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Día 29, mes oastog, año 5770.
Damos por hecho que los muertos no nos guardan rencor, que aquellos que ya han cruzado el umbral nos perdonarán cada una de nuestras propias decisiones.
Observé la nueva carta con las manos temblorosas. Eran pocas palabras, menos de cinco en mi lengua materna, pero parecía que había un mundo entero en ellas. Volví a sentir que se me cerraba el pecho y la cabeza empezaba a darme vueltas. Estaba segura de que podía sentir el olor de los aceites que solían usar, haciéndome picar el paladar.
—¿Kadga? —La pregunta me hizo dar un brinco en el lugar. Kertmuth me miraba desde la barra con el ceño fruncido y la cabeza inclinada hacia un costado, sus ojos se veían turbulentos, casi como si pudieran reflejar mi propio malestar—. ¿Qué tienes?
Intenté no hacer un movimiento raro con el papel que sostenía en mi mano, pero de igual forma noté que su mirada se desplazaba de mi rostro al puño. Quise sisearle que no era nada, que no era más que un simple trozo con garabatos hechos con tinta. Y bien sabía que este tagtiano, capaz de mantenerme la mirada cuando incluso Nero retrocedía, era más que bueno para leer por debajo de mis escamas, de levantarlas con la misma facilidad que yo mudaba mi piel.
Debatí por un momento, considerando si él debía saberlo también. Nero entendía, sabía que no todo, pero ella comprendía las palabras que estaban escritas y las que no. Kertmuth..., él parecía comprender incluso sin saber el idioma. Solté un suspiro, caminando hasta el taburete que quedaba a su lado, notando cómo se tensaba y sus mejillas adquirían un bonito color, mucho más vivo que el de su cabello.
—Mi familia —logré pronunciar, dejando el miserable trozo sobre la superficie de madera. Sabía que Kertmuth lo tomaría, lo vería sin ver, con su mente moviéndose por recovecos que se escapaban de mi intuición. Esperé a que me mirara, que me preguntara por las palabras que estaban garabateadas, pero nada de eso salió de sus labios.
—Dime que esta caligrafía..., letra espantosa, no es tagtiano básico.
Mis ojos se abrieron de par en par y una carcajada, como nunca había soltado una, salió desde lo más profundo de mi pecho. Reí, dejé salir todo hasta que me doblaba en dos, hasta que las mandíbulas me dolían, saltaban las lágrimas de mis ojos y empezaba a necesitar de un baño. Varias veces intenté recobrar el aliento, de parar la risa, tal como me habían enseñado mis institutrices, pero parecía que nunca había vivido en el Palacio.
Requirió de un esfuerzo mayor al que hubiera realizado hasta entonces, pero logró contener las risas, volver a mantener mi rostro serio..., casi. Sabía que las comisuras de mis labios estaban temblando, lo podía ver en la expresión amena de él, en sus ojos que parecían brillar de una manera peculiar. Aparté la idea de mi cabeza y, por fin, mis comisuras dejaron de temblar.
—Vienen a buscarme —dije, con la mayor tranquilidad que me fue posible. Y el brillo desapareció, consumido como una pequeña rama sobre el fuego. «Mejor que sea así», dijo una voz chillona, grotesca, en mi interior—. Después de años...
—¿Y quieres irte? —preguntó con un hilo de voz. Una parte de mí casi cedió a esos ojos que empezaban a enturbiarse, pero no era mi tormenta la que reflejaban—. ¿Hay alguna forma de que pueda... ehm... ya sabes, contactarte? Podría darte un comunicador, ya sabes, los que usamos nosotros y ahí me envías un mensaje o, ¡o incluso podemos llamarnos! Si quieres, por supuesto, no es obligatorio que quieras seguir en contacto conmigo.
Una vez más, sus mejillas adquirieron un color más intenso que el de su cabello y me encontré observando de manera diferente sus palabras y gestos nerviosos. Me encontré leyendo sus idas y venidas, el tono de sus palabras, todo lo que salía de él, y me hallé sintiéndome como cuando había empezado a tener algo con Nero. Apoyé los brazos sobre la mesa, reclinándome hacia el frente, sin apartar la mirada en ningún momento de él. En algún momento las palabras parecieron desaparecer, acallándose por completo, pero su cuerpo seguía diciendo todo.
—No quiero —murmuré y su rostro empalideció. Sabía qué había entendido, y me encontré soltando las palabras sin pensar—. Jagne será mi hogar. No me iré. No otra vez.
Debí pensarlas. Realmente debí detenerme un momento a considerar lo que acababa de decir, pero ¿qué sentido tenía cuando mi interior estaba en silencio? Ni siquiera la voz grotesca tenía algo que decir al respecto, muda de la impresión.
Todo en él pareció detenerse una vida entera, como si mis palabras, apenas pronunciadas en un murmullo, hubieran detenido al mundo entero. Y en un chasquido, como una pequeña brasa, sus ojos volvieron a emitir ese brillo que me hizo sentir... «No, sabes bien que eso no te corresponde».
Los brazos de él no tardaron en rodear mi estómago, mi espalda, y me apegaron a su cuerpo. Era cálido, no como el sol, sino como una roca en las primeras horas de la noche, donde el aire era frío pero la superficie seguía siendo agradable al tacto. Me hizo girar, riendo con una dicha que jamás habría creído posible, y su rostro quedó cerca del mío, casi haciendo que nuestras narices se rozaran. Una sonrisa amplia tiraba de sus labios, la chispa de sus ojos estaba a punto de convertirse en un incendio y me encontré estirando mi cabeza en dirección a ese calor.
—Kadga, tengo algo que... —Nero entró de golpe, como solía hacer, y se quedó quieta en el lugar. Supe que su mente no había terminado de comprender lo sucedido y me aparté de inmediato de Kertmuth. «Demasiado cerca, Kadga», refunfuñó con ácido mi interior—. ¡Ay! Perdón, no pasa nada, ya me voy, puedo volver luego, hagan como si nunca hubiera entrado. En serio, está bien, yo no tengo nada que ¡AUCH! ¡Eso dolió, princesita!
—Nos vemos, Kertmuth —pronuncié, arrastrando a Nero del codo, quien seguía quejándose del pellizco que le había dado. Cerré la puerta de la cocina y subí las escaleras hasta el segundo piso, donde la llevé a una pequeña sala de estar que había armado para... no tenía idea, pero en esos momentos me venía bien.
Nos sentamos en el suelo, alrededor de una pequeña mesa, y dejé salir un suspiro disimulado. Podía sentir la mirada preocupada y curiosa de mi amiga sobre mí, pero sabía que ella vería lo que yo le mostrara, nada de ahondar en sitios que no era capaz de imaginar.
—De acuerdo, empieza a preocuparme el que hayas estado a punto de hacer que claramente querías y acabas de usarme como excusa —soltó ella, recostando su espalda contra el viejo sillón que tenía a sus espaldas. Decidí que iba a pasar por alto la acusación y empecé a buscar la carta que me habían enviado, palpé mis bolsillos, miré donde estaba sentada, hasta que recordé que se lo había dado a él. Le pedí a Nero que me esperara allí y bajé rauda hacia el piso inferior, el cual estaba completamente vacío; salvo por el papel. Estaba apoyado sobre la mesa, doblado por la mitad. Lo tomé sin mirar y volví a subir las escaleras, entregándoselo a mi amiga en cuanto volví a ocupar mi lugar—. Creo que esto no es algo que yo deba leer.
La miré con el ceño fruncido. ¿Cómo que no debía leerlo? Si eran tres palabras, tres palabras que decían mucho más de lo que me hubiera gustado. Tomé el papel que extendía en mi dirección y, en lugar de encontrarme con las enruladas letras del ventyrio, me encontré con palabras tagtianas, también entrelazadas.
Lamento haberte incomodado, intentaré de no repetirlo. DK.
Mis mejillas empezaron a arder y me costó enfriarlas, más aún cuando Nero me miraba con la boca abierta y soltaba un chillido.
—¡Oh, por Iola! ¡Tendrías que haberme echado a patadas, princesita! —Sonreía y se carcajeaba mientras caminaba de un lado a otro, moviendo los brazos en todas las direcciones—. Ay, cuernos y pezuñas, ahora me siento peor.
—Deja. No fue nada —gruñí, mirando en otra dirección, aunque bien sabía que acababa de cometer un error.
—¿No fue nada? Te creería si no te vieras como una novilla frente a un toro.
Siseé, sintiendo que los colmillos empezaban a dolerme. Nero sonreía, con los brazos cruzados sobre el pecho y una mirada de absoluta certeza. Resoplé y di vuelta el papel, dejando a la vista lo que realmente quería que viera: las letras que habían sido trazadas por el puño de la única que podía devolverme lo que se me había quitado alguna vez. Mi pecho se enroscó sobre sí mismo ante la idea y quise vomitar. Poco a poco, mi cabeza empezó a ir de una idea a la otra, considerando las posibilidades que empezaban a plantearse frente a mí.
Volver. La idea se sintió como tragar mi propio veneno: sabía que no me haría daño, pero seguía siendo algo capaz de matar. Respiré hondo y relajé mis expresiones una vez más. De nada me iba a servir enojarme, no con Nero. Giré el papel, mostrándole el otro mensaje e ignorando el que Kertmuth me había dejado. Mi amiga se inclinó hacia adelante, leyendo en silencio, como intentando pronunciar las palabras sin éxito, pero su seño se frunció de todas formas.
—¿Qué clase de descaro es este? —escupió, dejándose caer con fuerza contra el suelo—. Me parece que esta cabeza hueca no comprende nada.
—Shinu es joven —intenté explicar, aunque gran parte de mí no buscaba ninguna explicación. Mis palabras sólo enfadaron más a Nero.
—Más vale que te llame Kadga, sino... —Sus puños se tensionaron, al igual que todo su rostro. Recorrí los costados de su cabeza que se habían quedado casi sin pelo, con algunas cicatrices de viejas suturas que yo misma había tenido que hacer. Masajeé mi pelo, ignorando el ligero tirón de mi espalda al encorvarme hacia adelante—. ¿Cuánto tiempo crees que tienes?
—Dos meses. Quizás más —respondí luego de un rato. Mi amiga asintió y echó la cabeza hacia atrás, farfullando algo sobre querer tener al menos un poco de tranquilidad—. ¿Y tú? ¿Qué pasó?
Los ojos negros de mi amiga estuvieron confundidos hasta que algo pareció brillar en su memoria, haciendo que sus oscuras mejillas se volvieran casi del mismo tono que el de su cabello. Sus ojos vagaron por todo el lugar antes de detenerse un momento en los míos. Abrió la boca y volvió a apartar la mirada.
—¿Te acuerdas cuando empezamos a salir? —empezó, todavía con el rostro hacia el costado. Asentí en silencio—. Y sabes que desde Mairo que no tengo la mejor de las experiencias. —Volví a asentir, sospechando por dónde iba a ir el asunto. Justo en ese momento, las palabras abandonaron a Nero, mordía su labio inferior, retorcía sus dedos, hacía tronar sus articulaciones y me miraba de reojo. Empecé a recordar un poco algunas conversaciones que Kertmuth había tenido con Supkum, y todo pareció desplegarse con total claridad que me vi incapaz de mantener una expresión controlada. Otra vez.
—¿Con Supkum?
—¡No fue algo que hubiera hecho a propósito! —chilló, moviendo las manos en todas las direcciones y poniéndose de pie, caminando de un lado a otro. Me acomodé en mi lugar, sospechando que el asunto iba a ser largo—. Ya sabes cómo me pasan estas cosas: alguien viene, me dice que quiere desafiarme, me confío y termino comiendo polvo. ¿Qué clase de mala jugada de los dioses es esa? Para colmo, termino en mal lugar, con una pareja que es una porquería, me entero de que hicieron trampa y ¡BUM! Gano.
»Ahora me encuentro con un tagtiano que parece sembeno, casi actúa como uno... No tengo idea qué hacer. ¡Para peor, no puedo evitar verlo como al menos alguien que vale la pena! ¡Es irritante pero el muy desgraciado casi que engatusa a Darau también! Y no, me niego a caer otra vez en la misma estupidez.
—¿Entonces? —La pregunta era innecesaria, pero detuvo a Nero por un momento. Aunque me habría gustado decir que no iba a caer de nuevo, sabía que era un imposible. Es más, la salida de todo aquel lío era fácil.
—No lo sé, sigo teniendo el mismo sueño, pero a la vez no estoy segura de que sea algo para alguien como yo —murmuró, dejándose caer con total pesadez. Negué con la cabeza, sabiendo muy bien a lo que se refería. Ambas lo habíamos imaginado cuando lo nuestro seguía siendo nuevo, continuamos fingiendo que dos monjes de nuestro calibre cuando llegó la pagana Yakamin y acabó cuando la realidad se impuso ante nosotras con un golpe de agua fría. Me moví a su lado y apoyé una mano sobre su hombro, arrancándole una pequeña sonrisa—. Galyon dice que no debo preocuparme, que haga lo que considere correcto.
—Galyon cree saber -—bufé—. Ocúpate de una cosa a la vez. Darau es más importante. Vivir aquí es más importante. Una pareja puede esperar.
Ella sonrió de medio lado, echando la cabeza hacia atrás con un largo suspiro. Nos quedamos un rato más allí, Nero barajando sus opciones y yo viendo mi futuro. Al final, mi amiga dejó salir una sentencia de que probablemente no debía ilusionarse, no con alguien de otra cultura. Me miró durante un momento antes de asegurarme que podíamos ir pensando en una forma para tratar a Shinu.
La acompañé hasta la puerta, en completo silencio. Ella esbozó una sonrisa y se despidió con un gesto vago. Crucé mis brazos y apoyé mi cadera contra el marco de la puerta, admirando la silueta de Nero que se perdía poco a poco en el horizonte. En cuanto me fue imposible seguir distinguiéndola, miré a mis alrededores, no sin cierto dolor ante la idea de irme.
Mordí mi labio inferior y regresé al interior.
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