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Día 18, mes oastog, año 5770.


La magmeliana de piel morena me miró con una ceja alzada. Decir que quería volver a mi casa y no volver a ocuparme de lo que había sido mi idea en un comienzo, era quedarse corto. No tenía idea qué más hacer para siquiera considerarlo un progreso.

—¿Vienes a que te dé con una puerta en las narices? —preguntó, inclinando hacia un costado y esbozando una sonrisa de medio lado. Una larga trenza ataba a su cabello, cayendo por su espalda como si fuera una soga, dejando una pequeña mata de pelo que le daba una similitud a una cresta de gallo. Rodé los ojos y negué con la cabeza.

—Sigue soñando con eso, magmeliana —dije al mismo tiempo que me quitaba el abrigo y empezaba a mover los brazos en círculos. Escuché que ella soltaba un bufido y de reojo vi que tenía una expresión entre irritada y sorpresa—. Ya te dije las cosas desde el principio: nos hace falta fuerza bruta y eso a ti te sobra. Capitán Malina, me parece, te dijo lo mismo, pero con palabras bonitas y usando a su marido como intermediario.

Fue mi turno de arquear una ceja, ganándome una mirada divertida de su parte.

—Voy a remarcar la parte en la que me ofrecieron algo que sí me interesa y de la opción a tomar mis cosas e irme si no me apetecía. —Caminó hasta quedar a poca distancia y mirarme como si estuviera a punto de desafiarla o de arrancarle la cabeza. «¿No conoce el concepto de espacio personal?», me pregunté, dando un paso para atrás antes de negar con la cabeza.

Miré en todas las direcciones antes de concluir que, efectivamente, Malina me había dejado solo con la magmeliana. Cerré los ojos, rogando que todo saliera bien, y me volví hacia la mujer, quien seguía en el mismo sitio, con los brazos cruzados bajo el pecho. Por un momento, sus brazos parecieron estar casi tan marcados como los míos.

—Vamos a por un combate sencillo, nada de ir a por la yugular o lo que sea que hagan en Magmel —dije, sintiendo que el frío empezaba a calar por todo mi cuerpo. Ella me lanzó una mirada rara, demasiado rápida como para que siquiera pudiera entenderla antes de que esbozara una sonrisa confiada. Ignoré el calor que me atravesó como una ráfaga de viento y me preparé para pelear a corta distancia.

No sabía qué esperaba de ella, pero claramente no era el que su postura inicial fuera completamente distinta. En lugar de cubrir su estómago y pecho con las manos y hombros, había tomado una posición parcialmente perfilada, los pies bastante más separados, rematando con las manos a la altura del pecho y hombro.

Fue un instante. Ambos atacamos al mismo tiempo, ella lanzando una patada a la altura de mi cabeza y yo un puño con el mismo objetivo. Si esquivé ese ataque fue por puros reflejos, esos mismos que siempre me hacían sentir como si el mundo no fuera lo que veía sino algo más. Me agaché y rodé, poniendo algo de distancia. Ella sonrió. Un gesto tan fugaz que por poco logra que uno de sus puños impacte en todo mi rostro.

Tomé su brazo entre mis manos, atrayéndola hacia mí. Antes de que pudiera siquiera acomodarme, me encontré con ella pegada a mí, a punto de hacerme caer.

No tardé en sentir que estaba haciendo alguna extraña especie de danza. Con ella lanzando golpes cada vez más y más acrobáticos. Un salto que casi me termina de dar en la panza.

Un giro sobre sus talones ante una retención mía.

Desconocía en qué momento el alba había dado paso a la mañana. Quizás en medio de los tira y afloja que parecía haber entre sus ataques y los míos.

Ambos dimos dos pasos hacia atrás. Podía notar el zumbido de la sangre en mis oídos, el latir acelerado de mi corazón, la velocidad con la que respiraba el aire un poco menos helado. Ella estaba en las mismas condiciones, o quizás algo más tranquila. Sí notaba su pecho subiendo y bajando bajo la camisa, pero más allá de eso, no tenía forma de saber si también sentía ese subidón de energía. Ni siquiera parecía estar cubierta de sudor, como era mi caso. Sin embargo, su mirada volvía a ser extraña.

Solté un último jadeo antes de lanzarme hacia ella. Con un movimiento de sus pies, se preparó para el impacto. Un golpe en mis antebrazos. Una retención. Sus pies enredándose de nuevo entre los míos. En algún momento me encontré con los pies en cualquier sitio menos el suelo, solo para caer de espaldas contra el mismo. Todo el aire que tenía dentro de mí salió de golpe.

Apenas había terminado de comprender cómo estaba cuando el peso de ella empezó a mantenerme en mi lugar. No tengo idea qué parte de mí fue la que se negó a "perder". De un movimiento, me liberé de su agarre, obligándola a ser ella la que tuviera la espalda en el suelo. Tomé sus muñecas, anclándolas al suelo por encima de su cabeza al tiempo que me sentaba sobre su cadera. Un sentimiento de victoria, como no lo había sentido en años, empezó a crecer en mi pecho y amenazó con tironear de mis labios en una sonrisa.

El calor de mi propio cuerpo se volvió sofocante; una brisa me hizo sentir el frío allí donde la tela mojada se había separado de mi piel. Una gota de sudor resbaló por mi nariz y cayó en la mejilla de la magmeliana. Sus ojos estaban abiertos de par en par, fijos en los míos, y parecía estar viendo algo que iba más allá de lo físico.

Por primera vez en años, me encontré viendo los ojos de alguien con detenimiento. Eran tan oscuros como su cabello, salvo por unas pequeñas vetas marrones que se asomaban tímidamente entre tanta negrura. Sacudí la cabeza, sintiendo que empezaba a sobrepasarme y me puse de pie, liberándola de inmediato. Estiré una mano y pronto la dejé caer en cuanto ella se sentó, apoyando el codo sobre sus rodillas.

—Iré a... hablar con Malina —logré decir al cabo de un rato. Ella se quedó en silencio un momento más antes de murmurase algo que parecía ser afirmativo. No me atreví a darle más que una mirada de reojo antes de tomar mis cosas y empezar a caminar hacia el Edificio. Evitaba las miradas que pasaban a mi alrededor, sin saber en qué momento había pasado a ser un fenómeno que debía ser reprochado en silencio.

Entré todavía con la mente entre ida y perdida. Casi podía llegar a pensar que estaba yendo y viniendo de las nubes, sin saber si debía o no volver a poner los pies en la tierra. Pasé una mano por mi cara, como si con eso pudiera despejarme, y llamé a la puerta.

Malina no tardó en dejarme pasar. Esperé sentir el conocido dolor que solía acompañar el verla, uno que con el paso del tiempo se había vuelto igual a una de las tantas cicatrices que me recorrían la piel. Y sí, ahí estaba, como un viejo perro que apenas podía levantar la cabeza al ver pasar a su dueño. Abrí y cerré la puerta sin decir ni una palabra, repentinamente consciente de que ya debería saber qué informar, qué había ido a decir. Dudaba que un "hey, ¿sabes? Creo que acabo de encontrar una nueva forma de superarte, por raro que parezca, aunque no tengo idea si es bueno o malo", fuera siquiera algo que me correspondía decir.

«Es uno de ellos, Cole», dije, sacudiendo mi cabeza. Y, con eso, las palabras regresaron justo cuando la expresión curiosa de la Capitán pasaba a ser de preocupación. Me detuve en el medio del cuarto, parándome como el soldado de Jagne que era. «No lo olvides».

—Está más que calificada para unirse, en cuanto a capacidad de combate cuerpo a cuerpo —informé, cruzando mis brazos sobre mi pecho. Malina me recorrió con la mirada de pies a cabeza, manteniendo el rostro completamente en blanco antes de asentir.

—Supongo que por eso tienes tierra hasta en las orejas y andas casi como una sombra andante —sonrió, apeándose del asiento. Apreté los labios, sin saber qué decir además de asentir.

—¿Crees que deberíamos enseñarle lo básico de armas de fuego?

—La idea es tuya, Cole, y eres el encargado del entrenamiento, tú dime: ¿estás dispuesto a tener a una magmeliana con el conocimiento básico para disparar?

Quedé en blanco. La imagen de dicha mujer apareció en mi cabeza, vistiendo las ropas de las Fuerzas Armadas y cargando un rifle en el hombro. Cerré los ojos, volviendo a sacudir mi cabeza antes de que volviera a irme por caminos que no tenía ni un poco de ganas de recorrer. Le di las gracias a Malina, dando por concluido mi reporte, y me marché.

Antes de salir, me dio un último recordatorio sobre las otras magmelianas. Me limité a asentir en silencio y abandoné el despacho sin decir nada más. Los pasillos, las escaleras, la recepción... todo en cierto momento dejó de parecerme familiar, dejándome con una sensación igual a la del '67.

Si me concentraba, sabía que era capaz de recrear las bestias de formas monstruosas, algunas más raras que otras. Sobre los edificios más nuevos y brillantes, entre las calles perfectamente mantenidas, persiguiéndonos cuales presas indefensas ante el verdadero poder de Magmel. El suelo, cubierto de tierra, había estado teñido de rojo, con bultos que bien podían ser un miembro entero o pedazos de carne que habían caído por ahí.

—¡Cole, hermano! —El llamado de Kertmuth me hizo regresar a la realidad. Caminaba con las manos metidas en los bolsillos y la mirada algo perdida. Su cabello rojizo parecía más apagado de lo usual, como si una nube gris lo estuviera siguiendo allí donde iba. Fruncí el ceño mientras esperaba a que me alcanzara, como si con eso pudiera resolver el problema que lo aquejaba.

Se detuvo junto a mí, abriendo y cerrando la boca varias veces, hasta que pareció rendirse con lo que sea que estaba luchando por dentro. Dejó caer la cabeza, soltando un suspiro prolongado. Recorrió los alrededores con la mirada antes de volver a verme.

—Imagino que no has cambiado de opinión, a pesar de todo.

—Bestias son bestias, que unas puedan acatar órdenes es lo que las hace tolerables —respondí, encogiéndome de hombros. Kertmuth negó con la cabeza, aunque no parecía decaído por mis palabras. Sin añadir mucho más, me invitó a acompañarlo en una ronda de vigilancia, a la cual acepté sin dudarlo.

El silencio incómodo no nos había rodeado en años. Ni siquiera recordaba de nuestra infancia el haberme sentido con ganas de hablar, pero incapaz de formular el más mínimo comentario. Quería preguntarle sobre las magmelianas, por más que conociera su respuesta y él intuyera la parte más objetiva de mi pregunta. Deseaba preguntarle por cómo había caído bajo el encanto de la tabernera, para así evitar a lo que sea que intentaba hacerme la otra, pero eso lo haría pensar en cualquier estupidez sobre incluirlas como si realmente fuéramos lo mismo. Vamos, incluso nuestros dioses se peleaban en los mitos comunes, y todos sabían quién había ganado.

Caminamos entre los árboles, haciendo vagos intentos de hablar, algo tan usual y sencillo como respirar, parecía ser más raro cuanto más intentaba hacerlo.

—¿Vas a tomarle el examen de aptitudes físicas a Kadga?

En otra circunstancia le habría dicho sin dudar que sí, incluso alegaría que debía tomar la versión más difícil. Pero luego de la cosa rara que había sido con la magmeliana de piel morena... ¿Cómo describirlo? Era como si hubiera acercado a un perro, esperando que fuera dócil, y me encontraba con un lobo salvaje, listo para defender lo que consideraba suyo.

Ante mi silencio, Kertmuth se giró en mi dirección, esperando una respuesta, la que fuera. Y yo seguía sin saber cómo iba a explicarlo. Tenía la impresión de que no había sido una prueba, casi me había sentido como cuando entrenaba con Malina y Jasmin en sus días.

Una vez más, el rostro de la magmeliana apareció en mi mente, sorprendida y con una expresión que revolvía cosas que no deseaba entender. «Fue tu idea, Cole, deberías llevarla adelante, como mínimo», me regañé, soltando un bufido.

—Sí, aunque probablemente le pida a Jasmin que me ayude —dije al fin. Se sintió liberador y asfixiante a la vez, como si hubiera estirado los brazos para luego volver a tener que cargar otro peso. No me di cuenta de que Kertmuth se había detenido hasta que me giré para decirle algo más y no estaba allí.

Tenía una expresión de estar en cualquier sitio menos ahí. Retrocedí, tocándole el hombro, sintiendo que empezaba a tener el conocido nudo en mi pecho. Al tocarle el hombro, regresó a la realidad con un respingo.

—¡¿Estás demente?! Hacer eso es lograr que...

—Kertmuth —corté—, necesito que sea alguien que a mí me deje tranquilo y a ella la ponga incómoda.

Se apartó, negando con la cabeza y pasando su mano por las hebras de su cabello rojizo. Miré, algo sorprendido, que empezara a caminar como si tuviera que decidir qué parte del pueblo iba a sufrir las consecuencias de la maniobra. No hablaba, murmuraba en su propio idioma, completamente sordo a mis llamados.

«Quizás lo dije mal. No debí haberle dicho nada, pero luego se iba a enterar por Malina y todo sería más difícil. ¿Por qué sombras me tengo que preocupar por esto?»

—Voy a estar presente también —sentenció de golpe, sacándome de una cachetada de mis propios pensamientos que empezaban a correr en círculos.

Parpadeé un par de veces antes de sacudir la cabeza de un lado a otro.

—No serás imparcial, Bert —empecé y él fue quien me cortó.

—Claro, porque ustedes lo serán —bufó, cruzándose de brazos. Apreté los dientes, ignorando la voz de fondo que me empezaba a carcomer la cabeza.

—Las habilidades de combate son objetivas —señalé, imitando su postura.

—¡OH! ¡Ahora vamos a solamente ver las habilidades de combate! Fantástico, para eso no necesitas incomodarla, ni estar cómodo con Jasmin. Vamos, dime algo mejor.

—Estás empezando a hacer el ridículo —gruñí.

—¡Por supuesto que estoy haciendo el ridículo! Hace meses que vengo insistiendo en que dejemos de ser tan quisquillosos con quién vive en la parte más vigilada y quién puede hacer de carnada para los monstruos que viven afuera. ¡Ni siquiera cuando tuvimos que elegir por la mitad abandonada del pueblo hicimos tanto escándalo!

—¡Es uno de ellos! ¿Se te olvida? —vociferé. Todo mi cuerpo empezaba a arder. Sentía que mi fuerza aumentaba y las ganas de hacerle entender al idiota que tenía en frente qué estaba en juego. ¡No era tan difícil! Un magmeliano era un problema, ¡ni siquiera ellos mismos podían lidiar con algo tan estúpido como mantener sus estúpidas emociones bajo control! Ni hablar de su bestialidad natural.

Kertmuth no se quedó atrás. Sin decir ni una palabra, caminó hasta quedar a mí misma altura, sus ojos lanzando chispas y las mejillas rojas como su incipiente barba. Esperé una cachetada, un escupitajo, un grito, algo que me dejara en claro dónde estaba la línea.

—Como si pudiera olvidarme que Kadga tiene ojos de serpiente —dijo antes de continuar con el patrullaje. Lo que fuera que había anticipado, no era eso, pero había cierta tranquilidad en medio de todo el enojo que me invadía. Me quedé un momento más, quieto en mi lugar, mirando en todas las direcciones mientras terminaba de darle un sentido a lo que acababa de ver.

«Será mejor que vaya a buscar a esas dos», me dije al final, retomando mi camino hacia Jagne. 


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