camino
Día 10, mes tepsemireb, año 5770.
Nero caminaba conmigo por los alrededores del pueblo. Ambas íbamos en silencio, con las miradas fijas en el frente. Poco había sabido de ella después del 5 de tepsemireb, con el informe de Cole y, a la mañana siguiente, con el de los vecinos. De Kadga tampoco había tenido noticias.
—Simplemente sabemos cuándo es mejor que no nos vean por un tiempo —me había dicho Nero cuando la fui a ver esa mañana. Tenía un rostro cansado, con una insinuación de ojeras, pero había asegurado que era por haberse quedado hasta tarde despierta, nada de efectos secundarios, nada de cosas de magmelianos.
Habíamos recorrido gran parte de los límites de la parte habitada del pueblo cuando Nero se detuvo, tocando el tronco de un árbol.
—Me parece que tenemos más de una manada de anánimos dando vueltas —dijo, sacando un trozo de corteza y destrozándolo entre sus dedos. Solté una maldición por lo bajo, sintiendo que empezaba a agobiarme—. Tendré que marcarlo como mi territorio. Al pueblo —añadió, mirando hacia el frente. La indignación y la ofensa que me invadieron de inmediato, mi lengua se preparó para decirle que no tenía ningún derecho para marcar un pueblo, en el que apenas estaba empezando a vivir, como suyo. Por supuesto, Nero pareció darse cuenta de sus palabras en cuanto vio en mi dirección, aunque no cambió su propia expresión, todavía como la de alguien abatido—. No soy la dueña, simplemente es una protección. Para un magmelianos y un anánimo, que haya alguien capaz de hacerle frente, o no, cambia mucho el panorama.
—¿Y nuestro olor no es suficiente? —inquirí, todavía sintiendo ganas de estrangularla con mis propias manos por su propuesta. Ella negó con la cabeza.
—No busco decir nada más que lo que te voy a decir, pero sus armas pueden ser inútiles frente a nosotros.
Ahí sí que no pude contener ni un segundo más la molestia. Me paré frente a ella, esperando una muy buena razón para no mandarla a la mismísima mierda. Poco a poco empecé a recordar lo que había sido el '67, cómo habíamos logrado sobrevivir, y el "sobre-" era la parte importante, porque para algunos era una muy sutil diferencia entre vivos y muertos. Nero me miró, con la ceja arqueada, como si estuviera esperando a que yo misma cayera en la cuenta de lo que estaba queriendo decir. Todavía enojada, aparté la mirada, reanudando el caminar.
—¿Cómo lo vas a marcar? —pregunté, sintiendo que el enojo se mezclaba con curiosidad, una cosa extraña para tener dentro. Ella me observó, esbozando una sonrisa que sonaba a una pregunta demasiado obvia, resaltado por su "¿Y cómo crees?" al cual respondí encogiéndome de hombros. Sin dejar de esbozar una sonrisa de medio lado, caminó hacia el árbol más cercano, con su piel volviéndose de un negro brilloso, y restregó el hombro contra la corteza.
—Hay una forma más efectiva, pero dudo que quieras verme con los pantalones bajados —rio, haciendo que mis mejillas se tiñeran de rojo. Patrullamos los alrededores, con Nero observando el terreno, buscando indicios de en dónde podrían estar las guaridas de las manadas.
A mitad del camino, cuando el sol empezaba a llegar al cénit, encontramos un animal que apenas pude reconocer. Los huesos estaban partidos, algunas partes tenían moscas que revoloteaban sobre la carne expuesta y el suelo estaba lleno de pisadas que mezclaban la tierra con la sangre. Según el conocimiento de Nero, bien podrían ser manadas no muy grandes, quizás de hasta diez individuos. No sabía si esta escena era similar a la que mi hermano había visto unos meses atrás, pero estaba segura de que seguía siendo grotesca para cualquiera.
Ella se quedó un rato mirando el lugar, caminando de un arbusto a otro, revisando entre las raíces, para luego quedarse parada contra un árbol, apoyando el antebrazo contra este. Miraba todo en silencio, con sus ojos yendo de un lado a otro, haciendo uno que otro gesto de duda, pero no dijo nada. No podía parar de ver a los alrededores, atenta a cada movimiento, incluso algo tan nimio como una brisa que sacudía con gentileza a las hojas.
En cuanto Nero estuvo satisfecha con lo que sea que había visto, continuamos caminando. Me era imposible quitar de mi cabeza la sensación de tener un par de ojos siguiendo mis huellas, nuestros movimientos. Cuando le pregunté a la magmeliana, ella cerró los ojos, sin parar de caminar. Estuvo un rato en silencio antes de volver a abrirlos.
—Probablemente uno de los integrantes de la manada, está justo en el borde de mi percepción, dudo que nos haya visto —informó, aunque su gesto me daba la impresión de que había algo mucho más peligroso y eso mismo le pregunté—. No quito que pueda haber bestias en el aire, lamentablemente, sólo puedo notar aquello que esté en contacto con el suelo. El límite son las copas de los árboles. No, no todos pueden hacerlo. Kadga no es capaz de hacerlo, por ejemplo.
Asentí con la cabeza y terminamos el recorrido en silencio. Estábamos entrando al pueblo cuando una pregunta repentina apareció en mi cabeza.
—¿Qué pasa entre Cole y tú? —La pregunta la dejó descolocada. Estaba segura de que sus mejillas se habían vuelto de un color más oscuro y sus ojos parecieron entrar en pánico. Sus hombros se tensaron y una risa nerviosa salió de sus labios.
—Absolutamente nada, una relación poco interesante entre una magmeliana y un tagtiano —respondió, quitándole peso al tema con un movimiento de la mano. Me sentí como cuando estaba en mis años de adolescencia, recién entrando a la Academia Militar, solo que con más curiosidad que emoción frente al tema—. Y no, no te recomiendo seguir por el camino que creas que hay que seguir.
Respiré hondo. Entendía a Cole por sentir un rechazo profundo hacia el planteo, pero lo de Nero no parecía algo razonable.
—Por cierto, no es a mí a quién deberías querer saber si siente algo o no por un amigo cercano a ti —dijo, mirándome a los ojos, justo antes de girar hacia la zona abandonada del pueblo. Apreté mis labios, frenando a tiempo las palabras que estaban por salir. Era diferente, la situación era completamente distinta. Ella no había estado en el pueblo cuando ocurrió, Kadga sí.
—La diferencia siempre radica en los actos.
No me dijo nada por un momento, sopesando lo que sea que pasaba por su cabeza, y volvió a clavar su mirada en la mía.
—¿Por qué no toman lo que hizo Kadga como lo que es? —preguntó y me sentí confundida. Nero movió la cabeza hacia el bosque—. Te dije que sus armas no son una forma de detener a los anánimos. ¿Realmente crees que los hubieran dejado en paz si solo hubieran estado ustedes?
Con eso dicho, se despidió, marchándose hacia las calles destrozadas, edificios decaídos y probablemente la mayor de nuestras tumbas. Mordí el interior de mi labio inferior, sintiendo la necesidad de ir corriendo a decirle que sí, lo habrían hecho, habríamos logrado espantar a las bestias del pueblo. Sin embargo, empezaba a dudarlo. Respiré hondo, dirigiendo mis pasos hacia mi oficina.
—¿Sigue dando vueltas por el lugar? —preguntó Maryn, con cara de pocos amigos y con sus ojos fijos en la zona destrozada del pueblo. Asentí con la cabeza al anciano—. Deberías echarlos a los cinco. La que es bruja no debería poder seguir sirviendo sus bebidas, las dos que nunca sabemos si están o no y ahora una madre con un hijo. Tenemos que cuidar nuestras fronteras.
—Por lo que me dicen, las necesitamos.
—Un parásito siempre dice que es necesario. Créeme, tuve suficientes experiencias con mi anterior mujer como para saberlo —renegó, mirándome con sus ojos hundidos en las arrugas y una expresión molesta que apenas se notaba por la barba grisácea.
—Me informó Cole que se enfrentaron a los bandidos —dije, y pude ver un destello de mal humor en sus ojos.
—Cualquiera podría haberlo hecho. —Pero nadie jamás había siquiera levantado un arma en su dirección. Ninguno había tenido el valor de ponerle un alto a los magmelianos que venían año tras año. «Lo habríamos hecho demasiado tarde», susurró una parte de mí, y no pude evitar sentir cierto malestar en mi estómago ante aquella afirmación. Sonreí al viejo Maryn y me marché, deseándole que tuviera un buen día, saludo que él me devolvió con un gesto rígido.
Entré a mi despacho y me dejé caer sobre la silla con más ganas de las que me hubiera imaginado. Redactaba el informe sin prisa, pero notaba que mi cabeza se iba a cualquier parte, iba al bosque, volvía a Maryn, saltaba a las palabras de Cole, revivía las noches en vela con las armas listas en las puertas de las trincheras improvisadas. Las letras aparecían frente a mí, pero el significado me parecía inocuo. En un momento alejé mis manos del teclado, releyendo lo que había escrito.
Los acontecimientos durante el patrullaje de la mañana del décimo día del mes noveno (tepsemireb) realizado por Dahl Malina (Capitán de la División Única de Jagne) han dado cuenta de la existencia de múltiples manadas de magmelianos de peligro (anánimos) gracias a las observaciones de Nero (magmeliana en proceso de asentamiento).
Mordisquee una de mis uñas antes de soltar un suspiro. Recosté mi espalda contra la silla, desenfocando los ojos y las ideas yendo sin sentido aparente. No tenía ni idea qué debía hacer, y sabía que, si convocaba a una reunión popular, el desenlace de todo terminaría siendo con todos los magmelianos fuera del territorio. La idea de tenerlos a todos juntos sonaba casi como un imposible y mi propia persona estaba en contra cuando me daba un momento para recordar. Solté un largo suspiro y cerré los ojos.
Estuve un rato cavilando hasta que llamaron a la puerta. Ni bien dije que podían pasar, apagué la pantalla y me senté recta. Cole entró con una mirada cansada y un notable malhumor. Entrelacé mis dedos, invitándolo a sentarse, cosa que hizo sin muchas ganas. Aguardé en silencio, estudiándolo de reojo.
—Tenemos que hacer ya mismo una reunión con todo el pueblo, no solo los representantes —dijo, pasando una mano por la cara. Pregunté el motivo de tal declaración, a lo que él me miró con sus ojos opacados—. Para empezar, porque no quieren mandar más a los niños a menos que hagamos algo con todos los magmelianos.
—No podemos decir que tienen motivos de sobra para afirmar su postura —respondí, ganándome un bufido de su parte.
—Medidas desesperadas en momentos desesperados. ¿En serio crees que yo estoy a favor de tener a alguien cercano a lo que nos pasó? ¡Por el Saber, he estado tan cerca de la muerte como todos aquí y fui de los que propuso la idea! —Alzó la voz, poniéndose de pie y gesticulando con las manos. Intenté intervenir, pero Cole parecía estar sumido en un trance, donde cada para que saliera de su boca sonaba tanto a una excusa como a un argumento. Caminaba de un lado a otro, como si quisiera trazar una zanja con su ir y venir.
Lo llamé una, dos, cinco, hasta que me harté y grité también.
—¡¿Y qué piensas que tenemos que hacer?! Maldita sea, Cole, los cuatro sabíamos que este proyecto no era fácil.
—¡Que dejen de pensar como si hubiera algún lujo para decidir si tenemos que incluir a alguien o no! —respondió, con su cara roja y los ojos lanzando chispas. Ambos nos quedamos en silencio, al pie de lo que tranquilamente podría ser una de las tantas peleas que podríamos tener.
—¿Interrumpo algo? —La voz de Kertmuth sonó como un cuchillo cortando todo el ambiente. Estaba con el uniforme puesto, unas ojeras que nunca había visto en alguien como él desde antes del '67 y cauteloso. Cole y yo intercambiamos una mirada antes de negar. Hustn supiera cuánto tiempo llevaba detrás de la puerta, cuánto había escuchado, pero no dijo nada hasta que se sentó en una de las sillas—. Si siguen gritando como los otros, no van a conseguir un cambio de actitud.
Aguardé, mirándolo en silencio, intentando comprender qué se suponía que estaba queriendo decirme. Cole fue el primero en mascullar la pregunta, a la cual Kertmuth soltó un suspiro cansado, pasando una mano por su cara y se quedó un momento en silencio, mirando al suelo.
Estaba a punto de pedirle –no de la mejor manera– que dijera de una buena vez lo que estaba pensando, hasta que soltó las primeras palabras, descolocándome.
—¿Qué tan dispuestos están a organizar una comida con los cinco magmelianos presentes? —Cole y yo nos miramos, ambos probablemente pensando lo mismo—. No quiero señalar con el dedo, pero tengo que señalarlo con el dedo: no están del todo seguros de sus propias promulgaciones. Olvídense de incorporar a alguien si todo lo que ronda por su cabeza es qué es. Estarán trabajando con ellos, pero todo lo que hacen es seguir con las defensas altas. Sí, aunque vayan a patrullar juntos, aunque compartan el entrenamiento, las siguen viendo como enemigos. Corrijan eso antes de pedirles algo que ni siquiera ustedes están cumpliendo.
Mordí mi labio inferior. Una parte de mí sabía que mi hermano podría tener razón, pero no podía ser posible tal cambio en poco tiempo. Kertmuth debió de intuirlo, pues echó la cabeza para atrás, murmurando un «hipócritas», antes de levantarse, anunciando que tenía que ir a hablar con alguien más. Nos deseó suerte y salió sin darme tiempo a soltar algo más.
Cole y yo nos miramos por un momento antes de que él se retirara, alegando que tenía que ir a hacer unas cosas. Por mi parte, mi cabeza parecía estar incluso más perdida. Me recosté una vez más, incapaz de dejar de darle vueltas a lo que acababa de escuchar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro