42. Manos ensangrentadas
No podía creer lo que le había dicho a William. ¿De dónde había sacado las gallas y la prepotencia para hablarle así? Hacía apenas unos días que se habían besado y ya estaba pidiéndole compromiso en una relación que acababa de comenzar.
Estaba tumbada bocabajo en su cama, con la cabeza enterrada entre los cojines y con el rostro ardiendo de vergüenza. ¿Cómo iba a volver a mirarlo a la cara? O peor, ¿y si William escogía al recuerdo de Brigitte antes que a ella?
—¿Cómo pude ser tan estúpida?
No pegó ojo en todo el día y cuando sus doncellas entraron para despertarla, ella ya las aguardaba sentada.
—El zral os espera para desayunar —dijo Alina.
—Creo que prefiero desayunar en mi habitación...
—Dijo que era importante —insistió su doncella.
Sintió vértigo, como si estuviera asomada a un precipicio. ¿Ya había puesto en orden sus sentimientos? ¿Tan pronto? Wendy esperaba que le tomara al menos unos días...
No seas cobarde, Wendolyn. Tú te lo has buscado.
Permitió que las doncellas la vistieran y peinaran, también disimularon sus ojeras con polvos de maquillaje. Cuando se retiraron, Wendy se encontró sola frente a la puerta que daba al salón donde ya escuchaba el tintineo de los cubiertos.
Inspiró hondo y salió.
De un vistazo comprobó que William ya estaba sentado. Cuando él alzó la mirada, ella la apartó. Caminó hasta sentarse frente a él. De pronto la mesa repleta de comida le resultaba diminuta.
—Bu—buenas noches.
—Buenas noches, ¿has dormido bien?
—Sí.
Mentira, no había pegado ojo, pero parecía que él tampoco a juzgar por sus ojeras.
—Tienes una carta.
—¿Para mí? —se extrañó contemplando el sobre junto a sus cubiertos de plata. ¿Sería otra invitación?
—Es de Sophie.
Wendy sonrió con entusiasmo y usó el cuchillo para abrirla, demasiado impaciente para buscar un abrecartas.
Leyó con cuidado y atención. Sonrió en un par de ocasiones y al fin se atrevió a mirar a William. Parecía divertida por lo que dedujo que Sophie se burlaba de él en la carta. No le sorprendía, su pasatiempo favorito desde hacía cuarenta años.
De pronto, el humor desapareció de los ojos de la vampira.
—¿Qué ocurre, Wendolyn? —preguntó al ver que se le humedecían los ojos.
—Mi familia ha llegado a Isley.
—Me alegro. Podrás reunirte con ellos cuando regresemos.
Wendy apartó la vista de la carta y lo miró con los ojos muy abiertos.
—¿Cuando volvamos?
Él la miró sorprendido.
—Sí, ya me oíste ayer cuando se lo dije al canciller.
—Pero yo no quiero volver a Isley.
—¿No quieres ver a tu familia?
—La verdad es que no. Ya no soy la Wendolyn que conocieron, quizás incluso me tengan miedo —dijo cabizbaja—. Pero no es ese el motivo por el que no quiero regresar.
—Entonces, ¿cuál?
—No quiero volver a estar encerrada en una torre.
—No lo estarás. Ahora sabes controlar tu sed, podrás moverte por todo el castillo.
—Después de cruzar Skhädell, no quiero vivir escondida y eso es lo que tendremos que hacer si volvemos a Svetlïa, de lo contrario, los mirlaj nos darán caza.
—¿Prefieres quedarte aquí? —preguntó estupefacto.
—Tal vez no en la corte, pero somos vampiros y nada puede cambiarlo. Pertenecemos a Vasilia —concluyó.
Se puso en pie y tomó la carta de Sophie.
—Me retiro a mi dormitorio. Quiero prepararme para el baile.
—Wendolyn...
Ella se detuvo frente a su puerta y suspiró.
—William, si deseas volver a Svetlïa, hazlo, pero esta vez no te acompañaré.
Quizás fuera lo mejor. Si el zral se marchaba sin ella, significaría que no era tan importante para él. Incluso si no se lo decía, tendría su respuesta.
—Milady, esta noche tiene lugar el evento final que celebra la caída de los licántropos —le informó Alina cuando salió del baño—. Tenemos vuestro vestido y joyas preparados. ¡Será la velada más especial de todas y el canciller quería asegurarse de que llevarais las mejores galas!
Claro, para llamar la atención de más vampiros a los que espiar por él. Reprimió un suspiro.
—Gracias, Alina.
Sus doncellas la peinaron y secaron su pelo, mezclaron aceites para perfumarlo y marcar sus rizos. Lo recogieron y adornaron con múltiples peinetas e hilos de oro. Su maquillaje era más marcado y oscuro alrededor de los ojos. Vistieron sus labios de carmín y, finalmente, la ataviaron con el vestido borgoña y las joyas más lujosas que había portado hasta ese momento; según le explicaron, era tradición vestirse del color de la sangre.
Hacía exactamente cuatro siglos, durante la fría noche del vigesimoprimer día del Mes de la Lealtad, los licántropos fueron derrotados por Drago y Anghelika. Hoy Dragosta lo celebraba por todo lo alto.
A media noche, William y Wendy abandonaron sus aposentos y se reunieron con Alaric y sus soldados que los esperaban para escoltarlos al gran salón donde tendría lugar la celebración del siglo.
El canciller miró a su sobrino de arriba abajo y chistó al verlo vestido de negro.
—¿No podrías haber elegido otro color para variar?
William señaló los bordados rojos dispersos por la tela:
—Tiene rojo.
Alaric puso los ojos en blanco pero no insistió, aún se respiraba tensión entre ellos. Se volvió hacia Wendy y miró con aprobación su vestido borgoña.
—Así es cómo debe ser. Pareces una Doncella de Sangre.
—¿Una Doncella de Sangre? —preguntó mientras caminaban.
—No le digas eso —intervino William.
—¿Es malo?
—No, mi sobrino es demasiado aprensivo —dijo Alaric con una sonrisa que mostró sus colmillos—. Doncellas de Sangre fue el nombre que Drago otorgó a un grupo de vampiras que causaron estragos entre los mirlaj cuando se hicieron pasar por doncellas humanas e indefensas. Ellos les brindaron refugio y ellas los masacraron mientras dormían. Regresaron con su rey cubiertas de sangre y orgullosas de haber cumplido su misión.
Wendy sintió un escalofrío: sonaba aterrador.
—A partir de entonces, los mirlaj aprendieron a no subestimar a las mujeres y las humanas fueron aceptadas plenamente en la orden.
—Y lo aprendieron por las malas —se mofó Alaric.
—¿Pero, qué hay de Mirla? —preguntó Wendy mientras subían las escaleras de mármol—. Ella era humana, pero fundó la orden. Los hombres la respetaban como líder —dijo recordando lo que Iván le dijo tiempo atrás.
—Mirla encontró la forma de acabar con los vampiros —le recordó.
—La muy maldita —rio el canciller sin pizca de diversión.
William lo miró con el ceño fruncido y continuó:
—Ella fue quien enseñó a los humanos cómo plantar cara a Drago. También unificó los reinos humanos para conformar Svetlïa.
—En otras palabras, reconocieron su fuerza y sabiduría porque la vieron ejercerlas —concluyó Wendolyn.
—Exacto —dijo William—. Por eso, aunque permitieron que mujeres se unieran a la orden, no les encargaban tareas importantes hasta ese día. Si bien en Svetlïa aún existen prejuicios contra las mujeres, no es el caso de las mirlaj.
Wendy asintió. No tenía que recordarle el trato que recibían las mujeres en Svetlïa, otro motivo más para querer permanecer en Vasilia.
Cuando alcanzaron los niveles superiores, Alaric se detuvo y se volvió hacia William:
—Sobrino, aquí nos separamos. La reina quiere verte en el salón del trono. Nosotros nos adelantaremos y te esperaremos en la celebración.
El zral asintió, pero le dirigió una mirada de advertencia que le hizo poner los ojos en blanco.
—Borra esa expresión de mal humor, esta vez me encargaré de que nada le ocurra a Wendolyn, tienes mi palabra.
Conforme, William miró a la vampira y para susurrar:
—Te veo luego.
Ella lo siguió con la mirada hasta que lo perdió de vista, entonces, siguió al canciller hasta el gran salón. Cuando sus puertas doradas se abrieron ante ellos, se llevó una mano a la garganta al sentir la quemazón de la sed.
Escarlata, rojo, burdeos, granate y carmesí.
Toda la extensión del salón parecía un mar de sangre debido a las vestimentas de los invitados, y las lámparas de calenda no hacían más que acentuar esa sensación. Se hizo con una copa de doshka en cuanto pudo y, tras terminarla, tomó otra. Apenas fue consciente de que Alaric le presentó a varios nobles, pues su mente estaba con William y su encuentro con Anghelika. La celebración avanzaba y ellos aún no aparecían. Era extraño porque hasta Dragan había acudido.
¿Estaría William discutiendo su marcha con la reina?
No fue hasta que anunciaron a los artistas que representarían una obra en el teatro real, que algo captó su atención. Se trataba de una esencia cítrica y amarga, pero también olía a cuero viejo y pergamino.
Apartó la vista de su tercera copa y buscó entre los nobles que caminaban hacia el teatro. Aquel a quien buscaba estaba muy cerca...
Al fin, su mirada se detuvo sobre un vampiro de cabello oscuro y rostro severo. Sus miradas se encontraron y ella apartó la vista rápidamente.
—Canciller, ¿puedo hablar con vos un momento? —le preguntó a Alaric.
—Claro, querida. Disculpadme —dijo despidiéndose de los nobles con los que conversaba.
Caminaron hasta un rincón alejado de la salida y Wendy susurró:
—Acabo de oler a uno de los invitados de Davhir Balloch.
Alaric la miró sorprendido.
—¿De quién se trata?
Con disimulo, señaló al vampiro. De inmediato, la preocupación cubrió el rostro del canciller.
—Es Andrei Donev, pero no tiene sentido...
—Dijisteis que los nobles no acuden a esas celebraciones, pero Dragan lo hizo y parece que no fue el único. No los reconozco por las máscaras, pero puedo identificar su aroma.
—Entonces, la mascarada sí era una fachada para reunirse. —susurró Alaric—. Esto nos pone en serios aprietos...
Había pocas cosas que pudieran sorprender a William, pero toparse con Katerina Valanesku saliendo del salón del trono lo paralizó por un momento. Cuando reaccionó, se inclinó, pero ella ya lo había dejado atrás.
Katerina fue la reina consorte de Drago y no entendía qué podía estar haciendo visitando a Anghelika. Tras la muerte de su esposo, se había alejado de la vida pública y poco se sabía de ella salvo que visitaba con frecuencia a Vesela, la única hija que le quedaba con vida, la mismísima madre de Dragan. Debido a su pérdida de cordura, su hijo fue nombrado príncipe y tenía derecho al trono de Vasilia.
William habría dado lo que fuera por escuchar la conversación que había tenido lugar entre Anghelika y Katerina.
Cuando los guardias le cedieron el paso y cruzó el umbral, se encontró a Anghelika paseando pensativa. No pareció percatarse de su presencia hasta que carraspeó y lo miró.
—¿Queríais verme? —preguntó tras realizar una reverencia.
—Así es, acompáñame.
Entraron a una sala lateral, más pequeña y acogedora. El fuego crepitaba en la chimenea y las alfombras cubrían el frío suelo.
—Lamento apartarte de la celebración —se disculpó cuando tomaron asiento en dos sofás.
—No os disculpéis, no estoy interesado en asistir.
Junto a ellos apareció un esclavo para preparar dos copas de doshka con la sangre que escapaba del corte de su muñeca. Tras terminar, se las entregó y desapareció por la puerta de servicio.
—Entonces, lamento apartarte de Wendolyn Thatcher —dijo Anghelika.
William le dio un sorbo a su copa para ganar unos segundos, pero casi olvida lo que iba a decir. Era el doshka más exquisito que había probado nunca. Sin duda, reservado para la reina y aquellos a los que ella quisiera deleitar.
—Está con mi tío —dijo cuando se recompuso—. Además, quería hablaros de algo.
La reina lo miró pensativa.
—Creo que ya estoy al tanto. Alaric me contó lo ocurrido con Brigitte.
—¿Sabéis cómo pudo poseer a Wendolyn y por qué está su espíritu atrapado en palacio?
Le había dado vueltas durante días, pero no había logrado llegar a ninguna conclusión.
—Su espíritu quedó atrapado después de sufrir una muerte tan violenta.
William bajó la mirada, pesaroso.
—Creí que eso ocurría cuando se daban grandes masacres como sucedió en el Río Rojo, no por asesinar a una sola persona.
—Muchas almas quedan atrapadas en Skhädell y pasan a formar parte del folclore como fantasmas, la diferencia es que no solemos percibirlos si no se agrupan. Sí, puede que una familia escuche ruidos extraños y crea que su casa está maldita, pero no suele pasar de ahí.
—Pero con Brigitte sí...
—Olvidas que ella heredó de mi linaje el yaklar.
—¿Qué tiene eso que ver?
Anghelika le dio un trago a su copa antes de responder:
—Todo. Cuando los poseedores del yaklar son humanos, pueden influir en las mentes de los más débiles, pero no controlarlos. A través del vampirismo, podemos atar a otros a nuestra voluntad bebiendo su sangre y convertirlos en nuestras marionetas —explicó, moviendo los dedos como si de ellos colgaran hilos que le permitieran controlar a un títere invisible.
William lo sabía. Durante la guerra, a Drago lo apodaron el Sanguinario, pero su hermana no se quedó atrás y fue llamada Anghelika la Titiritera. La historia hablaba de una temible vampira capaz de controlar a su ejército con su sola voluntad. Sin embargo, tras firmar la paz y sentarse en el trono, no quiso convertirse en una tirana como su hermano y no volvió a utilizarlo.
—Eso lo sé, pero...
Anghelika siseó y él cerró la boca de inmediato.
—Cada vez que cambiamos, el yaklar se adapta y muestra una manera diferente de actuar. Cuando Brigitte murió y su espíritu quedó ligado a Skhädell, la forma de atar la voluntad de otros a la suya, mutó. ¿Intuyes cómo?
El zral apenas necesitó meditarlo unos segundos para comprenderlo, pero tuvo que beber un largo trago de doshka para poder hablar.
—Wendolyn y Brigitte comparten el final de su vida humana...
—Y su amor por ti. Mi deducción es que Brigitte se vio reflejada en la joven Thatcher y estableció con ella un vínculo que le permitió poseerla.
—Pero, ¿para qué? —siseó William—. ¿Acaso quiere que termine mi relación con ella?
Anghelika suspiró, apesadumbrada.
—¿Brigitte ha vuelto a controlar a Wendolyn desde ese día?
—No.
—Entonces, ya cumplió su objetivo. Se sirvió del pasado trágico que compartían para mostrarle su muerte —dijo y lo miró de reojo—. ¿Por qué crees que lo hizo?
William sabía que Anghelika tenía las respuestas, solo quería que él llegara a la única conclusión inevitable, aquello de lo que había huido casi toda su vida.
—Porque Brigitte desea que alguien encuentre a su asesino y Wendolyn es la primera persona con la que pudo comunicarse.
La reina asintió y se terminó su copa de un trago.
—Eso creo yo también. No conocerá la paz hasta que su asesino pague y esa joven es la única que puede ayudarla.
William se puso en pie, con los puños apretados y la mandíbula tensa.
—Solicito vuestro permiso para abandonar Vasilia.
—¿Qué? —preguntó sorprendida.
—No permitiré que Wendolyn se vea involucrada en esto, podría terminar muerta.
Anghelika le sostuvo la mirada sin pestañear y William se vio obligado a apartar la vista, pero no cedió.
—Haz el favor de controlar ese temperamento. Te estás comportando como un infante —le espetó, levantándose también.
Pero él no la escuchaba. Su vista se estaba tiñendo de rojo y sentía que la cabeza iba a explotarle.
—¿William? —preguntó Anghelika al verlo tambalearse.
Caminó hasta él, pero tuvo que apoyarse en la chimenea cuando se le emborronó la vista.
—¡William, corre!
Entonces, la oscuridad se los tragó a ambos y todo se tiñó de rojo. La sangre densa y caliente, fue derramada.
Wendolyn observaba apartada a Alaric conversando con otras dos cancilleres: Inga de Irzatia y Liuba Fethorian.
Según había estudiado, los Irzatia era la familia más leal a los Anghel, no en vano, Mihail de Irzatia fue el esposo de la reina hasta su muerte. Por otro lado, los Fethorian eran el mayor aliado de los Hannelor, razón por la que se había reunido solo con ellas.
Habían abandonado el gran salón después de que Wendy identificara a otros dos nobles que asistieron a la mascarada y ahora se encontraban en una sala privada del canciller.
Al principio, Wendy intentó seguir su conversación, pero después de escuchar nombres que no conocía y sucesos que no lograba ubicar en sus escasos conocimientos de historia vasiliana, dejó de prestar atención. Hablaban de intrigas, traiciones y guerras que le oprimieron el pecho.
Tomó asiento y quedó frente a un gran espejo encerrado en un marco dorado. Fue entonces cuando la vio en su reflejo.
Era Brigitte y la miraba con fijeza y el ceño fruncido.
—Déjame en paz... —siseó.
Pero su imagen no desapareció. En lugar de eso, comenzó a señalar la puerta y a ella.
—No voy a seguirte nunca más.
Pero entonces sintió un tirón y la sensación de que su propio cuerpo estaba escapando de su control. La obligó a levantarse y caminar hasta quedar a un palmo del espejo. Era como si la tuviera delante y, sin embargo, cuando tocó el cristal, solo sintió la superficie fría y pulida.
La miró a los ojos y vio que movía los labios. William, decía.
—¿William? —murmuró.
Sintió el miedo apoderarse de ella cuando vio a Brigitte asentir y llevarse la mano al cuello, trazando con sus dedos un corte imaginario.
—¡Canciller! —exclamó dándole la espalda al reflejo de Brigitte.
—Ahora no, querida —dijo sin mirarla, como si hablara con una niña insolente.
Pero Wendy no se dio por vencida y se interpuso entre los tres cancilleres.
—Tenemos que irnos ya —le dijo agarrándolo del traje con urgencia.
El canciller le cogió las manos y las soltó despacio de su ropa.
—¿Qué te ocurre?
—¡William está en peligro! Tenemos que buscarlo.
Al fin, Alaric pareció creerla y se volvió hacia Inga y Liuba:
—Os he dicho todo lo que sé. Tomad acción de inmediato e informad a la reina cuanto antes.
Ambas asintieron y Alaric abandonó la habitación junto a Wendolyn. Fuera los esperaba la guardia personal del canciller, dirigida por la capitana Vitali.
—¿Dónde está el salón del trono? —preguntó la joven.
—Por aquí —dijo Alaric, iniciando la marcha.
Iniciaron una carrera con los soldados escoltándolos.
—Cuéntame qué ocurre —dijo jadeante.
—No lo sé. Brigitte me advirtió que está en peligro de muerte.
—¿Está herido?
—No lo sé —repitió.
Corrieron por los pasillos desiertos y, antes de doblar la esquina y llegar al corredor que daba al salón del trono, todos se detuvieron en seco.
—¿Lo hueles? —preguntó Alaric.
Wendy asintió.
—Es sangre, mucha.
—Es la sangre de Anghelika —dijo el canciller echando a correr de nuevo.
La entrada al salón del trono estaba vacía y la puerta entreabierta. Sirina se adelantó y se asomó con la espada desenvainada. Al cabo de unos segundos, susurró:
—Entrad.
Encontraron a William tirado en el suelo, con las manos llenas de sangre y los ojos cerrados.
—¡William! —gritó Wendy arrodillándose a su lado.
Le tocó la cara, pero no reaccionó. Lo examinó y comprobó que no estaba herido: toda esa sangre era de la reina.
Buscó a Alaric y lo encontró caminando hacia una puerta lateral, también abierta. Se asomó apenas unos segundos antes de retroceder, pálido como un muerto. Volvió junto a ellos y agarró a su sobrino del traje:
—¡William, despierta! —pero el vampiro no reaccionó.
—¿Qué le pasa? —preguntó Wendy, angustiada.
La capitana se inclinó y colocó dos dedos sobre la yugular.
—Su pulso es débil, pero no está herido. Tiene que ser veneno, strup, seguramente. A juzgar por los síntomas, no hace ni una hora que lo ingirió.
—Maldita sea... —siseó Alaric.
—¿Va a morir? —preguntó Wendy, con las lágrimas agolpándose en sus ojos.
—No, pero tardará días en purgar el veneno de sus sistema y hasta entonces, no podrá explicar qué ha pasado... Si es que lo recuerda —le explicó la capitana.
—Sirina —la llamó el canciller—, tú y tus soldados, sacad a William y Wendolyn de Dragosta.
—¿Qué? —exclamó la joven.
Lo agarró del brazo para detener el paseó nervioso del canciller. Él la miró, todavía pálido, y la cogió por los hombros.
—Tenéis que escapar, alguien está intentando incriminar a William.
—¿Incriminarlo de qué? Hablad con la reina, ella podrá...
—¡La reina está muerta! —siseó y tanto la capitana como los soldados lo miraron estupefactos—. William es el único testigo lo que también lo convierte en el único sospechoso. ¡Está cubierto con la sangre de Anghelika!
Wendolyn lo miró conmocionada, antes de volverse hacia William. No sabía qué hacer, estaba paralizada...
—No hay tiempo que perder, entonces —intervino la capitana—. Vosotros, levantadlo —les ordenó a dos de sus soldados.
Entre ambos, pudieron cargar con William.
—Bien —dijo el canciller—. Sacadlo por el pasadizo de mis aposentos y encontrad caballos para abandonar la ciudad cuanto antes. Si se corre la voz, cerrarán las murallas y quedaréis atrapados.
—Ya lo habéis oído, ¡en marcha!
Wendy se movió por inercia al ver que alejaban a William de ella. Apenas había dado tres pasos cuando Alaric la detuvo agarrándola por la muñeca:
—Tenéis que salir de Vasilia. Huid a Svetlïa o a La Mandíbula, ¿entendido?
Sus ojos ambarinos estaban muy abiertos y la fuerza con la que apretaba su muñeca le hacía daño.
—¿No venís con nosotros?
—No, Wendolyn. Soy el canciller de los Hannelor y debo quedarme aquí para demostrar la inocencia de mi sobrino. Va a necesitar toda la ayuda que pueda conseguir. ¡Ahora márchate!
La soltó y Wendy se tambaleó pero Sirina la sostuvo antes de que cayera. Tiró de ella hacia la salida y se reunieron con los soldados que cargaban con William.
El silencio cayó sobre ellos como una losa. Una losa de piedra con un nombre esculpido: Anghelika.
Sí, he matado a Anghelika. Lo siento mucho, sé que es un personaje querido a pesar de lo poco que aparece pero... Bueno, ¿conocéis cómo se inició la Primera Guerra Mundial? Ajá, pues la muerte de Anghelika es mi atentado de Sarajevo y a partir de aquí se tuerce TODO.
Anghelika era la paz en Skhädell y yo necesito guerra XD para que haya historia. Supongo que todos sospecharéis de Dragan y, si bien no voy a negar ni confirmar nada, sí diré que no es tan sencillo y que matar a Anghelika no es tan fácil.
En fin, como suele decirse: se prendió esta mierda. Tenemos a Raymond revolucionando a los mirlaj y los vampiros sin reina. El tratado de paz es poco más que papel mojado y todo depende de quien se siente ahora en el trono.
Pero antes tenemos que ver cómo lograrán escapar William y Wendy, también tenemos que conocer el final de Bruma y Elliot que, si recordáis, están en Trebana, esperando a que Gabriela regrese y os adelanto que lo que les espera es MUY interesante.
¡Agarraos que vienen curvas!
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