Nrevyw
Día 23, mes tepsemireb, año 5770.
Eché la cabeza hacia atrás, intentando no dejar que la frustración trepara hasta mi cabeza, pero resultaba imposible que no fuera el caso. Las buenas noticias parecían opacarse del todo con las malas.
—¿Y bien? Nero, sé que el pueblo está más que listo para tirarte como carnada, pero...
—Dudo que sea algo que yo pueda siquiera plantar un desafío —interrumpió, con los brazos cruzados y rostro vacío. A su lado, Cole la miraba con una expresión indescifrable. Respiré hondo a la vez que me reclinaba en la silla, tamborileando con mis dedos la superficie de vidrio—. Quiero creer que estoy equivocada, pero lo tengo que consultar con Galyon y... —miró hacia otro lado, mordiéndose el labio inferior, por un momento me pareció verla temblar—, verlo con mis propios ojos.
Asentí, despacio, sin saber qué decir. Miré a mi amigo, quien parecía tener toda su atención en Nero.
—¿Qué pasa si es eso que temes?
La respuesta no iba a ser de mi agrado, iba a resultarme dolorosa o insoportable, si me guiaba por la expresión de Nero, cuya piel se encontraba ligeramente más pálida de lo normal.
—Recen para que no quiera convertir a Jagne en su guarida —dijo, como si con eso estuviera sentenciando el pueblo. La miré a los ojos, sin encontrar posibles razones por las que el pueblo se opondría a algo como aquello. «Aparte del conocido "son de Magmel"», suspiró mi interior. Asentí con la cabeza, tomando otra bocanada de aire antes de dejar que todo saliera en una única exhalación.
—¿Alguna solución para al menos evitar que lo considere un buen lugar para que viva?
—Creo que el olor de Rei y de Galyon lo está frenando —respondió, no muy convencida de sus palabras. Masajeé mis sienes antes de decirles que podían retirarse. Escuché que se despedían, que caminaban hacia la puerta y luego ésta se cerraba a sus espaldas.
Me quedé encerrada en mis cavilaciones hasta que vi la hora y me puse de pie, caminando hacia el salón donde me esperaban Angered y Hersa, ambos con una expresión preocupada en sus rostros. El primero no paraba de juguetear con un palito de madera entre sus dedos, tenía unos cuantos nuevos rasguños y unas prominentes ojeras que empalidecían su piel. Hersa trenzaba y deshacía lo hecho en su cabello, mordía la parte posterior de su lápiz y miraba a la nada. En cuanto entré, ambos se giraron en mi dirección.
No supe cómo tomarme sus expresiones hasta que ocupé mi lugar.
—Siguen dejando que los culpables de nuestra miseria estén acampando a sus anchas, Capitán Dahl —gruñó Angered. Solté un bufido ante aquello, y cuando estaba por defenderme, salió Hersa.
—Malina, hemos dejado en claro que no nos gusta que estén cerca de nosotros, ¿o no?
—Nos guste o no, necesitamos que estén —sentencié, haciendo que ambos elevaran sus guardias. Angered se sentó tieso frente a mí y Hersa juntó sus manos, dejándolas blancas de la fuerza que estaba haciendo. Respiré hondo, dejando que las ideas se acomodaran un poco antes de continuar—. Me llegaron noticias de que tenemos una nueva amenaza...
—¿Otro magmeliano que viene a vivir con nosotros? —interrumpió Angered, sus labios formando una peligrosa sonrisa—. No me importa si tenemos a medio ejército, no he trabajado todos estos años, siguiendo las palabras de una ingenua, para que luego me vengas con una estupidez como esta, Capitán.
Apreté la mandíbula, contuve las ganas que empezaban a trepar por mi garganta de decirle que bien podría hacer lo que quisiera. Hersa intervino, diciendo que debía tener en cuenta que las heridas del '67 seguían siendo demasiado frescas en las memorias de los demás como para considerar una convivencia pacífica.
«Dudo que sean las "heridas" lo que nos está impidiendo colaborar con ellos», pensé, relajando mis hombros y rostro cuanto podía. Solté todo el malhumor en una lenta exhalación, asintiendo con una cabeza y me acomodé.
—Supongamos que las echamos, volvemos a estar sólo los tagtianos que crecimos o vivíamos en Jagne antes del ataque, díganme, ¿cómo haríamos para enfrentarnos a las bestias? Sé que debes haber visto lo que hacen con sus presas, Angered, son bastante desagradables —dije, mirándolo a los ojos, desafiándolo a que me contradijera. Cuando asintió, esbocé una pequeña sonrisa en mi interior—. Ahora, ¿qué haríamos si fuera cierto que nuestras balas son inútiles? ¿Huir?
Angered soltó un bufido, apartando la mirada a la vez que se cruzaba de brazos. Hersa, por otro lado, se mordió pensativamente el labio inferior antes de soltar un suspiro.
—¿Y no dijeron nada más? —preguntó Jack cuando regresé a casa, contándole lo ocurrido. Lo veía cortar y cocinar las verduras con facilidad, un movimiento rítmico de las manos que, de alguna forma, me relajaban—. Suena a que no se iban a quedar callados.
—Cambiaron de tema, Hersa me comentó que los cultivos andan mejor, aunque ha visto a unas cuantas bestias merodeando por allí. —Presioné el puente de mi nariz antes de pasar a masajearme los ojos. Intenté dejar que el sonido del jugo de las verduras, un siseo conocido, me ayudara a organizar las ideas, en vano. Pronto sentí las manos de Jack sobre mi cadera, acercándome a su pecho—. Me parece que no están muy contentos con tenerme de Capitán.
—Bueno, sabes que Angered lo quería al lugar antes de que te designaran a ti —dijo, besando la parte superior de mi cabeza. Solté un suspiro, asintiendo con los ojos cerrados, dejando que su calor se colara en mi cuerpo—. Por otro lado, a Hersa no creo que le agraden Nero y los otros, pero no sé si será alguien que pueda aceptar cambios, así sea con buena intención.
—Y apenas ha pasado un mes desde que llegaron —refunfuñé. Jack rio entre dientes, asintiendo con la cabeza, diciendo que habían sido unos días bastante movidos—. Me sigue dejando extraña lo de Cole y Nero.
—¿Cómo así? —preguntó, dejando un beso en mi frente antes de volver a ocuparse de la cena. Estuve un rato en silencio, organizando las ideas antes de pasar una mano por mi cabello. Dudaba que tuviera que ver con la historia compartida entre Cole y yo –nada me alegraba más que verlo con alguien capaz de corresponderle–, pero en cierto modo era incómodo.
—No sé, está ahí, casi rogando con la mirada que le dé atención, pero no hace nada.
Jack no me contestó de inmediato, simplemente cortó un par de rodajas más de verduras, echándolas a las que ya estaban medio cocinadas y mezcló. Aguardé, esperando que me dijera algo, lo que fuera. Dio unos golpes con la espátula al borde de la olla, apoyó ambas manos sobre el mesón y recién entonces se volvió hacia mí con una expresión indescifrable.
—¿Te molesta que mire a alguien más o te molesta que mire a Nero de la manera en la que te veía?
Poco gano mintiendo al decir que la pregunta no me dejó helada, mirando a mi marido como si hubiera dicho que quería irme con alguien más. Sin embargo, una parte de mí, mínima, se quedó dando vueltas a sus palabras. Intenté imaginar a Cole mirando a alguien más, quizás a Jasmin, o a Lianda, pero no podía, simplemente me era imposible imaginar a mi amigo viendo a alguna de ellas como lo había hecho conmigo en su momento. Mordí mi labio inferior, no queriendo decir las palabras que quizás Jack esperaba que dijera. Sacudí la cabeza, intentando despejarme, aunque al final cedí ante la mirada azul que me dedicaba él.
—Que sea Nero me deja intranquila —remarqué, entablando mi mirada con la suya, como si con eso fuera a lograr convencerlo de una idea distinta a la que estaba pasando por su cabeza. Él sonrió de medio lado, aunque la expresión no llegó a sus ojos.
—Te desplazó del pedestal, ¿no?
Abrí la boca para contradecirle, señalar que no era eso, pero no pude evitar pensarlo de esa manera, de darle vueltas al asunto. Solté un gruñido y caminé hacia él, abrazándolo por la espalda, cerrando los ojos por un momento. Una de sus manos se posó sobre las mías, apoyadas sobre su abdomen, y nos quedamos allí durante un rato.
Sí, durante años había sospechado que Cole seguía teniéndome como la única mujer que podía llamar su atención, la que ponía el nivel que debían alcanzar las otras para que las considerara. Nero no había alcanzado mi sitio, no era una Capitán, pero admitía que si debía decidir entre quién de las dos podía dejar a mi amigo como idiota, ella estaba más cerca de lograrlo. Cerré los ojos, concentrándome en Jack, en él y nada más que su persona, su olor a jabón casero, en su voz un poco más aguda pero igual de firme.
—Puede que sí sea como lo dices, pero no lo sé.
—Al final, sí eres un poco celosa —dijo con una risa. Bufé, apartándome. No, no lo era, no de la forma en la que probablemente lo había dicho—. De todas formas, lo entiendo. En su momento, Zoin estuvo igual contigo. —Mis músculos se detuvieron, incapaces de hacer algo más que mirarlo, sorprendida ante la afirmación—. Le costó unos meses hacerse a la idea de que había encontrado a alguien que en algunos aspectos era mejor.
—Yo no te comparo ni con Cole ni con mi hermano —dije, rodando los ojos, aunque tenía una ligera sonrisa que tironeaba de mis labios. Jack me miró con una cara que dejaba en claro que no me creía ni un poco de lo que estaba diciendo. Por supuesto que no ponía el listón a la altura de Cole, ¿por qué iba a comparar a un hombre que era capaz de desarmar mis argumentos con la misma facilidad que yo lo hacía con un arma, con otro que lo mejor que podía hacer era golpear fuerte? Definitivamente, no había punto de comparación, a mi manera de ver.
Jack siguió cocinando sin emitir ni una palabra más, pero sospechaba que había probado su punto. Mordí mi labio inferior, jugueteé con las tiras y botones de mi uniforme, rasqué mis manos, todo mientras mi cabeza no paraba de darle vueltas al mismo tema una y otra vez.
—¿No te parece que Kertmuth tiene algo que ver? —Negué con la cabeza, separándome de la pared al sentir el gusto dulzón de las verduras. Con un plato en frente, nos sentamos en el desayunador, cada uno sumido en su propio silencio—. A mí me recuerda a aquella vez que él vino a contarte que estaba empezando a sentir atracción por Kadga y casi tiras toda la casa por encima de su cabeza.
—Kertmuth fue progresivo, y estábamos en medio de los ataques —gruñí, masticando un trozo de carne y algunas verduras.
—¿Y no estamos en medio de ataques ahora?
Lo miré un momento y solté una larga exhalación, sintiendo que mi cuerpo entero ardía de malhumor. Jack comía despacio, sin quitarme los ojos de encima. Dudaba seriamente que se pudiera comparar el momento en el que mi hermano había aparecido en casa, con lágrimas en los ojos, diciéndome que empezaba a tener interés por la magmeliana. Recordaba decirle que lo mejor era mantener las distancias, que quizás estaba usando alguna clase de magia de sus tierras de las que no teníamos idea. Meses más tarde, me encontré a Kertmuth entablando conversaciones con Kadga, ambos con expresiones estoicas, pero hablando al fin. Ahí sí recuerdo haberme enojado.
Fruncí el ceño al recordar cuando Cole nos vino a comentar sobre el intento de invasión de los bandidos. Había tartamudeado y evadido cualquier mención a Nero, incluso sus mejillas parecían ponerse coloradas ante la más mínima mención. Mordí mi labio inferior, pinchando distraídamente otra verdura. Recordaba las bromas, la necesidad de hacerlo hablar, creyendo que lo que más lo estaba moviendo era la vergüenza por haber tenido que ayudarla.
En algún momento había terminado de comer y Jack me retiró el plato, así que, para cuando volví a estar en mis cinco sentidos, estaba sola en la cocina, sin rastros de mi marido. Pasé una mano por mi rostro, frotándome los ojos, antes de subir las escaleras, no son antes apagar las luces. Me desvestí en cuanto llegué al cuarto, donde seguramente Jack ya se encontraba durmiendo profundamente, y me metí en mi lado de la cama, todavía dándole vueltas al asunto.
—¿Pasa algo entre Cole y tú? —pregunté a la mañana siguiente cuando me encontré a Nero cargando unas cajas al hombro. Ella me miró sorprendida y empezó a boquear antes de sacudir la cabeza y respirar hondo.
—Mira, sé que no les agrada que siquiera haya una conversación entre nosotros y ustedes que pase de las relaciones formales —empezó, mordiéndose el labio antes de retomar—. Tengo un asunto con Cole que sólo me compete a mí. Si te preocupa que lo esté enamorando con algún truco raro, no es así —dijo, acomodándose la caja en el hombro de una forma más cómoda. La observé de pies a cabeza, como si con eso pudiera ver lo que realmente pasaba en su cabeza. «Estoy enredándome demasiado en este tema», suspiré por dentro—. ¿Estás bien? Te ves algo pálida.
Negué con la cabeza, diciéndole que simplemente estaba con un poco de cansancio por la época del año. Si Nero sospechaba o no de mis palabras, no lo dijo. Se quedó quieta, con la caja todavía sobre su hombro, antes de asentir para sí y marcharse, deseándome una buena jornada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro