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Capítulo XVII


Capítulo XVII

—Esto...esto es imposible, como puede ser que el hijo de...que tu hijo se haya revelado ante ti Dios todo poderoso. —intervino Rafael incrédulo al escuchar aquellas palabras.

Nadie en ese lugar podría creer lo que estaban diciendo.

—Él me ama y yo a él, pero en su corazón alberga odio y rencor. —agrego Dios triste por recordar momentos de la batalla.

—¡Esto es absurdo!

—No lo es Miguel, nosotros estuvimos allí, peleando contra él, era otro, estaba poseído por la lúgubre bruma del mal. —refuto Victoria caminado por el pulcro lugar.

—Pero...pero él fue mi maestro en las áreas del combate, gracias a él se todo lo que se, él fue mi instructor, mi guía, mi todo.

—Lo sé Miguel. —uno de los guardianes se aproximó al arcángel y le toco el hombro para que se sintiera un poco mejor. Después de unos instantes de silencio en el recinto Mario retomó la palabra. —Lo lamento pero no era él, parecía otro.

—En ese caso ¿cuál es el siguiente plan para esta contienda?

Las palabras de Metatrón retumbaron en el lugar, era el arcángel más fuerte, más centrado, más metódico, pero lamentablemente más obstinado. Si había algo que se tenía que solucionar tomaba cartas en el asunto para hacerlo cuanto antes.

—No hay que precipitarnos, tenemos al elegido y con él no podrán hacer nada. —Landon estaba contento abrazando al joven.

Los guardianes, los arcángeles y algunos seres alados dirigieron una mirada a Dios, toda la esperanza, todo el amor a los seres humanos, y todo el destino dependía de esas palabras.

Sin embargo todos quedaron petrificados al escucharlas de Dios. La guerra se aproximaba, una guerra inminente que podría colapsar los tres planos. Paraíso, Tierra e Infierno.

Los guardianes al escucharlas tragaron saliva, sabían que era la única opción, Rafael agacho la mirada, Gabriel que se había mantenido callado no creía lo que había escuchado, Landon sujeto con fuerza al elegido y por ultimo Miguel que era el jefe de los ejércitos celestiales y fue el más dolido por esas palabras, empuño ambas manos e iba a proferir algunas palabras, objetar a como diera lugar, contradecir eso que no lo podía concebir, pero al final acepto las palabras de su amado padre.

La última palabra ya se había dado.

*

—Así que robar las arenas del tiempo  eh. —lucifer concebía mejor aquellas palabras mientras se quitaba la armadura, dejó a un lado ese guante en forma de serpiente, al dejarlo caer se escuchó un eco en esa mortecina habitación, se sentó en su trono carmín tomando una copa con un líquido azabache.

—Y con la ayuda de Samael este plan es infalible. —citó el hijo de Dios dando vueltas por el trono contemplando a Lucifer.

—Parece un plan arriesgado después de todo.

—Podría ser arcángel Samael podría ser. —la voz de aquel ser alado parecía ajena a toda la maldad que se concentraba en el lugar, como si se estuviera envolviendo y transformando en una retorcida bruma que colapsaba todo a su paso. Se dirigió de nuevo al príncipe de las tinieblas y le siseo  algo al oído, tomando de los hombros mientras estaba a su espalda. —Pero los beneficios son inconmensurables tendrías todo a tus pies.

Estas últimas palabras terminaron de convencerlo, aquí no había envidia, ni resentimiento, ni resquemor, aquí había una cruenta y nata justicia divina, pero una justicia abrasadora con preeminencia que colapsaría con todo a su paso.

Lucifer se incorporó  y con voz áspera a Samael le dijo.

—Busca a Lilith y dile que tengo una nueva misión. —en aquellas palabras había satisfacción por ver aquel escenario tan fúnebre. —Tú y ella irán a robar las arenas del tiempo.


Mientras tanto en el cielo...

—Alpha. —la voz de Victoria sonó triste en el lugar. Se podía sentir ese pesar que exhalaba cada poro de su cuerpo.

—Dime Delta. —contestó Mario con la vista agachada caminando entre los círculos del cielo, también presentía esa melancolía.

—¿Qué vamos hacer?

—¿Qué vamos hacer?  repitió, lo que nos dijo Dios que hiciéramos, eso es lo que vamos hacer.

—Si pero eso es muy...

—Lo sé Delta pero esas son las palabras de nuestro señor. —se detuvo evadiendo la mirada y girando la vista hacia otro lado.

—¿Y crees que sea la mejor opción? —Victoria se interpuso en el camino antes de que Mario caminara. —¿Crees que eso sea lo mejor?

No había palabras para responder a aquella pregunta.

—No lo sé Delta quisiera que hubiera otra opción, quisiera que todo esto se acabara y que estuviéramos como antes, en paz y armonía, sin conflictos, sin disputas, sin discordias, sin pecado.

Aquellas últimas palabras resonaron en lo más profundo de la guardiana, no había más que decir en el tema, finalmente se dieron un abrazo, esa era la unión que persistía en ellos.

La unión del amor.

—Nunca vuelvas a bajar la guardia. —agregó llorando Victoria abrazándolo con vehemencia del cuello.

—Y si la bajo sabes que regresaré por ti para salvarte. —contestó Mario tomándola de la cintura con calidez.

Se separaron un poco de aquel abrazo y se vieron directamente a los ojos, solo unos centímetros los separaban, podían sentir su respiración, Victoria podía oler aquel perfume embriagador a cítrico con madera que emanaba de su compañero, mientras tanto Mario podía sentir como una dulce brisa saturaba su percepción, sentía el cuerpo tibio de ella, sentía como vibraba el roce de sus cuerpos y como el corazón empezaba a aumentar en cada segundo.

Era una descarga de adrenalina pura.

Sin embargo, así como se abrazaron por el miedo inminente que sintieron por la muerte de cada uno, así se fueron separando lentamente, Victoria se había sonrojado por el acercamiento y Mario intentaba disimular viendo hacia otro lado.

—Para la otra será mejor que te bañes Alpha, tanta pelea te hace sudar. —hizo un ademán de mal olor, pero había mentido.

—No es sudor es mi colonia natural con un toque a sal.

—Qué asco Alpha... Dudo mucho que así consigas más admiradoras.

—No necesito más admiradoras cuando me importa solamente una.

Victoria estaba a punto de preguntar sobre esa misteriosa persona cuando alguien llega a su encuentro.

—¡Guardianes, guardianes!

—Sí. —respondieron al unisón viendo como aquel ser alado se aproximaba hacia ellos. Se trataba del arcángel Miguel.

—Tenemos que hablar.

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