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Extra: Callar es un bajo precio para mantener tu trabajo... pero mejor no

Alina Ivánkova era bastante buena para ser invisible.

Era su pequeño poder, su inigualable talento; si se callaba por el tiempo suficiente nadie se daba cuenta de su presencia. Eso la había mantenido con vida cuando vivía en el este del Imperio junto a su hermano y ahora, siendo criada de la familia Vyrúbov, era bastante útil. La vizcondesa era bastante escandalosa dentro de su círculo en la Corte. Por otra parte, el menor de sus hijos, Leonid, también escondía secretos. Según lo que habían soltado algunas de sus criadas, tenía suerte de no haber presenciado ninguno de ellos.

A decir verdad, ese día de enero era terriblemente desafortunado.

—Dile a tu amo que debo hablar con él —dijo una voz detrás de ella.

Alina volvió la cabeza. Era la criada puesta a cargo de la recién llegada señorita francesa, Charlotte de Langlois. Nellya Smirnova. A sus cortos catorce años, la chica se sentía intimidada por aquella mujer. Su voz siempre sonaba como un siniestro ronroneo y sus miradas le infundían terror.

—¿Al señor Leonid? —murmuró, tímida.

—Claro que sí, niña tonta. ¿Crees que buscaría a la vizcondesa si estoy frente a los aposentos de su hijo?

Ella asintió, tragando saliva con nerviosismo. No le gustaba ser tratada así, pero, ¿qué podía hacer? La mayoría del tiempo apenas podía escuchar sus propios pensamientos.

Abrió la puerta de la antecámara cautelosamente, solo para permitir que su voz se oyera. Sabía que a Leonid Vyrúbov no le agradaba demasiado ser molestado y, aunque nunca había oído la orden de recibir latigazos de su parte, no deseaba provocarle y tentar a la suerte. La fortuna sonríe a los cautelosos... ¿o era así el refrán que le había contado su hermano?

—¿Señor Leonid?

Su rubia cabeza se levantó en dirección a ella. No le había clavado sus intensos ojos azules, por lo que dedujo que él pensaba que la puerta no estaba abierta.

Al no recibir palabra de su parte, Alina quiso darse una bofetada mental. Anuncia a Nellya, estúpida.

—Una mujer requisa vuestra presencia. ¿Le dejo entrar?

—¿Quién es?

—Una criada.

Nellya la miró con acidez. No, a ninguna de las dos les gustaba que fueran llamadas así. ¿Qué se le podía hacer? En el caso de Smirnova, ella había nacido como campesina, y pronto fue destinada a servir en palacio. Sabía que no le faltaría nada desde el principio. ¿Y ella? No era difícil adivinarlo. Los ojos rasgados que compartía con Andréi, su hermano, la delataban como proveniente del territorio de Mongolia, y un percance tanto económico como social por parte de su padre los había lanzado desde la baja aristocracia a la servidumbre hacía casi siete años. Alina casi no recordaba la buena vida, como la llamaba Andréi, pero él se encargaba de recordarle todo lo que habían perdido.

—Déjale entrar —respondió la voz del hijo de la vizcondesa.

La adolescente se apartó de la puerta con premura, permitiendo pasar a Nellya. Cuando se cerró detrás de ella, la pequeña criada posó su oreja en esta, intentando descifrar algo de la conversación que transcurría dentro de los aposentos del joven.

Alina Ivánkova no era chismosa. Su lengua estaba bastante controlada, a diferencia de las de varias cortesanas de las que había oído eso, como la señorita Nadezhda Ulianova y la antaño princesa Ananenko, quien resultaba ser la antigua prometida de su amo. Pero la verdad era que entre la servidumbre corrían grandes rumores. En algunos tiempos se hablaba de sublevaciones; en otros solo se conversaba de los terribles vestidos que usaba la señorita Yebóracheva intentando creerse un ídolo de la moda de la temporada.

Esos secretos y murmuraciones podían salvar su vida en el momento adecuado, tal como podían condenarla en el erróneo. Había oído que una anciana criada, Vera, había dejado de recibir latigazos de su amo solo por amenazar con revelarle a alguna autoridad que se había unido a la secta masónica.

No sabía qué diantres ocurría dentro de la habitación. Escuchó un os he visto de parte de Nellya, pero sin el contexto de esa frase no le servía de nada.

—¿Qué haces husmeando, pequeña entrometida?

La fuerza de una mano regordeta le atrapó el hombro, y se vio forzada a volver la cabeza ante la persona que la había apresado. El barón Kozlov era de complexión gruesa y su rostro estaba adornado con una constante expresión de estar cansado de la vida; Alina la conocía bien. A pesar de ser bajo en relación al resto de los hombres de la Corte, superaba por un par de centímetros a la joven sirvienta.

Le había visto sucesivas veces rondando los apartamentos del señor Vyrúbov, tanto que comenzaba a intuir que habían formado una alianza secreta contra... contra lo que sea. A veces inventaba que vivía en una conspiración solo para lidiar con su día a día. Sin duda estaba allí para hablar con él.

—No estoy espiando, si es a lo que os referís, mi señor —murmuró. Su mente trabajaba a toda velocidad intentando crear una mentira creíble. No era fácil. Su hermano una vez le había dicho que sus orejas se coloreaban de rojo cada vez que no decía la verdad y, al hacerlo, había veces en las que prorrumpía en un ataque de risas—. Estoy esperando para retirar el desayuno del señor Vyrúbov; se encuentra en una reunión con alguien y no deseo interrumpir la conversación.

Sin risas. Alina suspiró de alivio para sus adentros, y procedió a cubrirse las orejas en un sutil gesto, esperando que el barón obviara el rubor de esa parte de su rostro.

—¿Con quién?

La chica soltó el primer nombre que se le vino a la mente.

—La señorita Ananenko.

Él la miró con expresión suspicaz, pero por fin liberó su hombro tras unos segundos y se alejó por el pasillo. Alina soltó el aire que tenía contenido en sus pulmones.

Apoyó nuevamente la oreja en la puerta. Silencio. No había ni siquiera un murmullo indescifrable.

La pequeña Ivánkova se atrevió a entrar al fin. Un paso en medio de esa terrorífica falta de ruido, solo escuchando su entrecortada respiración. Otro. Y otro. De pronto...

La intensa mirada azul de Leonid Vyrúbov se clavó en sus pequeños ojos negros, poseída por una adrenalina asesina. A sus pies se encontraba Nellya, dormida en un charco de sangre. No, tonta; está muerta. El corte de su garganta lo confirmaba. Y la daga en las manos del hijo de la vizcondesa le indicó quién era el culpable.

—No dirás nada de esto, ¿verdad? —inquirió él.

Oh, ¿cómo podría? Con tan solo insinuarlo ya tendría veinte latigazos con el temible knut asegurados. Así que esos son los secretos de Leonid Vyrúbov. Era un asesino, y ni siquiera le molestaba el hecho de que una de sus criadas lo supiera. ¿Quién más lo sabría entre sus compañeros? De todos modos, no podría preguntarle a nadie sin delatar a su amo. Había sido piadoso con los errores de ella en el pasado. Quería mantenerlo así.

Ella negó con la cabeza, aterrada. No sabía si era porque de verdad confiaba en ella, cosa poco probable, o era demasiado confiado, pero no hizo mayores escándalos por su presencia en la habitación.

—Trae al barón Kozlov y dile que arregle este desastre. Yo tengo algo que hacer.

La muchacha asintió y corrió fuera de los apartamentos. Miró hacia su izquierda, mas el barón ya había desaparecido por el pasillo largo rato atrás. Sabía a quién acudir antes que a cualquiera.

El ala de habitaciones de la servidumbre estaba atiborrada, como siempre. Distinguió a su hermano con un grueso abrigo y una bandeja con té humeante en las manos.

—¡Alina! —sonrió.

Su cabello moreno estaba cubierto por la reglamentaria peluca blanca que se les pide a todos los criados que se presentan ante la mirada de los temibles nobles. A pesar de lo irritado que se veía al estar rodeado de tanta gente empujándose mientras trataba de hacer equilibrio con la tetera, sus facciones se iluminaron al ver a su hermana pequeña.

—¿Qué haces?

—Llevo el desayuno a los jardines. ¿Puedes creer que hay cortesanas que se dignan comer en medio de la nieve, como si el frío no les afectara? ¡Pues a mí sí! —soltó una cálida carcajada.

Cuando su expresión se enserió, agregó:— Y tú, ¿qué haces aquí? ¿No deberías estar ayudando a la vizcondesa a prepararse?

Ella tragó saliva. Sabía que debía callar, pero era su hermano. Era la persona en la que más confiaba en el mundo. Y, si ese secreto podía salvarla en algún momento, quería que él también lo tuviera.

—Andréi, debo contarte algo que acaba de ocurrir.

AAAAAAAAAAAAH HOLA DE NUEVOOOOOOOO

Feliz aniversario de Los Grandes :) no puedo creer que ya ha pasado TODO UN AÑOOOOO de escribir las primeras palabras de una historia que comenzó con un chico cayéndose por una ventana y terminó atrayendo a tanta gente :') mil, mil, mil gracias por todo.

y este extra va dedicado a JailyBach porque LE HA HECHO UNA PLAYLIST A LA SAGA AAAAAAAH GRITOOOOOO (el link lo dejo en comentarios :D)

y con eso, termino diciéndoles que la secuela ya está disponible 😌 prepárense para Los Nobles... y también guarden un montón de cuchillos bajo el corsé.

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