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XXIV: Una adolescente chillona puede hacer como celestina

Zoya había desaparecido por completo de la Corte. Y sin la seguridad que le brindaba, Charlotte se sentía cada vez más solitaria en la lucha contra sus dudas.

Debía cumplir lo que le había mandado su madre para acabar con el infierno desatado en su mente, pero aún no estaba lista para realizarlo en el mundo real. Caos, destrucción, muertes. Al menos eso le había traído la irrupción a Versalles de parte de la plebe. ¿Qué les depararía el futuro a los rusos si la señorita de Langlois asesinaba a la Emperatriz?

Se encontraban en guerra. Sangre. Violencia. Ella había pasado por lo mismo tres meses atrás, claro. ¿Tendría que obligarles a sufrirlo?

¿Había alguien más intentando matar a la Emperatriz? Lo más importante, ¿sabrían que ella también deseaba hacerlo?

No, debía alejar esos pensamientos. Meditar demasiado sobre ello solo le llevaría a la indecisión. En ese momento tenía que encontrar a Zoya. Sentía que, sin la protección que ella le brindaba —la cual por momentos le recordaba a una amistad—, era vulnerable. ¿Volvería a atacarle el señor Vyrúbov?

El cielo en el exterior ya se había oscurecido, pero las cortinas aún no habían sido cerradas. ¿Dónde se encontraba Nellya? No le había visto desde la mañana, y ya comenzaba a preocuparle. Lo normal habría sido que su baño estuviese ya preparado para los eventos nocturnos, y su cama lista para recibirla posterior a asearse. No obstante, nada estaba listo. Por un momento le recordó al tiempo en el que vivió en Inglaterra.

Tenía que tener una explicación coherente. Ya vendría. Mientras pensaba en esto, la joven salió al pasillo, con la mirada observando a su alrededor en busca de Zoya.

—¡Señorita de Langlois! —chilló con emoción una voz femenina que no logró reconocer.

Volvió su cabeza hacia la voz, solo para ser sorprendida por una joven dama con aires de adolescente. Su vestido de vibrante amarillo resaltaba el llameante anaranjado de su cabello, y sus ojos grises tenían un aire alegre y vivaz. En sus movimientos se notaba cierta debilidad en uno de los hombros. Charlotte conocía esas facciones, pero no podía recordar de dónde provenía tal memoria.

—¿Qué es lo que precisáis, señorita? —preguntó con cortesía, avergonzada de no poder rememorar el nombre de la chica.

—Oh, es cierto, solo me habéis visto en vuestro primer baile ruso. Mi nombre es Nadezhda Ulianova.

—Yo soy Char...

—¡Claro que sé quién sois, señorita! —exclamó con energía— He esperado este encuentro por bastante tiempo.

—Señorita Ulianova... —reflexionó por un momento— Esperad. Sois la prima del señor Bezpálov, ¿no es verdad?

—Oh, claro que sí, aunque la mayoría del tiempo sus imbecilidades me hacen desear lo contrario. Hemos hablado bastante sobre vos, y tengo mis ganas de conoceros guardadas desde el baile. Y, ahora que se acerca uno de los más importantes del año, podéis confiar en mí para guardar secretos.

Charlotte sintió que sus mejillas se ruborizaban. No pensaba que hablarían sobre ella, o al menos no de la forma en la que la señorita Ulianova sugería. Y ahora comenzaba a recordarla. Aquella chillona adolescente pelirroja que había salido a su encuentro en ese baile para preguntar su opinión sobre... sobre el hombre que había muerto en los jardines la misma noche.

Vaya. No había pensado en aquello desde el día en el que ocurrió. En definitiva no era normal, y no dudaba de que alguien estaba detrás de ello. De pronto, algo conectó dentro de ella. ¿Habían sido los conspiradores quienes habían matado a ese hombre?

¿Había sido Leonid Vyrúbov?

—La verdad es que me sorprende que una dama de vuestro nivel pose su mirada en mi primo. No creo que pasen desapercibidas sus idioteces ante vuestros ojos. Y, según lo que he oído, habéis pasado tardes con él. Si no es demasiado entrometimiento de mi parte, ¿podríais darme detalles? Sois la única mujer que se nota ligeramente interesada en él en toda la Corte, al parecer.

La rubia no separó los labios. Le cohibía en exceso los dichos de Nadezhda y la forma de hablar sobre el señor Bezpálov —su propia familia— no le agradaban en lo absoluto.

—¿Cómo se encuentra vuestro brazo? —preguntó en vez de contestar las interrogantes de su interlocutora.

—Oh, mucho mejor. El médico ha permitido que saliera al fin, y no puedo esperar a enterarme de todo lo que ha ocurrido en este par de semanas. ¿Sabéis lo tedioso que ss escuchar todos los pormenores de un baile de boca de otras personas como si fuese alimento masticado?

A pesar de que la conversación que estaban manteniendo le producía terrible embarazo, esa chica le recordaba a la Charlotte que había sido antes de la Revolución. A veces era casi gracioso lo mucho que había cambiado su mundo en tan poco tiempo, como si hubiese crecido más en tres meses que en sus diecinueve años de vida.

—Creo que puedo imaginármelo.

—Oh, ¿qué estaba diciendo? Ah, sí. Mi primo es bastante torpe. Eso no lo heredó del lado de nuestros abuelos, os lo aseguro; yo no soy así. Pero es agradable. Sí, quizá no sea muy bueno tomándome en serio, o bailando, o hablando con mujeres, o para levantarse a horas correctas, o...

La francesa carraspeó, interrumpiéndola. Solo entonces la joven soltó una risita inocente.

—Perdonadme. Creo que mi madre me ha mencionado que hablo demasiado. Y mi tío. Y la señorita Yebóracheva, pero creo que solo lo decía para alejarme de su juego de cartas. En fin, debería enfocarme en el punto al que iba. El baile de Aniversario se acerca. ¿No estáis emocionada?

Charlotte negó con la cabeza con una expresión de ignorante confusión en sus orbes verdes. Nadezhda Ulianova le acribillaba con las palabras, y le daba cierto nerviosismo interrumpir sus peroratas llenas de desvaríos.

—Oh, ¿no habéis oído hablar de él? Ah, claro, en Francia todo es mejor —susurró con voz burlona—. El baile de Aniversario de la dinastía es un gran evento. ¡Ocurrirá en tres semanas, nada menos! Según mi padre, la estirpe de la familia real ha durado más de ciento cincuenta años. ¿Podéis creerlo? La Emperatriz, el zárevich y su esposa bailarán, aunque él es bastante pobre de miradas. No me gustaría bailar una pieza con él. Claro, es casi imperativo que asista con una pareja, pero...

Se interrumpió, pensativa. Por fin había silencio en el pasillo. No se oía la estridente voz de la pelirroja. En cuanto a Charlotte creía que nunca había participado tan poco en una conversación con alguien más. La señorita Ulianova era indudablemente intensa.

—Oh, ¡tengo la más maravillosa idea! ¡Podríais asistir al baile del Aniversario con mi primo!

La señorita de Langlois tosió, atragantándose con su propia saliva por la sorpresa. ¿Por qué a la chica le interesaba tanto la vida amorosa de su pariente? ¿Y por qué con ella?

Ante su silencio, la señorita Ulianova sonrió.

—Considerando que soportáis su compañía y habéis pasado bastante tiempo juntos, creo que es una pareja perfecta. Además, nadie asistirá con él; es una oportunidad única.

Una voz le llamó desde lejos, y Charlotte por un momento creyó que era la del señor Bezpálov. Al parecer, Nadezhda también lo notó, y con una sonrisita se dirigió a la rubia.

—Oh, no. He de irme. Podríais considerarlo. No por nada habéis bailado con él, ni paseado por la ciudad o caminado por los jardines en su compañía. —Guiñó un ojo.— Oh, Lidiya se pondrá tan celosa cuando vea que iréis como pareja de mi primo. Será memorable.

Acto seguido, se alejó. La señorita de Langlois no reaccionó. ¿Acababa de ser emparejada por una adolescente?

Algo de razón le encontraba, sin embargo. Prefería un millón de veces asistir con Sergéi Bezpálov que con... el señor Vyrúbov. Tan solo pensarlo le daba un escalofrío. Y quizá un baile con el primo de la señorita Ulianova no sería tan vergonzoso como la última vez. Según las palabras de Nadezhda, era un evento importante, después de todo.

Volvió a sus aposentos, pensativa. La búsqueda de Zoya podía esperar.

Un evento importante. Su madre apareció un momento en su mente, como si eso por fin fuera una señal de que estaba siguiendo sus órdenes. Fue entonces que un rayo de luz iluminó su mente.

Un evento importante. El aniversario de la dinastía. Quizá ese sería el momento que tendría que actuar al fin. Aquel día sellaría su destino para bien o para mal, y sería el día en el que mataría a la Emperatriz de Rusia.

Solo había que organizar un plan, y se lo comunicaría a su madre a la brevedad. Ya no importaba que Leonid Vyrúbov le amenazara. De todos modos, al averiguar él mismo su aparente inocencia, no metería sus narices en su correspondencia hasta bastante tiempo más.

Y tenía que actuar antes que los conspiradores. ¿Quiénes eran? Ya no podía ver al resto como gente normal. Cualquiera podía ser sospechoso. ¿Zoya? ¿Sergéi? ¿La señorita Ulianova? ¿Oleg Sutulov? ¿Nellya? Dios, quizá podía ser el hombre que habían asesinado y esa era la razón de su muerte.

Lo haría. Lo haría. Porque, a pesar de todo, quería volver. Quería volver a aquellos paseos en Versalles junto a una botella de champaña y algunos besos de Armand, a sus amistades de toda la vida, a la riqueza en su vida.

Pero es imposible volver al pasado. Quizá, solo quizá, lejos de su madre y de sus planes para recuperar su antiguo rango, se sentía feliz en la Corte Rusa. Sí, rodeada de conspiraciones, secretos y un hombre que le había amenazado con una daga al cuello pocos días después de proponerle matrimonio.

A pesar de todo eso, tenía a Zoya, quien le infundía seguridad con su directa y brutal honestidad y atrevimiento. Tenía a Sergéi, con quien podía ser más libre, al menos, que con el resto de los nobles. No era mucho, pero quizá con dos amigos bastaba para ser feliz, y le servían como el faro en la tormenta que acontecía su vida.

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