entrenamiento
Día 22, mes tepsemireb, año 5770.
Pasé una mano por mi rostro al levantarme, sintiendo que el cansancio de esa altura del año estaba llegando mucho antes de lo que me hubiera gustado. La rutina de todas mis mañanas seguía siendo la misma, levantarme, bajar a prepararme un desayuno, salir con el aire fresco de la madrugada, se había agregado el encontrarme con Nero y su hijo a medio camino, luego me iría a clases envuelto en un silencio incómodo con el pequeño.
—Kertmuth dice que eres incapaz de dar clases solo por más tiempo —respondió Nero cuando le pregunté qué se supone que estaba haciendo. No sabía si debía ofenderme, dejar que la extraña felicidad que palpitaba dentro de mí siguiera creciendo, o simplemente asentir como el soldado que era. Ella se encogió de hombros, como si tampoco estuviera del todo segura sobre lo que acababa de decir—. Fue insistente.
—Apareció tres veces ayer repitiendo que lo pensaras bien —aportó Darau, ya con sus ojos verde espectral buscando algo en todas las direcciones. Esa información tampoco me dejaba decidir qué de todo lo que sentía dentro era lo que predominaba. «¿Y si lo dejas para la noche? Cuando no la tengas cerca y puedas al menos fingir que sigues siendo completamente racional», refunfuñó una parte de mí.
—Nero estará viendo cómo hacemos los tagtianos para volvernos más fuertes —les dije a mis alumnos cuando estuvieron formados. Ella miraba desde una de las últimas casas que daba al descampado, con los brazos cruzados y la mirada recorriendo todo el claro, evitando la mía cuando coincidían. La entrada en calor solía consistir en dar unas cuantas vueltas, empezando con un trote, luego corriendo y al final intentando ir a toda velocidad, manteniendo lo más posible las filas. Todavía les faltaba un buen tiempo para poder decir que iban coordinados, pero los veinte niños dentro de todo se mantenían juntos.
Mientras esperaba a que terminaran la segunda vuelta de velocidad intermedia, Nero se acercó, silenciosa, y casi se me sale el corazón del pecho cuando habló.
—Hacen que se pierdan potenciales entrenando así.
Miré a los niños, dando la orden de que en media vuelta tenían que entrar a la última fase. Rumié las palabras de Nero por un momento antes de negarlas.
—Los que son excelentes llegan antes y luego siguen hasta quedar estancados, los que son pésimos terminan alcanzando un nivel en el que pueden llegar a seguirles el ritmo a los otros.
Ella esbozó una sonrisa de medio lado, diciendo que no la había entendido. «Con esa sonrisa y actitud, por supuesto que no entiendo», estuve a punto de responder, pero logré morderme la lengua. Lo que ella quería decir era que a no todos les iba a servir ser una fuerza firme, con un aspecto físico como el mío o el de ella –obviamente le señalé que no había punto de comparación en ello. Su entrenamiento no le permitía la coordinación con otros, sino que llevaba a los soldados a ser más individuales si se potenciaban sus habilidades particulares.
—Diría que no, pero acabo de recordar que nos entrenaban diciendo que cada uno de nosotros valía por siete de ustedes —murmuró, todavía sin verme a los ojos. Chasqueé la lengua, mascullando que eso explicaba su confianza—. La coordinación nace de la convivencia, el entrenamiento debería potenciar lo que ya tienes en lugar de hacer que las habilidades de los mejores queden abajo.
—Ya verás —murmuré en respuesta, a lo que ella soltó una risa entre dientes. Me llenaba de cierta emoción cálida escucharla, pero no podía estar de acuerdo con lo que proponía, no cuando yo había sido el que tuvo que correr para alcanzar a Malina—. Bien, ¡formados!
Nero no me dijo mucho más ese día, concentrada en observar la clase. Me sentía como un niño frente a los padres, queriendo demostrarles que podían estar orgullosos; solo que aquí no buscaba enorgullecer a nadie. Darau era el que parecía tomarse más en serio la clase de hoy, no que no lo hiciera en las otras clases, pero esta vez parecía estar con los ojos fijos en el frente, no emitía ningún comentario. Hizo tantas o más flexiones de brazos que sus compañeros, practicó los movimientos que le dije, pero lo que más me llamó la atención fue a la hora de combate.
—Creo que le enseñé mal —comentó Nero cuando volví al frente, estaba con el rostro serio y observaba al resto de los niños con una mirada como de quien conocía del tema. Fruncí el ceño, Darau era uno de los que mejor llevaba el combate y estuve a punto de decirle que me resultaba igual de impresionante que su forma de lidiar con los bandidos—. No está siendo eficiente con los movimientos, tiende más a la evasión que al ataque —enumeró y pasó a ver otros—. Aquellos de allá deberían trabajar la forma de dar golpes con los puños, quizás incluso ver el tema de balancear el cuerpo para que las patadas sean mucho más efectivas.
—Luchamos mayormente con armas —le recordé, ella me miró un momento antes de encogerse de hombros, alegando que eso no cambiaba lo que estaba señalando—. Entiendo el tema de tener un mejor estado físico, pero la idea es que no reciban balazos ni se enfrenten cuerpo a cuerpo con una bestia.
Nero hizo una mueca y mis ojos se dirigieron hacia el hombro herido, justo el que estaba junto a mí. Ese día llevaba una camisa, una que se abría a la altura de su pecho, y cubría hasta la altura del codo. Lo movió y relajó un poco el cuello. Estuvo en silencio un momento antes de chasquear la lengua y soltar un suspiro.
—En una guerra contra tagtianos, tu método sería el más efectivo —dijo y contuve el aire cuando sus ojos se posaron en los míos. Tenía una mirada desafiante, rodeada de cierta diversión—. Pelean contra los que alguna vez fueron mis compatriotas, seres que no puedes matar con una bala normal.
Fruncí los labios y volví a observar a la clase. La gran mayoría se encontraba rodeando al otro, intentando no sufrir un ataque repentino, a una distancia prudencial. Ni siquiera Darau parecía estar dispuesto a dar un paso al frente contra su compañero de batalla. Dejé que pasara un tiempo, hasta que mi estómago empezó a doler del hambre y el sol estuvo pasado de su cénit. Hice la despedida, por terminada la clase y me giré hacia Nero, preguntándole su opinión.
No pude evitar verla como lo había hecho exactamente dos semanas atrás. Había sido como encontrarme a una criatura del bosque, una de las que aparecían en las historias que me contaba mi padre antes de irme a dormir: salvaje, bella y como de otro mundo. ¿Para qué mentir? Mi cuerpo entero gritó por salir corriendo en cuanto vi cómo terminó el monstruo que había decidido hacerles daño a los niños. Aunque la había encontrado desnuda y bañada en sangre... «Definitivamente necesito comer, ya estoy empezando a alucinar», pensé, sacudiendo la cabeza, como si con eso pudiera espantar por completo la imagen.
—Me encantaría seguir con esta conversación, pero es probable que Kadga necesite que la ayude con algunas cosas —dijo, sacándome del trance. Abrí la boca intentando frenarla un momento, mas todo lo que fui capaz de pronunciar fueron intentos de sílabas.
—Antes de que te vayas a hacer eso, dime, ¿al menos vas a considerar lo de dar clases?
Ella me echó una mirada sobre el hombro, deteniéndose a unos cuantos pasos de donde estaba. Aguardé, distrayéndome con cada uno de los gestos que hacía, morderse el labio, hacer muecas e incluso cuando sonrió no pude dejar de distraerme. Había una caótica armonía en su forma de ser, y asumí que me había respondido algo similar a que lo tendría en cuenta.
Pasé una mano por mi cara, sintiendo las mejillas rojas. Tenía la impresión de que varios del pueblo estaban observándome, sorprendidos, molestos, indiferentes o curiosos. Sabía que no debía verme en aquel estado, que debía actuar en base a nuestras experiencias con ellos, con las bestias que nos habían dejado reducidos a nada más que un puñado de gente encerrada.
—Se nota que deberíamos echarlas, ¿no te parece, Cole? —la voz de Angered casi me hizo saltar en el lugar, espantando a mi corazón en el proceso. Su rostro, el cual había sobrevivido a unas cuantas peleas contra los magmelianos sin un rasguño, ahora tenía un vendaje cerca del ojo. Pasé mi vista de él a Nero, y luego volví a enfocarlo, sospechando de hacia dónde quería ir. Me habría gustado decirle que sí, que debían marcharse antes de que los empezara a ver como uno de los nuestros, antes de que me olvidara de lo que eran capaces. Sin embargo, todo lo que pasaba por mi cabeza era un silencio absoluto, ninguna palabra en su favor, nada a lo que aferrarme sin poner peros. Sí, Nero era un peligro, lo había visto varias veces, las señales estaban claras, pero no podía evitar sentirme intrigado hacia su persona. Bien podrían ser una célula enemiga, preparándose para invadirnos y acabar con nosotros, pero no encontraba razones para que ellas en particular lo quisieran hacer. Todo tenía algún "pero" después de la afirmación.
—Me parece que habrá que asegurarse de que sean las mejores armas con las que podamos pelear —dije, casi en un murmullo. Escuché a Angered bufar, rezongando sobre que pasaba demasiado tiempo con Kertmuth y había perdido de vista el objetivo final.
—No necesitamos más armas raras —gruñó y se acercó un poco más, bajando el tono hasta que solo yo pudiera escucharlo—. Casi logro ponerme en contacto con las Fuerzas Especiales de Tagta, ¿puedes creerlo? Si conseguimos que nos ayuden, nos libraremos de esta plaga y podremos volver a vivir en paz.
¿Para qué mentir? La idea sonaba tentadora, pero no me entusiasmó tanto como quizás debió haberlo hecho. «¿Ni siquiera consideras que podría haber más mujeres de tu tipo?» Lo gracioso, empezaba a creer que entraba en ese estado donde lo único que me interesaba ver a Nero, lanzando personas con la misma facilidad con la que cargaba cajas. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza.
—Habla con Kertmuth o con Malina sobre el asunto, ellos son los que controlan esos asuntos, no yo.
—Sí, pero todos sabemos que eres más influyente que el resto. Al menos cuando se trata de ellos —dijo él, volviendo a enderezarse—. Los dos somos conscientes de que Kertmuth es capaz de desoír a Malina, y que hace rato debería estar siendo castigado por ello. Tú no lo haces y varios te tienen como ejemplo a seguir.
«Deberían buscar a otro ejemplo o ídolo», moría por decir. Suspiré, diciendo que haría lo posible, y me marché, recorriendo los alrededores del pueblo, intentando que mi cabeza se concentrara en otro tema, en vano. Caminé un cuarto del recorrido y luego volví, sintiendo que tenía el pulso acelerado a pesar de que apenas había hecho algo más que caminar y con el juicio nublado hasta cierto punto. Me encerré en mi casa hasta bien entrada la noche, donde los pensamientos siguieron dándome vueltas, enloqueciéndome. Cerraba los ojos y la podía ver a ella, a la vez que me había reclinado, como si fuera a besarla, con ella todavía con rastro de sangre en su barbilla.
Tomé una ducha, creyendo que, si dejaba que el agua me rodease, dejaría de darle tantas vueltas al asunto. Salí un poco más tranquilo, aunque no por el agua. Al verme en el reflejo había notado ese brillo que hacía años que no tenía, las mejillas coloradas y dejé de verme en cuanto empecé a imaginar lo que no debía.
Allí estaba, en medio de la noche, con unas viejas gafas nocturnas, con mi arma al hombro, recorriendo los alrededores, sumido en el silencio nocturno. Inhalé, concentrándome en el olor a bosque, y luego dejé que el aire de mis pulmones saliera en una exhalación.
Estaba casi por terminar mi viejo y conocido recorrido sin mayores percances cuando mi cuerpo entero se frenó. Kertmuth me había contado alguna vez que a veces tenía la sensación de que iban a atacarlo, como si supiera por instinto dónde estaban los monstruos. También lo había sentido en algunas –raras– ocasiones; se parecía a una especie de saber, un conocimiento, una afirmación ominosa, que aparecía en mi cabeza y no podía decir que no era verdad. Subí al árbol más cercano, resoplando un poco ante la dificultad, y logré acomodarme justo antes de ver pasar a una de las criaturas más grandes que jamás hubiera visto. Era completamente negro, con ojos que brillaban en la oscuridad. Gruñía, un sonido constante que se interrumpía únicamente con sus respiraciones pesadas. Resultaba casi imposible ver del todo bien su silueta, pero definitivamente no era, ni de lejos, la criatura que Nero había despedazado, ni parecido. Estuvo un rato, uno largo, parado debajo del árbol donde me ocultaba, en silencio, quieto, observando con sus ojos marrones brillantes. Contenía el aliento, rogando que se marchara, que diera media vuelta y no mirara hacia arriba.
Estuve un buen rato, considerando si debía o no disparar, corriendo el riesgo de que la criatura fuera bastante inteligente como para saber que yo había disparado. Había empezado a acomodar el cañón, apuntando hacia un punto lejano, cuando la criatura, emitiendo un último gruñido, dio media vuelta y se marchó. Avanzaba con pasos silenciosos, pero me dio la impresión de que era una de las criaturas más grandes que había visto. Conté hasta setenta y bajé del tronco, casi corriendo de regreso al pueblo.
A mitad de camino, giré hacia la derecha, hacia la parte destrozada del pueblo, e hice el esfuerzo por recordar cuál era el edificio que Nero había ocupado. Sospechaba que me iba a lanzar algo por la cabeza, que me diría algo sobre despertarla en medio de la noche. Estaba por llamar a la puerta cuando ella abrió, dejándome en la incómoda postura con el puño alzado en el aire.
—¿Qué quieres? —preguntó y, en cuando caí en la cuenta de lo que ella llevaba puesto, las palabras se atoraron en mi mente. Titubeé antes de volver a enfocarme, ignorando la piel que podía ver sin ningún problema, aunque eso no evitó que mi cabeza pudiera concentrarse.
—Creo que hay algo más jodido que lo que mataste la otra vez —logré decir, mirando en cualquier dirección menos hacia ella.
—¿Qué tanto más jodido? ¿Estás bien? —«No, no lo estoy», estuve a punto de decirle. Me invitó a pasar y eso hice, aunque no podía evitar sentir que mi inquietud iba en aumento—. ¿Cole?
—¿Podrías ponerte algo? —casi gemí la pregunta, lo que aumentó mi bochorno por encima de cualquier otra emoción. La escuché reír entre dientes y pronto la tuve cerca de mí, y vaya que me estaba volviendo loco al sentir que el espacio entre nosotros se volvía cada vez más ínfimo. Como un insecto atraído a la luz, la miré, estaba con una remera que apenas le cubría los pechos y vientre, su cabello negro caía como una cruel burla a sus costados, abajo no llevaba más que una prenda que le cubría parte de la cadera y comienzo de los muslos. Tenía una sonrisa divertida, Hustn sabría que eso simplemente lo volvía todo peor—. Lo digo en serio Nero, en otro momento puedes atormentarme todo lo que quieras con tus encantos femeninos...
—Cole, te lo tomaría más en serio si fueras capaz de verme a los ojos mientras me dices eso —dijo a la vez que apoyaba uno de sus brazos contra la pared. Se me secó la boca y tuve que respirar hondo para recuperar parte de la concentración.
—Luego no te quejes si empiezo a... No importa —me corté, sacudiendo la cabeza y evocando la bestia, la sensación de que estaba a un pelo de ser convertido en un almuerzo—. Apenas pude verlo, pero creo que sería de al menos mi altura, parado sobre sus patas, tenía ojos marrones y estaba gruñendo todo el tiempo.
Nero frunció el ceño a medida que continuaba contándole sobre mi encuentro, se apartó –obra y gracia de mis plegarias silenciosas a Hustn– con una expresión preocupada. La vi mirar de un lado a otro, pasando una mano por su cabello, apartándolo de su rostro y dejando a la vista los costados con el pelo más corto. Llevé dos dedos a mi garganta, tocando disimuladamente allí donde el pulso era más fácil de sentir, y vaya que tenía el corazón acelerado.
—Si es lo que creo que es... Pero Nakuro había hecho algo para prevenirlo... —y dejé de entender en cuanto empezó a emitir los gemidos y lo que, creo, era su idioma natal. ¿Quién en su sano juicio se inventaba un idioma que sonaba así? Pasé una mano por mi rostro, respirando hondo antes de volver a prestarle atención. Caminaba de una punta a la otra de la habitación y estaba a punto de pedirle que por favor se quedara quieta, cuando se frenó y giró hacia mí—. ¿Pudiste ver algo más? Si tenía alas o algo así.
—Creo que dejé en claro que estaba intentando no morir.
—Y me parece bien, pero hay una gran diferencia entre tener a alguien como Rei y tener a... Oh... Tenemos que hablar con Galyon —dijo, agarrándome los brazos.
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