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Capítulo 49 - Asalto final.

El sonido de un nuevo mensaje ocasionó que Jazz abriera sus ojos y llevara sus manos hasta el buro que se encontraba junto a su cama para tomar el celular, viendo que tenía efectivamente mensajes nuevos de su novio Yadiel, rápido los abrió y todos ellos decían que la extrañaba, que ya quería que todo el asunto de los robos terminara para estar juntos, ya que hacía tiempo que no lo estaban. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras se ponía de pie y caminaba hasta la puerta principal de su habitación, por la cual salió. Toda la familia Gómez Quiroga se encontraba durmiendo y ella tan sólo quería tomar agua fresca para volver a dormir y despertar al día siguiente ya pudiendo olvidar todo lo que ha pasado.

Jazz se dispuso a bajar las escaleras, mientras iniciaba una conversación con su novio Yadiel por mensajes de texto; dirigiéndose al interruptor de la luz, prendiendolo. La chica caminaba de un lado a otro, sosteniendo su celular, esperando respuesta de su novio, hasta que el celular comenzó a sonar y la chica rápido contestó.

—Hola Yadi, ¿Qué pasa?

Amor, estaba un poco preocupado, ya sabes con todo este tema.

—Lo sé, odio estar en casa todo el día, ya no aguanto, quiero salir. Te extraño.

Un par de horas más y nos vemos, tú aguanta, que es mejor que estemos a salvo a corriendo peligro en la calle.

Si, está bien. Ya me estaba durmiendo, pero me levanté porque tengo sed.

—Te dejo entonces, buenas noches, descansa y sueña súper lindo, amor.

Gracias bebecito, igualmente, te amo.

Ella colgó la llamada y caminó a la cocina, debía tomar un poco de agua. Abrió la puerta y se dirigió a tomar un vaso, para después servirse agua, tomó asiento en una silla alrededor de la mesa y con cierta paciencia se dispuso a beber el contenido, ansiando que toda esa pesadilla terminara pronto, ya estaba cansada de estar allí, de no poder siquiera poner un pie fuera de la casa por peligro a lo que pueda pasar a ella o a su familia. Los minutos pasaban y Jazz se mantenía sentada, hasta que la puerta abriéndose la sacó de sus pensamientos, Candy entraba con prisa, sorprendida de ver a su sobrina allí.

—Iba al baño, noté la luz prendida y ahora aquí estoy...¿Qué haces tú aquí, Jazz? —preguntó Candy con un poco de intriga.

—Bebo agua, mientras pienso en como estar encerrada me puede volver loca poco a poco.

—No seas exagerada, acabas de pasar una semana entera en tu habitación tratando de superar a Yadiel y ahora no aguantas un día —Candy río un poco, mientras sacaba algo de la alacena—. Voy a preparar un sándwich, ¿Quieres uno?

—No, no quiero. Tía, es diferente, sé que pasé una semana en la habitación, pero ahora estoy bien y lo único que quiero hacer es salir —Jazz se puso de pie y miró por la ventana.

—No hasta el amanecer —Candy se dispuso a tomar una cuchara, justo en ese momento el frasco de mayonesa cayó al suelo de golpe, asustando a las presentes, quienes soltaron un fuerte grito.

Al ver que sólo era el frasco de mayonesa, comenzaron a reír y hasta el hambre se esfumó de Candy, quien de inmediato comenzó a limpiar el desastre que había ocasionado, levantando los trozos de vidrio y limpiando la mayonesa que se había regado en el suelo. Nuevamente la puerta de la cocina se abrió, por ella entró Cristina y Anahí sosteniendo un bate de béisbol de plástico, con intenciones de protegerse del peligro.

—¿Es en serio, chicas? Un bate de plástico —río Jazz sin poder evitarlo.

—Queriamos atrapar al ladrón, que fuera el asalto final, no más —Anahí dejó el bate encima de la mesa y vio como Candy limpiaba el desastre.

—Creímos que alguien había entrado, queríamos ayudar —sonrió Cristina valiente.

—No, no pueden ayudar en situaciones así —Jazz las tomó a ambas del brazo y las hizo caminar—. Las voy a llevar arriba, buenas noches.

—Buenas noches, yo me quedaré aquí, terminando de limpiar —añadió Candy, continuando con lo suyo.

—Podemos ayudarle —susurró Anahí, antes de salir de la cocina.

Candy se puso de pie, pues ya por fin había terminado de limpiar el desastre que había ocasionado, se dispuso a colocar nuevamente el pan y la cuchara en su lugar y así, caminó hasta la puerta de la cocina, deteniéndose al ver un pequeño vidrio frente a ella. Lo levantó y lo llevó al bote de basura para que no ocurriera ningún accidente con el. Al regresar de nueva cuenta a la puerta, Maru ya se encontraba observándola desde hace algunos segundos.

Sin decir nada, entró a la cocina, tomó asiento en una de las sillas y miraba como Candy se mantenía en el mismo lugar que cuando entró. Poniéndose de pie, caminó hasta su hermana y le dio un fuerte abrazo lleno de cariño, justo como ambas lo necesitaban en esa noche de encierro.

—Me alegra saber que en verdad no has vuelto al alcohol —sonrió Maru, limpiando algunas lágrimas de su rostro.

—Y no tengo pensando hacerlo, hermana —Candy nuevamente se acercó a darle otro pequeño abrazo.

—Lo sé... te quiero —Maru se separó de ella y salió de la cocina, Candy la siguió hasta que su hermana subió por las escaleras de prisa.

Una sonrisa se formó en el rostro de Candy, mientras se disponía también a subir las escaleras, poniendo una mano en ellas, dio un último vistazo hacía atrás, pues algo llamó su atención, un pequeño ruido de algo quebrarse en el patio, parecía ser una maceta. Candy dio vuelta y corrió a la cocina en pasos rápidos, miró por la ventana y no podía ver nada sospechoso debido a la gran oscuridad que invadía el lugar. Prendió la luz del patio, pero ya no había nada que ver, tan sólo una maceta sobre el suelo, tal vez algún gato la tiró de su lugar.

—Que extraño —susurró Candy, cerrando la ventana.

Sin tomar tanta importancia a lo que había pasado, salió de la cocina y vio a Vanya bajando las escaleras, se veía alterada y triste, era muy notorio que había estado llorando, por lo que Candy de inmediato se acercó a ella y le dio un abrazo, luego la ayudó a llegar hasta el sofá de la sala principal, pasándole servilletas para que limpiara sus lágrimas.

—¿Qué pasa? —cuestionó Candy confundida.

—He tenido una pesadilla... fue horrible.

—¿Sobre qué? —preguntó Candy nuevamente.

—Por todo este tema de que ya Sebastián no me considera su hermana, y ahora es cuando me llegan los pensamientos de si hice lo correcto al dejarlo solo cuando me necesitaba —lágrimas resbalaban por las mejillas de Vanya—. Me siento tan mal, no sé que hacer.

—Ay Vanya, no te sientas mal, era obvio que no querías seguir en la sombra de tu hermano, no tienes porque arrepentirte de eso... —Candy desvió su mirada hasta la niñera que seguía limpiando sus lágrimas.

—Pero yo lo quiero, y no quiero perderlo, menos cuando me apoyó cuando más lo necesitaba.

—Entiendo, en ese caso, aún puedes arreglar las cosas con él, llámalo y dile que te perdone, que no pensaste bien las cosas... cuando Maru y yo peleamos, no sabes las ganas que tenía de hacer eso, pero el orgullo siempre me ganó —ahora era Candy quien limpiaba un par de lágrimas.

Un pequeño silencio inundó la sala. Vanya de inmediato volteó a verla y se lanzó a ella para darle un fuerte abrazo; con una enorme sonrisa marcando su rostro ahora se sentía mucho mejor que cuando había bajado las escaleras hace algunos minutos y todo gracias a su gran amiga Candy, con quien siempre ha tenido una buena amistad, desde que llegaron las dos a la mansión.

—Me has ayudado muchísimo, Candy. Al amanecer llamaré a mi hermano y le pediré perdón, dejaré el orgullo de lado —Vanya se puso de pie y miró el teléfono en la pared—. Qué más quisiera hacerlo de una vez, pero no quiero despertarlo.

—Al amanecer está bien —susurró Candy feliz por su amiga.

Vanya volvió a tomar asiento en el sofá, justo cuando llantos provenientes de Matías hicieron presencia, por lo que se puso nuevamente de pie, dando medía vuelta para caminar a las escaleras, cuando estaba por subirlas, Candy la tomó del hombro, deteniendola por completo.

—No te preocupes por Matías, yo voy —sonrió Candy avanzando por las escaleras—. Tú come algo, para que se te pase el susto por la pesadilla.

—¿Segura? —preguntó Vanya sorprendida del buen acto de Candy.

Candy asintió con la cabeza, mientras desaparecía por el pasillo. Vanya aún sonriendo, dio media vuelta y caminó hasta la cocina, primero tomó asiento en una silla y se quedó mirando todo el alrededor por algunos segundos. Hasta que se puso de pie de nuevo y caminó al refrigerador, sacando un trozo de pizza congelada que se disponía a calentar en el microondas.

Un ruido extraño de inmediato llamó su atención, acercándose a la puerta de la cocina, vio con sus propios ojos como la puerta del patio trasero se abría con lentitud. Vanya abrió los ojos como platos al ver a un presunto asaltante entrar a la mansión, sin saber que hacer, dio pasos hacía atrás y tomó un cuchillo del cajón de utensilios y lo colocó delante de ella, acercándose de nueva cuenta a la puerta, viendo que el hombre con capucha ya se encontraba tomando cosas que lograba ver a su alrededor y las colocaba en su mochila. Un miedo inmenso invadió a la niñera, pero ella seguía manteniendo sus ideales, los asaltantes necesitan ayuda, un empujón para que dejen de robar.

—Todo está bien y todo estará bien —se dijo a si misma, mientras abría la puerta de la cocina.

Manteniendo el cuchillo detrás de ella, vio como el hombre ya se había percatado de su presencia, corriendo hasta ella y dándole un empujón que la hizo chocar fuertemente contra la pared, el cuchillo cayó al suelo y ella asustada miró a los ojos al hombre, un bonito color miel hacía presencia en su mirada.

—No tienes que hacer esto, eres una buena persona —susurró Vanya asustada.

La mirada del hombre se desvió hasta el cuchillo que se encontraba a sus pies, la niñera se percató de sus intenciones y los pensamientos de que los asaltantes podían redimirse y ser buenas personas se derrumbaron al ver lo que sucedía, ella no estaba dispuesta en ser dañada por un hombre, por lo que dándole un golpe en la entrepierna, se agachó a tomar el cuchillo mientras su atacante se retorcía del dolor en el suelo. Vanya lo apuntó con el utensilio viendo que ya se veía asustado ante su presencia.

—Es mejor que te vayas, si no llamaré a la policía —añadió Vanya con enojo.

El hombre se puso de pie, tomó su mochila y se dispuso a caminar hasta la puerta trasera de la mansión, que Vanya no entendía como estaba abierta, si todos vieron como Juan cerró todas las entradas posibles. De pronto, el hombre volteó a ver con odio a Vanya y le dio un fuerte golpe en el rostro, que la hizo chocar de nuevo contra la pared, el primer instinto que se le ocurrió fue gritar por ayuda, pero eso sólo pondría en peligro a la familia entera y ella no quería eso, por lo que permaneció en silencio. Respirando hondo, lanzó ahora ella un golpe con el cuchillo que cortó la mejilla de su atacante.

—¡Basta por favor! —exclamó Vanya cansada y adolorida.

Con todas sus fuerzas intentó darle un golpe más al asaltante, para su mala suerte, el hombre tomó su mano y le dio vuelta, para que el cuchillo fuera hacia su pecho. Vanya intentaba resistir y no dejar que el arma blanca tocara su pecho, pero era evidente que la fuerza de su agresor era mayor, lo que ocasionó que sintiera un gran ardor y dolor, indicando que el cuchillo había entrado a su cuerpo. Al hombre no le importó esto y lo enterró completamente, dejando sin fuerza alguna a la niñera, quien cayó al suelo de golpe, perdiendo mucha sangre por la herida.

—No, no —balbuceaba Vanya intentando hablar, pero cada que abría su boca, chorros de sangre escapaban por ahí.

El asaltante la miró por última vez, en su rostro no había ningúna pizca de arrepentimiento, al contrario, se le miraba feliz y sonriente por haber cometido tal acto de violencia, agachándose junto a una agonizante Vanya sobre el suelo, quitó la cadena que lucía en su cuello, así como anillos de su mano, sin la niñera poder hacer algo para evitarlo.

—No... Di-diego —susurró Vanya soltando lágrimas.

Colocando más cosas en el interior de su mochila, el hombre salió por la puerta trasera, dejando a Vanya sobre el suelo y a punto de morir. Sin fuerzas, sin posibilidad de pedir ayuda, lo único que le esperaba era morir, morir sin poderse despedir de su hijo, sin poder pedirle perdón a su hermano por haberlo abandonado, sin poder ver por última vez al pequeño Matías, que le dio tanto cariño aún siendo tan sólo un bebé. La mirada de Vanya poco a poco se iba apagando, hasta que lo hizo, quedando sin vida en la sala principal de la mansión de los Gómez Quiroga.

***
Un nuevo día había llegado en la ciudad de Colmar, por fin el encierro había terminado y todos sus habitantes eran libres de salir a la calle, que de seguro era lo que más añoraban hacer desde que el toque de queda comenzó. Juan abrió la puerta de su habitación, percatandose de que su hermana Jane también salía de su habitación, saludándose levemente, ambos caminaron hasta las escaleras, para comenzar con la apertura de las entradas a la casa, justo en ese mismo instante, todos los integrantes de la familia salían de sus habitaciones. Josué, Less, Karime y Dani ya se encontraban impacientes de recibir visitas el día de hoy, todos caminaban a las escaleras, bajando con lentitud, pues apenas acababan de despertar y lo último que querían era tener un accidente en las mismas.

La sonrisa que marcaba el rostro de todos los presentes se esfumó en el momento en que vieron un cuerpo sobre el suelo, alrededor de un gran charco de sangre. Juan volteó a ver a todos, para indicarles que regresaran arriba para evitarlos ver todo, pero ya era demasiado tarde, todos habían visualizado a la niñera sin vida sobre el suelo frío de la mansión.

—¡Dios mío, es Vanya! —exclamaba Karime sorprendida.

—¡No, no! —decia Josué al recordar las veces que Vanya lo ayudó.

—¡Regresen todos arriba, no dejen que baje nadie, en especial Diego! —gritó Juan intentando que nadie más viera el cuerpo.

—¡Hagan caso, por favor! —apoyaba Jane en llevarse a todos arriba.

Cuando ya todos habían regresado al segundo piso, la mirada de Juan se desvió hacía el cuerpo, quedando sorprendido por lo que veía, todo el día y la noche intentando que nadie saliera de casa para evitar que algo así ocurriera y termina ocurriendo en el interior de la mansión, agachándose un poco junto al cuerpo, tomó su mano, la cual ya se encontraba fría, pues ya llevaba algunas horas allí.

—Perdóname Vanya, se suponía que yo... que yo debía protegerlos a todos —Juan limpiaba algunas lágrimas que escapaban de sus ojos—. Debí estar aquí para ayudarte, pero no lo estaba.

Con lágrimas en los ojos, Juan llevó su mano hasta el rostro de la niñera, cerrando sus ojos los cuales habían permanecido abiertos reflejando angustia y dolor por lo ocurrido, por el asalto final. Maru llegó en ese momento, sorprendida al ver a Vanya allí, sin vida y con un cuchillo enterado en su pecho.

—¿Cómo pasó? —preguntó Maru comenzando a llorar.

—Tranquila Maru —Juan rápido le dio un abrazo, mientras ahora Candy se acercaba a ver la lamentable escena.

—Oh no, Vanya —susurró Candy agachándose junto a ella—. Amiga, Dios... ¿Qué te hicieron?

Candy observaba de arriba abajo el cuerpo de la niñera sorprendida de lo que le habían hecho y más sabiendo que si ella no se hubiera ofrecido a ir por Matías, la que estuviera en el suelo sin vida sería ella. Sollozos comenzaron a escucharse, a pesar del corto tiempo que llevaban conociéndose, ambas habían generado un vínculo de amistad muy fuerte y esto que pasaba, le afectaba demasiado.

—¡Vanya! —gritaba Candy moviendo el cuerpo, sin importarle mancharse con la sangre de su fiel amiga, quien hasta en sus últimos momentos le dio su apoyo.

Maru intentaba separar a su hermana del cuerpo que yacia sobre el suelo, mientras Juan le daba aviso a las autoridades correspondientes de lo que había ocurrido en la mansión durante la noche, durante el toque de queda, un asalto final hizo presencia, cobrando la vida de una persona inocente, que lo único mal que hizo fue estar en la hora y en el momento equivocado. Para mala suerte de todos, los gritos que ocasionaba Candy llamaron la atención del pequeño Diego, quien quería bajar las escaleras, siendo detenido por Miguel, Cristina y Anahí.

—No vayas, Diego —le dijo Cristina angustiada.

—Quiero verla, quiero ver a mi mamá —susurró Diego, dejando de pelear por librarse del agarre de su familia.

—No lo hagas —susurró Anahí—. Créeme, no quieres hacerlo.

Diego miró fijamente a sus alrededores, Cristal, Miguel lo miraban sin saber como apoyarlo en esos momentos tan tristes que estaba pasando y sin pensarlo dos veces le dio un fuerte empujón a los dos chicos, para luego salir corriendo escaleras abajo, él quería ver a su madre y nadie podía impedirselo.

—¡Diego, no! —gritó Miguel, corriendo detrás de él.

Todos los intentos que hicieron para frenar al chico fueron inútiles, él llegó escaleras abajo y vio con sus propios ojos el cuerpo de su madre sobre el suelo, gritando y llorando se acercó a ella. No podía creer lo que estaba viendo, deseaba que fuera un sueño, pero por desgracia no lo era, todo lo que estaba viendo era real, su madre fue víctima de un asalto final que terminó con su vida.

—¡Mamáaa!

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