Capitulo 22
01 de Octubre de 2006
Esa fecha estaba marcada en el calendario, pero no significaba mucho. Era nuestro cumpleaños número 17, y sería como todos los demás. Sin fiesta, sin emoción, sin risas que llenaran la casa. Solo un día más, teñido por la indiferencia y la rutina.
Mamá nos prepararía un pastel, uno simple pero hecho con cariño. Sus intentos siempre eran dulces, pero apenas lograban iluminar el ambiente pesado de la mansión. Nuestro padre, Reginald, aparecería con sus felicitaciones secas, mecánicas, como si fueran parte de algún protocolo obligatorio. Después, nos daría un regalo insípido, algo que ni siquiera se molestaba en elegir con cuidado, un detalle que ninguno de nosotros querría.
Pogo, como siempre, sería el único que realmente nos entendiera. Sus regalos siempre eran acertados, pequeños detalles que hablaban de quiénes éramos, de lo que nos definía. Pero incluso sus gestos no podían cambiar el hecho de que ese día era una especie de pausa extraña en nuestras vidas.
No había entrenamiento, no había misiones, no había gritos ni órdenes. Solo un vacío que llenábamos encerrándonos en nuestras habitaciones, evitando cualquier interacción. Ese día no hacíamos absolutamente nada, y en lugar de sentir alivio, el peso de ese “nada” se sentía aún más sofocante.
A veces me preguntaba si alguno de mis hermanos pensaba lo mismo. Si se sentían igual de atrapados, igual de incompletos en un día que debería significar algo, pero que nunca lo hacía. Pero, como siempre, nadie decía nada. Cada uno lidiaba con ello a su manera, en silencio, como si hablarlo pudiera romper algo dentro de nosotros.
En ese instante que estaba centrada en mis pensamientos y intento averiguar mis sueños, apareció Cinco al frente mío, se había teletransportado.
—Amor —me dio un beso en la frente.
—¡Feliz cumpleaños! —lo abrace y luego le di un beso qué el no dudo en responder.
—Dime que soy el primero al que le das su regalo sorpresa —me dijo, al recordar una tradición que tenía todos los años.
—Exacto eres el primero... pero primero toma asiento —le sonreí y el se sentó en la silla del escritorio— Ahora, cierra los ojos —le pedí y hice caso.
Fui a mi armario y saque una caja mediana, me acerque a él y la puse en sus piernas.
—Ábrelos —le dije con una sonrisa mientras lo miraba expectante.
Cinco abrió lentamente los ojos y miró la caja que tenía en las manos, luego me miró, curioso.
—No es necesario que lo hagas, ¿verdad? Sabes que siempre me sorprendes, pero... no me voy a quejar —sonrió, abriendo la caja con cuidado.
Dentro había un reloj de bolsillo antiguo, el que había encontrado en uno de nuestros viajes a un mercado en una ciudad olvidada. El reloj no solo tenía un diseño precioso, sino que, en su interior, guardaba un mensaje grabado que significaba mucho para los dos.
—¿Te gusta? —pregunté, mi voz llena de emoción mientras lo observaba examinar el reloj.
Cinco sonrió ampliamente, una sonrisa sincera, que me hizo sentir como si todo estuviera bien, incluso cuando las cosas no siempre lo eran.
—Me encanta, es perfecto —dijo, mirando el reloj y luego levantando la mirada para encontrarse con la mía—. ¿Sabes lo que significa esto para mí? No es solo un reloj. Esto es... más que eso. Es el tiempo que compartimos, los momentos que hemos vivido, cada segundo juntos.
Mis ojos se llenaron de ternura mientras lo miraba, sentía la calidez en mi pecho, una sensación que no se podía comparar con nada más.
—Lo sé —respondí suavemente, mientras me sentaba junto a él—. No es solo un reloj, es un recordatorio de que siempre habrá tiempo para nosotros, incluso cuando todo parezca ir en direcciones diferentes.
Cinco lo miró una vez más antes de guardarlo con cuidado en su bolsillo.
—Te amo —dijo en un susurro.
—Te amo más —respondí, acercándome para besarlo suavemente. En ese momento, el mundo parecía detenerse, y solo existíamos él y yo.
Me quede con la frente pegada y luego me fui a sacar los demás regalos de mis hermanos pero me quedé parada cuando vi el regalo de Five, saque lo demás y ese le deje ahí ya vería después que haría.
Estaba acomodando en mi cama los demás regalos y sentí como me abrazaba por la cintura.
—Ahora te toca tu regalo.
Me quedé inmóvil un instante, sintiendo el calor de sus brazos alrededor de mi cintura. Su voz, susurrada cerca de mi oído, me hizo estremecer.
—¿Mi regalo? —pregunté con una sonrisa, girándome un poco para mirarlo.
—Sí, tu regalo —respondió con ese tono que siempre usaba cuando planeaba algo especial—. Pero antes, cierra los ojos.
Obedecí sin dudar, dejando que la curiosidad y la emoción me invadieran. Escuché cómo se movía detrás de mí, buscando algo en su bolsillo, y luego sentí que colocaba algo en mi cuello.
—Listo, ahora puedes abrirlos —dijo suavemente.
Cuando abrí los ojos, miré hacia abajo y vi un delicado collar con un pequeño colgante en forma de reloj de arena. Era hermoso, sencillo, pero significativo. Cada detalle del colgante parecía tener un propósito, como si fuera hecho para contar historias.
—¿Te gusta? —preguntó Cinco, mirándome con una mezcla de nervios y expectativa.
—Es precioso... —respondí con la voz quebrada por la emoción, tocando el reloj de arena con los dedos—. ¿Qué significa?
—Es para recordarte que, sin importar cuán rápido pase el tiempo, siempre encontraré una manera de estar contigo. No importa dónde, no importa cuándo —dijo, mirándome a los ojos.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero eran lágrimas de felicidad. Lo abracé con fuerza, enterrando mi rostro en su pecho.
—Eres el mejor regalo que podría pedir —susurré.
—Entonces estamos a mano —bromeó, besando mi cabeza antes de abrazarme más fuerte. En ese momento, supe que, a pesar de todo, siempre encontraríamos el camino de vuelta el uno al otro.
—¿Me acompañas a dejar los demás regalos? —le pregunté y el miró los regalos de la cama intento hacer una mueca pero al final accedió.
—Pero si se ríen de mí —me miró serio— Me voy.
—No creo que se burlen de ti —me acomode mi cabello en el espejo para salir.
Me gire y el me miraba con una sonrisa leve, cargue algunas cajas y el otras.
—¿Quién sigue? —me preguntó con una mirada inquisitiva.
—Ben él es el que sigue —sonreí pero recordé que el no estaba bien desde hace unos días— Cinco —me detuve y lo miré— Quisiera entrar solo yo en su habitación —hice una mueca.
—¿Todo está bien con él? —me miró tratando de sacar la respuesta y acertó— No quiero que me cuentes que sucedió amor, solo entra tú —se bajo un poco porque era más alto que yo para que recogiera el regalo de Ben.
Llegué a la habitación de él y suspiré, toque la puerta y escuché el "pase" característico y entre, felizmente él estaba sentado en su cama leyendo y cuando me vio sonrió.
—Te queda bien tu nuevo corte de pelo —le dije sonriendo.
—Si eso dice mamá —sonrió y se río dejando su libro en su cama para venir hacia mi — ¡Feliz cumpleaños Princesa! —me reí cuando escuché ese apodo.
—¿Nuevo apodo? —él asintió y se fue a sus estantería de la habitación señalando un libro.
—Si y aunque no me lo creas hay una protagonista que se parece mucho a ti, se llama Princesa.. raro —informó y luego sonrió — Aún no la termino parece que sufre mucho estoy en el inicio y lo deje porque empezó las cosas feas y no lo quiero terminsr porque me recuerda a ti.
—¡Feliz cumpleaños Lee Myung-gi! —el rodó los ojos y se río, era un personaje que me gustaba de un libro— Te traje un regalo.
Le extendí la caja envuelta con un papel de regalo que sabía que le gustaba: colores oscuros con pequeños detalles plateados. Ben tomó la caja con curiosidad, arqueando una ceja mientras inspeccionaba el envoltorio.
—¿Qué es esto? ¿Una bomba? —bromeó, sacándome una sonrisa.
—Ábrelo y descúbrelo por ti mismo, Sherlock.
Él se sentó nuevamente en la cama, quitando el papel con cuidado, como si quisiera conservarlo. Cuando finalmente abrió la caja, sus ojos brillaron al ver lo que había dentro: una edición especial del libro que tanto amaba, con una dedicatoria personalizada del autor.
—¿Cómo conseguiste esto? —preguntó, atónito, mientras pasaba los dedos por la tapa, casi como si no quisiera creerlo.
—Digamos que tengo mis métodos —dije con una sonrisa traviesa, aunque en realidad había pasado semanas enviando correos para conseguir esa dedicatoria.
Ben me miró con una mezcla de sorpresa y gratitud. Se levantó de la cama y me abrazó con fuerza, un gesto que no era común en él pero que siempre apreciaba.
—Gracias, en serio. Esto significa mucho para mí.
—Tú significas mucho para mí, Ben. Sabes que haría cualquier cosa por verte feliz.
Él se separó un poco, pero mantuvo sus manos en mis hombros, mirándome con seriedad.
—Lo mismo digo. Aunque a veces no lo diga, siempre estaré aquí para ti. Lo sabes, ¿verdad?
Asentí, sonriendo.
—Lo sé, y lo mismo va para ti.
Nos quedamos en silencio unos segundos, hasta que él rompió el momento con una broma.
—¿Seguro que no quieres quedarte a escuchar mis teorías sobre el final del libro?
—No esta vez —reí—. Pero tal vez me lo cuentes cuando lo termines. Ahora, me toca entregar los demás regalos.
Salí de su habitación sintiéndome más ligera. Sabía que Ben estaba pasando por un momento complicado, pero su sonrisa al abrir el regalo me confirmó que pequeños gestos podían hacer una gran diferencia.
—Pensé que ibas a demorar más —replicó y yo sonreí.
—No... ahora vamos donde Klaus —el miró negando.
—Vamos él no se burlaría, sabe como eres aparte de que te tiene miedo —reí.
—¿Por qué, me tendría miedo? —me dijo sonriendo y arqueo una ceja.
—Bueno será que la última vez que le intentó tomar uan cosa "prestada" tuya sin permiso.. le diste un sermón de dos horas y aunque no me creas evitó dormir todo ese tiempo —dije riendo al recordar.
—Bueno entremos —rodó los ojos.
—¿Vas a entrar sin tocar? —le pregunté con una ceja alzada.
—Si lo más probable es que este drogado, desde que Five desapareció se droga lo sé...y Ben y tú lo han intentado tapar.
Me detuve en seco, sorprendida por la franqueza de Cinco.
—¿Cómo sabes eso? —pregunté, cruzándome de brazos, aunque en el fondo sabía que no tenía sentido negarlo.
—Amor, soy Cinco. Nada se me escapa, y menos cuando se trata de ustedes. —Se encogió de hombros como si fuera lo más obvio del mundo.
Suspiré. No era un secreto que Klaus había estado más inestable desde la desaparición de Five, pero habíamos intentado no preocupar demasiado a los demás.
—No quiero que lo juzgues. Está lidiando con esto como puede...
Cinco me miró con seriedad, algo poco común en él.
—No lo juzgo, solo quiero que lo ayuden. No puede seguir escapando de la realidad así.
Asentí y toqué la puerta antes de entrar. Klaus estaba tirado en el suelo, con un cigarro en la mano y los ojos entrecerrados, claramente en su propio mundo.
—¡Ey, Klaus! —dije, tratando de sonar casual mientras entrábamos.
Él abrió un ojo y sonrió de forma exagerada.
—¡La cumpleañera! ¿Qué honor me hace recibir su presencia en mi humilde guarida?
Cinco rodó los ojos y cerró la puerta tras de sí.
—¿Qué haces? —le pregunté mientras me acercaba, ignorando su teatralidad.
—Meditando —respondió, levantando el cigarro—. ¿Quieres probar? Relaja muchísimo.
—No, gracias. Te traje un regalo.
Le extendí la caja, y Klaus se sentó con esfuerzo, curiosidad en sus ojos.
—¿Un regalo? ¿Para mí? —la tomó y la examinó como si fuera un tesoro. Luego la abrió lentamente, como prolongando el suspenso.
Dentro había un álbum de fotos antiguas que había encontrado en una tienda de antigüedades, algo que sabía que le encantaría.
—¡Esto es increíble! —exclamó, pasando las páginas con cuidado—. ¿De dónde sacaste esto?
—Lo encontré hace unas semanas. Me acordé de ti cuando lo vi.
Klaus me abrazó con fuerza, casi derribándome.
—Eres la mejor, de verdad.
Cinco se aclaró la garganta detrás de nosotros.
—¿Y yo? ¿Dónde está mi agradecimiento por cargar este regalo desde su habitación?
Klaus le lanzó una mirada burlona.
—Gracias, Cinco, por tu sacrificio. Siempre tan noble.
Me reí, y la tensión en la habitación pareció disiparse un poco. Aunque Klaus seguía luchando con sus demonios, momentos como este me daban esperanza de que, juntos, podríamos ayudarlo.
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