Capítulo XXIII
Capítulo XXIII
—Por fin a salvo. —musitó Astaroth jadeando al regresar de las arenas del tiempo. Nada en la misión había salido bien, todo había sido un rotundo fracaso. Ahora estaba en el Infierno y tenía que rendir cuentas.
Camino inseguro entre los círculos, sentía como el fuego consumía sus entrañas, cómo cortaban sus extremidades y como cercenaba su fragmentada alma.
—Mierda. —profirió para él mismo, como si esas palabras lo pudieran sacar de esa ensoñación que solo estaba en su mente.
Siguió caminando por un amplio pasillo, este estaba revestido por todo tipo de huesos humanos, finalmente las puertas del gran salón donde estaba su amo se abrieron de par en par. Involuntariamente tragó saliva porque no tenía ni idea de lo que le diría al príncipe de las tinieblas.
Trémulo siguió caminando percibió en el ambiente un sutil aroma a azufre, pero este estaba entremezclado con otra cosa. No supe que era y frente a él estaba sentado en un imponente trono lucifer.
—Así que dime Astaroth, ¿qué te trae por aquí? —mencionó con voz tranquila.
—Amo...amo cuánto lo siento... —las palabras del juez quedaron a la vil deriva.
—¿Sentirlo por qué? Hasta donde yo he visto no has hecho nada malo ¿o sí? —se incorporó y caminó con parsimonia.
—Yo y Paimon nos adentramos a las arenas del tiempo, queríamos entregártelos como tú quisiste...
—Pero yo nunca te di la orden para que hicieras eso verdad.
—No... mi señor, no...
Astaroth vio como el príncipe de las tinieblas empuñaba la mano porque lo habían desobedecido.
—¿Sabes lo que le pasa a los que desobedecen? Pero aunque peor sabes lo que le pasa a los traidores y los que se toman atribuciones por su cuenta.
En ese instante vio salir a Paimon de una de las columnas, estaba integro sin ningún rasguño por la pelea.
—¿Pero cómo es posible si tú estabas en las arenas del tiempo conmigo?. —gritó desconcertado por ver a su compañero que lo había dejado a la deriva en medio de esa cruenta batalla.
—Solo era una vaga ilusión. Ya sabes que soy el amo y señor de las ilusiones. —respondió Paimon con cinismo mientras caminaba hacia él.
—Amo cuanto...cuanto lo siento...
Súplicas y más súplicas. Astaroth estaba de rodillas suplicando prácticamente por su vida.
—Esta vez no será un latigazo ni un brazo. —profirió una mirada a Paimon al ver que tenía su brazo completo. —Esta vez será un castigo peor, uno que ni tú te lo imaginas Astaroth. Llévenselo. —sentenció girando para volverse a sentar en su trono, ahora estaba pensando en una nueva estrategia para vender a los guardianes y tener más poder para controlarlo todo.
*
—¿Pero como puedes ser mi hijo? —preguntó desconcertado Mario viendo a su alrededor por aquellas palabras.
—Al parecer ser el primogénito no es lo mejor de todo, verdad.
—¿Pero cómo puedes estar aquí? ¿Qué es este lugar?
—¿Aquí es? —se quedó en silencio mientras caminaba y salía de la penumbra, se llevó un dedo al mentón y dio unos sutiles golpecitos pensando en una respuesta. —Aquí es donde yacen las almas perdidas, es como el limbo de los lamentos.
El guardián petrificado vio a seres dantescos, algunos parecían obra de alguna abominable pesadilla, figuras amorfas, sombras estrafalarias, seres deformes y animas putrefactas.
—Esto es... —Mario no pudo terminar de hablar un fétido olor invadió su sentido haciendo que reculara unos pasos.
—Con los años, siglos o eones el olor se esfumara. —agrego Caín caminando alrededor de él. Parecía que disfrutaba de hacer eso.
—¡Delta!, ¡Delta!, ¡Sácame de aquí, sácame de aquí! —gritaba Mario hasta desgarrarse la garganta, vio como algunas sombras se reían al verlo vulnerable.
—Espero que mamá este bien. Ella siempre estuvo más apegada a mí. —el tono de voz cambio a uno más áspero y lleno de rencor. —Pero Dios prefirió la otra estúpida ofrenda en vez que la mía.
—Hijo. —respondió pero apenas dijo esas palabras se retractó de decirlas. ¿Cómo era posible que eso fuera su hijo, o lo que quedaba de él. —Caín o lo que seas deja de decir esas palabras que no sé de donde sacas eso.
—¡Padre tú estabas allí cuando hice mi ofrenda! —espetó aproximándose más hasta quedar enfrente del guardián. —Era verdura y fruta que nuestra madre tierra nos provee. Eran las mejores y más frescas que habían en aquel páramo donde estábamos.
Hubo un silencio sepulcral entre ellos, las figuras dantescas se movían entre las sombras, parecía que acechaban a su presa.
Caín retomó la palabra.
—Era el fruto de la tierra, quería que tu estuvieras orgulloso de eso, orgulloso de mi, de tu hijo primogénito, y que mejor que entregar algo natural y con lozanía.
—Hijo, Caín yo...
—Sin embargo tu solo te enfocaste en enseñar a tu otro hijo, ese que era más débil, lo enseñaste a cazar y su ofrenda fue la que sucumbió a Dios.
—Cuanto....cuanto lo siento.
—Que de especial tiene ofrecer dos estúpidos corderos al señor, carne y sangre para saciar su poder. —recrimino colérico frente al guardián. —Sin embargo ahora es tiempo de sentir en cuerpo y carne viva ese sentimiento padre.
—Pero. —Mario intentó recular pero era demasiado tarde.
—Bienvenido a Limbo, el primer pasó al infierno. —en ese instante Caín enterró su mano en el corazón haciéndole una gran herida. —No es una piedra pero será peor que eso, te lo aseguro padre. —estas últimas palabras se las susurro al oído mientras ejercía más presión y fuerza en el golpe.
El corazón de Mario estaba siendo infectado por la oscuridad, la tirria, la maldad y la perversidad de ese mundo nefasto donde se encontraba.
Pronto cayó de rodillas y sintió como una sustancia viscosa se espacia como un cáncer por todo su cuerpo. Era como una enfermedad, como una plaga que infectaba todo a su paso, sintió impotencia por no poder o hacer nada, como si el mundo se le estuviera esfumando de las manos, pero en aquella idílica oscuridad estaba un pensamiento que no lo dejaba, una luz que le dio claridad en ese momento, una luz que lo alimentaria y no lo dejaría solo.
Esa luz era la esperanza, el amor y los bellos momentos que tenía al cerrar los ojos y pensar en ella. Ella era lo más importante en su vida, ella era su todo y daría su vida de nuevo por estar a su lado.
—Delta...tu...te.... —finalmente dijo una frase que no se podía entender.
—Lo siento padre, pero este es el primer paso para seguir aquí. —dio media vuelta sin prestarle atención al cuerpo tendido que estaba convulsionando sacando un líquido negro por la boca. —Aquí todos estamos muertos, mencionó esas palabras perdiéndose de nuevo en el lúgubre lugar.
*
En algún punto del palacete celestial que sirve de área exclusiva para los arcángeles, en un espacioso y lujosamente decorada habitación, se encuentran cuatro figuras angelicales observando con detalle a través de una esfera de cristal cual mapamundi los acontecimientos debido a la cualidad innata de Lemuel.
—Fue una excelente idea la que nos dió Irimir el compañero y cuidador del dragón dorado para enviar refuerzos sin llamar la atención— pronunció Lemuel a su líder Metatrón.
—Por supuesto, que él y yo ya habíamos previsto que algo así podría suceder— dijo irresoluto el arcángel mayor a su súbdito para infundir confianza pese a las circunstancias en que se siguen desarrollando los hechos, al tiempo que remató—...con Lilith al frente no me extraña nada sin embargo Zadkiel de todos nosotros es el arcángel más certero y veloz por ello junto a Miguel sin importar el número de enemigos, la batalla junto a los guardianes estaba de nuestro lado.
—Te concedo toda la razón, sin embargo Mario se encuentra muy mal, y pues ojalá que la guardiana cumpla su palabra... o todo será en vano.— espetó Landon con un dejo de desconfianza.
—Nosotros confiamos en ella, junto al compañero Zadkiel todo se resolverá, no debería ser necesario decirte que no debemos perder la esperanza Landon además....— Metatrón medita en las palabras de su colega Haniel y sin dejarlo terminar, interrumpe no sin disculparse ya que se ha dado cuenta de un detalle peculiar.
—Disculpa colega... Landon aquí estamos todos en plena confianza no tienes que actuar a la defensiva, y ahora si, regresando a lo que intenta decir Haniel... ¿Qué haces aquí? Y ¿No se supone que deberías de estar cuidando al elegido?—
—Lo sé, pero está en un lugar que solo nuestro señor Elohim sabe, además no está solo, ya que Yizreel el arconte cronovisor es quién vigila los alrededores y no debería ser necesario decirles que con él no se juega, y no hay nada que se le escape de su gran visión antes que siquiera alguien intente pisar sus terruños una vez que los marca.—
—Muy interesante sin duda, y muy inteligente de tu parte Landon, te felicito que me estoy preguntando al instante de que lo dijiste ¿cómo hiciste para conseguir que te ayude? Si los arcontes son criaturas elementales que pertenecen a otra jerarquía tan diferente a la nuestra y por ello no se sujetan al Cielo.— con firmeza pronunció Lemuel sin embargo no hubo respuesta de parte de Landon, podrá éste no ser un arcángel pero goza de ciertos privilegios en las aguas celestes y al parecer también tiene sus secretos y su manera para realizar concesiones.
—Ya dejemos esto por la paz y retornemos a nuestras actividades ¿de acuerdo?— espetó Metratron, todos asintieron alejándose para ir a sus puestos acostumbrados.
De regreso al lugar de batalla...
—¿Qué es lo que le está pasando? ¿Por qué tiene esos extraños signos negros por todo el cuerpo? —preguntó llorando y temblando mientras le limpiaba con delicadeza aquel extraño líquido que salía de la boca, ojos, nariz y oídos.
—Delta está marcado ya no hay nada que nosotros podamos hacer. —respondió Miguel que estaba consternado por lo que estaba pasando. Las tropas del mal habían caído, Paimon se había esfumado de la nada como si fuera un espectro, mientras tanto Yaldabaoth se encontraba tomando a la madre de los demonios para irse de aquel lugar.
¿A dónde irían? No tenía ni la más remota idea. Mientras tanto los demás demonios se fueron escondiendo entre las sombras, Amdusias y Jezabel seguían las órdenes de sus amos.
—¡Es momento de irnos no podemos quedarnos por más tiempo, tenemos que regresar a las arenas del tiempo! —intervino el arcángel Zadkiel con un tono monocorde frente a ellos, para él no era importante más que resguardar el tiempo en sí.
—Pero...pero no dejare a Alpha aquí que muera, no lo volveré a ver morir otra vez. —los recuerdos inundaron con melancolía a la guardiana, le dolía en el alma ver a su compañero en mal estado. —Iré a buscar la estrella de belén y le daré de beber para que se recupere. —se limpió las lágrimas que descendían por las mejillas, no era una persona que expresara sus sentimientos ni que se viera vulnerable pero en ese instante no podía evitar sentir esa angustia en el pecho.
—Pero Delta esa es una cuestión que escapa a nuestras órdenes. Dios dijo que los trajéramos de vuelta. Esas fueron las palabras de Dios. —agrego Miguel con autoridad.
—Lo sé y por tal motivo tengo que hacerlo rápido.
—Guardiana esto puede ser muy peligroso y también puede ser que pierdas incluso tu vida.
Las palabras del arcángel Zadkiel eran ciertas, sin embargo era un riesgo que estaba dispuesta a correr, no había otra cosa que anhelaba en el mundo más que verlo de nuevo. Y estaba dispuesta a pagar ese precio aunque fuera su propia vida.
Empuño sus manos sin dejar de ver a su compañero, ella ya había tomado una decisión.
—De todos modos lo haré.
—Pero Delta estas consciente de eso, eso te podría causar el destierro del paraíso o incluso la muerte y quedar atrapada por siempre en el infierno.
—No me importa las consecuencias Miguel. Eso es lo mismo que haría él en mi posición.
Limpio de nuevo la cara del guardia con delicadeza, el líquido había dejado de salir, pero las marcas negras seguían en su cuerpo, estas eran extraños signos demoniacos que desconocía su significado.
Le acarició la mejilla, parecía que no quería dejarlo allí tendido. Y por alguna extraña razón Mario esbozo una sonrisa una de amor y esperanza por aquel cariño que estaba emanando de ella, sus labios se empezaron a entre abrir y de ellos salió un susurro, una frase apenas audible pero que para ellos era muy importante.
Era el lazo que los unía siempre.
—Armonía...sideral...
En ese instante delta sollozo con un gran sentimiento tomándolo de la mano, las lágrimas brotaban descontroladamente, se aproximó al guardián y le dio un tierno beso en la frente.
—Armonía sideral. Armonía sideral.
Eso era lo que tenían en común, una inefable e inmarcesible armonía sideral, armonía que trascendía el tiempo y que en cada ciclo se hacía más y más fuerte.
Una extraña luz bañaba el cuerpo de Victoria, era la claridad de buscar y curar a su compañero. Se incorporó elevando la mirada al cielo, dando una plegaria a Dios y buscando la estrella de belén que estaba en el firmamento.
—Ve con ella. —le dijo Miguel al arcángel Zadkiel al ver como la guardiana emprendía el paso hacia un desolado e incierto lugar. —Yo me quedaré cuidando del guardián y que Dios nos acompañe hoy y siempre.
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