pecho, se anudó en la garganta y abrió la boca con una sonrisa hueca, girándose sobre sí mismo y tomándose la cabeza, sorprendido, reconociéndolo todo; ese sueño, las imágenes, todo cobró sentido y se agolpó en su memoria a cientos de kilómetros por hora. Los susurros desaparecieron, el cansancio se volvió alegria y todo dejo de duda o temor desapareció de inmediato, allí, rodeado de todos los ellos.
Los Guardianes.
-Bilué...- una voz áspera e imponente lo bajó a la tierra de un sentón, enfocando los matorrales, mientras los seres visibles saltaban hacia la misma dirección.
Un hombre alto, fibroso y oscuro en la noche se hizo presente. Caminó hacia el frente, escoltado por los Guardianes. Sebastián retrocedió en cuanto el otro se sacó los mantos que lo cubrían, y sus ojos ambar destellaron a la luz de la luna.
Sabía donde estaba.
Era su primera cuna.
...
-... ... ... ¿Tata?
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