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XXII: No eres más fuerte que un joven flacucho que parece mercenario

¿Valía la pena seguir retrasando el encuentro? Claro que sí. Sin embargo, Charlotte ya no quería que Zoya siguiera molestándole.

Se comprometería con Leonid Vyrúbov. Hasta pensarlo sonaba irreal. De todos modos, su única esperanza era que, para cuando fuese la boda, la zarina ya estaría muerta y ella se encontraría cientos de kilómetros lejos de ahí. O, en otro caso, podría matarle tal como era capaz de matar a la Emperatriz de Rusia.

Sí, claro. Eso solo ocurriría en los más perfectos sueños de su madre.

Quizá esos pensamientos también eran parte de los suyos. Volver a Francia como si nada de los tres meses que fueron un infierno de incertidumbre y golpes hubiese ocurrido. Volver a sus aposentos en Versalles, donde sus sábanas habían recibido tan abiertamente las caricias vacías de Armand. Volver a los salones de juego, mientras, en compañía de Louise y Fleur, apostaban imbecilidades en los juegos de cartas. Quizá incluso avivar la llama de amor maternal en su madre, apagada casi desde los días que se presentó ante la Corte cuatro años atrás.

Como si nunca hubiese visitado la Corte Rusa. Como si las burlas de Zoya ni la honestidad de su vulgar lengua viperina nunca hubiesen existido. Como si la aventura de Oleg Sutulov aún siguiese escondida bajo un velo de secretos. Como si el señor Bezpálov nunca hubiese caído bajo sus faldas, ni paseado con ella en una ida a la ciudad, ni dejado congelarse ante la falta de abrigo en una caminata en los jardines del Palacio de Invierno.

Se sentía extrañamente vacío imaginar la vida así. Tal vez, de algún modo, había logrado forjar lazos de amistad con Zoya y Sergéi Bezpálov.

¿Qué pensaría su madre de semejante debilidad? Aunque, no era como que fuese a sorprenderle después de presenciar el llanto de su hija tras las lecciones de ruso con una vara.

Qué hermoso es educar a los niños. Vérité de Langlois se sentía nacida para ello después del exilio.

Entró a su habitación con premura para, al menos, preparar su mente antes del encuentro. No sería nada. Un breve intercambio de palabras... y no desechaba la posibilidad de un bonito anillo como el de Zoya. No obstante, el señor Vyrúbov no parecía muy romántico.

Nellya brilló por su ausencia. Charlotte no sentía su mirada castaña clavándose en su nuca, lo cual le dio un pequeño pinchazo de preocupación. Podía creerla bastante escalofriante con aquel tono tranquilizador y su aparente omnipresencia, mas eso no quitaba que le fuera de ayuda, por mucho que la criada creyera a su ama una tonta.

No debía imaginarse estupideces. Estaba buscando sábanas. Sí, sábanas. Doblándolas y trayéndolas. O... desayunando en las habitaciones de los criados. Dios, ¿por qué le habría pasado algo malo a ella?

Se dispuso a abrir la puerta de sus apartamentos para ir hacia los del señor Vyrúbov y terminar con esto al fin. Sin embargo, no contó con que... él estaba frente a ella. Y el aroma a sangre persistía.

Ese olor le confería un aire siniestro, como si hubiese matado a alguien. Era la única explicación coherente, a no ser que fuese una mujer vestida de hombre a la que le había llegado la menstruación. Dudoso.

—¡Señor Vyrúbov! Yo...

—¿Me dejáis entrar, señorita de Langlois?

Ella asintió sin pronunciar palabra. Echó un vistazo al escritorio, y con alivio comprobó que su pistola no estaba a la vista. Lo último que quería en este momento eran ojos curiosos sobre sus cosas.

—Deberíais avisar a mi criada antes de venir, señor. De recibir vuestras visitas sorpresivas es la ¿tercera vez? No me agradan en lo absoluto.

—¿A qué venís a Rusia, señorita de Langlois?

A Charlotte le sorprendió que le hubiese interrumpido de tal forma. Y la pregunta... pues, parecía tener un objetivo claro. ¿Qué sabía?

—Estoy en una situación un tanto complicada en términos de economía, señor Vyrúbov —murmuró, intentando disimular su desconcierto—. He de suponer que lo sabíais, considerando los disturbios en mi país natal. Considerando que lo único que me podría ser útil en la posición en la que estoy es el matrimonio, es incómodo...

—No mintáis.

Ese súbito cambio de tono hizo que la francesa retrocediera un paso, asustada. La figura de Leonid Vyrúbov había adquirido un matiz siniestro. Combinado con el olor a sangre, hizo que su instinto comenzara a gritar que corriera lo más lejos que pudiera de él.

—Señor Vyrúbov, yo... ¿qué queréis?

—Seamos diplomáticos, señorita. Se os cayó una carta. ¿Podéis decirme por qué queréis matar a la perra de la Emperatriz y quién os ha enviado a ello?

—¿Qué...?

—Una carta en francés, señorita. Hablando sobre una conspiración contra su Majestad Imperial.

No, eso no podía ser. Debía estar confundido. En primer lugar, su madre era demasiado refinada como para llamar a una gobernante perra. Por otro lado, había tenido la precaución de no mencionar sus planes mediante cartas, en el caso de que a la imbécil de su hija se le olvidase quemarlas. Solo había recibido dos misivas; una para saber cómo había sido el viaje y la segunda para enfatizar la rapidez con la que debía actuar. ¿Qué había encontrado el señor Vyrúbov?

—Creía que todos en la Corte hablaban francés...

El gesto de Leonid se había convertido en un muro de hielo. Sus ojos del color del cielo la miraban glaciales, y sus labios, casi siempre curvados en una carismática sonrisa, ahora no denotaban ninguna emoción.

—He de suponer que sois lo suficientemente inteligente como para saber que os inculpa de conspiración, sea o no vuestra —declaró. Charlotte intentó mostrarse lo más inocente que pudo, pese a que solo logró hacer un gesto de cachorro apaleado—. Y también supongo que conocéis el castigo que conlleva.

Abrió la solapa de su chaqueta para revelar una daga. Era muy bonita; una brillante y bastante afilada hoja de metal, terminada en un trabajado mango de oro. No podía negar que era un arma preciosa y, en las manos del ruso, parecía destinada a acabar con la vida de Charlotte de Langlois.

Espera, ¿qué está pasando? La francesa se sintió como despertando de una pesadilla; como si todo el tiempo hubiese sido ajena a la situación que se desenvolvía ante sus ojos. El asunto estaba yendo demasiado rápido, y no de la forma en la que Charlotte hubiese querido o esperado.

A tientas, acercó la mano al escritorio. Abriendo uno de los cajones, sus dedos acariciaron un objeto familiar. En un impulso instintivo, enarboló la pistola de su padre hacia el ruso con inseguridad.

—Soy más fuerte de lo que creéis —escupió Charlotte, el nerviosismo audible en su voz.

En un rápido movimiento, Leonid pasó de estar en la punta del arma hasta estar rodeando el cuello de la francesa con su brazo izquierdo. La mano derecha agarraba su daga con firmeza contra su piel, dispuesto a desgarrarla en cualquier instante.

—Para vuestra desgracia, yo también lo soy.

La dama forcejeó, pero él tenía razón: sus brazos eran firmes y duros como columnas de roca, y no le dejaría ir. Él lo sabe, él lo sabe, él lo sabe.

He metido la pata. Estoy muerta.

Touché —suspiró, rendida.

—Puedo tener piedad, señorita de Langlois, si es que me decís quién os manda a matar a la zarina Catalina.

—No he hecho nada, ¡os lo puedo jurar! Si lo deseáis, podéis revisar mi correspondencia. No hay nada. Y, referente a lo otro, ¿por qué querría asesinar a su Majestad Imperial? No conseguiría nada con ello más que remordimientos e inestabilidad en el Imperio.

—La inestabilidad trae problemas, señorita. —La daga comenzaba a clavarse en su piel, abriendo una herida de la cual una sola gota de líquido carmesí cayó sobre su polonesa rosa.

—¿El señor Bezpálov sabe de esto? ¿La señorita Ananenko, quizá?

—Ellos no tienen por qué saber que cumplo las sentencias destinadas a los traidores.

La joven forcejeó una vez más sin éxito. En definitiva, Leonid Vyrúbov no parecía ser tan fuerte pero, con todo lo que estaba presenciando, ya había aprendido que lo que había visto de él no era más que una máscara que escondía una extraña mezcla de secretos.

—Por favor..., creedme —tartamudeó. El agarre del hombre sobre su cuello comenzaba a entorpecer su habla—. Podéis revisar... todo.

Él aflojó el brazo. Se le veía en un conflicto con él mismo, en disyuntiva sobre si debía confiar en ella o no. Dios, que confíe. No puedo mantener por mucho tiempo esta expresión de víctima mientras le miento a la cara.

—¿Quién sois, señor Vyrúbov? —preguntó ella, tocando el lugar donde se había posado su brazo al tratar de retenerla por el cuello. Intentó imitar la determinación de Zoya para proseguir—. Y no quiero evasivas, ni mentiras, ni tonterías como estoy enamorado de vos. Considerando que acabáis de amenazarme y hacerme un corte con una daga, he de suponer que eso no ha sido más que una mentira.

—Estoy dispuesto a hacer lo correcto, sean cuales sean los medios. Los conspiradores amenazan la estabilidad de la Corte, la guerra y todo el Imperio. Comprenderéis por qué me comporto así.

Y quiero saber por qué os comportáis así conmigo, si no tenéis idea de qué hago aquí. Dios, Leonid sonaba como un mercenario, a pesar de que no se veía como uno, sino más bien como un joven alto, flacucho y débil.

La soltó al fin y separó la daga de su piel. Charlotte se permitió respirar con alivio ya lejos de las manos de aquel rubio.

—Os he otorgado el beneficio de la duda, pero sé que vuestra inteligencia es lo suficientemente aguda como para saber que, si contáis algo de este encuentro o si, por otro lado, sí sois una conspiradora... —Indicó la daga, ahora con una pequeña mancha de sangre en la punta.

Ella asintió tragando saliva al tiempo en el que él se retiraba. Habían pasado demasiadas cosas en los últimos minutos. Lo que había comenzado como un intento para hacer formal un compromiso había terminado en una amenaza de muerte. No, no era placentero conocer a un pretendiente de esa forma.

Para su sorpresa, no había sido lo que más le había desconcertado. Alguien había enviado una carta revelando los deseos de conspirar contra la Emperatriz, y de seguro no era Charlotte.

Ese alguien buscaba lo mismo que ella. Y, si los errores de ese alguien —los mismos errores que habían dejado que la misiva cayera en manos de Leonid Vyrúbov— la llevarían a ser descubierta y asesinada por traición, Charlotte tendría que encontrarle antes de que fuera demasiado tarde. 

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