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relación

Día 30, mes corbeut, año 5770.

Las cabezas saben lo que es perder el cuerpo, y el miedo que acompaña porque el cuerpo busca aplastarlas hasta que no sean más que cenizas. 

El soldado que me había ayudado, el mismo al que había curado con ayuda de Kertmuth, había hablado en sueños y nada de lo que había dicho parecía ser de relevancia. Kertmuth debía de estar más que preocupado, entre mi desaparición y el silencio que había mantenido hasta entonces...

Apenas recordaba a Eshle, con alguno que otro juego y nuestras escapadas a las zonas prohibidas del palacio, divirtiéndonos porque los guardias no nos encontraban de entrada. Mientras Shinu había aprendido sobre política, economía, diplomacia y relaciones exteriores, Eshle y yo habíamos aprendido a movernos entre las sombras, saber de qué nobles no podían ser buenas noticias y quiénes eran aliados indispensables.

Sonreí ante los recuerdos, aunque mi hermano no solía prestarme mucha atención, a pesar de que nos llevábamos un año de diferencia. Así como con el resto de lo que alguna vez fue mi familia, sabía tanto de ellos como ellos de mí.

Cortaba unas verduras que me había alcanzado Kertmuth, quien lavaba otras más. El silencio que solía rodearnos, al menos para mí, era bastante cómodo, uno donde el calor era agradable entre nosotros.

—Cole y Nero parece que van a vivir juntos —comentó y yo no pude evitar cantar de alegría en mi interior.

—Ya era hora.

—¿Por qué? ¿Nero estaba como loca por Cole?

—En parte —asentí, tirando las verduras cortadas en una olla donde las herviríamos para una sopa. Kertmuth no dijo nada más, probablemente se encogió de hombros y siguió con lo suyo.

Dejé las cosas por un momento, yendo al cuarto donde habíamos dejado al soldado. Entré y lo encontré empezando a sentarse, probablemente confundido. Con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho, me apresuré hasta él, diciéndole que era mejor que permaneciera recostado.

—Ah, princesa...

—Kadga —repetí—. Solo Kadga —dije, aflojando un poco mis hombros. Él asintió, cerrando los ojos por un momento. Habían pasado unos dos días desde que lo habíamos encontrado, y las heridas empezaban a verse un poco mejor, aunque todavía necesitaban vendajes. No sabía si quedarme o marcharme, y, creyendo que probablemente sería mejor ir a por un poco de comida para él, empecé a dar media vuelta.

—¿Puedo pedirle un favor? —Me detuve, girando parcialmente mi cuerpo para verlo—. Necesito irme pronto a Magmel, ¿tienes algo para acelerar la curación?

—No —respondí, a secas. El antídoto que le daba tanto a Rei como a Nero era útil solo si había restos de cenizas o secuelas más que marcadas por la bendición. Él me miró por un momento en silencio antes de asentir y preguntarme cuánto tiempo llevaba dormido. Soltó un largo suspiro mezclado con un gruñido.

—Tengo que partir ya.

—Sales y mueres —dije, volviendo a empujarlo contra la cama, intentando mantenerlo allí.

—Eshle está solo allá, necesito... Tengo que ir. —Jadeaba y estaba un tanto segura de que el dolor empezaba a estallarle por dentro. Convenciéndome de que era por su propio bien, le hice un poco de presión en los puntos que aflojarían a su cuerpo—. ¿Qué se cree que está haciendo?

—Inmovilizarte. Estás herido. Shinu puede estar cerca.

—Esa loca se corta los dos brazos y la lengua antes de volver a pisar Tagta —escupió. No tenía razones para no creer que fuera así, pero una parte de mí seguía temblando ante la idea de que volviera—. Quizás intente ir a por Eshle.

—¿Ir tras quién? —preguntó Kertmuth, apareciendo por la puerta.

—Mi mae. mi señor —se corrigió de inmediato. Una mirada rápida en su dirección me hizo entender parte de lo que ocurría. Las mejillas rojas y el cómo eludía mi mirada sonaba a que tenía más que sentido el que estuvieran buscándolo.

—Mi hermano —añadí al ver que Kertmuth seguía confundido. Probablemente por cómo el soldado seguía pronunciando con un marcado acento ventyno el nombre. Quizás para él sonaba más a "Shlé" que "Eshle". Ante mi aclaración, asintió, pero siguió mirando al hombre que parecía estar buscando la forma para salir de la cama.

—Kadga y yo planeábamos salir en su búsqueda una vez te recuperases. Podríamos partir al mismo tiempo y extender la zona de búsqueda.

Eso pareció ser como un canto divino, pues de inmediato nos miró a ambos y la esperanza brillaba en sus ojos. Murmuró un agradecimiento y creería que quiso tomarme de la mano, aunque lo pensó mejor. Me excusé, alegando el tener que controlar la comida.

No tengo idea de qué estuvieron hablando Kertmuth y el soldado, pero mi cabeza solo podía dar vueltas a un único tema. Si lo que sospechaba era cierto, y si mal no recordaba algunas enseñanzas vagas del Monasterio, mi hermano estaba más que muerto. Solo quedaba rezar a que lo encontrásemos antes de que fuera demasiado tarde.

Respiré hondo y contemplé un punto en la nada. «Se recupera y partimos directo a Sembei». Con eso en mente, empecé a juntar coraje para despedirme de Nero ni bien tuviera una fecha definida. Una sonrisa amarga se dibujó en mis labios. Al final, parecía que me marchaba de nuevo, dejándola. Si tenía suerte, volvería y la encontraría abriéndose paso como solo ella podía hacerlo.

Giré, apoyando mi espalda baja contra la mesada de cerámico, encontrándome con Kertmuth entrando a la cocina. Bastó una mirada para que él caminara hacia mí y me rodeara en un abrazo. Cerré los ojos y recé, como nunca lo había hecho, para que las cosas fueran mejores a partir de ese momento. 


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