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XXVII: El luto no limita la capacidad de entrometerte

Los ojos de Nadezhda brillaban al salir de su cuarto por primera vez. Por fortuna, su vendaje no se notaba bajo el vestido, por lo que nadie sabría sobre el accidente que había tenido si se ignoraba la molestia que persistía en su hombro.

—Creo que no volveré a pisar mis cuartos después de esto —sonrió, su mirada gris tintada de alegría.

A pesar de que el médico solo había autorizado una movilidad muy reducida, no había esperado más que la compañía de su primo para escapar de sus aposentos. No, la Corte Rusa no se encontraría a salvo de los chillidos de esa adolescente durante este invierno. Nadezhda Ulianova estaba a punto de estallar en su máxima intensidad.

Todo había sido calma hasta ese día. Bueno, casi todo. Nadya perturbaría la paz al fin, y a ella le encantaba.

—¡Vamos, Seryozha! —exclamó, tirando de la manga de su primo como cuando hacía cuando tenía diez años y el rostro de él estaba lleno de pústulas—. La Temporada no dura para siempre, ¿sabes?

Gracias a Dios es así. Al final de todo, ellos terminaban humillando el apellido que compartían, a pesar de que ella no lo tuviese como el primero. Nadya era intensa, Sergéi no era bueno con la coordinación y ambos dejaban en vergüenza a sus padres como si fuesen molestos niños pequeños.

Y Sergéi no soportaba a su prima por un tiempo prolongado. La sentía como una hermana pequeña y le profesaba amor como a una, pero a veces necesitaba un descanso de sus chillidos y sus dramas intentando incluirse en los chismes de las cortesanas de su edad.

No dura para siempre. ¿Qué harían después de tomar caminos separados?

Él se iría de vuelta a Moscú y Leonid se quedaría en San Petersburgo. Sin embargo, su mejor amigo se veía diferente, como si al fin los actos que había cometido le alcanzaran. Lo conocía demasiado bien, y sabía que se derrumbaría cuando se quedara sin poder contarle a nadie.

¿Y Zoya? No, la señorita Ananenko ya no ocupaba un lugar tan especial en sus pensamientos. Por un momento, le preocupaba más el estado mental de Leonid Vyrúbov.

Los pasillos se encontraban en sorprendente silencio. Quizá era porque Sergéi se había levantado a su hora acostumbrada; tres horas más tarde que el resto de la Corte. No obstante, él conocía la sensación que se respiraba. Era como si un velo de muerte hubiese cubierto la atmósfera del palacio; el mismo que había estado presente sobre la casa de los Bezpálov tras el fallecimiento de su babushka.

Por favor, quienquiera que sea, que no lo haya matado Leonid. Se sorprendió a sí mismo pensando eso. El señor Vyrúbov solía ser suficiente para contener sus remordimientos, y por lo general su mejor amigo no se metía en sus asuntos. Sin embargo, había transcurrido ya casi un año desde que él le había confesado que había matado a un conspirador, y el peso de quitar vidas comenzaba a repercutir en su cuerpo. De seguro era preocupante.

—He arreglado una pareja para el baile del Aniversario —dijo Nadezhda, juntando las manos bajo su manga de armiño para protegerse del frío de los jardines—. Estoy segura de que te va a agradar.

Esa última palabra la dijo con ligera provocación, como si implicara alguna intención escondida en el revoltijo de sus palabras.

—¿Estás segura? Vamos, Nadyushka, deja de vivir en un cuento de hadas. Sabes que, si pudieran, todos en la Corte me darían una patada en el culo para echarme del palacio.

—El señor Vyrúbov no lo haría. Y yo tampoco. Y Char...

Se interrumpió y no abrió los labios, con ligera vergüenza en su expresión. Sérgei aprovechó para retomar el tema mientras comenzaban a caminar por el césped blanqueado por el hielo.

—En eso tienes razón. ¿Y a quién as condenado a pasar la velada conmigo?

—¿Quién más crees que en su sano juicio aceptaría? Charlotte de Langlois, ¿no es obvio?

Sergéi sonrió ante la broma. Detuvo su caminata ante el carruaje que paró a las puertas del Palacio de Invierno, el cual era alargado y negro como las alas de un cuervo. Por una vez, su intuición había tenido razón: alguien había muerto.

—No te rías de lo que digo —protestó la chica, interrumpiendo el silencio de sus pensamientos—. ¡Es verdad! Y deberías darme las gracias por hacerlo.

El joven ya no prestaba atención a su prima. Sus ojos estaban posados en la carroza fúnebre a unos metros de allí, la cual se erigía en silencio esperando a sus pasajeros. Una dama salía del palacio con la cabeza en alto y ropa de luto. Sus manos temblorosas se quitaron la toca de la cabeza, y lanzó una mirada por encima de su hombro hacia el lugar donde se encontraba el señor Bezpálov.

Al instante supo de quién se trataba. Dios, habría reconocido esa mirada en cualquier parte.

—Es la señorita Ananenko —susurró para sí.

—En verdad creo que tienes tintes de acosador. ¿No vas a escuchar lo que tengo que contarte?

¿Quién ha muerto? Sergéi ya había perdido todo interés en la conversación con Nadezhda. Con más curiosidad que esperanza en que se fijaría en él, siguió con la mirada a Zoya hasta que se subió en el carruaje junto a un religioso. Pocos segundos después, también se les unió el prometido de ella.

—¿Sabes quién ha muerto, Nadya?

—Podrías preguntárselo más tarde —sugirió ella encogiéndose de hombros—. Ahora, si escucharas lo que debo decirte...

—No es momento.

—¿Por qué no es momento? ¿Solo porque quieres saber quién ha fallecido? ¿Por qué no le preguntas? ¡Señorita Ananenko!

Antes de que Sergéi pudiese reaccionar ante el chillido de su prima, ella ya se había acercado al transporte. Él no tuvo más remedio que seguirle.

—¡Un gusto saludaros, señorita! —exclamó alegremente la pelirroja, y un rictus de desagrado se asomó en los labios de su interlocutora.

Acto seguido, Nadya le dio un codazo a las costillas de su primo para que hiciera lo mismo que ella. Maldijo entre dientes y soltó un quejido adolorido.

—Buenos días, señorita Ananenko.

La señorita Ulianova le dirigió una mirada amenazante, como diciendo ¿qué tiene de buenos? Acaba de morir alguien cercano a ella. Sus mejillas se ruborizaron levemente, pero Zoya no pareció notarlo. De hecho, ni siquiera se dignó a mirarles.

—A la Anunciación —mandó, y la carroza comenzó a moverse lentamente en dirección a las rejas del palacio.

Los primos observaron la negra figura alenarse hacia la Iglesia de la Anunciación, donde el muerto sería enterrado. Sin embargo, Sergéi había notado que su persona parecía poseída por algo extraño. En circunstancias normales le habría despreciado con algo más que sus ojos azules.

—¿Ahora vas a escucharme? —preguntó Nadya.

—No es lo que más me agradaría en este momento.

—Me vas a escuchar de igual modo. Te he emparejado con Charlotte de Langlois, y no es posible rechazar la invitación.

—Sí, Nadya, ya lo dijiste. No tienes el poder para hacer esas cosas, ¿sabes? Y además, ¿en qué momento podrías haberlo hecho?

—Cuando me escapé de mis aposentos ayer por la noche. Santo Dios, ¿sabes lo horrible que es convivir con mi madre cuando se encuentra en este estado? En fin, me encontré con la señorita de Langlois y se me ocurrió la brillante idea. ¿No te parece increíble?

—Sí, sí, increíble en verdad. ¿No recuerdas la noche del baile de máscaras? Ella debe encontrarme un imbécil.

—Bueno, toda la Corte lo hace; no es que haya mucha diferencia. Además, ella es la que lo ha hecho por menos tiempo.

—No.

—¿Y qué? ¿Vas a ir sin compañía? ¡Eso sería aún más patético que tu reputación!

—Gracias, querida prima.

—Recibiré tu agradecimiento el día del Aniversario cuando te vea bailando con ella —sonrió, para luego aplicar un tono más serio en su aguda voz—. Me dices que no viva en un cuento de hadas, Seryozha, pero cumples veintiún años en menos de dos meses y aún sigues soltero. Ella está en la misma situación. He escuchado que salís a pasear juntos...

—¡Eso no es cierto!

—Cree lo que quieras. Como lo veo yo, es tu única oportunidad de casarte al fin. Imagínalo; ¿qué ocurrirá si tu padre vuelve del Frente y te ve aún siendo una desgracia para el apellido?

No pasará mucho más de lo que ha pasado antes, pensó Sergéi. Las miradas de decepción. El sentimiento de no pertenecer a una familia de héroes militares, y solo ser un chico torpe y una vergüenza en la Corte. Deseaba que su madre estuviese ahí para consolarlo, tal como lo hacía cuando se caía de los árboles cuando tenía cinco años.

—Está bien —cedió—. Asistiré con ella al baile del Aniversario.

Era solo una precaución, al fin y al cabo. Era casi seguro que su padre y su tío no volverían de la guerra, pero Nadezhda tenía razón. Llegaría a ser demasiado despreciable al tener veinte años y no ser capaz de invitar a una dama como acompañante para el baile más importante del año.

—¡Excelente! —sonrió la chica, dando un único aplauso de alegría—. Voy a tener que supervisarte para que no te veas como un criado. Encargaré a Ulana las medidas para las modistas de la avenida Nevsky. Será emocionante y lo sabes.

Prosiguió su caminata, saltando con gozo a cada paso. No obstante, su primo no avanzó. Contemplaba el horizonte por el cual había desaparecido la carroza fúnebre con Zoya y el señor Sutulov en su interior, preguntándose quién podía haber muerto...

Y se recordó que Zoya estaba comprometida con uno de los hombres más ricos de la Corte. Ya no estaba a su alcance. De todos modos, nunca lo había estado.

¡¡¡HOLA!!!

Ya, dos notas en dos capítulos. ¿Quién soy y qué hice conmigo? Ah, no.

Solo venía a decir que Velveth me hizo una SENDA OBRA DE ARTE con un edit de Netflix y pues... soñar es gratis, ¿no? Aquí lo dejo porque ella hace tremendo trabajo, chau.

Y con eso me retiro, adiós.

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