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enfrentamiento

Día 17, mes corbeut, año 5770.

No sería prudente de mi parte decirte que hagas aquello que te llama, dado que aquello es un recurso que nos deja sin defensas ante el verdadero mundo que se despliega ante nuestros ojos.

Tiré agua sobre mi rostro, sintiendo con total claridad que todas las miradas estaban puestas sobre mí. Así como lo había hecho en el Monasterio, no me permití dejar que el temblor de mis entrañas me impidiera moverme con firmeza. Sequé mi rostro con la tela de mi ropa, segura de que más de uno estaban empezando a querer salir corriendo. Escupí, queriendo gritar una maldición al ver que salía un poco de sangre de mi boca.

Galyon estaba tirada sobre una mesa, jugando con lo que suponía que era un salero vacío. Rei estaba un poco más animada, sus ojos se veían más brillantes, aunque su expresión seguía siendo la de derrota. Kadga lanzaba su daga al aire, atrapándola tanto por el mango como por el filo. Darau dormía en unas sillas. Las nuevas integraciones eran Kertmuth y Cole, ambos con las mejillas algo coloradas y mirando en todas las direcciones. No se me escapaban las miradas que Cole me dirigía de vez en cuando; tampoco ayudaba mi propio cuerpo.

—Bueno, asombrosamente, están silenciosos los ventinos —dije, sentándome cómodamente en un banquito que tenía cerca. Kadga dejó de jugar con el filo.

—Dejaste un mensaje —señaló. Apreté los labios y sonreí, murmurando que no había podido resistirme. Por supuesto, a mi amiga no le cayó en gracia enterarse de aquello—. Van a pelear.

—No lo creo, no sabiendo que están en un terreno que no les favorece —dije, aunque de inmediato empecé a ver dónde podría haber unas cuantas fallas en mi afirmación. Conociendo el estilo de combate del ejército real, de hecho, podía creer que se encontraban en ventaja. Kadga no tardó en confirmarlo.

—Entonces... ¿Sí van a invadirnos? —preguntó Kertmuth, tamborileando sobre la mesa. Las cuatro intercambiamos miradas. Iba a responder, pero Rei se adelantó.

—Están demasiado lejos de su territorio. —Negó con la cabeza y se rascó la mejilla—. Magmel no tiene ni siquiera algo más rápido que una carreta tirada por un ciudadano. Aunque Tagta se encuentre en caos, la Federación no puede considerar siquiera extenderse.

—Creí que tendrían tecnología similar a la nuestra.

Arqueé una ceja.

—Los yukuterianos que quedan son capaces de volar rápido, escupen fuego y tienen la piel más resistente de todos los Reinos —señalé. Galyon no tardó en sentarse recta y vi que tomaba aire para corregirme, pero pareció pensarlo mejor antes de volver a su posición inicial—. En general, lo que ustedes hacen con... eh, aparatos, nosotros lo tenemos de manera natural.

—O consumiendo algunas cosas —señaló Galyon. Juro que Kadga me estaba clavando más que cuchillos ante la mención. La miré y, en mi lengua nativa, no tardé en decirle que no podía ser ella precisamente la que me recriminara por las cenizas.

En respuesta a ello, Kadga empezó a preparar una bebida. Rodé los ojos, sabiendo muy bien que tendría que tomarla y no sabría ni siquiera a algo pasable. Aunque hacía rato que no me dolía la cabeza, empezaba a notar que mis músculos temblaban de tal forma que bien podrían parecer calambres, incluso el deseo de volver a esa casa abandonada, donde ya no quedaba nada más que la caja con las cenizas listas, se hacía una constante con la que pelear.

—Entonces sólo quieren atrapar a Kadga y luego se van —dijo Cole, pasando una mano por su barbilla. Casi me olvido de responder que así era, y añadí que probablemente iban a intentar convencerla con una especie de trato. Dudaba que ese fuera el caso, pero no perdía nada con creer que actuarían como siempre—. ¿Qué ganan llevándosela?

—Herederos —escupió. Me mordí el labio inferior, asintiendo despacio a la vez que me removía, incómoda. Cole me miró, esperando una explicación, y se la iba a dar, hasta que Kadga lo hizo, cortando con más fuerza de la necesaria al limón. A medida que seguía contando, veía cómo sus dedos se cerraban con excesiva fuerza al exprimir la fruta. Casi me dio pena ver el jugo y la pulpa que salía, manchando la mesa que había limpiado poco tiempo antes. Murmuré un "pobre fruta, no tenía ninguna culpa" cuando me dio la bebida, obviamente con el dichoso polvo blanco.

—Te pasaste con el jugo de la fruta —dije con una mueca, echando la cabeza para atrás para acabar con la bebida. No se disculpó en ningún momento—. En fin, hay que organizar una forma de dejar a los rastreros fuera de juego.

Todos quedaron en silencio, mirándose mutuamente. Un movimiento repentino por parte de Darau hizo que dejara de preocuparme por el resto y me moví hasta su lado, sintiendo que mi corazón empezaba a encogerse al notar que volvía a estar con una expresión de sufrimiento. Escuché a los otros que comenzaban a esbozar una idea, pero era como un ruido lejano. Tanto me estaba centrando en mi hijo que el toque de Cole casi hace que termine en el mundo de las sombras.

—Perdona —murmuró, retrocediendo con una mirada inquieta hacia el puño que había levantado en su dirección. No tenía idea cómo lo había frenado, pero era una suerte que hubiera sido así—. ¿Qué le pasa? —preguntó, soltando mi mano. Volví a ver a Darau, apartando un mechón de su cabello.

—No tengo ni la más remota idea, suele tener pesadillas, nunca las recuerda —dije, intentando captar un par de palabras que estuvieran diciendo los otros, pero mi cabeza no podía centrarse en nada más que en mi pequeño. Cole seguía estando cerca, podía notarlo como una especie de calidez que empezaba cerca de donde estaba él, pero el anterior nerviosismo, el que me había helado las entrañas alguna vez, ya no lo notaba.

Su mano se apoyó con cuidado en mi hombro por un momento antes de alejarse. Lo seguí mirando por el rabillo del ojo, pendiente de cada movimiento, por mínimo que fuera, de Darau. Murmuró algo, pero no llegué a escucharlo, pues Kadga me llamó.

—Ven un momento —dijo, señalando la silla vacía que quedaba en la mesa. Acaricié por última vez la cabeza de Darau antes de ocupar el lugar que me habían dejado. En la mesa habían dejado una pequeña hoja donde Galyon anotaba de todo un poco, desde lo que parecían ser posiciones, direcciones de ataque y las construcciones que había en el pueblo. Ante el pedido de todos ellos, tomé la hoja, escuchando lo que habían llegado a concluir.

Kadga recordaba un poco cómo había sido Shinu durante su época en el palacio, iría por la vía educada y por la fuerza a la vez. Según ella, enviaría a un emisario para negociar su regreso, con un soldado o alguien sigiloso que buscaría dejarla fuera de combate en caso de que se negara rotundamente.

—¿Y quieres que yo me haga cargo de él?

—Espantarlo —corrigió, mirándome directo a los ojos. Mordí mi labio antes de asentir, murmurando para mí que era más fácil dejarlo hecho un cuerpo lleno de moretones que intimidar. Kertmuth añadió que esperaban que fuera de día, dado que era su mejor momento. Asentí con la cabeza, aunque dudaba que fuera del todo cierto. Un intercambio silencioso de palabras con Kadga me confirmó que era indistinto—. El sol ayuda. Pero es igual.

Suspiré, preparándome para decir que teníamos todo cubierto. Estaba por pronunciar la primera palabra cuando Darau se despertó gritando al mismo tiempo que la puerta del fondo parecía haber explotado. Las sillas cayeron en medio de un gran estruendo. Corrí hacia mi niño, alcanzándolo justo cuando una ventana cercana se rompía.

Los ojos de Darau brillaban, como si dentro de sus ojos hubiera un fuego espectral. Un gruñido hizo que volviera la vista al frente. Maldije en mi lengua, apretando al cuerpo de Darau que se sacudía.

Era casi tan alto como yo, de pelaje gris, con un hocico deformado por cicatrices de dentelladas. Mi mandíbula empezó a crujir, al tiempo que el ritmo de mi corazón se volvía más lento pero fuerte. Desafié a los ojos amarillos que me observaban con cada paso que iba dando. Retrocedí hasta que escuché cómo se rompía la ventana a mis espaldas. Una bestia idéntica se sacudía los restos de su pelaje.

Escuché el sonido de un disparo y me agaché. Los gruñidos se intensificaron y escuché un ladrido antes de que una bestia empezara a gimotear.

—¡Dámelo! —gritó Cole, apareciendo a mi lado. Le dije que ni pensaba hacerlo—. Yo no puedo contra estos.

Mi cuerpo reaccionó antes que mi cabeza. En un momento estaba atrás de Cole, sujetando a Darau como si fuera a desaparecer, y al siguiente el mundo era de colores grises. Levanté mi mano, sintiendo que caía algo líquido de mis nudillos. Respiraba con dificultad y podía sentir la necesidad primitiva de rugir.

Un sonido en particular llamó mi atención. Un siseo seguido de que parecía ser como gotas de agua cayendo a montones. Reconocí la silueta de Kadga, enroscando su cola de un color marrón-rojizo alrededor de otra bestia. Avancé hacia ella, gruñendo y sintiendo que mi cuerpo estaba algo pesado.

Con mi cercanía, sus ojos se dirigieron hacia mí. Sacó los colmillos del pelaje y siseó peligrosamente en mi dirección. Le enseñé los dientes, antes de girarme hacia una de las ventas rotas.

El olor a sangre empezaba a colarse por mi nariz. Podía sentir cómo mi cabeza se iba convirtiendo en una cosa borrosa, cómo mi cuerpo realmente me dejaba de pertenecer. El hambre empezaba a ser intolerable. Salí, sacudiéndome los pequeños pedazos que se hubieran quedado en mi pelaje. Había sangre por doquier, escuchaba gruñidos, gritos y explosiones.

Agarré a una de las bestias que se acercaban a mí, deteniéndola justo antes de que sus colmillos se clavaran en mi piel. Rugí.

Sabía que estaba en medio de una euforia, fuera de mi propio control. Podía notar que mi cuerpo tiraba en dirección a los cuerpos que avanzaban hacia mí. Mi boca estaba llena de saliva, el estómago se retorcía de dolor. Di pasos lentos, resoplando, oliendo el aire. Dos anánimos saltaron al mismo tiempo sobre mí. Frené a uno, destrozándole el cuello sin mucha dificultad con mis manos. El otro casi me tira contra el suelo al caer sobre mi costado. Sus dientes intentaban clavarse en mi piel, podía notar ligeros pinchazos de dolor allí donde se apoyaban las. Consumida por la furia, agarré su hocico con mi mano libre, apretando hasta que ni siquiera pudo emitir un chillido lastimero.

Tiré y aprisioné a uno que saltó después contra el suelo, destrozando su vientre con mis dientes. Escuchaba los chillidos de dolor, podía oler el miedo que lo invadía y mi cabeza se volvió más pesada, casi imposible de comprender algo más que el hambre voraz. Seguí devorando hasta que no quedó ningún órgano. Gruñí, molesta ante la sensación de vacío y desesperación que seguía sintiendo. Otra bestia saltó sobre mí y corrió el mismo destino que el anterior.

Arrancaba piel, carne, todo lo que estaba a mi alcance, pero el hambre seguía creciendo.

Y mi miedo también.

Lloraba para el momento en el que el mundo se volvía una cosa lejana, algo que apenas podía comprender, más allá de mi anhelo por devorar. Creía escuchar mi nombre, pero era como si el lenguaje se fuera desvaneciendo de mi memoria.

«Por favor, no, no...»

Sacudí mi cabeza, llevando ambas manos a mi cuello cuando lo último de mi conciencia que empezaba a desvanecerse. El cuerpo me resultaba ajeno, pesado, demasiado trabajo para seguir siquiera esforzándome para mantenerme a flote. Aumenté el agarre, obligándome a que el aire no pasara por mi garganta.

—Mira, parece que esta sí es.

—Dudoso el método, pero creo que podemos empezar con el entrenamiento para el próximo Guerrero.

—¡JA! Si las nuevas carnes fueran así de capaces, ya habríamos conquistado Tagta hace siglos.

—Toma la dosis y ve aumentando con el paso de los días, Nero.

Boqueé y mi agarre aumentó. Caí de rodillas al suelo, casi perdiendo el conocimiento. «Un poco más», murmuré, temblando, sin poder enfocar nada. Más voces de los Monjes sonaban en mis oídos. Podía oler el constante olor a metal que me había acompañado por semanas, la sensación de tener un trozo blando entre los dientes y la lengua pesada.

Por fin, todo se puso negro.

Era la peor y mejor parte, donde parecía que volvía a mí, como si volviera a nacer, aunque sabía que no estaba todo. Si me hubiera cortado un dedo, una pierna o algo por estilo, la pérdida sería similar. Quizás no tanto. Pero siempre me veía sumida en un mismo sueño.

Veía el Monasterio frente a mí, sobre la cumbre de una de las tantas montañas que nos separaban de Tagta. Escuchaba el sonido de cadenas y luego un tirón en mis brazos. Sentía que me respiraban en la nuca, una respiración fuerte, ardiente, seguido de la impresión de estar sosteniendo una montaña con dos palillos. Intentaba decir que podía, que estaba bajo control, pero el suelo de roca se volvía arena y pronto me encontraba sumergida hasta el cuello.

Y, cuando la arena se volvía agua, despertaba con la sensación de que todo mi cuerpo dolía como nunca. 

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