XXIX: Ah, sí, gritar contra una almohada es la mejor terapia
Maldita sea, es hora de leer el correo.
La criada que traía la correspondencia era una desconocida. La mujer rondaba los setenta años. Con el cabello plateado y los ojos oscuros adornados por arrugas causadas por sonreír mucho, tenía un aire más benevolente, como el de una abuela cariñosa. Sin embargo, tenía la sensación de que no debía confiar en ella. Después del encuentro con Leonid Vyrúbov, casi todos daban esa impresión.
Y Nellya parecía haber desaparecido de la faz de la tierra.
—¿Dónde está mi antigua criada?
—Nellya Smirnova, ¿verdad? Lo desconozco —confesó, encogiéndose de hombros—. Hasta que se presente de nuevo, yo seré vuestra sierva, señorita de Langlois. Soy Vera. He aquí las misivas que os han llegado.
Dejó el sobre sellado sobre el escritorio que se encontraba frente a los ventanales y volvió a su puesto al lado de la puerta. Charlotte parpadeó, insegura de si abrirla mientras ella estaba presente —y, por consiguiente, viendo su reacción tras leerla— o esperar mientras la curiosidad por las órdenes que su madre enviaba la carcomían por dentro.
Decidió hacer lo primero. De todos modos, su madre no estaría contenta. Su voz imperativa la perseguían hasta en sus mejores sueños.
Rompió con rapidez el sello barato que Vérité había comprado en Inglaterra. Conociendo a la marquesa de Langlois, ella estaba impaciente. De otro modo, no escribiría tan seguido a su hija. Charlotte sabía que no hacía nada que no fuera para lograr un objetivo, y era ajena a la gran mayoría de los sentimentalismos.
Brighton, 25 de enero.
No estoy contenta con tu progreso, hija mía. Todo lo que te he enseñado estos tres meses han de haber forjado a una mujer de pensamiento frío y directo. No comprendes del todo la situación, ¿no es así, Charlotte Marie?
De esto dependen nuestras vidas. ¿No quieres volver a tu vida en el Palacio, donde tenías a Armand de Allix, a Louise y a Fleur? ¿No quieres volver a una vida estable y a una posición privilegiada como la cabecilla de las jóvenes de la Corte? Sé que lo quieres. Lo deseas en el fondo de tu corazón, pero eres demasiado cobarde para eliminar los obstáculos en tu camino.
Hija mía, si quieres tener una vida feliz, no esperes tenerla en el Imperio Ruso. ¿Quién querría casarse contigo? De todos modos, eres una extranjera, y te tratarán tal como tratábamos a los ingleses. Solo una intrusa que se irá pronto, y no tendrá efecto alguno en sus vidas. No puedes hacer nada para evitarlo y, si ya no es lo suficientemente malo lo que ya he mencionado, nuestra situación económica es deplorable.
Tu madre es sabia. No insisto en que encuentres a Violette de Rubin porque necesitas una confidente o alguna tontería como aquella. Era una joven astuta, y de seguro en este momento tiene una buena posición en la Corte. He de creer que es una de las pocas personas que he conocido con rasgos tan memorables. Recuerdo que cuando sus ojos se colorearon, parecía maldita por el demonio. ¡Una gitana con ojos bicolores! De seguro puedes recordar eso. Aún tengo un poco de fe en ti, hija mía. Si has heredado algo de mi carácter, sé que lo lograrás y eliminarás a esa tirana revolucionaria del camino de vuelta a nuestra perfecta vida anterior.
No nos decepciones.
Charlotte arrugó la carta con silenciosa sorpresa. Controló su garganta antes de chillar de frustración, y lanzó una mirada suspicaz por encima de su hombro para saber si Vera seguía en su posición. En efecto, lo estaba.
—Permíteme un momento a solas, por favor.
—Por supuesto, señorita. Haré que os preparen el desayuno.
La anciana criada se retiró al fin. Solo entonces la joven se permitió tomar una almohada y aplastar su rostro contra ella.
Y gritó.
Aquel chillido amortiguado descargó por completo su furia consigo misma. Si el plan de Vérité era hacerla sentirse débil y estúpida como una niña pequeña, lo había logrado. No, no había formado a una mujer fría y directa en los tres meses que vivió en Inglaterra. No construyó nada más que a una chiquilla insegura que definiría su éxito en la vida cumpliendo los deseos de su madre, y no contribuía a mejorar esa imagen que Charlotte tenía de sí misma.
Trató de recordar el resto del contenido. Tendría tiempo para lamentarse más tarde.
Una gitana con ojos bicolores. De pronto, la imagen de la joven Violette de Rubin acompañando a su prima casi actuando como una inferior dama de compañía apareció en su mente. Después de todo, algo en el fondo de su cerebro había guardado la apariencia de la pariente de Fleurie.
Y en Rusia, ella solo recordaba haber visto a una persona con aquellas características.
La amante de Oleg Sutulov.
Casi soltó una risita. Era sencillamente imposible. No había sido muy cercana a Violette, pero Fleur solía darse aires de importancia diciendo que su prima había viajado al Imperio Ruso a casarse con un noble de alta estirpe. De seguro no significaba ser una plebeya arrastrada por las pasiones de un cortesano infiel.
Sin embargo, le había resultado conocida desde el primer segundo. Ah, ¿qué le estaba pasando? ¿Por qué sus pensamientos no se podían enfocar en una tarea a la vez y cumplir lo que decidía su madre para terminar con la incertidumbre de una vez por todas?
¿Y qué tal si no lo cumplo? Cerró los ojos, intentando concentrarse. No iría por ese camino por el momento. Su cerebro tan propenso a encontrar conflictos y dramas a su alrededor debía poner atención en responder la carta de su madre.
Releyó lo que ella había enviado mientras se hacía una idea de qué debía responder. ¿Qué contestar ante un mensaje que solo decía eres una decepción?
—Señorita de Langlois -llamó la voz tranquila de Vera desde el otro lado de la puerta—, la señorita Ananenko ha venido a desayunar con vos. ¿Le permito pasar?
—No. Tengo un asunto que resolveré en unos cuantos minutos. Dile que estoy... ¿desnuda?
Esperaba que eso la detuviera. Aunque, con el poco tiempo que había conocido a Zoya, sabía que podía no ser suficiente en su caso.
¿Qué escribiría? Lo siento, madre, no puedo hacerlo. No quiero destruir las vidas de la gente que he conocido aquí. Quizá de alguna forma pueda vivir en Rusia como en Versalles y evitaríamos todo el asunto del regicidio que pesaría sobre mi cabeza. No, no podría enviar eso. De seguro su madre se las ingeniaría para forzarla a hacerlo.
Oh, Vérité de Langlois era una mujer de mente muy abierta. Y una madre ejemplar, si faltaba decirlo.
Apoyó la punta de la pluma entintada en el papel y logró escribir unas palabras sin pensar. Solo habían tres cuando Zoya Ananenko irrumpió en su dormitorio.
—Si hubieses estado sin ropa, me habría llevado una sorpresa. Tu nueva criada hace excusas muy extrañas.
—Buenos días, Zoya —saludó, levantando la mirada de la carta.
Se sentía extraño verla con traje de luto. Sus brillantes ojos azules destacaban en la oscuridad de su apariencia. Los hilos de plata de su vestido a la polaca resaltaban en el negro de sus ropas, haciendo, por alguna razón, que se viera aún más triste y deprimente. Su expresión, sin embargo, denotaba una alegría extraña, como si deseara estar feliz pero un velo de seriedad opacara su gozo. Una sonrisa irónica adornaba sus rojos labios como de costumbre.
—¿Qué estás haciendo? —interrogó, levantando su delgada ceja derecha.
—Nada. Yo...
—Oh, excelente —aplaudió sin esperar a que ella terminara—. Después de desayunar, iremos a la Avenida Nevsky a ver los diseños para los vestidos que usaremos en el Aniversario. Es dentro de dos semanas, ¿no estás emocionada?
—Sí —asintió Charlotte con voz lúgubre.
—Me encanta que ese entusiasmo por el evento que por fin haga que encuentres un pretendiente se note en tus expresiones, querida. ¡Date prisa! El año pasado las adolescentes que no eligieron las telas a tiempo terminaron viéndose como cortinas.
—¿Se debe ir con acompañante?
La rusa clavó sus orbes en ella, algo desconcertada por su respuesta. Segundos después, esbozó una sonrisa burlesca.
—¿Qué crees que se debe hacer? ¡Pues claro que es con un acompañante! ¿Te han criado en un establo? ¿Has pasado tanto tiempo lejos de Versalles que has olvidado cómo es un baile importante? Claro, puedes ir sin uno, pero sería bastante patético. Vas a ir con el señor Vyrúbov, ¿no es verdad?
—El señor Bezpálov me ha invitado.
Ante la mención de Sergéi, Zoya soltó una carcajada.— ¿Él? Dios mío, no me imagino cómo ha sido la propuesta. ¿Se ha caído bajo tus faldas de nuevo?
—Él no me lo ha pedido personalmente —carraspeó la francesa con algo de embarazo—. Ha sido su prima.
—¿Esa chillona niña pelirroja? Oh, ella se da aires inexistentes de celestina. Casi me inspira pena al verla intentar introducirse en el círculo de la hija del duque Yebórachev. Es un desastre... aunque creo que todos en esa familia lo son, si he de ser honesta.
Charlotte apartó la mirada, algo enojada consigo misma por haber aceptado la invitación de la señorita Ulianova a nombre de su primo. Ignoraba si él de verdad quería asistir con ella. Debía preguntárselo. De todos modos, algún día se enfrentaría a él para hacerlo.
—¿Qué estabas haciendo? —repitió Zoya al ver el papel manchado de tinta en el escritorio.
—Escribiéndole una carta a mi madre.
—Oh, gracias a Dios puedo salvarte de tal aburrimiento. Si no te unes a mí en la mesa, me comeré tu pan de jengibre.
Después de aquella última frase tan llena de sabiduría, la señorita Ananenko dejó la recámara. Charlotte tomó la pluma nuevamente y echó un vistazo a lo que había escrito sin meditar.
No quiero hacerlo.
Arrugó la carta y la tiró hacia un lado, frustrada. ¿Cómo decirle a su madre que ella no era capaz de ejecutar tan macabra obra?
—¡Señorita de Langlois! —se escuchó la voz de Zoya exclamar desde la otra habitación—. ¡Vuestro pan de jengibre no quedará intacto por mucho más tiempo!
Si no hacía nada, ¿qué ocurriría cuando la gente a su alrededor se diese cuenta de que en realidad era una conspiradora, y el supuesto objetivo con el que había viajado al Imperio no había sido nada más que una vil mentira?
Con la punta de la pluma apoyada finalmente en la carta que sería enviada, escribió:
Tengo que hacerlo. El 21 de febrero es el Baile del Aniversario de los Romanov, y también será el día en el que Catalina la Grande muera en mis manos.
Una húmeda mancha figuraba en el papel. Una salada lágrima había recorrido la nariz de Charlotte, y se alejó para dejar de llorar por el destino que le aguardaba.
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