Día 16, mes corbeut, año 5770.
Intercalé la mirada entre la magmeliana y Cole, esperando encontrar alguna explicación racional para que estuvieran actuando con una confianza que no esperaba ver en tan poco tiempo. Tenían una especie de comunicación que bien podría ser tan íntima como la que tenía con Jack, esa donde cada gesto dice mucho más que lo pronunciado. Para mi fortuna, no estaba esa especie de cariño que sí había visto en otras parejas, como si no pudieran separarse en ningún momento; se asemejaba más a la relación de viejos camaradas.
Al fin, la magmeliana hizo un gesto con la cabeza a modo de despedida y se marchó, dejándome a solas con Cole. Arqueé una ceja, esperando a que empezara con el bendito informe de su patrulla nocturna, por no mencionar la necesidad imperiosa de saber qué había pasado en esa noche.
—Estás más arisca de lo que recuerdo haberte visto antes —dijo, caminando hasta el asiento que tenía frente a mi escritorio, sin esperar a que le dejara tomar asiento. Me encogí de hombros, completamente consciente de que probablemente estaba actuando más como una niña.
—Me molesta ver cómo mis mejores soldados se van rindiendo ante posibles enemigos —repliqué, ganándome de inmediato una expresión vacía en las facciones de mi amigo de toda la vida. «Oh, no», pensé, queriendo explicarme de inmediato, pero Cole negó con la cabeza.
—Te recuerdo que ambos queríamos usar a Nero como parte de las líneas.
Apreté los labios, intentando que el calor de mis mejillas no se extendiera hasta la parte más racional de mi cabeza. Solté un suspiro y le pedí que empezara con el informe, cosa que empezó a narrar con la voz más neutral que tenía. No sabía cuántos de los detalles estaba quitando, pero incluso sin esos detalles, me pareció comprender más o menos la razón por la que la magmeliana había estado moviéndose como si en cualquier momento tuviera que salir corriendo. Respiré hondo, manteniendo la compostura mientras Cole se ponía de pie, anunciando que debía ir a dar la clase del día.
Dejé la mirada perdida, intentando mantener la compostura hasta que no pude más y llamé a Kertmuth. En cuanto llegó, contestó rápido, bastante seco y, así como Cole, con la voz casi monótona. Hice las preguntas rápidas, ganando respuestas igual de veloces y concisas.
—¿Algo más que tenga que saber de inmediato?
—No, Cole te dijo todo lo que necesitas. —Cortó, mirándome con sus ojos completamente insondables. Sintiendo que empezaba a tener un nudo dentro de mi pecho, le dije que podía marcharse, a lo que él hizo caso, inclinando la cabeza de manera respetuosa. Me puse de pie, sorprendida de sentir la primera lágrima que caía sobre mi mano. Toqué mis mejillas, dejando salir un suspiro tembloroso antes de limpiarme el rostro y salir de la oficina.
Abajo me esperaba Jasmin, Angered y Hersa, todos con expresiones perturbadas. En orden, me pidieron explicaciones ante las palabras que probablemente habían escuchado decir a Cole o Kertmuth. Contuve las ganas de buscar con la mirada a cualquiera de los dos.
—Prepárense para un posible choque entre magmelianos. —Terminé diciendo. Hersa miró a los otros dos, temblando ligeramente, antes de volver a verme.
—¿Como en el '67?
Esta vez sí que no pude contener la búsqueda rápida con la mirada de las espaldas de las únicas dos personas que parecían tener una idea de lo que estaba pasando realmente. Como era de esperar, no los encontré y, por mucho que quería decir la frase "espero que no", dejé salir un "prepárense para lo peor".
Jack me fue a buscar a la oficina, justo cuando terminaba de acomodar los últimos informes y terminaba de marcar, en un mapa hecho a las apuradas, las áreas que no podían quedar en medio de un enfrentamiento. Me miraba con los ojos y sonrisa cansados, con una ligera marca negra por debajo de sus párpados.
Intenté pararme para ir hacia él, pero me detuvo, pidiéndome que me quedara sentada. Al mismo tiempo que volvía a mi lugar, Jack caminaba hasta la silla frente a mí y tomaba asiento. Esperé, sintiendo un ligero temblor en mi pecho, como si lo siguiente que fuera a escuchar fueran las peores palabras que podía pronunciar.
—¿No crees que deberíamos darles un hogar de manera definitiva a las magmelianas?
Solté un suspiro por dentro pero no pude relajarme ni un poco. Llevé una mirada hacia el mapa donde Cole y yo habíamos formulado una especie de plan para que las magmelianas nos fueran útiles. Antes de que Nero empezara a mostrar el peligro que era. Era consciente que en un momento había querido molestar a Cole –por no decir que me había encontrado deseando que forme un vínculo más profundo– y casi me había amigado con la idea de Kertmuth saliendo con Kadga. Pero todo se iba por la borda al recordar lo que claramente demostraba que los magmelianos realmente no tenían capacidad de frenarse.
Aparté la imagen de la sangre cayendo por la barbilla de la magmeliana, concentrándome en Jack. Negué despacio, queriendo gritar ante la falta de palabras para poder explicar lo que pasaba. ¿Cómo le hacía entender que veía el peligro que eran? Estaba convencida, sin ninguna duda, de que era jugar con fuego, una bomba que estaba a punto de llegar a cero y nos iba a estallar demasiado cerca.
Mi silencio debió ser respuesta suficiente, pero él insistió.
—Amor, en serio, no lo digo por capricho mío, ni siquiera porque Cole y Kertmuth se encuentren partidos en dos por lo que han decidido hacer con su vida. —Tomó aire, mojándose los labios antes de continuar—. Por favor, hagamos más aliados que enemigos. El gobierno no va a venir nunca por nosotros, por más que Angered llore, les lama las botas... Tomemos las armas que disponemos —terminó, implorándome con la mirada que cediera.
Me recliné en la silla, manteniendo mi mejor expresión vacía, aunque era inútil con Jack. Sabía lo del gobierno, si no teníamos más forma de comunicarnos que las de antaño, la única energía que disponíamos era por los pocos paneles que nos permitían generarla y la comida era puro milagro. Aun así, Kadga tenía la vieja casa donde estaba lo que iba a ser un restaurante, un punto donde pudiéramos reunir a todo el pueblo y tener algo de comida mientras discutíamos. Punto que no había resultado, por lo que seguíamos usando el galpón de siempre.
—No tenemos forma de habilitar otra casa —dije al final. Jack arqueó una ceja.
—Cerramos el restaurante de Kadga. Ya hablé con ella al respecto —cortó cuando abrí la boca—. Hablaré con Nero, Galyon y Rei para ver de reubicarlas en casas donde ya esté casi todo funcionando. Cole y Kertmuth me dijeron que pueden alojar a dos y tres personas más respectivamente.
Fruncí los labios, conteniendo la sensación de malestar que empezaba a bloquear cualquier intento de racionalidad que hubiera en mí. Solté un bufido, sabiendo muy bien que incluso si me negaba, aquello que Jack había organizado –a mis espaldas– acabaría ocurriendo. Como si me hubiera escuchado los pensamientos, se puso de pie, caminó hasta donde estaba yo y se arrodilló a mi lado, mirándome a los ojos.
—No quiero otro ataque, no quiero volver a portar un arma y mucho menos quiero tener más temores diarios por tu vida —susurró—. Ya me proteges todos los días con las órdenes militares, déjame hacer algo también para que no sienta que esto es unidireccional.
Lo miré en silencio, viendo cómo el dolor que había en sus pupilas, uno que realmente no había notado nunca en los últimos casi cuatro años, desbordaba. Cerré los ojos acariciando su mejilla con cuidado, temiendo que en cualquier momento fuera a desaparecer.
—¿Puedes llamar a Nero y a Kadga a mi oficina? —pregunté, sintiendo que tragaba algo muy grueso al soltar las palabras. Jack me miró con una sonrisa radiante, besó mi frente, diciendo que iba de inmediato. Lo vi salir de mi despacho, sintiendo que acababa de abrir una gran puerta que había cerrado a cal y canto. Recé en silencio para que no fuera tan grave como sospechaba que sería.
Y no lo fue.
Kadga llegó con su usual rostro vacío de cualquier emoción, Nero se encontraba limpiando un raspón de la cara de su hijo, Rei se veía un poco tensa y Galyon miraba en todas las direcciones, sujetando el libro viejo bajo el brazo.
—Creo que fui clara respecto a quién quería ver —empecé, poniéndome de pie. La primera en hablar, para mi sorpresa, fue la de pelo blanco, sujetando a Kadga por el hombro.
—Esto nos incumbe a todos nosotros. Nero y Kadga buscan instalarse, nosotras no —dijo, tomando aire y mirando a Galyon, quien asintió con la cabeza—. Estamos prontas a partir, pero Nero ya nos dijo sobre la situación con los ventinos. Necesitarán de nosotras.
Sacudí la cabeza de lado a lado.
—Estaba por proponer que se mudaran.
Todas se quedaron quietas, con los ojos fijos en mí como si hubiera dicho el peor de los insultos. El ambiente se había vuelto tan pesado que respirar se estaba convirtiendo en una dificultad. Nero, despacio, se puso de pie, dejando el raspón a un lado. Caminó hasta el escritorio y apoyó ambas manos, todo con una lentitud calculada, imponente. Mis ojos estaban trabados en los de ella, casi podía ser capaz de ver a la locura que reptaba en fondo de su ser. Tragué saliva contra mi voluntad.
—¿Crees que no lo pensamos? —preguntó, agachándose hasta casi estar a mi altura. Alguna de las otras magmelianas estaba por decir algo, pero un movimiento brusco de Nero hizo que se callaran—. Pensé marcharme mucho antes de que a ustedes se les ocurriera la idea. ¿Sabes por qué no lo he hecho, Dahl Malina? —La contemplé en silencio, esperando la respuesta—. Porque, así como ustedes bien podrían haberse ido de aquí cuando tuvieron la oportunidad, yo me quedé. Si hace falta, defiendo a mi hijo incluso de ustedes, pero yo no me muevo más —dijo, manteniendo el tono de voz bajo, constante.
Estuvimos un buen rato en silencio, ambas intercambiando miradas hasta que Nero se enderezó, mirando a las otras. Dijo algo en su lenguaje y se marchó, tomando a Darau de la mano. El sonido de la puerta cerrándose atrás de ella sonó como una sentencia. Kadga me dirigió una mirada, diciendo que no podía irse del pueblo, y también se marchó, aunque la puerta se cerró silenciosa esta vez.
—Nosotras nos iremos en pocas semanas. Rei tiene que viajar al... ¿noroeste? —La de pelo blanco asintió con la cabeza ante la pregunta de la otra—. Y yo estaré yendo y viniendo, puede que haga falta de vez en cuando.
—No podemos tener un hotel en el pueblo.
—Con una cama en una casa abandonada estoy satisfecha —sonrió, encogiéndose de hombros. Solté un suspiro, mirando una vez más hacia la puerta—. Nero estará bien, deja de creer que en cualquier momento te arrancará la cabeza.
Arqueé las cejas. Como si no creerlo fuera a hacer que la memoria desapareciera. «A veces, es mejor preocuparse que ocuparse», me dije, no del todo convencida. Las dos que quedaban se marcharon con un asentimiento de cabeza, también cerrando la puerta sin producir el estruendo de antes. Me quedé un momento más en la oficina antes de ponerme de pie y marcharme.
Jack no estaba solo en casa. Cole y Kertmuth se encontraban con él, mirando una hoja en la mesa del comedor con una atención poco propia de ellos. Mi marido se rascaba la cabeza con un lápiz, mi hermano pasaba la vista de un lado a otro. Solo Cole levantó la vista, hizo un asentimiento y se enderezó, anunciando que iría a hacer su parte antes de que fuera más tarde. Pasó a mi lado murmurando un "Capitán" antes de salir.
Cuando volví la vista al frente, Kertmuth me observaba con sus ojos todavía imposibles de ver. Antes de que alguno de los dos pudiera huir, como lo había hecho Cole, Jack nos dijo que iba a preparar una infusión mientras esperábamos la comida, dejándonos a los dos solos. Me senté, intentando controlar las ganas de gritar que dejara de mirarme.
—Galyon me contó un poco lo ocurrido —dijo, sin sentarse.
—Y sacaste tus propias conclusiones —afirmé, sintiendo que iba a escupir veneno en cualquier momento.
Kertmuth sacudió la cabeza, mascullando algo por lo bajo.
—Sí, pero prefiero tener que escucharte a ti a decir que mi melliza es una desalmada.
Me llevó un momento antes de poder pronunciar alguna palabra. Podía notar cómo las lágrimas empezaban a subir por mi garganta, anudándola a medida que pasaban los segundos. Respiré hondo y aparté la mirada, incapaz de sostenerla por más tiempo.
—No tengo excusas. Es lo que creo que es mejor para el pueblo.
Todo lo que pude escuchar fue el silencio, un "comprendo" por parte de mi hermano y se marchó. Jack volvió a aparecer, con tres tazas en una bandeja y probablemente había dejado la tetera con la infusión en la cocina. Al verme sola, bastó con una mirada para que comprendiera lo que había pasado. Tomamos la bebida en silencio, sin decir ni una palabra a pesar de que estaba derramando lágrimas como si no hubiera un mañana.
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