Peligro
Día 15, mes corbeut, año 5770.
Por primera vez en años, me encontré extrañando los días de descanso. Me hubiera gustado tener una tarde donde no me mandaran a recorrer las fronteras, donde pudiera proponerle a Nero simplemente caminar y conversar, sin Darau dando vueltas, como si eso fuera posible. Quizás eso, sumando a que las fechas más insoportables del año estaban cada vez más próximas, fue lo que hizo que estallara ante la primera riña de niños que vi.
—¡Compórtense! ¡Dejen de estorbar al resto!
Recordaba a mi abuela, ya vieja y casi imposible de hablar por la pérdida de memoria, decir que cuando uno está atrayendo a las Fuerzas de Cirensta, todo lo malo se multiplica en el peor de los sentidos. Nunca lo había pensado hasta que divisé a Nero cerca de donde estaba, mirándome con una ceja alzada y un gesto de desaprobación. Cavar un pozo donde ocultarme hasta la década siguiente sonaba a un buen plan en ese momento. No sabía cómo sombras hacer para intentar suavizar un poco lo ocurrido, que ni siquiera los involucraba a ellos.
Malina me llamó más tarde, regañándome por el exabrupto y haciéndome saber que muchos de los padres estaban insatisfechos con que Nero nos estuviera ayudando con los entrenamientos. Tuve que contar en silencio y morder mi lengua para no decirle que no había visto un desempeño tan bueno como el que tenía en ese momento. Los niños se encontraban más dispuestos a hacer caso, los movimientos se volvían más precisos y hasta parecían empezar a llevarse bien.
Nero me esperaba a la salida del Edificio, con el cabello suelto que caía como una cascada sobre sus hombros y espalda hasta por debajo de la cintura. Seguía con esa mirada reprobadora, pero no me dijo nada en un comienzo, simplemente me hizo un gesto para que la acompañe. En otro momento, quizás en un mundo donde las cosas no estuvieran tan jodidas, me habría emocionado como si fuera una niña, pero no era el caso. No me malinterpreten, estaba feliz por tener un poco de tiempo a solas con ella, pero no esperaba nada de lo que en la situación hipotética hubiera sido posible. Caminamos por el bosque hasta el arroyo que corría por detrás del pueblo, donde ambos nos sentamos en la orilla, completamente silenciosos salvo por el sonido del agua.
—Supongo que te han dado una reprimenda grande —empezó, mirando a una roca que lanzaba una y otra vez en su mano. Hice un gesto vago con la cabeza—. ¿Haces la patrulla nocturna hoy? —Parpadeé, confundido ante el cambio de tema tan repentino, pero asentí de todas formas—. Necesito que me ayudes a ir contigo, Galyon me dijo lo que viste y, por los Cuernos que no sea así, podría ser una catástrofe.
—¿Qué tipo de catástrofe?
Nero tomó la piedra al vuelo, sus ojos estaban perdidos en la distancia y no me gustó la expresión que tenía.
—Similar o idéntica a la del '67 —dijo y murmuró algo más, pero solo pude entender la palabra culpa. Desconocía la razón, o quizás sí la sabía, pero era más fácil fingir que no tenía idea, pero apoyé una mano en el hombro de Nero. Todo su cuerpo pareció tensarse, incluso me pareció notar que contenía la respiración por un momento.
Estuvimos un rato así, con la tarde empezando a caer. Apenas escuchaba algo más que el murmullo del agua que corría frente a nosotros y alguno que otro pájaro que cantaba a la distancia. La pregunta salió de mis labios sin que la pensara realmente, bueno..., algo.
—¿Qué hacías antes de venir a Tagta? —Esperé a ver si me quitaba la mano del hombro o no.
—Nada bueno, como te habrás imaginado —respondió, apoyando los codos sobre las rodillas flexionadas. La miré de pies a cabeza, como si así pudiera leer lo que había en su interior, lo que había llevado a que tuviera finas líneas plateadas en algunas partes de los brazos, si su pelo lo había cortado así por ser alguna tradición de su gente o si era algo más—. Para empezar, ni siquiera sé mi nombre de nacimiento —soltó, casi riendo por lo bajo. Le pregunté si se podía cambiar el nombre en Magmel con facilidad, a lo que ella negó con la cabeza—. Si te cambias el nombre es porque te has metido en el Monasterio, ahí nadie sale sin cambiar —dijo, todavía con los ojos puestos en un punto que parecía ser el vacío. Retiré la mano, sintiendo que me dolía el brazo por tenerlo estirado por tanto tiempo. Nero pareció arrimarse un poco en mi dirección—. De hecho, Nero es una deformación del nombre que había elegido. —Sonrió ante aquello y no me quedó ninguna duda de que me habría quedado horas enteras viéndola si tenía una expresión así—. Quería llamarme Negro.
—¿Negro? ¿Por qué? —No pude contener una risa que vibraba dentro de mí, ella se encogió de hombros, todavía sonriendo para sí, diciendo que no recordaba los motivos, pero sospechaba que probablemente había sido la primera palabra que pasó por su cabeza. Asentí, algo desilusionado, aunque no tenía motivos ni porqué estarlo.
Tomó otra piedra y la contempló en silencio antes de lanzarla al arrollo. Le pregunté por lo de Kadga, a lo que me dijo que eso era más complicado. Había muchas maneras de entrar a donde ella había estado, pero lo fundamental era ser menor a la docena de edad, contando desde el momento del embarazo. La forma de ella sonaba a la de un huérfano callejero pidiendo asilo, una mejora en la vida, mientras que su amiga había sido "desechada" o algo por el estilo.
La tarde empezaba a dar paso al atardecer y nos encontramos regresando al pueblo, completamente silenciosos. Ella se marchó antes de llegar a donde estaba el resto, diciendo que necesitaba dormir y ver a Darau, si planeaba quedarse despierta por tanto tiempo a la noche. Antes de que pudiera siquiera pensar en lo que estaba diciendo, la pregunta salió disparada de mi lengua, congelándonos tanto a Nero como a mí en el lugar.
—¿Quieren ir a mi casa?
Ella se quedó observándome con total incredulidad, pidiéndome a qué me refería con ello. Pregunta que, por supuesto, no tenía una respuesta. Se marchó diciendo que lo pensaría. «¿Qué sombras estabas pensando, Cole?», me regañé, sintiendo la vergüenza que empezaba a aumentar por todo mi cuerpo. Tenía muy en claro por qué la invitaría a ella a mi casa, pero ¿a ambos?
Con mis pensamientos volviendo una y otra vez a ese tema, el tiempo pasó volando y pronto me encontré caminando de nuevo entre los árboles, de noche. Nero me alcanzó casi al comienzo de la ronda, vistiendo ropas que me parecieron heladas para aquella hora del día.
—El frío es algo que se tolera, te acostumbras luego de un tiempo —dijo ante mi pregunta no formulada. Asentí, sin saber qué decir aparte de un "ajá" y seguir caminando en silencio.
No había nada importante para ver, menos de noche, casi sin luz por los árboles y la falta de luna. Para mi sorpresa, apenas encontramos algo más que uno que otro lobo solitario caminando por allí. Me resultaba ajeno cómo hacía Nero para ver a tanta distancia, pero sospechaba que había evitado a varios problemas, basándome en los pequeños momentos donde su mano salía disparada contra mi pecho a la vez que me pedía silencio. Llegamos a la otra punta del pueblo, donde estaban todas las casas que no habíamos tenido el valor de reconstruir.
A pesar de los tres años que me separaban del incidente que había cambiado todo en el pueblo, sentía un tirón en el pecho y que subía el agua a mis ojos. Agradecía por dentro que la casa de mis padres, la que me había visto crecer, hubiera sobrevivido al '67. Dolía saber que el hogar de mis abuelos no había corrido la misma suerte.
—Tendrían que hacer algo con los edificios —murmuró Nero—. Son sitios donde cualquiera puede esconderse y no aparecer en su radar.
—¿Sospechas que vendrán para aquí los parientes de Kadga?
Ella asintió, aunque añadió que ellos eran peculiares, probablemente la familia dormiría en cualquier lado menos en un viejo edificio tagtiano. Remarcó con mucho énfasis la parte de tagtiano. Continuamos por un trecho, demasiado atentos a los alrededores como para olvidarnos que estábamos juntos. Nero emitía prácticamente ningún ruido, ni siquiera cuando me concentraba era capaz de percibir su respiración o sus pasos. Por eso, y probablemente por el cansancio que iba arrastrando, es que estuve a punto de dispararle cuando me tomó del brazo y me arrastró al edificio más cercano, pegándome a la pared.
Apenas tuve tiempo para pensar en lo incómodo –no tan incómodo– del momento, cuando escuché unos pasos y el sonido amortiguado de varios siseos. Eran demasiado fuertes como para considerarlos los de un animal y demasiado precisos en tiempo como para que fuera una imaginación mía. Nero se apegó más a mí, tapando mi boca con una de sus manos y tuve que utilizar toda mi fuerza de voluntad para poder concentrarme en el movimiento nocturno, en lugar del calor que se colaba por la tela.
Con mucha dificultad, noté un destello metálico entre las hojas, un haz de luz que hubiera considerado como los ojos de un animal. La mano de Nero se sintió cada vez más tensa, presionando lo más que podía contra mis labios y nariz. Toqué con cuidado su costado, haciendo que se apartara de golpe antes de tirar de mí al interior de la construcción y pedirme que me agache.
—Los muy rastreros han llegado antes de lo que esperaba —murmuró Nero en mi dirección, justo antes de que pasaran dos sujetos que parecían no tener nada más que un pequeño pedazo de tela que apenas cubría su cadera y un sexto de la pierna. Aguardamos a que pasaran, completamente quietos en el lugar. Ni bien fue seguro, ella me tomó de la mano, guiándome hasta la parte poblada del pueblo—. Ve y dile a Malina, yo le hago llegar a Kadga.
—Nero. —Fue mi turno de detenerla y obligarla a que me mirara. Ella se quedó en silencio por un momento, a lo que me hizo soltarla al no encontrar las palabras de inmediato, sintiendo que sus ojos me escrutaban a pesar de no tener más que una miseria de luz ambiental—. ¿No podemos hacer algo para detenerlos? Ahora mismo.
Quedó en silencio antes de escucharla que soltaba un suspiro y me agarraba de la mano. Murmuró que podíamos recoger un poco más de información, pero debíamos avisar al resto cuanto antes, al menos si queríamos evitar que hicieran de Jagne una nueva colonia. Dudaba de lo último, pero no me dio el tiempo para discutir, dado que en cualquier momento parecía que los magmelianos estaban a la vuelta de la esquina, capaces de escuchar incluso el más mínimo susurro.
Sin soltarnos en ningún momento, caminamos entre los escombros, nos metimos en las construcciones abandonadas y nos agachamos tras una pared que se había destruido. Nero me dijo que estábamos lo suficientemente lejos como para poder dispararles y que no vieran el destello o cualquier reflejo del cañón de mi rifle. Mientras quitaba la correa de mi hombro y me acomodaba para disparar, le dije que estaba usando tecnología militar, difícilmente tendría el metal a la vista con tantas capas de pintura encima. Ante esto, ella bufó algo en su lengua que realmente no me parecía ninguna lengua que pudiera hablar sin sentir que mis mejillas se ponían coloradas.
Con cuidado, Nero se posicionó de tal forma que su cabeza estaba pegada a la mía, una de sus manos estaba sobre el cañón, acomodándolo para el disparo y la otra contra mi costado. Apreté los dientes mientras contaba en silencio para mantener la mente despejada.
—Espera... —murmuró, acomodando el cañón con un ligero empujón que hizo un poco de ruido contra el cemento—. Dispara.
Maldije por dentro cuando el disparo hizo eco en medio de la noche. Los dos nos agachamos al mismo tiempo que empezaba a escuchar los siseos cada vez más enfurecidos.
—¿No eran silenciosas estas cosas de ustedes? —preguntó Nero todavía pegada a mí. Saqué con facilidad el silenciador de mi bolsillo y lo coloqué casi sin pensar en la boca del rifle.
—Sí, cuando tienen el silenciador puesto. Idiota —Sacudí mi mano cuando sentí que me agarraba la piel del pulgar. Al llevarlo a la boca, no sentí el gusto de la sangre. «Un problema menos», pensé mientras me empezaba a reacomodar, pero la mano de Nero me detuvo en el lugar, bajando el cañón. Iba a preguntar qué pasaba y su mano pasó de inmediato a estar sobre mi boca, justo antes de que escuchara las pisadas y los siseos molestos. No llegué a contar ni hasta cinco cuando el cuerpo de Nero desapareció de mi lado antes de que dos golpes contundentes sonaran cerca de donde estábamos. Con cuidado, salí del escondite y me asomé por el borde.
De nuevo escuchaba las viejas historias que me solía contar mi abuela cuando me portaba mal, esas donde los magmelianos eran enviados por Hustn como tormento para los tagtianos que no hacían caso a sus mayores. Más allá de lo último, mi abuela ponía énfasis en la bestialidad que solía haber en tales seres, sobre la fuerza sobrehumana, la velocidad y la sensación de terror que infundían en el resto. Así como en el bosque, casi un mes atrás, tuve el racional pánico de mantenerme lejos de lo que sea que estuviera pasando.
Volví a ocultarme, mirando mi arma con los ojos desenfocados, preguntándome cómo se suponía que algo tan artificial podría contra lo que parecía ser una fuerza de la naturaleza que salía de cualquier molde.
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