Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

IX: Terapia de grupo para los traumas de la semana

Una de las cosas que más agradecía Leonid sobre su físico era ser alto. Contando con ello, Sergéi no parecía más amenazante que un cachorro cuando se enojaba.

Cuando Charlotte de Langlois abandonó la mesa se impuso un silencio algo incómodo. El rubio jugueteaba con las cartas utilizadas en la partida de whist, mientras que su amigo lo observaba con inusual expresión distante.

-¿Por qué le disparaste a Nadya? -estalló de pronto.

Leonid se atragantó con su saliva. ¿Qué estaba insinuando Sergéi?

-¿Qué?

-Le dispararon a Nadezhda. Por lo que sé, solo pudiste ser tú o tu grupo de asesinos psicóticos.

Dejó la baraja de naipes y se acomodó en su silla. Claro, había olvidado que había mencionado el incidente al entrar en el salón junto a Zoya Ananenko.

-Nunca haría algo así, y lo sabes. Eres mi hermano, Seryozha. No haría nada para hacerte daño.

Leonid sostuvo su mirada gris por unos segundos. De pronto, la fiereza en sus ojos tormentosos se derrumbó.

-Lo siento, Lyonya. Es que... Dios, pensé que Nadya iba a morir. Aún está demasiado afectada desde que nuestros padres se fueron a pelear al Sur. Si ella muere... no me lo perdonaría jamás.

-Espera, ¿puedes contármelo desde el principio?

Él se pasó una mano por sus acaramelados cabellos, intentando tranquilizarse. Después de un rato en silencio, habló.

-Ni siquiera lo sé. En un momento ella me contaba que había bailado con un capitán anoche, y al siguiente... -tragó saliva- No vi a nadie; solo oí el disparo. La bala le había rozado el hombro y sangraba... Joder, Lyonya, sangraba demasiado. Resulta que la herida es bastante superficial, pero... de verdad pensé que moriría.

-Si te soy honesto, siempre has sido un rey del drama, Seryozha -respondió Leonid con una risita.

-No estás ayudando.

-Vale, tienes razón. No soy un buen consejero. Aunque eso deberías de haberlo adivinado después de cinco años.

El recuerdo de aquel día acudió a su mente tan fresco como en el momento en el que se formó. Sergéi había hecho el ridículo -ahora bien, era difícil esperarse otra cosa de parte de él- cuando fue presentado por primera vez a la Corte al cumplir los quince. Se había escondido en los jardines del Palacio poseído por la vergüenza, donde también se encontraba Leonid.

Ambos se veían en su peor momento. Sergéi Bezpálov había ridiculizado su apellido. Leonid Vyrúbov lloraba por su hermano, un joven teniente fallecido en Crimea. Como una especie de acuerdo tácito, entablaron una amistad casi sin darse cuenta.

-Deberías haberme avisado antes de ser amigos.

-¿Es mi culpa? -se mofó el rubio. Luego, cambió el tema drásticamente- ¿Lograste bailar con alguien más anoche después de meterte bajo el vestido de Charlotte de Langlois?

-Sabes bien que no fue así.

Tomó el mazo de cartas y comenzó a barajarlo entre sus manos. Parecía pensativo.

-Madre mía, ¡lo había olvidado! -exclamó de pronto- El... asunto de ayer. ¿Cómo te sientes con lo de Vasiliev?

Su interlocutor se encogió de hombros. No quería contarle a su mejor amigo lo muerto que se sentía por dentro, como si con cada asesinato en sus manos se estuviese transformando lentamente en un monstruo.

A pesar de que tan solo había transcurrido un año desde que Grigori Deznev había visto una máquina eficaz para asesinar en él, se sentía como si tuviese décadas de práctica en el arte de quitar vidas. Eso solo lograba hacerle sentir que lo que le ataba a su humanidad se desvanecía como la luz de la vida en los ojos de sus víctimas. Seis cortesanos habían perecido bajo su mano, además de los sirvientes...

Nunca dejaría de temer a las habilidades que Deznev le convenció de que tenía. Y, lo que era peor, el único con el que compartía su secreto era el hijo del conde Bezpálov. Si Sergéi creía que Leonid era capaz de matar a Nadya, ni siquiera él podría volver a confiar en que nunca haría algo así.

No iba a mencionarlo tan poco tiempo después de los sucesos referentes a Nadezhda Ulianova. No iba a hacerle eso a su mejor amigo. Su único amigo.

Sergéi necesitaba un descanso de todo esto. Y Leonid, dicho sea de paso, también merecía un día sin enredarse en todos los juegos y mentiras que implicaba la vida en la Corte.

-Es por el bien del Imperio, supongo -respondió bajando la voz, intentando no ser escuchado por el resto de los jugadores presentes en el salón-. Si alguien pone en peligro a la Emperatriz es una amenaza para todos nosotros.

En la mirada de su amigo se podía notar que no le creía. Sin embargo, nada mencionó sobre ello.

-Pero la pasaste bien en el tiempo que estuviste en el baile, ¿verdad?

Leonid titubeó. Lo cierto era que para eventos como el de la noche anterior Deznev siempre pedía que estuviesen alerta. Una fiesta era la ocasión perfecta para intentar asesinar a la zarina; algo que a toda costa debían evitar. Por ello, no podía permitirse bailar.

-Claro -mintió-. ¿Y tú? ¿Pudiste hacer algo después de quedar en ridículo frente a todo el mundo con la señorita de Langlois?

-Gracias por recordármelo -bufó Sérgei-. El cadáver de Vasiliev interrumpió todo, y después de eso solo me ocupé en encontrar a Nadya. Resulta que intercambió algunas palabras con la señorita de Langlois.

El rubio apoyó la barbilla en su palma, pensativo. Recordó lo ocurrido en la mañana luego de asistir a misa.

-Hablando de la señorita de Langlois... -comenzó, con tono meloso y dulce, el cual utilizaba para convencer al resto-. Podrías intentar acercarte a ella. No lleva ni dos días aquí y la señorita Ananenko la ha dejado sola con sus escapadas de domingo. Debe de estar desesperada, considerando que es más... tímida.

-Cualquier dama al lado de Zoya Ananenko parece tímida.

-Estoy seguro de que le encantaría ver la ciudad. Se lo debes, considerando que te salvó de una vergüenza bastante grande ayer. Además, te serviría para distraerte del compromiso de la señorita Ananenko...

-¿Qué? -exclamó su interlocutor con sorpresa audible en su voz-. ¿Va a casarse con... su acompañante de ayer?

-Oleg Sutulov -confirmó Leonid-. Había olvidado que no estuviste aquí al principio de la temporada. Para el baile de Navidad ya estaban comprometidos.

-Dios... -murmuró-. Pero aún hay algo de esperanza, ¿verdad? Podría ser que...

-No, idiota, no vas a casarte con ella. Por eso te aconsejo mostrarle la ciudad a Charlotte de Langlois. ¿Quién sabe lo que puede ocurrir entre vosotros? De todos modos, está aquí para casarse.

Sergéi rodó los ojos, divertido por la sugerencia de su amigo.

La verdad es que antes de asesinarla, Leonid quería saber por qué diantres una francesa querría matar a la Emperatriz de Rusia, siendo que la situación de su país ya se había ido a la mierda. No encontró mejor forma de sonsacarle información que aquel paseo por San Petersburgo, aparte de que eso ayudaría a Sergéi a distraerse de su tragedia amorosa.

La carta solo podía ser de Charlotte de Langlois. Aunque la criada que la había encontrado no sabía a quién pertenecía, era la única opción. Sí, en la Corte todos hablaban francés a la perfección -de hecho, él mismo había sido educado por franceses-, pero haber recibido una misiva implicaba que quienquiera que la hubiese enviado era francés.

Aparte de ello, no podía matarle antes de ser presentada con propiedad ante la Corte, lo cual ocurriría el martes. Hasta entonces, podría saber sus razones para cometer regicidio. Todos ganaban. Claro, excepto ella.

-Voy a... ver cómo está Nadya -carraspeó Sergéi, poniéndose de pie.

Nadya. Sí, Leonid también tendría que terminar un asunto concierne al asunto de la prima de su mejor amigo.

El puño chocó contra la mejilla izquierda de Artyom Kozlov con sorprendente fuerza.

-¿Por qué carajo le disparasteis a Nadezhda Ulianova? -exigió Leonid con violencia, sobándose los nudillos.

El barón tosió. Se llevó la mano al lugar del golpe con una mueca de dolor.

Se encontraban en la antecámara de su dormitorio. Siendo ya la hora en la que el almuerzo estaba servido en un salón opuesto en sus apartamentos, su esposa no se encontraba presente. Estaban solos en esa habitación, cuyas cortinas celestes -de hecho, la mayor parte de las decoraciones eran de un suave azul pastel, de tal modo que ostigaba a la vista- dejaban entrar la luz del frío día nublado.

Artyom se apoyó en el sillón con esfuerzo. Parecía impresionado por la fuerza en el puñetazo del visitante, pues su cuerpo flacucho y rostro inocente no la reflejaba.

-No sé de qué habláis, Vyrúbov.

-Nadezhda Ivanovna Ulianova. La sobrina adolescente del conde Bezpálov. Le han disparado en su habitación hace un par de horas, cerca del mediodía.

-¿Ha muerto?

Leonid negó con la cabeza.- Solo le ha rozado el hombro. Ahora, decidme por qué le habéis disparado o juro que...

-Yo no he sido. Miradme a los ojos, ¡yo no he sido, Vyrúbov! Pero se ve la lógica tras todo esto.

-Ilustradme.

-Considerando que el poco tiempo que bailó Sergéi Bezpálov lo hizo con Charlotte de Langlois, es natural que alguien que no conozca bien a ese muchacho piense que pasó la noche con ella. Si le vieron entrar a la habitación de Nadezhda Ulianova, debieron de pensar que quería reunirse con la dama francesa. Y la señorita Ulianova fue confundida con ella.

-Es la única explicación coherente que se me ocurre, Vyrúbov -agregó, temeroso-. Sabemos todo de la sobrina del conde Bezpálov; no es una amenaza.

-¿Y por qué alguien querría eliminar a Charlotte de Langlois según vuestra lógica, Kozlov? -inquirió el rubio, mordaz.

El otro se tocó la peluca con dedos temblorosos. El tono de Leonid denotaba una seriedad asesina.

-Pensadlo: es la única persona de la que no sabemos nada. He de creer que ella sabe algo de alguien... o que ese alguien sabe algo de ella.

-Tiene cierto sentido, supongo. Tengo un plan para saber por qué ella ha venido a Rusia. Luego se lo contaré a Deznev.

Acto seguido, tomó al pequeño barón del cuello de la blusa. Sus ojos azules brillaban de furia.

-Si alguna vez le tocáis un cabello a Nadezhda Ulianova, juro que lo pagaréis caro.

Artyom asintió poseído por el temor. Viendo su respuesta, el joven le soltó y dejó sus apartamentos como si nada hubiese pasado.

Nadezhda estaba bien. Sergéi estaba bien. Y, lo más importante, estaba un paso más cerca de terminar con la amenaza de Charlotte de Langlois.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro