delimitar
Día 21, mes oastog, año 5770.
Sentía que el cuerpo entero me temblaba por dentro. El bosque me era tan familiar como lejano. Reconocía varios de los senderos que había recorrido durante mi infancia y adolescencia, pero ahora no era extraño ver una que otra marca en los troncos. Faltaba poco para que terminara el amanecer y el sol se terminara de asomar por el horizonte. Antaño, habría sido extraño que no haya pájaros cantando, incluso habríamos confiado en viejas supersticiones.
Detrás de mí, Nero y Kadga caminaban en completo silencio.
—La magmeliana Kadga... es buena —dijo Cole, sobándose un hombro, cuando fue a dar el reporte. No se me pasó por alto el gesto de malestar que recorrió sus facciones—. Lo que sea que hacía antes, espero que no fuera práctica popular —añadió con una mueca.
Observé de reojo a las dos. Kadga tenía la mirada fija en el frente, con el rostro completamente vacío. Comparado con el aire relajado, despreocupado incluso, de Nero, veía mucho más probable que ella tuviera algún pasado complicado.
—¿Crees que podremos manejarlas?
—Supongo, pero lo que sea que hagamos, que siempre las mantenga de nuestro lado —respondió Cole. Ante mi interrogativa, se encogió de hombros, alegando que podrían tener trucos bajo la manga—. Me resultaría raro que fueran incapaces de usar su magia magmeliana para el combate.
La curiosidad bailaba en la punta de mi lengua. Estaba a punto de realizar cualquier pregunta, segura de que obtendría la respuesta. De habernos quedado en el pueblo las habría hecho sin temor, pero en el bosque... las cosas cambiaban un poco. Mi piel escocía ante la probabilidad de que hubiera ojos siguiendo nuestros pasos, ocultos tras las malezas. Cada paso, un susurro en la hojarasca, se sentía como si fuera el último.
El año pasado me había propuesto recuperar el viejo cementerio. Había mandado a un par de soldados para que patrullaran, solo para asegurar que el terreno era seguro.
Nunca volvieron.
De niña había ido contadas veces a ese lugar. Nunca habían faltado historias de fantasmas o de criaturas que nadaban entre las sombras y salían para comer a los incautos. Apreté los dientes, esperando no ser mi última expedición a los lindes del pueblo. Mis manos temblaban y era capaz de notar con claridad las líneas de sudor helado bajando por mis costados.
Los árboles dieron paso a un claro, bastante amplio y que me quitó el aliento. Las plantas habían crecido entre las lápidas viejas, dejando todo en un estado deteriorado. Los mausoleos, casas de piedra mucho más resistente y revestidas, eran los únicos que más o menos se mantenían igual. Todo eso bajo la luz tímida del sol que empezaba a darnos de frente.
Estaba lista para dar un paso al frente, cuando la mano de Nero me frenó en el lugar. Cualquier rastro de despreocupación había desaparecido de sus facciones y negaba con la cabeza. Sus ojos habían adquirido un tono mucho más opaco, me jugaba mi sombra que incluso su piel se había oscurecido varios tonos. Llevó un dedo a sus labios, antes de que pudiera formular un sonido, buscó una roca y la lanzó.
Cualquiera diría que era algo completamente innecesario, yo misma lo creí, hasta que en un abrir y cerrar de ojos, vi aparecer a una criatura que sólo podía haber salido de mis pesadillas. Era tan grande como un oso, tanto o más peludo que éste, pero había un brillo anormal en su apariencia. Olisqueó la roca con cierta curiosidad antes de pararse sobre sus patas traseras. No lo había escuchado llegar y mucho menos creía posible que hubiera sido capaz de moverse a una velocidad imposible.
Oh, por el Códice Sagrado, esa cosa era inmensa. Cole era el hombre más grande del pueblo, alguien que solía agacharse para pasar por las puertas, pero eso lo dejaba en ridículo. Y la situación no acababa allí; dientes afilados asomaban de su labio inferior, visibles incluso desde la distancia. El corazón subió a mi garganta y, de no ser por mi entrenamiento, estaba segura de que habría gritado o algo. Vi en completo silencio cómo el oso monstruoso bajaba las patas y resoplaba antes de desaparecer con la misma facilidad con la que había aparecido.
Todavía tenía la mano de Nero sobre mi brazo, quien me arrastraba con absoluto cuidado hacia atrás. Eché una última mirada al sitio antes de seguirla.
—¿Cómo es que...?
—Es una cruza, una que terminó mal —me respondió Kadga ni bien estuvimos cerca del pueblo.
—Tuvimos suerte de que no estuviera hambriento —añadió Nero, estirando ambos brazos por encima de su cabeza—. Pero va a ser un problema más adelante si se cansa de comer ciervos y animales del lugar.
—Habrá que lidiar con él entonces —dije, intentando recuperar mi compostura. Ambas magmelianas me miraron antes de intercambiar en un montón de ruidos bestiales entre ellas—. Ya sé lo que le has dicho a mi hermano sobre el animal descuartizado, pero tiene que haber una forma.
Nero se mordió el labio inferior, mirando hacia el horizonte antes de bajar la cabeza con un suspiro cansado. Fue Kadga la que terminó dándome una negativa, casi pidiendo perdón por lo que fuera a decir.
—Quizás si-
—No. —La cortó Kadga, empezando a caminar. Las vi mantener una silenciosa discusión antes de que la tabernera soltara un suspiro y se marchara sin decir nada más. Alcé mis cejas en dirección a Nero, esperando que continuara.
—Mira —suspiró—, tengo una idea, pero no me agrada tener que usarla. —Rápidamente le recordé cómo era el trato, ganándome una mirada molesta de su parte—. Quiero que conste que me estoy jugando mi propia vida con esto. Voy a necesitar un sitio para prender un fuego grande, y un almacén que nadie frecuente.
—Dame una buena razón para creer que es una buena idea —exigí, cruzándome de brazos. Nero esbozó una lenta sonrisa de medio lado y se encogió de hombros.
—Es que no lo es.
Contuve la arcada ante lo que tenía frente a mí. Estábamos en una de las casas abandonadas de Jagne, bastante alejada del centro. Nero había llevado una mesa donde un cuerpo de lo que parecía ser un lobo exageradamente grande. La cabeza caía sobre uno de los costados, completamente inerte. Veía a la magmeliana ir y venir de un lado a otro, encendiendo un brasero al que soplaba de vez en cuando. Me removí de un lado a otro, siguiendo con la mirada cada paso de Nero.
—¿Cómo dices que se llama en magmeliano básico?
Sin dejar de acomodar las cosas frente a ella, soltó una risa entre dientes antes de responder:
—Moun mooun, no existe un magmeliano básico. Pero la traducción más cercana, aunque no factible, sería... —Frunció el ceño, buscando las palabras—. Restos filtrados —dijo, chasqueando los dedos y con la mirada algo iluminada, aunque pronto volvió a concentrarse—. Al menos, ese sería el nombre que dan los estudiosos. La Religión las llama, en sembeñés, muio mmboe amu —continuó, su voz sonaba más gutural de lo que hubiera esperado—. Cenizas divinas... ¡no! ¡Sagradas! Cenizas sagradas —agregó. Entre sus dedos bailaba un cuchillo que reflejó la luz del sol, encegueciéndome por un momento.
La observé caminar con total tranquilidad, casi como si conociera el proceso de memoria. Sin embargo, había una ligera tensión en sus rasgos cada vez que miraba al cuerpo del lobo. Incluso me pareció ver un temblor en su mano cuando bajó el cuchillo y empezó a arrancar la carne de los huesos. El sonido viscoso que producía, seguido del chapoteo en la cubeta, me dio arcadas. Tampoco ayudaba que el único ruido, además de ese desagradable, era el del fuego.
Sin decir ni una palabra, Nero dejó el cuchillo a un lado y tomó la cubeta, la cual estaba a punto de rebalsar. Fruncí la nariz al ver que tomaba un trozo para olerlo antes de ponerlo en una fuente metálica sobre el bracero. El trozo soltó un siseo en el instante que tocó la superficie caliente, soltando un hedor que terminó por quebrarme.
Abrí la puerta y todo mi estómago se vació en el momento que no pude contenerme. Sentí el gusto ácido en mi lengua, el dolor que atravesó todo mi cuerpo con cada arcada. Cerré los ojos, ignorando lo que tenía en frente de mí, jadeando entre contracciones y temblores. Escupí, en un vano intento de quitarme el mal sabor.
—¿Malina?
A unos cuantos pasos, con rostros preocupados y hombros tensos, estaban Cole y Kertmuth. De inmediato llegaron a donde estaba, pero mi hermano no tardó en pedirle a Cole que entrara a ver qué me había puesto en aquel estado. Tomé aire para avisarle, pero Nero abrió la puerta de golpe.
—¿Necesitas agua? —preguntó en mi dirección, cerrando la puerta detrás de ella. Iba a asentir cuando la imagen de los trozos fofos y de un rojo opaco cayendo sobre el cubo apareció en mi mente. Quise negarme, aunque me ganó una nueva arcada que me dio una puntada de dolor por todo el cuerpo. Un brillo de comprensión atravesó las facciones de la magmeliana y volvió su atención a Cole.
Si alguien me hubiera dicho lo que iba a ver, habría considerado que estaba borracho. Toda la espalda de ella se enderezó cual hilo de alambre y su rostro pareció perder color por un momento. Frunció los labios por un instante antes de esbozar la sonrisa altanera que había visto antes.
—¿Se te perdió algo, tagtiano?
—La paciencia —respondió Cole antes de apartarla y pasar junto a ella. Abrí la boca para advertirle sobre el hedor, pero él cerró la puerta. Observé a Nero cerrar los ojos con cierta resignación y cansancio, dejó caer la cabeza y regresó al interior del edificio.
Kertmuth quedó en absoluto silencio. Ambos con los ojos fijos en el punto donde ambos habían desaparecido. No tardé en preguntarle cómo nos había encontrado, a lo que me respondió que en parte había sido gracias a las ancianas y la otra mitad había sido obra de una malhumorada Kadga. Echó una mirada de reojo al edificio y, en cuanto captó que lo observaba con escepticismo, esbozó una sonrisa fugaz.
—Estoy convencido que lo que sea que hay dentro es ilegal —dijo al cabo de un rato, señalando con el mentón hacia la puerta. Apreté los labios y solté un suspiro.
—Fue idea de ella. —Me defendí, enderezándome cuanto podía y dando un paso hacia el costado. Escuché el resoplido divertido de mi hermano y supe que su cabeza estaba pensando, de nuevo, en las ideas utópicas—. La dejo porque me juró ser un método que podría ser útil, a cambio, yo tenía que asegurarme de que nunca se convirtiera en una bestia.
Él negó con la cabeza, todavía con esa sonrisa que empezaba a crisparme los nervios. Odiaba saber que no me creía, así como estaba convencida de que no importaba lo que fuera a decir, mis palabras solo serían una confirmación para sus oídos. Luego fue mi tuno de sacudir la cabeza negativamente y me crucé de brazos.
Nos quedamos en silencio, contemplando los alrededores. Aunque todo estaba que se caía a pedazos, podía ver algunos restos de carteles, autos, torretas de seguridad, incluso era capaz de recordar en qué cuadra tenía que girar para ir a casa. Suspiré, ignorando la puntada que sentí en mi pecho, al igual que el comienzo de un nudo en mi garganta, y centré mis ojos en lo que tenía en frente.
Cole salió seguido por una muy tensa Nero, quien parecía estar a punto de dar media vuelta y ocultarse en donde sea que le fuera posible. Él tenía una expresión entre cansada y de asco; todo su rostro estaba en tensión, por más de que disimulara los gestos con la mano. Me miró, listo para decirme lo que pensaba, antes de echarle una mirada dudosa a Nero y soltar un suspiro cansado.
—Como salga mal, yo mismo me hago cargo de matarla —me dijo. Una vieja chispa ardía en el fondo de su mirada, poniendo todo mi cuerpo en alerta.
Sin decir ni una palabra más, se alejó. Lo vi marcharse en silencio. Quería ir y darle un poco de consolación, pero entendía que, para él, esto era mucho peor de lo que me podía imaginar. Nero se acercó hasta mí, con las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón.
—Cualquier cosa... —Su voz murió lentamente. Giré a verla, encontrándome que tragaba con fuerza y su respiración estaba un poco alterada. Sus ojos estuvieron fijos en el frente antes de posarse en cualquier sitio—. Perdonen.
Sin siquiera darme tiempo para comprender qué quería decir, giró sobre sus talones y regresó al interior del edificio dando un portazo. Miré a Kertmuth, como si él tuviera la respuesta a mi pregunta, antes de emprender el regreso al Edificio. Aún quedaban unas cuantas horas de papeleo en la oficina.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro