intregridad
Día 29, mes corbeut, año 5770.
Las cosas podían estar mucho, mucho, peor. Kadga dormía junto a mí, después de una conversación demasiado larga que había comenzado con los ingredientes para ayudar a Nero. Sentir su cuerpo contra el mío, ligeramente más frío de lo que esperaba, su respiración acompasada y profunda. Verla, así fuera con las mínimas luces que se colaban por la ventana sobre nuestras cabazas, me producía una sensación cálida. Mantener mis impulsos bajo control era casi imposible, mis manos temblaban por recorrer la silueta, mover la tela con cuidado hasta que pudiera sentir su piel. Sé que me dormí apoyando mi cabeza cerca de su cuello, tentado de dejar un beso en la curva que juntaba el hombro con la nuca.
Mi cabeza seguía pensando en eso a la mañana siguiente, mientras mis manos se ocupaban de preparar el desayuno. Kadga se movía a mis espaldas, probablemente picando algunas hierbas y separando las hojas que irían a la infusión. Me atrevía a echarle miradas de reojo, sobre el hombro, debatiendo si podía o no acercarme.
—¿Qué ocurre? —La pregunta me tomó desprevenido, el cuchillo que estaba limpiando casi se me cae de la mano. Ella estaba a mi lado, con sus brazos cruzados y me miraba con su rostro normalmente vacío, apenas alterado por una sombra de curiosidad y preocupación.
—Nada grave, am-Kadga —me corregí de inmediato, sintiendo que empezaba a arderme las mejillas. Ella no dijo nada por un rato, caminó hacia mí, despacio, con esa calma que la hacía parecer un depredador. Su mano se apoyó sobre mi mejilla, pidiéndome gentilmente que la mirara. ¿Quién era yo para negarme? Estaba completamente rendido a su tacto, al toque suave que tenían sus dedos contra mi áspera mejilla. Cerré los ojos y solté un suspiro, disfrutando del contacto antes de volver a verla—. Temo que vuelvas a desaparecer.
Ella miró mis ojos, leyendo lo que sea que podía ver en ellos, analizando lo que sea que necesitaba ver para convencerse. Sus dedos me acariciaban la mejilla con cuidado, torturándome dulcemente con la sensación que me producía, cálida y tentadora. Cerré mis ojos, inclinando mi cabeza en dirección a su mano.
—No debería —murmuró Kadga, haciendo que la viera con los ojos entrecerrados, a una inclinación de que pudiera darle un beso. Mis brazos se movieron por su cuenta, rodeando su cintura y acercándola hasta que no hubo más que ropas separándonos. Un salto de cama, que había pertenecido a mi madre en sus días, cubría su cuerpo, mucho más delgado que el de mi progenitora en sus días. Patrones de flores y ramas adornaban a la tela blanca, contrastando contra su cabello suelto.
El contacto de sus labios era mucho más suave que el de su mano. Olvidarme de todo era esperable, más ahora que parecía empezar a volverse rutina el tenerla junto a mí. Mi cuerpo reaccionaba al suyo sin nada más que una orden silenciosa, un movimiento, una mirada, incluso una palabra que estaba a punto de ser pronunciada. Siempre estaba a punto de dejarme llevar, a un paso de conseguir que fuéramos más allá, pero Kadga detenía todo de repente.
Esa vez también lo hizo, apoyando su frente sobre mi hombro. Cinco días juntos, cinco días donde apenas me había hablado sobre su partida y regreso repentino. Todavía podía sentir el terror mudo que me había invadido cuando cayó inconsciente en mis brazos. Había temblado hasta que logré encontrar el pulso y ningún signo de veneno o herida que no hubiera notado antes.
—¿Qué pasa, amor? —pregunté, recorriendo su espalda baja con una mano. Dejé algunos besos en su cuello, intentando que los suspiros que soltaba no fueran de preocupación.
—Es... Demasiadas cosas —dijo, rodeando mi cuello con sus brazos, apretando un poco su cuerpo contra el mío. Inhalé su olor antes de, a regañadientes, separarme para poder verla a los ojos. No tenía idea en qué momento había aprendido a leer los pequeños cambios, pero las pistas cada vez eran más y más claras. Era un ligero ceño fruncido, un tirón en el labio inferior, incluso un suspiro que podía pasar como una exhalación normal.
Algo había mencionado sobre sus hermanos, sobre el soldado que de repente había dado la espalda y no tenía idea cuál había sido su suerte. Si me guiaba por mi conocimiento más básico de los magmelianos, me imaginaba que lo habían convertido en la cena o en un cuerpo que expondrían como ejemplo. No me atrevía a preguntar qué era lo peor que podrían hacer en Magmel ante la traición, pero la curiosidad empezaba a ser más fuerte que ese miedo.
Kadga miraba a la nada, sus manos recorrían distraídamente mis brazos. Mi piel se erizaba ante el contacto, pero no pensaba detenerla bajo ningún concepto. De a trozos, como si estuviera intentando ordenar sus pensamientos, me contó que estaba considerando buscar a su hermano. Alegaba que, si estaba "muerto", de la misma forma que ella lo estaba para la realeza de Ventyr, podría traerlo a Tagta o ir en su busca.
—¿Por qué lo harías? ¿Le debes algo a él?
Negó con la cabeza y yo solté un suspiro. Imaginaba que los silencios que ella tenía últimamente eran por ese tema. Dudaba que pudiera entender por qué se preocupaba por un hermano que no había visto en años, si es que habían tenido una buena relación antes. Acaricié su mejilla con cuidado, apenas tocando su piel con el dorso de mis dedos.
—Sabes que te apoyo en todo lo que hagas, y estoy dispuesto a seguirte hasta donde me dejes —le dije, haciendo que sus ojos brillaran fugazmente.
Kadga dijo que lo pensaría.
A la tarde salimos de la casa, con las manos entrelazadas. Cole nos había apenas dirigido una mirada cuando llegamos con lo que sea que Nero necesitaba. Recordaba muy claramente cómo mi amigo apenas era capaz de mantenerse en sus dos pies, manteniendo a Darau y cuidando de Nero. Sonreí disimuladamente al recordar cómo había empezado.
—¿Qué? —preguntó Kadga, dándome un ligero apretón. Me aclaré la garganta, diciendo que era nada y mirando en cualquier otra dirección. Dudaba que de esa forma hubiera podido convencer a Kadga, pero no me reclamó por la falta de respuesta.
Estábamos a mitad de camino de llegar a la casa de Cole, con los ojos de todo el pueblo sobre nosotros, cuando mi hermana se apareció frente a nosotros. Tenía las ojeras tanto o más marcadas que las de mi amigo, el pelo algo revuelto y el uniforme algo arrugado. Apreté los labios, sintiendo un rayo de culpa al verla.
—Necesito hablar con mi hermano, Kadga —dijo, fijando sus ojos en mí. Ella me dedicó una mirada antes de dejarnos a solas. Malina esperó a que se alejara un poco—. ¿Retomarás tus deberes hoy? Tenemos que mantener los alrededores el doble de vigilados, más teniendo en cuenta que Nero está fuera de cuestión y Kadga no es una defensa segura.
Apreté los dientes ante lo último, pero tenía razón. Para muchos, probablemente, Nero había peleado hasta que se convirtió en una amenaza para todos, ella incluida. Kadga no contaba con la misma fama.
—Patrullaré en dos horas, después de ver cómo se encuentra Cole —prometí, sacando un suspiro de alivio a Malina—. Kadga está pensando ir a buscar a un pariente de ella.
—¿Piensa traerlo aquí? —Los hombros de mi hermana se tensaron y su mirada se endureció. Negué con la cabeza, diciendo que no estaba del todo seguro.
—Quiere encontrarlo y luego decidirá qué hacer, supongo —añadí. Malina seguía dudando de mis palabras y, con todo el dolor del mundo, la comprendía. Sabía perfectamente por qué estaba alerta con Kadga, y sospechaba que el resto del pueblo también preferiría estar alrededor de Nero—. Te mantendré informada cuando nos marchemos.
—Habrá que encontrar una forma de restaurar los comunicadores.
Asentí con la cabeza. Qué cómoda había sido la vida con esos aparatos, realmente no habíamos valorado la comodidad de tener una forma de enviar mensajes largos. Nos quedamos un momento en silencio, algo incómodo, en el que no supe si podía o no marcharme. Malina también parecía estar dudando antes de rodearme en un abrazo que le devolví de inmediato.
Se sintió como volver a antes del '67, antes de que todo lo que teníamos se convirtiera en una locura. Por un momento tuve el ligero escalofrío de sentir que nos rodeaban los brazos de nuestros padres.
Nos apartamos con lágrimas en los ojos, listas para caer en cualquier momento. Le di un ligero apretón en el hombro y ella una palmada, luego nuestros caminos se separaron.
Era cerca del mediodía cuando entré a la casa de mi amigo. Lo encontré con la cabeza apoyada sobre los antebrazos, probablemente dormitando sobre la mesa. No lo vi en un primer momento, dado que lo tapaba la mesa, pero Darau dormía junto a él, apoyado en su regazo. En cuanto cerré la puerta, con cuidado, Cole levantó la cabeza como si hubiera dado un portazo. Estaba demarcado, tenía ojeras pronunciadas y casi podía ver cómo sus párpados estaban a punto de volver a cerrarse.
—¿Qué hora es?
—Las... ¿mil doscientas quince? —miré el reloj colgado en la pared, uno viejo y que vaya uno a saber si tenía algo que lo hiciera funcionar.
—No funciona —dijo Cole, y asumí que se refería al reloj.
—¿Cómo va Nero? Kadga no me ha dicho mucho.
Mi amigo se restregó los ojos, estirándose lo mejor que podía sin tirar al niño que dormía en su regazo. Apoyó la cabeza contra la pared detrás de sí, dejando salir un suspiro cansado.
—Supongo que está mejor, pero no sabría decirte —contestó, no se me pasó por alto el tono molesto que había en las últimas palabras. Caminé hasta ponerme a su lado, dándole un abrazo a medias, un intento de... ¿apoyo, consuelo? Probablemente ambas—. ¿Lo miras por un momento?
Asentí, apartándome para que Cole pudiera salir. Vi cómo dejaba con cuidado la cabeza de Darau sobre el asiento donde él había estado antes, peinando sus cabellos antes de alejarse. Me quedé en silencio, haciendo exactamente lo que me había pedido mi amigo, quien caminaba por el piso de arriba, probablemente queriendo comprobar que Nero estaba bien. Pasó un rato hasta que Kadga bajó, mirándome con una fugaz ceja arqueada.
Nos quedamos un tiempo más, cocinando el almuerzo y diciéndole –Kadga en particular– a Cole que fuera a descansar un tiempo más. Fue difícil. Varias veces caminó hacia la cocina, dispuesto a sacar los ingredientes y elementos. Requirió de los tres, dado que Darau se despertó con la discusión en susurros, para que al menos se sentara.
Una vez que conseguimos nuestro objetivo, empezamos a preparar la comida. Mientras me dedicaba a cortar algunas verduras mientras esperaba a que Kadga terminara de preparar la carne, me encontré con Darau sentado sobre el regazo de Cole.
—¿Mi mamá va a despertar?
—Probablemente vuelva de las sombras si hace falta —suspiró.
—¿Me acompañas?
La pregunta de Kadga me sacó del ensimismamiento en el que me había sumergido. Parpadeé, tratando de regresar a qué tema se estaba refiriendo. Poco después del almuerzo en la casa de Cole, nos habíamos marchado. Kadga regresó a la casa, mientras que yo me dediqué a ayudar un poco a mis vecinos. Milagrosamente, ninguno me trataba tan fríamente como esperaba.
—¿A dónde?
—Iré a buscar a mi hermano —dijo, mirándome de reojo. Sonreí, sintiendo que estaba a punto de estallar de alegría. Asentí, tomando su mano para llevarla a mis labios, dejando un beso en sus nudillos.
El resto del patrullaje fue casi imposible de hacer, no cuando sentía que mi cuerpo entero estaba burbujeando con más de una emoción. Quería pasar mi brazo sobre los hombros de Kadga, acercarla cuanto pudiera a mí. Requirió de todo mi autocontrol, obligarme a pensar que podría necesitar disparar el arma en cualquier momento, a pesar de que me parecía no ver ni siquiera un pájaro saltando de rama en rama.
Estábamos casi por terminar el recorrido, podía ver la marca del final de nuestro territorio destinado a patrullar. Toda la tranquilidad que nos había rodeado se esfumó en el momento que apareció un sujeto literalmente frente a nosotros. Se mantuvo de pie un instante, lo suficiente como para levantar la cabeza, antes de caer. Kadga corrió hacia él, conmigo detrás.
—Está malherido —dijo ella tras una rápida revisión. Debajo de las ropas oscuras, como si se hubiera cubierto con carbón, empecé a reconocer el color rojizo de la sangre. Bastó una mirada para que lo cargara en mi espalda, con ayuda de Kadga. Estuve a punto de caerme cuando intenté pararme. Reacomodé el peso y regresamos a mi casa. Kadga despejó la mesa, mandándome a buscar lo que sea que pudiera usar para limpiar las heridas.
Cuando volví, me encontré con un hombre lleno de heridas que parecían ser de hojas filosas, quemaduras, sangre y restos de carbón. Kadga buscaba algún trapo y una fuente donde poner agua. Mientras ella ponía a hervir la pava y me acercaba una con agua y un paño. No hizo falta que dijera ni una palabra, de inmediato empecé a limpiar las zonas que parecían necesitar mayor atención.
A medida que fui quitando lo que parecía ser una mezcla de carbón, cenizas y sangre, pasé el poco de jabón desinfectante que me quedaba de antes del 67'. Kadga me acompañaba, encargándose de la otra mitad, y usando sus propios métodos de curación. En un momento, cuando la parte delantera parecía estar en condiciones, volteamos el cuerpo para corroborar el estado de la espalda. Había más heridas, muchas más que en el frente, casi el doble de profundas. ¿Cómo era posible que el hombre hubiera logrado llegar hasta aquí en ese estado? Solo Hustn sabría.
Cuando terminamos con el trabajo, llevé al hombre a la habitación libre. Estaba lleno de vendajes por todo el cuerpo, prácticamente dejando al descubierto su cara de rasgos angulosos. Solo quedaba esperar a que despierte.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro