7. La Cuna del Saber
La entrada a Rëlsa era una fusión entre la naturaleza y la mano del hombre. La hiedra trepaba por sus columnas y se unía a las filigranas esculpidas que las adornaban. Cuando dirigías la mirada hacia arriba, no había bóvedas ni grandes ventanales, solo la inmensa montaña.
Iván detuvo el carruaje cerca de la entrada. Cumpliendo con su papel de sirviente, se apresuró a bajar y abrir la portezuela. William descendió primero y después se volvió para ayudar a Wendy. Ella observó su mano extendida y enarcó una ceja. Hacía apenas dos noches, la había impelido a no esperar que la tratara como a una damisela en apuros; ahora pretendía asistirla para bajar. El vampiro pareció adivinar lo que pensaba y se inclinó hacia ella.
—Hay demasiados ojos humanos —dijo en un susurro.
La joven asintió y al fin tomó su mano para bajar.
Mientras Iván descargaba el equipaje y se aseguraba de que los caballos fueran conducidos a los establos, William caminó hasta el puesto de vigilancia de la entrada. Los guardias le cedieron el paso y él se dirigió al escriba que estaba sentado frente a un pequeño escritorio de madera.
A pesar de la distancia, Wendy pudo escuchar su conversación gracias a sus sentidos agudizados. Aún no se acostumbraba.
—Nombre —preguntó el escriba.
—Lord Igor Isley.
En cuanto se identificó como noble, la forma de tratarlo por parte de los guardias y el escriba cambió. Su tono se tornó más amable y elocuente.
—¿Cuál es el motivo de vuestra visita a Rëlsa, milord?
—Desearía consultar algunos volúmenes. Según tengo entendido, solo puedo hallarlos aquí.
El escriba asintió y volvió a anotar.
—¿Y cuánto tiempo tenéis previsto permanecer aquí, milord?
—Uno o dos días. Aún no lo he decidido.
—Se os asignará una de las dependencias destinadas a los viajeros. ¿Cuántos dormitorios precisáis...?
El escriba apuntó con su pluma a Wendy que dio un respingo cuando todos, incluídos los guardias, se volvieron a mirarla.
William meditó su respuesta unos segundos antes de volverse de nuevo hacia él.
—Dos. Quisiera que mi sirviente pudiera descansar.
—En ese caso entiendo que vos y su... —volvió a mirarla, esperando que William la identificara como su esposa o amante. En Svetlïa no había otra alternativa para viajar en compañía de un hombre: o estabas casada o eras una cualquiera.
Wendy se sintió insultada cuando los dos guardias y el escriba la miraron de arriba abajo. Solo apartaron la vista cuando William carraspeó, llamando su atención.
—Mi esposa y yo ocuparemos uno de los dormitorios, mi sirviente el restante.
Empleó un tono educado, pero sonó cortante.
—Bien —dijo el escriba, evitando el contacto con sus ojos—. Esperad unos minutos mientras escogen las dependencias que mejor se adaptan a sus necesidades, milord.
—Bien.
William dio media vuelta para regresar junto a Wendy, pero se detuvo cuando el escriba volvió a llamarlo.
—Disculpad, milord. Olvidé deciros... La estancia serán dos zenires.
—Por supuesto.
El vampiro introdujo la mano bajo su capa y sacó una bolsa de cuero. Metió los dedos y sacó dos monedas de bronce que depositó sobre el libro de registros.
Volvió junto a Wendy y al equipaje que ya había sido descargado del carruaje. Ella no lo miró, pero pudo intuir que estaba tensa.
—Puedes estar tranquila, Wendolyn —susurró para que solo ella lo oyera—. Uno de los dormitorios es solo para ti.
—Muy considerado por vuestra parte —murmuró. De inmediato sintió sus hombros relajarse. La sola idea de tener que compartir cama con un hombre la aterraba—. Entonces... ¿Compartiréis habitación con Iván? ¿No será... incómodo?
William sonrió.
—No vine aquí a dormir. Cuanto antes encuentre lo que busco, antes nos marcharemos.
Wendy lo miró de soslayo. Aunque era un hombre parco en palabras y de semblante serio, parecía un caballero. Muy diferente al barón y otros hombres de su aldea. O tal vez se debiera a que no la encontraba hermosa. No había parecido impresionado en absoluto al verla arreglada con el vestido que él mismo le había comprado.
No, imposible. Wendy era hermosa, lo sabía. Así se lo habían hecho saber toda su vida. Tal vez ese vampiro estaba tan hastiado de la eternidad que nada lo impresionaba.
Iván se reunió con ellos y no tuvieron que esperar demasiado hasta que llegó un paje a recibirlos. Lo acompañaban dos hombres que serían quienes llevarían su equipaje.
Los tres iban ataviados con ropas sobrias y austeras. El paje portaba un farol cuya llama bailoteó cuando realizó una reverencia.
—Seguidme.
Atravesaron el amplísimo vestíbulo bordeado de columnas e iluminado por antorchas de fuego que daban un brillo cálido a la helada piedra.
El paje los guió hacia un pasillo de paredes suaves y trabajadas. El interior era oscuro y lúgubre, pues no se hallaba alumbrado como el vestíbulo. Caminaron al menos diez minutos por aquellos túneles excavados en la montaña. Era un auténtico laberinto y Wendy supuso que únicamente sus habitantes sabrían guiarse allí dentro.
En más de una ocasión se toparon con caminos cortados por rocas amontonadas y arcos caídos, pero el paje no comentó nada al respecto mientras continuaba precediéndolos.
Al fin se detuvieron en un amplio corredor iluminado y con puertas en la pared izquierda. Todas eran iguales y solo se diferenciaban por los números pintados de negro.
Los dos hombres que habían cargado con sus pertenencias, las dejaron junto a una de las puertas; realizaron una reverencia y se marcharon.
El paje le entregó el farol y una pesada llave a Iván.
—Podéis llamarme si necesitáis moveros por la ciudad. Estaré al final del pasillo.
Tras una breve reverencia se retiró.
—Los habitantes de Rëlsa siempre tan habladores —comentó Iván.
Le cedió el farol a William y se inclinó para introducir la llave en la cerradura.
—Sabes que son gente de pocas palabras, demasiado ocupados en ampliar su conocimiento. Desde hace siglos pasan la mayor parte de su vida con la nariz entre libros —explicó William, más para Wendy que para Iván, pero fue este último quien asintió con un brillo burlón en su mirada.
La joven solo podía pensar en lo irónico que resultaba que alguien como William calificara de escuetos a otras personas.
Le costó vislumbrar lo que había al otro lado de la puerta, pues se encontraba completamente a oscuras. William fue el primero en atravesar el umbral y usó la llama del farol para encender algunas velas desperdigadas por la estancia. Poco a poco, todo se fue tiñendo de aquella luz cálida.
Se encontraban en una sala amplia excavada en la roca. Tenía forma circular y las paredes sorprendentemente suaves, con huecos a modo de estanterías. Los habitantes de Rëlsa solían llenarlos de libros pero, al ser una vivienda para huéspedes, estaban vacíos.
El mobiliario era escaso y funcional. Consistía en un par de butacas, una mesa para comidas y unas sillas. El suelo estaba cubierto de alfombras y las paredes de tapices para aislar del frío. Wendy echó de menos una chimenea pero era imposible a tanta profundidad y tampoco creía que fuera inteligente agujerear una montaña para dar salida al humo.
Buscó con la mirada los dormitorios que William había pedido, pero no había ninguna puerta. No fue hasta que vio uno de los tapices balanceándose que pudo entrever otra estancia tras él.
—Tu dormitorio está allí, Wendolyn —dijo William, que había seguido su mirada.
Ella asintió, tomó una de las velas y caminó hacia la dirección que señalaba. Retiró el tapiz y se encontró con una estancia similar a la que acababa de abandonar, pero más pequeña. El mueble principal era una amplia cama; de matrimonio, sin duda. Se sentó sobre ella y comprobó que era mullida y estaba cubierta por pieles. Eso ayudaría a mantenerla caliente.
Encendió algunas velas más que estaban adheridas a las repisas, la cera derretida se había enfriado en forma de finos riachuelos hasta la roca. Sin nada más que hacer allí, regresó a la estancia principal. Iván y William estaban terminando de sacar su equipaje, pero ella no tenía pertenencias y solo podía mirar..
Sus ojos vagaron por la sala, ahora completamente iluminada con velas y candelabros, y descubrió una lámpara de araña colgando del techo. Sus velas aún estaban apagadas, así que cogió una ya encendida y se subió a una silla. Incluso así, tuvo que ponerse de puntillas para alcanzar las mechas y prenderlas. Los techos eran más altos de lo que parecía.
—¿Cómo es que la montaña no se derrumba con tantos túneles recorriendo su interior? —preguntó.
—Su localización no es al azar, sino estratégica —respondió secamente el vampiro que en esos momentos examinaba unos gruesos pergaminos que había extendido sobre la mesa—. Lleva siglos en pie, no va a derrumbarse ahora —agregó en un vago intento por tranquilizarla.
También contaban las leyendas que una antigua magia habitaba en la roca para sostenerla. Sin embargo, en todos sus siglos de vida, William jamás había encontrado prueba de ello, así que no lo creía cierto.
Wendy quería seguir haciendo preguntas, pero se contuvo al verlo concentrado. Había aprendido desde niña que no debía molestar a los hombres en momentos como ese.
Se estiró aún más sobre la silla, pero no logró alcanzar la segunda fila de velas. Frunció el ceño, molesta.
—Puedo continuar yo.
Miró hacia abajo y se topó con los ojos oscuros de Iván. Hubiera deseado decirle que no era necesario, pero no había un mueble más alto al que pudiera subirse.
Ignoró la mano que él le tendió y bajó de un salto al suelo. Le entregó la vela y permitió que el joven tomara el relevo.
—Debo marcharme —dijo William cuando terminó de examinar los pergaminos—. A mi salida encargaré que os traigan la cena y el resto de comidas mientras permanezcamos aquí.
—¿Puedo ir con vos? —preguntó Wendy. La agobiaba pensar en quedarse encerrada en ese lugar donde no podía medirse el tiempo.
—Lo lamento, Wendolyn, pero esta no es una visita de ocio. Además, no es seguro que merodees por Rëlsa.
—No va a pasarme nada, ahora soy una vampira.
—Por eso mismo lo digo.
Solo entonces Wendy se percató de que ella era el peligro para los rëlesianos. Sintió que sus mejillas enrojecían a causa de la vergüenza.
—¿Y si ataco a Iván?
El aludido reprimió una carcajada que salió en forma de resoplido divertido. William sonrió.
—Aprovechad estas horas para descansar sin el bamboleo del carruaje —les recomendó.
Dando el tema por zanjado, caminó hasta la puerta. Antes de marcharse, se volvió hacia su sirviente:
—Asegúrate de cerrar con llave. No abras a nadie que no sea yo o el servicio de habitaciones.
—Lo sé, lo sé —dijo él con pesadez—. Marchaos ya.
El vampiro se envolvió en su capa negra y salió al pasillo.
Al fin, después de tantos retrasos, podía invertir su tiempo en lo que había venido a hacer. La biblioteca de Rëlsa era la única razón por la que William había viajado tan lejos del castillo del vizconde Isley. Era, sin duda, el lugar perfecto para encontrar respuestas en Svetlïa.
Poseía una colección extraordinaria de volúmenes, pero antaño había sido incluso mayor. Sin embargo, su estructura quedó dañada tras un terrible evento que zarandeó las profundidades de la tierra hacía siglos. Se derrumbaron galerías completas y aún hoy era imposible determinar cuántos libros se perdieron ya que aún había zonas tapiadas. Las continuas guerras que azotaban Svetlïa habían impedido que se invirtiera en su reconstrucción.
La última de las guerras contra el ejército de Drago el Sanguinario había durado más de dos siglos y previamente la humanidad era esclava de los vampiros. Esa época embruteció a los hombres y la enseñanza que tanto promulgaban los rëlesianos fue sustituida por entrenamiento militar.
William rememoró ese pedazo de la historia de Svetlïa mientras recorría los túneles de la ciudad. No dudó de sus pasos ni se detuvo; recordaba a la perfección el camino a la biblioteca de visitas anteriores. Aunque no quedaba nadie vivo que lo recordara a él.
Subió por una escalinata donde se topó con varios eruditos de Rëlsa. Eran muy importantes para el reino, pues solían encargarse de la educación de los nobles y viajaban allí donde se les solicitaba.
Atravesó el umbral y entró en la biblioteca. Percibió el olor a pergamino, cuero y tinta. Todo estaba en una penumbra y para leer era necesario usar calendas en forma de lámparas faroles. La luz rojiza que desprendían no era la más adecuada para leer, pero la gente de Rëlsa jamás permitiría que alguien se acercara a uno de sus preciados libros con una vela encendida.
Tras hacerse con un farol, William avanzó con rapidez entre los estantes de madera en busca del libro por el que se había tomado tantas molestias. Sabía exactamente lo que estaba buscando, pero no iba a ser tarea sencilla encontrarlo. Encontrarlo podía tomarle días o meses incluso.
Y William no disponía de meses.
Wendolyn se encontraba sentada en uno de los mullidos sillones. Estaba aburrida y lo más interesante era ver a Iván moviéndose por la estancia. Suspiró, frustrada.
Del mismo modo que ella, el joven aprovechaba los momentos en que no lo miraba para observarla. Era menuda, de complexión delgada y delicada. Parecía inofensiva, aunque bien sabía él que los vampiros eran de todo menos inofensivos.
Sus miradas se cruzaron y Wendy la apartó con rapidez.
Iván no comprendía por qué William la había convertido; algo así incumplía el tratado de paz. Aunque, siendo sinceros, la sola presencia de William en Svetlïa ya lo hacía.
Eso era lo que no podía entender por más que lo intentara. Incluso había presionado a su señor para que le revelara los planes que tenía para la muchacha, pero él lo ignoró por completo.
Era un gran riesgo mantener a una vampira novata junto a ellos. De perder el control, los delataría a la Orden Mirlaj cuya misión era proteger a los humanos de Svetlïa.
Iván volvió a mirarla con disimulo. Enmarcados por los rizos de fuego, sus grandes ojos grises le recodaban a un animalillo asustado. No pertenecía a un linaje noble, no era nadie en ese mundo de influencias. Entonces, ¿por qué la había salvado William? No podía ser simple beneficencia, él siempre tenía un motivo oculto para actuar como lo hacía.
¿Se había encaprichado con ella? Tampoco parecía probable. Iván lo conocía desde hacía casi diez años y jamás lo vio enamorarse. Sin duda era hermosa y en el futuro se convertiría en alguien como él, una mortífera criatura que cazaba de noche y dormitaba de día. Una vampira seductora y letal. Pero William ya disfrutaba con la compañía de bellas mujeres. ¿Qué hacía diferente a Wendolyn?
Y lo que era aún más inquietante, ¿estaba en sus planes convertir a más humanos?
Iván no había olvidado en ningún momento las atrocidades que los vampiros habían cometido contra su especie. Sabía que no importaba cuán educados parecieran, todos sucumbían a la sangre tarde o temprano. No eran criaturas hechas para convivir con sus presas.
Lo sabía y lo tenía muy presente desde que juró servir a William. Lo hizo por necesidad, porque él era el único que podía darle lo que deseaba. Pero su relación había funcionado solo porque él no asesinaba humanos para alimentarse y tampoco los convertía. Si eso iba a cambiar, tendrían un problema.
—¿Por qué me miras? —dijo Wendy, interrumpiendo sus pensamientos.
Solo entonces se percató de que su vista estaba fija en ella desde hacía rato.
—No lo hacía —dijo y giró el rostro.
—No soy necia, ¿sabes? Sé perfectamente cuando un hombre me mira —dijo en un tono afilado, aunque Iván pudo percibir la inquietud que esto le provocaba.
Dejó lo que estaba haciendo y se irguió para mirarla de frente.
—Disculpadme, estaba perdido en mis cavilaciones. No pretendía incomodaros.
—¿Pensabas en mí?
Iván enrojeció ante su insinuación.
—Sí, pero no sobre lo que imagináis —le aseguró.
—¿No te parezco hermosa?
El joven carraspeó, dispuesto a no caer en su trampa.
—¿Es eso en lo único que piensan los hombres cuando os miran?
—Entre otras cosas menos... inocentes.
—Yo me preguntaba por qué William os convirtió.
Wendy parpadeó, sorprendida.
—Lo hizo porque yo se lo pedí.
Iván tomó asiento en una de las sillas. Apoyó los brazos y la barbilla en el respaldo, fijando la mirada en ella.
—Nunca antes había hecho eso. Me dijo que os encontró moribunda en el bosque, ¿os atacó un animal?
—En cierto modo.
—No os entiendo.
Wendolyn suspiró.
—Fue el barón que gobierna la aldea donde vivía. Era uno de esos hombres que no se limitó a admirar mi belleza, quería poseerla —dijo con la rabia deformando sus finas facciones.
No dio más detalles, pero Iván pudo imaginarse el resto.
—Lo lamento. ¿Es por eso que estáis asustada?
—Por eso y porque William dijo que podrías matarme si te disgustaba.
El joven soltó una carcajada y ella lo miró sorprendida.
—No mataría a nadie solo porque "me disgustara". Lo que él quería decir es que si me atacáis, no terminará bien para vos.
Ella pareció relajarse y al fin dejó de abrazarse a sí misma. Se inclinó hacia él, con una sonrisa petulante.
—¿Y cómo podría un humano matar a una vampira como yo?
Iván se levantó de la silla y caminó hasta su equipaje. Sacó una caja de madera desvencijada y regresó hasta la silla.
—Con esto.
—¿Qué hay en la caja?
—Acercaos y os lo mostraré —la invitó.
Lo miró, llena de desconfianza, pero la curiosidad pudo más. Se aproximó despacio, como un felino en tensión, listo para atacar ante cualquier señal de peligro.
Iván retiró el pestillo que mantenía la caja cerrada y levantó la tapa. Introdujo los dedos en ella y sacó una daga.
—¿Qué es eso?
—Es una daga.
La vampira frunció el ceño e hizo un mohín con los labios.
—Eso ya lo veo —replicó—. Me refiero al filo, ¿por qué tiene ese color anaranjado?
Iván paseó los dedos por su filo pulido.
—Porque está hecho de ámbar.
La incomprensión se acentúo en el rostro de la joven.
—Creía que las armas se hacían de acero.
—Así es, pero no las que matan vampiros.
Wendy enarcó una ceja, incrédula.
—¿Me estás diciendo que el acero no puede matarnos pero sí una piedra?
Sin esperar respuesta, alargó el brazo y rozó la hoja con los dedos.
—¡Ah!
Se apartó con rapidez al mismo tiempo que el olor a carne quemada se esparcía por la estancia.
Iván la contempló estupefacto, demasiado sorprendido como para reírse por la estupidez que acababa de cometer.
—¡Me ha quemado!
—Eso os pasa por tocar.
—¡Pero a ti no te hizo nada!
—Porque soy humano. Para mí es una daga corriente, pero para alguien como vos, su filo provoca heridas de las que no podréis regeneraros.
—¿Significa eso que no se curará? —preguntó angustiada mientras contemplaba la piel en carne viva y las ampollas que comenzaban a salirle.
Iván devolvió la daga a la caja y se acercó a ella. Tomó su mano y la observó con aire crítico. Wendy se mordía el labio para reprimir las lágrimas.
—No —dijo al fin—. Al no tratarse de una herida mortal, podréis curaros, pero necesitaréis ayuda.
Iván regresó al equipaje y trajo un vial que Wendy reconoció al instante: estaba lleno de sangre. Olvidó por completo el dolor de su mano y extendió la otra ansiosa por que se lo entregara. En cuanto estuvo en su poder, lo destapó y vertió el contenido en su boca.
Iván la contempló beber con una mueca de desagrado. A pesar de servir a un vampiro, William nunca se alimentaba frente a él.
Después de terminárselo, Wendolyn estiró el cuello y lo puso vertical para intentar apurar hasta la última gota. Cuando ya no pudo sacar más, resopló frustrada.
—¿Qué tal tenéis la mano? —preguntó Iván.
La joven se había olvidado de eso. Bajó la mirada y observó que ya no tenía ampollas, aunque continuaba adolorida.
—Mejor.
Él se acercó y la tomó con cuidado para examinarla.
—Tal vez con otro vial termine de curarse.
Wendy no lo contradijo y esperó expectante.
—Tened —dijo entregándole uno nuevo.
Ella lo devoró con la misma ansia y, esta vez, su piel se regeneró por completo.
—Es fascinante... —murmuró.
—Es antinatural —se le escapó al joven.
Ella lo miró con el ceño fruncido, pero él ya había regresado a su lugar junto a la mesa y volvía a sostener la daga.
—¿De dónde has sacado una daga así? ¿No es extraño que un vampiro viaje con un sirviente en poder de la única arma que puede matarlo?
—William sabe que no la usaré contra él. Además, ya poseía esta daga cuando me puse a su servicio hace nueve años.
—¿Ya la tenías siendo un niño? Eso es aún más extraño.
—No lo es para un mirlaj.
—¿Eres un mirlaj? —preguntó alarmada.
—Iba a serlo —se limitó a contestar centrando su vista en la daga—. Debo afilarla —murmuró para sí—. Requiere de muchos cuidados al tratarse de un arma tan poco convencional.
—¿Por qué el ámbar mata a los... nos mata? —se corrigió. Aún no pensaba en sí misma como un vampiro.
—Hacéis muchas preguntas.
—Por supuesto. No sé casi nada de vampiros aparte de que bebemos sangre.
—Eso es prácticamente nada —corroboró el joven.
—No me hagas sentir más avergonzada de lo que ya me siento.
Iván rio.
—El ámbar viene de los árboles —le explicó—. Este en concreto proviene de una especie muy particular. Los llamamos mirlakrim o árboles guardianes.
—¿Por qué es especial?
Iván levantó la mirada y vio que estaba de nuevo sentada en el sillón, observándolo con interés.
—¿Conocéis la historia de Mirla?
—Fue la reina que fundó la Orden Mirlaj y se enfrentó a Drago el Sanguinario.
El joven asintió.
—Cuenta la leyenda que Mirla suplicó al cielo que le diera algo para luchar contra los vampiros y así proteger a su gente. Era tal su congoja, que la naturaleza proveyó y de sus lágrimas nacieron tres semillas de mirlakrim.
—Eso no tiene sentido.
—¿Me vais a estar interrumpiendo todo el tiempo?
—De acuerdo, prosigue.
—No eran unos árboles normales. De su madera podían fabricarse estacas, puntas de flecha y lanzas que poseían la extraordinaria capacidad de acabar con un vampiro si se le acertaba en un órgano vital.
La vio removerse, inquieta, pero no lo interrumpió.
—Y no solo eso, cualquier sustancia de los mirlakrim dañaba a los inmortales. Su savia podía emplearse para untar filos de acero, la resina se trataba hasta fabricar armas de ámbar como esta daga —dijo acariciándola—. Y las infusiones de sus hojas y raíces os resultan venenosas. Gracias a sus propiedades, la orden hizo retroceder a las tropas de Drago. Al final, fue Raymond, el legendario mirlaj, quien acabó con el rey de los vampiros, algo que jamás habría sido posible sin los mirlakrim.
—Conozco la historia de Raymond, pero no cómo logró derrotar a Drago.
—No fue fácil y dicen que murió de sus heridas...
Había pesar en su mirada, por lo que Wendy no preguntó más sobre él.
—¿Dónde están los mirlakrim?
—Se encuentran en la frontera con Vasilia. Uno está en el norte, en Arcaica; otro cerca de la capital de Svetlïa; y el último estaba en la Desembocadura del Río Rojo.
—¿Estaba? ¿Qué ocurrió con él?
—Ardió. Drago lo quemó durante la última batalla.
Wendolyn no sabía cómo sentirse respecto a eso. Fue una gran pérdida para la humanidad, pero ella ahora no era humana. Como vampira, debería alegrarse...
—Afortunadamente, Svetlïa ya no necesita a los mirlakrim para protegerse; esa es tarea del tratado de paz —dijo Iván.
—¿Y no te preocupa que el tratado se rompa?
—Siempre existe el temor... Por fortuna, fue Anghelika quien ocupó el trono de Vasilia y ella no comparte las ideas de su hermano.
Aunque Iván sabía que la paz solo era posible debido a que los vampiros tenían humanos suficientes para saciar su sed. Había oído historias horribles sobre Vasilia. Decían que eran esclavos a los que criaban como a ganado. Por desgracia, los mirlaj no podían liberarlos ya que, si cruzaban la frontera, se rompería el tratado e iniciarían otra guerra.
Tres golpes contra la puerta lo distrajeron de sus cavilaciones. Se puso en pie y acudió a abrirla. Era el servicio de habitaciones que les traía una cena caliente. Iván olisqueó el aroma y sus tripas rugieron.
Entre él y Wendy pusieron la mesa y disfrutaron de una sopa solyanka con carne y setas. De beber tomaron kompot caliente, hecho a partir de frutas hervidas.
Tras la comida, la vampira se retiró a su dormitorio. Iván estaba cansado, pero sabía que no podría conciliar el sueño; necesitaba saber si su viaje había dado frutos.
Tomó asiento y se entretuvo afilando su daga a la luz de las velas mientras esperaba a que William regresara.
Iván despertó cuando sintió una mano posarse sobre su hombro. Dio un respingo y alzó su daga mirlaj.
—Cuidado con eso —siseó William.
El joven suspiró, aliviado. Las velas se habían apagado y no lo había reconocido en la oscuridad. El vampiro encendió el candelabro sobre la mesa y tomó asiento frente a él.
—¿Para qué he alquilado otra habitación, Iván? ¿Para que duermas en una silla?
Él lo ignoró y preguntó lo que realmente le importaba:
—¿Habéis encontrado algo?
Incluso bajo la luz de las velas, el rostro del vampiro era ilegible para él.
—El lugar es una locura. Necesitaría preguntar a todos los bibliotecarios para encontrar lo que buscamos y eso llamaría demasiado la atención.
Iván suspiró, desanimado. Otro callejón sin salida.
—¿Qué haremos entonces? ¿Dónde más podemos buscar?
—La respuesta está aquí, ya te lo dije.
—Pero habéis dicho que es prácticamente imposible encontrarla...
—... Si buscamos de forma tradicional —lo interrumpió—. Por eso me infiltré en los archivos y fui a la sección de préstamos de libros. Busqué el nombre de Raymond... Pero ya era tarde, varias décadas tarde, para ser exactos. Creo que él mismo se deshizo de las pruebas de que estuvo aquí y de los libros que consultó.
—¿Estáis seguro?
—Sí. Había páginas arrancadas en los registros.
—Hemos perdido su rastro de nuevo —suspiró Iván frotándose los ojos con cansancio.
—No del todo. Se me ocurrió que un hombre que se ha tomado tantas molestias para ocultar los libros que consultó, tampoco permitiría que otro lo hiciera.
—Alguien como vos —adivinó Iván.
—Sí, alguien como yo —aceptó William con cierto humor—. Sea lo que sea que descubrió en Rëlsa, quería mantenerlo en secreto. Así que me tomé la libertad de sacar un libro sin consultar a los bibliotecarios.
—Como los rëlesianos se enteren...
—No creo que echen en falta un volumen destinado a hurtos de hace más de cuarenta años —opinó el vampiro.
Colocó el pesado volumen sobre la mesa. Era enorme, con las páginas amarillentas e hinchadas. Cuando William abrió el tomo por la mitad, Iván sintió un vahído; la letra era diminuta para aprovechar al máximo el espacio.
—¿Todo esto son libros robados? —preguntó entre dientes.
—No exclusivamente —contestó William concentrado en las fechas—. Algunos se refieren a libros dañados debido a accidentes, fuegos... La mayoría de estas pérdidas son de antes de que usaran calenda. Un descuido lamentable, si quieres mi opinión.
—Sí, claro —aceptó Iván reprimiendo un bostezo.
—Ve a dormir —le ordenó William con una leve sonrisa—. Yo me quedaré aquí intentando dar con los libros que consultó Raymond antes de desaparecer.
El joven no discutió, estaba realmente agotado.
—Vos también deberíais dormir y alimentaros —agregó.
—Puedo aguantar más que tú sin ninguna de las dos cosas —le espetó arisco, ya sumergido en su lectura.
—No lo pongo en duda, pero entorpece la mente de cualquiera, incluso una tan brillante como la vuestra.
—No conseguirás nada halagándome.
El joven resopló.
—Al menos despertadme para que tome el relevo.
—De acuerdo.
Satisfecho, Iván se perdió tras el tapiz y se desplomó sobre su cama. A los pocos minutos, ya estaba dormido.
Este capítulo es el más largo hasta ahora y tiene cambios respecto a la primera versión. Sobre todo quería que Wendy e Iván tuvieran más interacción. Cuando escribí esta historia por primera vez, no sabía que él iba a ser uno de los protagonistas. En ese entonces, era un personaje secundario. Así que sabía que al editar la novela, tenía que darle más importancia.
¡Espero que os haya gustado! El miércoles seguimos con la trama de Wendy y ese capítulo fue de los que más cambié. Espero que os gusten las modificaciones y que la lectura ahora sea más clara.
Una pregunta para los nuevos lectores: ¿cuál es el personaje que más os gusta hasta ahora?
Me pidieron mis redes sociales, así que las dejo aquí:
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