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nimio

Día 5, mes tepsemireb, año 5770.

Convengamos que las mañanas nunca empiezan de la manera en la que acaba el día. Por ejemplo, hay veces en las que el cielo empieza prometiendo ser uno de los mejores, y terminas con más problemas que con los que empezaste; y al revés también solía pasar. Así había empezado la locura del '67, una mañana preciosa, en la que todo iba a acabar bien, y terminó con una ciudad pequeña reducida a un pequeño pueblo. Un refugio para los que vivían en las afueras.

Pero ningún día anunciaba cuándo iba a aparecer los bandidos. No, esos muy condenados sujetos eran una cosa imposible de predecir con exactitud. Desde el mes de oastog hasta corbeut, e incluso veimboner en algunos años, esa era la época en la que aparecían. Normalmente eran dos o tres visitas al año, una donde simplemente nos sacaban de quicio y otra en la que nos hacían comer tierra y rezar a Hustn o cualquier divinidad para que no quisieran tomar algo más que comida y ropa.

Esa mañana, una mañana agradable, no muy fría ni cálida, estaba regresando del entrenamiento, buscando a Kertmuth, cuando comenzaron las señales –que no noté– de que ese día iba a terminar con un dolor de cabeza que ni un baño caliente previo a una siesta iba a quitar. Había buscado a mi amigo por todo el pueblo, notando cómo algunas aves pasaban por encima del pueblo volando en bandadas desorganizadas. Fui a los puestos de vigilancia que solía frecuentar, notando algunos animales que pasaban raudos a una buena distancia de donde estaba.

Mi último lugar había sido la taberna, donde no vi ninguna señal, pero sí que me encontré con Kertmuth y tres magmelianos, Nero tenía el aspecto de estar pasando por algún estado febril, murmurando algo que sonaba a queja, Kadga la miraba en silencio, y Darau parecía estar a punto de echarse a llorar.

—¿Interrumpo algo? —fue lo primero que salió de mi boca. Kertmuth, quien observaba la escena con los brazos cruzados y la boca apretada en una fina línea, negó con la cabeza, saludándome con un asentimiento de cabeza. La magmeliana Nero soltó un quejido por lo bajo y ocultó la cabeza entre los brazos.

—Al contrario —dijo Kadga, marchándose a la cocina y regresando casi de inmediato con un vaso de agua y sacando una pequeña bolsa blanca de su cinturón—. Desintoxícate.

—Ja, buen intento —respondió Nero tomando únicamente el vaso de agua de un trago—. Suficiente con estas cenizas como para consumir otras —gruñó. No tenía idea si Kadga estaba a punto de decirle algo a Nero, pero me acerqué a mi amigo, queriendo hablar con él respecto a los ataques de los bandidos.

Abrí la boca y sonó el primer disparo, silenciando todo. Todos miramos en dirección a la puerta antes de que Kertmuth y yo saliéramos raudos hacia el exterior.

En medio del pueblo, con sus rostros parcialmente cubiertos, armados con una escopeta cada uno y un par de cuchillos, estaba la pandilla más tranquila de las dos que solían venir. Solté un suspiro, sintiendo que la impotencia y resignación me quemaban la tráquea. Bajé los dos escalones de la entrada, observando cómo los sujetos empezaban a dar su conocido discurso, pidiendo lo mismo que los cuatro años anteriores. Mis mandíbulas crujieron de la fuerza que hice al ver a las ancianas yendo a buscar algunas de las pertenencias que tenían que dar.

—Vamos, ¿qué les pasa? Están idiotas este año —dijo uno de ellos. Mis manos se crisparon y casi di un brinco en mi lugar cuando la mano de Nero se posó en mi hombro. Todavía tenía la frente llena de sudor, pero sus ojos parecían estar mucho más enfocados de lo que hubiera esperado.

—¿Quiénes son?

—Un grupo de bandidos —respondí, notando de reojo la camisa abierta hasta un poco más abajo del pecho, y, me quería dar una cachetada por el pensamiento que empezó a rondar por mi cabeza al intuir que la tela se había pegado a su piel. Volví a ver al frente, tratando de ignorar a la mano de ella que seguía en mi hombro. Incluso así me era imposible no sentir la curiosidad de voltear a verla con mayor detenimiento, queriendo asegurarme de que no estaba viendo algo que no estaba allí.

Sentí algo de frío cuando ella me soltó y empezó a caminar hacia el frente. Me perdí en el movimiento del cabello suelto, el cual caía como una cascada negra hasta casi la altura de la cadera. Y si no la hubiera visto antes como si hubiera estado con una resaca, habría pensado que sus pasos lentos, sus hombros relajados y el movimiento que hacía con su cabeza, eran una muestra de su confianza. El silencio que empezó a esparcirse por el lugar fue interrumpido únicamente por los pasos apresurados de Kadga. La detuvo a Nero por el brazo, murmurando unas palabras que nadie pudo escuchar.

—Sé perfectamente lo que estoy haciendo —gruñó la otra, zafándose del agarre y reanudando sus pasos. Por alguna razón, incluso siendo consciente de que muy probablemente era más que capaz de cometer los mismos actos que ellos, di un paso en su dirección.

Desde donde estaba, pude ver a los bandidos centrar sus ojos en Nero. Apreté los labios, incapaz de creer que estuviera siquiera considerando la idea de intervenir. Vi cómo la empujaban de un hombro y ella daba un paso hacia atrás. Estaba a pocos pasos, daba dos zancadas y era más que capaz de tomarla por el codo. Pero ella parecía estar más en control de lo que hubiera pensado. Había visto lo que podían hacer los magmelianos, por las sombras que lo había visto de primera mano, pero verla a Nero fue tan aterrador como impresionante. Sí, había hecho una pelea y realmente me parecía más que útil para incorporarla a las filas, sin embargo, no ser el que recibía sus golpes hacía que mi mandíbula se cayera ante lo que estaba viendo.

En un abrir y cerrar de ojos, me encontré con el sujeto cayendo de espaldas al suelo con la pierna que ella había usado para no caer con el empujón sobre el pecho de él. Su cuerpo estaba relajado, apenas había notado que su cabello suelto se había movido. El resto de la banda pareció querer arremeter, y Nero simplemente giró la cabeza, lo suficiente para verlos.

—Váyanse, no tengo ganas de andar escuchando a todos estos tagtianos quejarse en el día de hoy —dijo, señalándonos con la cabeza. No sabía si eso debía ofenderme o no—. Si no quieren saber por qué los sembeños tenemos mala fama, más vale que se rajen de aquí —terminó de decir, caminando en dirección a su casa. Dio cinco pasos antes de detenerse y gruñir con un tono de voz que me dio ganas de retirarme—. ¿Siguen ahí?

Uno de ellos, quizás el más valiente o el más idiota, cualquiera de las dos opciones era posible, se adelantó. Pronunciando en voz baja lo que probablemente era alguna de las tantas amenazas que nos habían dado a lo largo de los años. Como queriendo dejar en claro que no estaba de humor, Nero le dio un puñetazo en el diafragma y luego lo lanzó con una facilidad envidiable a una buena distancia. Ahora sí, los hombros de Nero subían y bajaban al compás de su respiración.

Recién entonces logré reaccionar, corrí hasta donde estaba ella, murmurando que era suficiente. Miré en dirección a los bandidos que empezaban a apuntar con sus armas en su dirección. «Esto va a terminar muy mal», pensé frente al panorama que se desplegaba a mi alrededor. No tengo idea qué hice o dije que terminó por alterar a la magmeliana, quien se liberó de mi agarre de un movimiento.

—No me toques —gruñó al mismo tiempo que sonó un disparo y el hombro de Nero se tiñó de rojo.

El silencio, la tensión y la quietud del lugar fue tal que empezó a darme miedo. Los ojos de ella estaban fijos, carentes de cualquier emoción, al igual que su rostro. Cualquier gesto me habría dado menos pavor, ese miedo visceral que uno no podía describir más que como un aullido, un deseo propio de la vida para protegerse. Giró la cabeza, despacio, sin alterar ni un músculo de su rostro. Era un alivio, un milagro, que yo no fuera el que recibía la mirada helada, bestial, que tenía ella. Antes de que pudiera hacer algo, antes de que siquiera Nero se moviera, escuché un quejido y al voltearme me encontré con Kadga moviéndose como si su cuerpo fuera de tela. Y, con la misma facilidad con la que Nero se había deshecho de los dos bandidos anteriores, Kadga lo hizo con los cuatro restantes.

No sabía en qué momento los dedos de Kadga se habían hecho con un cuchillo, pero el brillo metálico estaba cerca del cuello del último. La tensión en el lugar era palpable. Seguramente se podían escuchar todos los corazones que palpitaban. Desde donde estaba, casi era capaz de ver el movimiento de la garganta del bandido, el sudor que iba recorriendo los costados de la cabeza.

—Fue una bala normal —dijo Nero con un gesto molesto.

—No importa —logré escuchar que decía Kadga, sin mover sus ojos de su objetivo. Sujeté a Nero por el codo en el instante que vi que quería dar un paso al frente, murmurándole que por favor se quedara quieta. Ella me miró sin mucha emoción y apartó el rostro, volviendo a soltarse de mi agarre con fuerza.

—No sabíamos que habían magmelianos aquí —dijo el bandido que seguía de pie.

—Probablemente ha sido lo mejor —resopló Nero por lo bajo.

—¿Y? ¿Qué habrían hecho? —preguntó Kadga con un tono de voz dulce pero que me empezó a dar escalofríos sin saber por qué. Vi al bandido relamerse los labios, mirar en todas las direcciones. Lentamente, uno a uno de los que estaban viendo el espectáculo parecieron ir saliendo de un trance. Vi ceños que se fruncía, bocas que empezaban a murmurar y mi propia mano empezaba a crisparse en un puño. Un intento de justificación quería salir de los labios del bandido, pero el filo de Kadga lo acalló de inmediato—. ¿Qué cambia? ¿Una orden de arriba?

El rostro del bandido se puso pálido ante las palabras. Nero bufó a mi lado y volví a sujetarla por tercera vez, pidiéndole que no interviniera. Ella no tardó en responderme que podía hacer lo que ella quisiera. Realmente, tenía ganas de dejar que se saliera de control, que lo mandara a volar de la misma manera en que lo había hecho con los otros. «Ajá, sí, es por eso, idiota», dijo una parte de mí y me obligué a no pensar en lo que implicaba ni siquiera el que estuviera más atento a los movimientos de Nero que mi propio ser. Quería creer que había una forma diplomática para resolver esto, pero era como pedir que los muertos volvieran a la vida.

Nero se soltó de mi agarre y esta vez no la detuve. Caminó hacia el bandido, quien de inmediato empezó a temblar. Lo que sea que iba a hacer Nero fue innecesario, pues el sujeto empezó a emitir chillidos, siseos y demás sonidos cacofónicos que dejaron a las dos magmelianas tiesas en su lugar. Me era imposible saber si estaban perturbadas o escuchando con atención, pero Kadga, sin mucha contemplación, rebanó el cuello del bandido.

El silencio que invadió al lugar fue digno de un sepulcro. Nero bufó algo, ganándose una mirada glacial por parte de Kadga, quien limpió la hoja de su arma con un movimiento firme de su muñeca. Ambas miraron a los bandidos que quedaban e intercambiaron unas palabras más. Me habría gustado dar un paso al frente, pedirles –exigirles– que nos dijeran qué estaban pensando, qué sombras estaban murmurando en su idioma.

Vi a Nero dar unos pasos hacia los bandidos y recién entonces logré regresar a la realidad, como si mi cabeza hubiera recordado la forma de dar órdenes a mis piernas. La volví a tomar del brazo, pidiéndole que al menos trate la herida. No tengo idea por qué, pero en cuanto nos miramos a los ojos pareció resignarse. Asintió una vez y murmuró que deberíamos atarlos. Guardé mis dudas al respecto y dije lo que ella me había dicho en voz alta.

Nos marchamos de allí en cuanto vi a Deana y Angered dar unos pasos al frente, mirando de reojo a ambas magmelinas. Sabía que ellos se encargarían de llevarlos a alguno de los depósitos vacíos. Kertmuth pronto empezó a repartir órdenes, dejándome tranquilo mientras caminaba con Nero al lado.

Todavía estaba algo aturdido respecto al tema cuando me senté frente a Malina. Y, juzgando la expresión de ella y Jack, sospechaba que ellos tenían algo similar pasando por sus cabezas.

—Empiezo a tener la impresión de que esto es más complejo que lidiar con simples magmelianos —murmuró él. Yo no podía hacer más que darle la razón. ¡Sombras! Incluso la idea de reclutarlas me parecía tan buena como suicida.

—Pero igual tenemos que mantenerlas... O hacer que se vayan por las buenas —dije lo último dudando de mis propias palabras. Habiendo visto lo visto, lo último sonaba demasiado ingenuo como para siquiera pensar que sería posible. Malina negó con la cabeza, apretando los labios y con la mirada fija en el suelo.

—Sigamos con la idea original —sentenció luego de un rato. No voy a mentir, casi me parecía una locura, pero la mejor salida—. Por lo que me cuentas, sólo atacaron a los bandidos. ¿Y luego de eso?

Tomé una profunda bocanada de aire y miré hacia un costado. Había llevado a Nero a mi casa, donde el viejo equipo de medicina de mis padres estaba todavía dando vueltas por ahí. La operación no había sido difícil, ella se había sacado la bala con el uso de no sé qué cosa que estaba en su cuerpo y a mí me había tocado limpiar y coser la herida. Pensándolo en ese momento, con Malina en frente, bien podría haber dejado que entre las magmelianas se cuidaran. Aunque lo que sí estaba por volverme loco eran las palabras que Nero había soltado en un momento, probablemente no esperando que las escuchara.

—Estás haciendo todo más complicado.

—Si no quieres que te cierre la herida puedes irte.

—La herida es lo de menos, tagtiano —había bufado ella, con la cabeza girada hacia un costado. Por un momento quise pedirle que por favor me mirara, pero me dio la impresión de que no era la mejor idea en ese instante. No se quejó, apenas hizo una mueca de molestia, antes de cerrar los ojos y soltar un largo suspiro—. No me arrepiento de lo que hice, pero la próxima vez, por tu propio bien, no te me acerques cuando estoy desequilibrada.

—Suena a que debería echarte de inmediato —mi propio tono divertido me sorprendió. Ella abrió un ojo y rio suavemente, cubriendo parte de su rostro con el brazo sano. Incluso recordando el momento se me encendían las mejillas. Aunque no negó lo que le dije, me dejaba intranquilo que se marchara, tanto si era por las buenas como por las malas.

Para mi mala fortuna, Malina no se conformó con un vago "la ayudé a limpiar la herida", menos cuando debió de ver que había adquirido un tono más rojizo en la cara. Evadí las preguntas lo más que pude, intentando centrarme en que simplemente me encontraba todavía en proceso de comprender qué había pasado antes. Una verdad a medias, pero verdad al fin.

—Dijiste que el pequeño empezó a entrenar, ¿qué tal es?

Y ahí sí me sentí raro. No tenía idea de cómo decirlo sin que sonara a algo que no era. Después de lo visto con los bandidos, lo de Darau empezaba a tener una connotación que era bastante más positiva de lo que me agradaba admitir. Si su madre le había enseñado un cuarto de lo que había visto... «¡Enfócate!», me grité, aunque fue en vano.

—Muy bueno —acabé diciendo, mirando mis manos entrelazadas entre sí, como si con eso pudiera espantar lo que sea que corría por mi cabeza. De nuevo, para Malina esa respuesta era demasiado vaga –incluso para mí mismo lo era– pero cualquier otra palabra parecía ser un halago –innecesario– a su madre—. No tiene el mismo estilo que nuestros niños, pero se sabe manejar bastante bien.

Seguramente ella estaba a punto de lanzarme algún libro de la mesa ratona. Y yo no podía hacer más que sentir que me ahogaba en mis propias palabras. Pero ¿cómo decir que empezaba a ver un potencial asombroso si lograba incorporar a Nero a las clases? Sí, sería complicado con los otros padres, probablemente me perdería más en lo que estaba haciendo ella que en dictar las consignas, pero seguía sonando como una oportunidad. Miré de reojo a la Capitán, quien tenía, después de cinco años desde que nos habíamos graduado de la Escuela Militar, esa mirada peligrosa. Y, para peor, ¡Jack parecía pensar lo mismo que ella! Nunca creí que los tagtianos pudiéramos desarrollar nuestra propia magia para comunicarnos mentalmente, sin embargo, la mirada entre los dos me hizo dudar.

Aclaré mi garganta y me puse de pie, queriendo huir antes de soltar algo que terminara por volver a Malina una peligrosa casamentera. No que lo hubiera hecho antes, pero me negaba a tentar a mi suerte. Estaba a punto de lograr mi escape cuando Malina me llamó.

—¿Soldado que huye sirve para otra batalla, Supkum Cole?

Moría por decirle "no, no huyo, evito un peligro innecesario", en su lugar esbocé una mueca que probablemente parecía una sonrisa.

—¿De qué huiría?

—Oh, de que estás sufriendo uno de tus extraños motivos para sentir interés por alguien que no conoces, quizás posible atracción, evadir tu deber como instructor... —enumeró y no supe qué decir para rebatirle. Ella me miraba con una sonrisa, Jack ya me daba una mirada de compasión antes de marcharse a la cocina, y yo me quedé parado en el marco de la puerta.

—Darau usa las mismas técnicas que vi a Nero usar, lo cual promete —dije casi en una exhalación—. La resistencia física está por debajo de la mayoría, así que eso se tendrá que trabajar. No hay mucho más que decir.

Malina clavó sus ojos en los míos, probablemente buscando algo que sólo ella entendía. En cuanto soltó un suspiro cansado y me dejó partir, abandoné la casa, sintiéndome raro en todo el camino hasta mi propio hogar. La foto de mis padres, colgada en una de las paredes del living, fue ver un recordatorio que me dejaba con más dudas que certezas. 


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