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usos

Día 1, mes tepsemireb, año 5770.

Habían pasado dos días desde que casi había besado a Kadga. Dos días en los que pasaba de estar a punto de dar un brinco de alegría a querer tirarle una cubeta de agua estancada a Nero. No tenía ninguna duda de que, si hubiéramos tenido un poco más de tiempo a solas, habría logrado avanzar más de lo que jamás hubiera imaginado. Pateé una roca, caminando en dirección al campo de entrenamiento.

—Dice Cole que está logrando incorporar el pequeño magmeliano a las filas —me dijo Malina a la mañana, anotando en la computadora lo que sea que tenía que registrar—. Y ya es hora de una supervisión.

Y allí estaba: yendo a supervisar a las pequeñas criaturas que llamábamos niños. Los chillidos, risas y gritos se escuchaban, probablemente, desde el otro lado del pueblo. Ni bien pude ver el campo de entrenamiento, me encontré con mi amigo parado como un poste, la cara oculta por una mano y los hombros temblando de risa. Al pararme a su lado, seguí notando que peleaba contra una sonrisa, señalándome disimuladamente dónde estaba la diversión.

Bien, no sé cómo describirlo para hacerle justicia. Todo lo que mis ojos veían era al niño magmeliano –flaco como un palo– con su cabeza reconocible incluso desde la distancia, esquivando con un intento de gracia a su rival, el cual debía tener la boca llena de tierra de las tantas embestidas que le daba. Miré a Cole, quien seguía luchando contra las ganas de soltar una carcajada. Daba más gracia ver su expresión rara que el espectáculo en sí mismo.

—¿Cómo hiciste para que Nero lo mandara? —pregunté, volviendo a enfocar mis ojos en el niño. Eso pareció ser lo que mi amigo necesitaba para controlar su rostro, pues de inmediato su boca se volvió una línea firme y sus hombros se enderezaron.

—No lo hice, no conscientemente al menos —respondió, mirándome directo a los ojos. Con el ceño fruncido, le pedí que siguiera explicándose, a lo que él pareció removerse, observando la clase, antes de volver a mí—. Hace tres días llegó el pequeño magmeliano con la hija de los Lauson. La magmeliana estaba cerca, probablemente cuidando de su hijo, y estuvimos..., conversando —la última palabra la dijo con cierta duda y un pequeño rubor en sus mejillas—. No tengo idea qué pasó, sé que le hice una pregunta para ver si había decidido mandar a su hijo, me respondió con un gemido y luego salió corriendo.

Parpadeé, mirando a mi amigo sin saber si debía palmearle el hombro, felicitarlo, darle un golpe en la cabeza o simplemente mirarlo hasta que se removiera incómodo. Una parte de mi memoria, una que había estado ocupada recordando el casi beso con Kadga y lo alterada que me había parecido Nero.

—Bueno, simplemente recuerda que no deberías acostarte con la madre de tu alumno —dije, ganándome un codazo en las costillas. Déjenme decir que dolió. Mucho. Juro que casi se me escapó todo el aire con ese simple golpe—. ¡¿Qué esperabas que dijera?! Suena a que han estado retozando por ahí y eres incapaz de dejar de pensar en eso.

—Por supuesto, porque yo voy por ahí, con ojos de borrego, siguiendo a las magmelianas que me guiñan un ojo —gruñó. Sobé la parte afectada, aunque me anoté una victoria cuando noté que Cole parecía estar en otro mundo y sus mejillas adquirieron algo de color. Definitivamente, valió la pena sacrificar mis costillas por verlo así después de tantos años, lo único que me preocupaba era lo que podría llegar a pasar con él. Y quizás con Nero.

El resto de la tarde, me quedé observando en silencio, contemplando la clase, sintiéndome satisfecho con los resultados cuando llegó el momento de evaluarlos. Ni bien se fueron todos, le pregunté a Cole si no podía acompañarme un momento. Sé que nunca lo diría, pero sospecho que la única razón por la que me siguió y no me dejó plantado en el lugar, fue por mi rango. Caminamos hasta la parte trasera de su casa, subimos al altillo del viejo galpón que tenía, y contemplamos la vieja parte de Jagne desde las alturas. A la luz de las estrellas, todo parecía mucho más lejano, como un sueño.

Me quedé en silencio por un rato, organizando las palabras que pasaban raudas por mi mente.

—Hay algo que tiene inquieta a Kadga —logré decir. En silencio, lamenté no haberle preguntado más sobre el tema, pero parecía tan decaída... Sacudí mi cabeza, centrándome en lo que probablemente debía enfocar mis problemas—. Y sospecho que los bandidos estarán por venir dentro de poco.

—¿Los has visto cerca de aquí? —Negué con la cabeza, diciéndole que era más una sensación, un tirón en mi estómago que me hacía ver estrellas en mis ojos. Me eché de espaldas, soltando un suspiro demasiado largo que probablemente inquietó a Cole—. ¿Qué piensas que tenemos que hacer?

—No tengo idea, la mente maestra es mi hermana —gemí, con las mejillas algo coloradas y los ojos desenfocados—. ¿Crees que ella le haya pedido a Nero que haga alguna especie de arma? Apenas recuerdo lo que dijo, pero sonaba a que era algo importante.

Mi amigo se quedó en silencio por un momento, considerando las palabras y las ideas que debían estar pasando por su cabeza sin parar. Conociendo a mi hermana, muy probablemente se trataba de eso, o de una forma de mantener a Nero cerca. «Debería preguntarle a Jack», suspiré por dentro.

—Yo tampoco entendí las palabras que usó. Algo de cenizas, creo —pronunció al fin.

Asentí, tratando de recordar la idea para cuando fuera a verla, quizás en la tarde.

Ni bien acabó la clase, me marché con la intención de irme a ver a Nero, y estaba a mitad de camino cuando escuché que me llamaban. Jasmin y su madre, una versión con más años en el rostro y una cicatriz que le había quitado la visión en su ojo derecho. Intenté que la irritación no se me notase en la cara, seguramente había fallado, pero esbocé una sonrisa amigable. Había logrado evitar a Jasmin por casi un mes, saludándola a lo lejos y caminando rápido antes de que se me acercara. Al parecer se me había acabado la suerte. La señora Smith, a quien el parecido con su hija sólo llegaba a lo físico, me saludó con un gesto vago de la cabeza.

—¿Todo en orden, Vicecapitán? —preguntó y yo asentí—. Eso es bueno. ¿Qué harán con las magmelianas? El pueblo no está del todo cómodo con ellas.

Me removí en el lugar, sabiendo que estaba empezando a caminar sobre una plancha de hielo y empezaba a sentir el agua que me mojaba los pies. Respiré hondo por un momento, ordenando mis ideas. Miré rápido a Jasmin, preguntándome cuánto de lo que estaba por decir ella lo iba a tomar como algo que no era.

—Necesitamos tener algo que sea igual al enemigo —empecé y las palabras se me marcharon de la cabeza por un momento. Sabía que quería convencerlas, y si conseguía que la señora Smith me apoyara con la integración de los magmelianos, quizás la tarea sería más sencilla de llevar—. No pretendo hacer que ustedes las estén invitando a pasar a su casa, pero que puedan cooperar para la seguridad.

—Pides que nos aliemos con las mismas bestias que me quitaron el ojo, marido e hijos —señaló ella, cruzando los brazos y yo no pude evitar sentir que empezaba a hundirme. Lo entendía. Vamos, había tenido que ver lo mismo que todos los que quedábamos aquí. Y por eso mismo sentía que era necesario que hubiera cambios importantes.

—No, quiero que combatamos fuego con fuego, porque el agua y la arena no funcionaron. —Jasmin hizo una mueca y su madre endureció sus rasgos. Noté por el rabillo del ojo que varios de los habitantes nos miraban y empezaban los cuchicheos—. Sobrevivimos, a medias —terminé, sabiendo de que probablemente acababa de perder una buena oportunidad. La señora Smith me miró con la cara vacía, carente de cualquier expresión.

Estuvimos un rato así, ambos midiéndonos con la mirada, hasta que ella la apartó. Murmuró algo sobre que no debía seguir nublándome el juicio con las emociones y se marchó, con Jasmin mirándome preocupada. Me quedé un rato más en el lugar antes de reemprender mi camino.

—Ey, Vice, ¿a qué viene la cara larga? ¿De nuevo con problemas entre dos bellezas? —preguntó una vieja amiga de mi mamá, Deana, sacudiendo su muñón que tenía por mano. Bufé, caminando hacia ella. Sabía bien por qué no la quería a Jasmin, pero empezaba a sentir que esto no era precaución.

—Esto se está volviendo tedioso —dije, sacudiendo la cabeza. Ella me sonrió con cariño, ajustando unas correas del arnés que usaba. Lo dejó sin ninguna punta, nada más que el sitio para enganchar las distintas "manos" que llevaba en el cinturón.

—No me sorprende, estás pidiendo que se alíen con un posible enemigo —comentó sin mucha preocupación. Asentí con la cabeza, cansado de igual forma—. Admito que a mí tampoco me hace mucha gracia, pero entiendo por qué lo estás intentando. ¿Sigues estando loco por la magmeliana del bar?

Rodé los ojos, sintiendo que mis mejillas ardían ligeramente. Deana sonrió y me dio unas palmadas en el hombro.

—Danos tiempo. Si quieres, puedo ir hablando con la familia Smith y luego con los pocos ancianos que quedan.

Asentí, agradecido. Ella sacudió su mano, quitándole hierro al asunto y me sugirió descansar un poco, quizás dar una vuelta. Como si lo hubiera invocado, el cansancio se hizo notar en mis ojos y cuerpo, haciendo que soltara un bostezo sin poder evitarlo. Me despedí de Deana con la mano, marchándome hacia mi pequeña casa. 

Hacía un poco de frío al día siguiente. A pesar de que ya empezaban empezando las estaciones de calor, la mañana se sentía bastante fresca para mi gusto. Froté mis manos y las soplé, intentando calentarlas un poco, antes de meterlas en mis bolsillos una vez más. No paraba de moverme de un lado a otro, mirando en todas las direcciones. No había podido conversar con Nero el día de ayer, por lo que esa mañana me encontraba esperándola cerca del edificio en el que solía trabajar.

—¿Buscas algo? —La voz de Nero casi me hizo saltar en mi lugar. Y lo que sea que iba a decirle se me fue de la cabeza al ver lo que llevaba puesto.

—¡¿Cómo no te congelas?!

Ella se miró los brazos desnudos, el torso apenas cubierto por una camisa que se transparentaba y unos pantalones que cubrían hasta la mitad de la parte inferior de sus piernas. Y quiero remarcar que la muy demente esta descalza, ¡descalza en plena mañana helada y en una zona donde vaya a saber Hustn qué había en el suelo! Cuando volvió a dirigirme la mirada, esbozó una sonrisa de medio lado, encogiéndose de hombros.

—Entrenamiento previo —fueron sus palabras. «¿Qué clase de tortura ha vivido esta mujer?»—. Los peores días eran cuando llovía y teníamos que salir de las habitaciones, sin ropa, a entrenar.

Definitivamente sonaba a que era la peor de las torturas. Era bastante probable que estuviera exagerando, juzgando por la sonrisa y el brillo divertido que había en su rostro, pero sonaba bastante seria. Quedamos en silencio un momento hasta que me preguntó qué necesitaba.

—Ah, sí, mi hermana me comentó algo sobre un proyecto que estás llevando a cabo —dije y su expresión se volvió tensa—. ¿Podrías explicarme qué haces?

Sus ojos observaron los alrededores antes de indicarme que la siguiera dentro, no sin antes advertirme que me cubriera la nariz. Probablemente me habría gustado más que me dijera antes de entrar lo que me iba a encontrar, pero fue demasiado tarde cuando lo pensé. Lo único que se me ocurría para describirlo era "carnicería": un inmenso lobo muerto me miraba desde la mesa, con las entrañas saliendo de su estómago como si fueran pequeñas criaturas. El olor... Ay, por Hustn y los Sabios, no hay palabras en tagtianés para expresar el hedor a putrefacción, carne quemada, sudor y más olores que era incapaz de darle un nombre –y que me negué a dárselo.

Nero se movió entre las mesas y cachivaches que tenía esparcidos por casi todo el lugar. No tengo idea cómo es que no vomité el desayuno que tenía dentro, pero lo logré y empecé a seguirla, tratando de que mis ojos no se desviaran de su figura. Me llevó hasta la parte más alejada de aquel recinto medio destruido. Había una caja donde quizás entrábamos los dos parados uno al lado del otro, apenas ocupada por una montaña de arena gris blanquecina. La miré de reojo, aguardando a que empezara a contarme por qué estaba frente a un montón de tierra.

Me dio una última mirada de reojo antes de soltar una larga exhalación, tomó un poco de la arena y la levantó, con un cuidado absoluto, hasta la altura de su cabeza.

—No sé cuánto saben de los magmelianos, pero la gran mayoría de las exageraciones..., algo se acercan a la realidad —empezó, mirándome por un momento antes de cerrar sus dedos sobre el montón de arena y desenfocando sus ojos—. Al menos cuando piensas en los Monjes. Los habitantes del continente tienden a ser mucho menos complicados.

—¿A dónde quieres llegar?

Nero sonrió de medio lado, negando con la cabeza.

—Esto es una forma... controversial, creo que esa es la palabra, de potenciar nuestro rasgo más distintivo —dijo, como pesando lo que tenía en su mano, antes de abrir la boca y meterse todo el puñado en la boca—. No es para cualquiera, tampoco.

Me removí incómodo, viendo su rostro serio, tenso, y el repentino temblor en algunos de los músculos. Las preguntas se agolpaban en mi boca, pero mi cabeza iba por otro lado. Nero cerró los ojos, dio un paso algo tambaleante y soltó algo por lo bajo.

—¿Qué pasa si alguien no apto lo toma? —logré formular la pregunta, mirando con terror cómo los rasgos de Nero se iban convirtiendo, creando expresiones que me hacía querer salir corriendo. Abrió los ojos y, lo juro por mi propia vida, parecía que estaba frente a una bestia, inteligente, pero letal.

—¿Por qué crees que el '67 fue el desastre que fue? —gruñó al pasar junto a mí, sentándose en un cajón y luego apoyó su cabeza sobre ambas manos. Sus hombros seguían con ese tira y afloja, los gruñidos y palabras que se escapaban de mi comprensión iban casi en aumento—. Un imbécil decidió jugar..., con algo que es...

Me arrodillé frente a ella, llamando su atención con un toque en el codo. Soltó un último gemido de dolor antes de bajar los brazos y mirarme. Tenía los ojos como afiebrados, su piel brillaba por el sudor y se veía cansada.

—Imagino que hay una cura, ¿no? —pregunté. Ella soltó una vaga sonrisa antes de echarse hacia atrás, pegando la cabeza a la pared y por un momento me pareció que boqueaba, intentando inhalar un poco de aire.

—¿Cómo te curas de algo que está en tu cuerpo? —devolvió, mirándome brevemente antes de cerrar los ojos, con la respiración un poco más lenta—. Sé que pueden quitarse cosas, pero esto es como decir que quieres tener pelo cuando todo tu cuerpo es lampiño —dijo, respirando hondo y apretando los ojos, sus rasgos poco a poco parecían estar relajándose—. Lo único preocupante es la adicción.

—¿Esa arena lo es? —Por un momento sentí que quería agarrarla por los hombros y sacudirla.

—Las consecuencias lo son —murmuró, abriendo los ojos despacio—. Te sientes invencible, capaz de desafiar a Cirensta misma. Ese es el problema.

Algo dentro de mí empezó a tener cierto terror ante la mirada de ella, como si pudiera ver ese sentimiento. Por primera vez, Nero me resultó alguien capaz de realizar lo que decían los rumores. Y parte de mí entendió, aunque no lo quisiera admitir, que incluso ella misma sabía que era como un arma cargada, esperando el momento ideal para estallar.

—Imagino que hay una forma de atenuarlo —murmuré, a lo que ella asintió.

—La primera parte es la peor, y si me salgo de control, dile a Kadga que me deje incapacitada —pidió, pasando una mano por su frente.

Apreté los labios, mirando a los alrededores antes de volver a ella.

—Dijiste que te potencia, ¿qué es lo que hace que valga la pena?

—En general, despierta una herencia perdida —empezó, enderezándose—. ¿Recuerdas que había una clase de magmelianos que podían controlar la naturaleza misma? —Asentí, aunque no me sonaba del todo—. Actualmente están extintos, o quedan muy pocos como para considerarlos una rama viva. Pero parte de ellos se han mezclado con los que sólo podemos cambiar el cuerpo —a medida que avanzaba con sus palabras, parecía como si volviera lentamente a la que solía ver en las calles, merodeando por los alrededores del pueblo—. Es como si... —Las palabras murieron en una sonrisa cansada—. Como si pudieras ver un mundo más grande.

Asentí, despacio, y mordí mi labio inferior.


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