esperanza
Día 19, mes corbeut, año 5770.
Sostuve a Nero cuando estuvo a punto de caerse por la escalera.
—Puedo bajar sola...
—Lo sé —dije, dejando que ella siguiera caminando por su propia cuenta. Nero me miró, sé que estaba pensando decirme algo, pero al final calló y siguió adelante. Pasé una mano por mi rostro, como si con eso pudiera quitar el calor que empezaba a notar en mis mejillas, y la seguí afuera. Iba por detrás de ellos dos, Darau me echaba miradas de reojo mientras caminaba junto a su madre, y ella cada tanto dejaba salir un quejido ahogado.
Mientras atravesábamos la mitad del pueblo, no tardé en ponerme a su lado, tomando su mano con fuerza. Sospechaba que estaba pasándome, quizás estaba traspasando algún límite que no me había dicho en estos días –tampoco que me hubiera dicho tantos–, pero me sentía más tranquilo así. Recorría con la mirada a mis compatriotas, a quienes les había confiado la espalda y ahora... «Puede que así se sientan ellas».
—Estás bastante tenso, ¿temes que alguien saque el arma de repente? —escuché que decía ella, dándome un pequeño apretón. Volví mi atención hacia ella, completamente perdido. No me miraba, pero podía ver un atisbo de la mueca burlona que la solía caracterizar.
—Pareces estar disfrutando de mi incomodidad.
—Disfruto de ver cómo pareces estar a un pelo de saltar como gato —replicó, negando con la cabeza. Seguía con su sonrisa entretenida. Bufé, incapaz de decirle que no era verdad—. Nunca disparan. Todos odian a alguien, pero son pocos los que quieren ensuciarse las manos, la mayoría te dedica miradas venenosas, escupe, insulta, incluso lanza una piedra si hay una multitud que lo oculte. Relájate —añadió, dándome un ligero empujón con el hombro y se soltó de mi agarre antes de llegar a la casa de Kertmuth. Me quedé plantado en el lugar, rumiando las palabras por un momento, y luego los seguí.
Darau se encontraba pidiéndole a Nero salir, ir en busca de Lisbeth o alguno de los muchachos. Nero alternaba su atención entre Kadga, quién siseaba algo, y su hijo, diciendo que no siguiera insistiendo. Me llevó un momento entender cuál era el pedido de Darau y la respuesta de ella. Tomé al niño y lo llevé a un costado, tratando de explicar lo mejor que podía sobre la situación. Por supuesto, la cara de malhumor no se hizo esperar, pero se quedó sentado en una de las sillas, balanceando los pies.
Tomé asiento y miré a Nero cuando sentí su toque. Así como dos días atrás, estaba con sus ojos caídos, y ahora se añadía el ligero temblor que la recorría de vez en cuando. Sujeté su mano, ganándome su atención por un instante. Vi la sonrisa de medio lado que salió de ella, la misma expresión que hacía de vez en cuando.
—¿Pasa algo? —preguntó Kadga, dando un sorbo a la infusión que se había preparado. Nero negó con la cabeza, volviendo a la expresión serena, casi cansada, con la que había llegado. Contuve las ganas de señalar que estaba bastante inquieta, que cada día se veía más y más cerrada en sí misma. Una mirada rápida a Kadga no me hizo saber si era o no normal que estuviera así. Quería romper con el silencio, pedir que nos dijeran más sobre lo que pasaba con Nero. Había tomado aire cuando fui consciente del ruido de afuera. Nero soltó un gruñido y apenas tardó más que unos momentos en ponerse de pie antes de que Kadga la frenara, diciendo que ella iría. Kertmuth se puso de pie, alegando que no pensaba dejarla sola—. Iré sola.
Vi a mi amigo bufar, queriendo negarse a la vez que sus propios pensamientos refutaban cualquier razón para ir. Al igual que Nero, se hundió en la silla, pegado a la ventana, mirando hacia afuera. Si debía ser honesto, la curiosidad y la indiferencia eran igual de fuertes. Salir y ver era igual a mantenerme con el resto adentro. «Tampoco me dejaría ir», razoné mientras Kadga se marchaba a la puerta principal.
Ni bien salió, ambos se dirigieron a la ventana, como si fueran dos viejas chismosas. Sin lo último, pero la actitud era la misma. Darau pronto los siguió, también asomándose. Solté un suspiro, poniéndome de pie para decirles que dejaran las cosas, si era tan delicada la situación como la habían planteado, no lo estaban demostrando. Aun así, no pude evitar quedarme observando lo mismo que ellos.
Hombres flacos como los que había intuido noches atrás, con faldas que podían cubrir desde la rodilla hasta prácticamente dejar las piernas desnudas. La mayoría tenía armas aferradas al cinturón, parecidas a espadas o navajas. Al verlos en plena luz del día, no pude evitar pensar en lo flacos que eran, como si sus cuerpos intentaran mantenerse lo más pegados a los huesos que podían, creciendo siempre hacia arriba. Todos tenían la cara como chupada, de ángulos afilados. Me atrevía a decir que algunos incluso sacaban las lenguas brevemente. Frente al grupo, con ropas claramente más complejas, había un hombre de cabello blanco, con la piel tirante y gestos tan controlados como los de Kadga. Apenas podía ver cómo movían los labios para mostrar ligeramente los dientes, sin ninguna expresión en sus facciones.
—Si será maom muemen —resopló Nero. Solo Darau pareció entender lo que dijo, pero no se molestó en traducirlo para nosotros. Antes de que pudiera pedirle que nos explicara, se apartó bruscamente de la ventana, dando fuertes pisotones. En un acto reflejo, la tomé del brazo, ganándome una mirada molesta al frenarla—. Déjame ir, tengo que defender a Kadga.
—Kadga no quiso que te involucres —señalé, mirándola fijamente a los ojos. ¿Para qué mentir? Temblaba al ver cómo sus ojos se volvían salvajes, cómo el vello que empezaba a cubrir su cuerpo se volvía más grueso—. No tientes a la suerte —murmuré, más para mí que para ella—. Esperemos, si ella no lo puede manejar...
—No pedirá ayuda incluso si su vida está al límite —gruñó, soltándose de un manotazo. Respiré despacio, intenté de todas las formas posibles de encontrar las palabras para que al menos entendiera mi punto. Antes de que pudiera lograr tal cosa, Nero se alejó hacia la puerta, decidida.
—Kadga se sentirá insultada —logré improvisar, haciendo que ella se frenara justo cuando iba a abrir la puerta. No tenía idea de qué había activado en su cabeza, pero aproveché para acercarme—. Te pidió que no interfieras, ¿vas a faltarle el respeto a su pedido? —seguí, tirando con cuidado de ella hacia atrás. Nero no dijo nada por un momento, completamente ensimismada, antes de sacudir la cabeza y mirarme a los ojos.
—Si no confiara en ella, no habría escuchado su pedido cuando lo dijo —señaló con la voz peligrosamente grave—. No confío en los otros.
—¿Y crees que Kadga no puede manejarlos por su cuenta?
—Sí, pero...
—No suenas convencida —señalé, apartándola un poco más de la puerta. Me dedicó una mirada breve, dudosa, pero no parecía surtir efecto como esperaba. Apreté los labios, recordándome que ella no tenía ningún motivo para estar haciendo caso a lo que decía. Iba a formular una disculpa, dejar que se marchara, cuando ella empezó a hablar.
—Déjame ir, al menos para mostrarles que no está sola. —Asentí, dejando caer los hombros con un suspiro derrotado y vi cómo se marchaba. Kertmuth pasó a mi lado, dándome una palmada antes de seguirla. Ni bien abrieron la puerta, el sonido de siseos se hizo audible, todos los pares de ojos se dirigieron hacia ellos, incluidos los de Kadga.
—¿Qué significa esto? Mantente fuera, sembeina —escupió el de pelo blanco, ganándose un encogimiento de hombros de parte de Nero. Supuse que una de sus sonrisas confiadas y desquiciantes estaría ocupando su rostro—. Princesa Shansi, a esto se refiere su Ilustre Majestad, deje que la plebe esté lejos de su sangre.
Kertmuth caminó hasta ponerse junto a Kadga, quien guardaba silencio absoluto, y rodeó su cintura con un brazo. Sin dar tiempo a que nadie pudiera decir o hacer algo, la besó. Negué con la cabeza, tratando de no reírme ante la cara de absoluta sorpresa de los visitantes. Podía sentir como el desagrado se condensaba en todo el aire. Nero reía con fuerza, encantada con el espectáculo.
—Perdona querida, deja que les aclare sobre nuestro compromiso —dijo mi amigo, sonriendo como si hubiera hecho una travesura. Por supuesto, el escándalo de los otros presentes no se hizo esperar, pronto fue más que audible el chillido del interlocutor, exigiendo una respuesta para todo aquello—. Yo debería ser quien debe tener respuestas, magmeliano. Mi mujer se encuentra descansando y viene a perturbarla estando es su estado, ¿quién se cree que es?
—Alteza Shansi tiene mejores pretendientes en el Reino que un miserable tagtiano —gruñó.
Nero no tardó en soltar un comentario, poniendo en duda si era realmente mejor lo que tenían para Kadga. Por supuesto, el emisario no se lo tomó para nada bien, y estuvo a punto de caminar hasta la magmeliana para dejarle en claro qué pensaba. Kadga tuvo que interferir, diciendo que no tenía nada para volver y le dijera exactamente eso a Shinu. El hombre respiró profundo antes de marcharse con el resto. Nero fue la primera en volver adentro, con el rostro pálido y los ojos desenfocados. Antes de que entendiera bien qué estaba haciendo, corrí hacia ella, agarrándola justo cuando sus pies empezaban a ceder y la rodeé con mis brazos.
Escuché que murmuraba una disculpa, innecesaria, y añadió necesitar sentarse un momento. Habría dejado que ella fuera arrastrando los pies, pero viendo la expresión de Kadga, llamé a Darau.
—Iremos a mi casa, descansen ustedes —dije, intentando ignorar la reacción de Nero. Su amiga asintió despacio y me pareció ver un agradecimiento en su expresión. «Podría estar imaginando cosas», me dije mientras pasaba un brazo por debajo de las rodillas de Nero, quien soltó un chillido e inmediatamente me pidió que la bajara—. Apenas puedes caminar.
—¡Igual! Bájame —gruñó, sosteniéndose de mi cuello.
—¿Quieres descansar pronto o en un rato más largo? —pregunté mientras salía por la puerta. Ella abrió la boca, seguramente diría algo sobre ir por su propia cuenta o algo similar, pero pareció pensarlo mejor y soltó un gemido exasperado. Darau iba a mi izquierda, de modo que Nero podía verlo mientras avanzábamos. Por supuesto, no faltaron las miradas inquisidoras –y algunas venenosas– sobre nosotros a medida que atravesábamos el centro del pueblo.
Ni bien llegamos a la puerta de mi casa, bajé a Nero con cuidado y ella de inmediato se puso a un par de pasos de distancia, apoyándose contra la pared. Solté un suspiro mientras abría la puerta, dejando que ellos pasaran primero. Ella fue directo a las escaleras, seguramente a encerrarse en la habitación que había logrado despejar el día anterior. Darau se quedó conmigo en el comedor, lo vi sumido en sus pensamientos, completamente silencioso, y lo dejé estar mientras empezaba a preparar alguna comida que fuera sencilla. Las ganas de ponerse a crear un plato complejo no estaban en ningún sitio ese día, una sopa o algo de carne salada con abundantes verduras tendría que bastar.
Estaba en medio de elegir los ingredientes cuando escuché al pequeño decir algo inteligible. Me giré, preguntándole si había dicho algo, a lo que él repitió:
—A mamá le gusta estar aquí.
Mi pecho y cabeza parecieron reaccionar de todas las formas posibles a ello, dejándome completamente quieto y sin palabras para empezar a procesar lo que decía. Eché una mirada rápida a la escalera, queriendo asegurarme de que Nero no estuviera cerca, antes de preguntarle a Darau por su afirmación.
—Ya me habría dicho que nos vamos —dijo con un encogimiento de hombros—. Además, tiene que elegir a mi papá.
¿Para qué mentir? Mi reacción interna quizás fue la de alguien desesperado, deseando pedirle que fuera a llamar a su madre en ese instante. «¿Y qué te hace creer que siquiera le interesas? Bien podría irse antes de que te des cuenta», bufé para mis adentros mientras sentía que mis mejillas ardían.
—¿Por qué?
—Porque ella lo dijo —respondió, apoyando su mentón sobre la mesa—. Dijo que la mamá es quién elige al papá, no el hijo.
Asentí despacio, rumiando las palabras. Di un último vistazo en dirección a las escaleras antes de obligarme a concentrarme en la comida. «Luego te pones a pensar en si te interesa tener pareja o no».
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