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Capítulo 28


A lo lejos del pasillo noté cómo Benjamín conversaba con otros compañeros míos de clases, lo cual era normal. Al ser el profesor más joven que teníamos, además de simpático, todos preferían aclarar sus dudas con él y de paso entablar amistad. Como si lo hubiese invocado, giró su cabeza y me miró. Sonrió al verme, desde que había detenido a Anabel de golpearme le tenía cierto cariño, aunque nunca había conversado con él más que la ocasión en que preguntó cómo me encontraba después de mi licencia.

Todo parecía marchar bien en el colegio, aunque en casa no fuera lo mismo. Mi ánimo estaba más decaído que en otras ocasiones y mi pronto cumpleaños no lograba alegrarme como cuando era pequeña. Cumpliría dieciocho, la mayoría de edad, sería una adulta para lo sociedad, pero no me causaba gracia, mi vida continuaría igual que antes y la fecha pasaría desapercibida para la familia como siempre. Aquel no era el día de mi nacimiento, era el día dela muerte de Nicolás, todos lo recordaban así y sería por siempre.

Aunque no solo era en mi casa donde me sentía incómoda. Esa mañana fue la segunda vez que sentí que alguien me miraba y, al voltear, no había nadie. No pude evitar recordar el día que conocí a la madre de Javier, ocasión en que me sentí igual, y un estremecimiento me envolvió.

***

Luego de haberlo meditado estaba seguro de su decisión, tenía que hablar con Belén acerca de su prima y la aparición que tuvo lugar en su casa. Le preocupaba su novia, habían discutido la noche anterior por alguna tontería que no recordaba, pero eso no quitaba su preocupación. Si había algo que no le deseaba a nadie, era su miedo constante al tener esas sensaciones poco usuales. Lo único que podía pedir era que se tratara de una falsa alarma, de un alma diferente a la de su viejo amigo que solo quería asustar y desaparecería para siempre.

Condujo su auto hasta la salida del colegio en el que estudiaba su amiga. No tenía nada que hacer, había congelado sus estudios, una medida drástica, pero que consideró necesaria. Además, como los días anteriores, su padre le había dado libre, justificando su medida con que no tenían grandes encargos. Leo sabía que era mentira, la empresa siempre era muy cotizada, no tener un pedido habría sido insólito. Pese a ello, fingió creerle y utilizar su tiempo libre para buscar a Belén. No la había contactado previamente, por lo que no conocía su horario, por lo que se paró fuera de su auto a las cuatro veinte, esperando que su jornada terminara pronto. Se sentía nervioso y volteó a todas las direcciones posibles, pero por más que lo hizo, no encontró a la razón de sentirse observado. Su miedo era empeorado por las vibras que sentía en el lugar y los rumores que le habían llegado cuando era un crío y su madre se negó a inscribirlo en ese colegio.

—Dicen que se suicidó un alumno en la bodega, imagínate cómo deben ser los chicos ahí si es cierto.

Se convenció de que más miedo debía tenerle a los vivos y, mientras estaba ensimismado el timbre sonó. Miró expectante a la puerta y esperó a que los alumnos saliera, estando atento a todos los rostros que pasaban y, cuando creyó haberla encontrado, le tocó el hombro a la chica diciendo su nombre, a lo que la joven lo miró escandalizada y respondió un rotundo <<no>> con un pequeño grito. Decidió ignorarla y seguir esperando, hasta que la vio salir, pero no venía sola, a su lado había un chico rubio.

—Basta Nico, me haces reír demasiado y me quedarán mirando –le susurré una vez más entre risas rogando porque nadie me viera, ya era la salida del colegio y había mucha gente por los alrededores y no quería seguir siendo la rarita, razón por la cual llevaba mi celular pegado a mi oreja para mantener la apariencia.

—Es que enserio, enana, esa cara de burro que tiene tu profesora siempre me mata.

—Y por eso tienes que estar haciéndole caras ahí al frente, ¿por qué no puedes ser tan relajado como Javier?

Miré a mi espalda y más atrás venía Javier sonriendo. No sabía por qué se había quedado atrás, no había notado su pequeña desaparición gracias a Nicolás, mi querido tío que había buscado un modo de hacerme reír durante el día, para así distraerme de todos los problemas. Cuando volví mi vista al exterior del colegio noté cómo un brazo sobresalía de toda esa multitud. Se movía de un lado a otro tratando de llamar la atención de alguien y no logré ver a quién pertenecía, sino hasta que un chico que lo tapaba se movió y me dejó ver a Leo. Lo saludé con la mano y comencé a bajar los escalones para luego tratar de hacerme un espacio entre los estudiantes que aún no se marchaban.

—Hola, ¿Qué onda? —Lo saludé de abrazo en cuanto llegué a él.

—Hola, todo bien... ¿Dónde está tu amigo? —Preguntó confundido mirando a todos lados.

—¿Cuál amigo?... ¿Diego? –Me pregunté por qué buscaría a Diego y porqué lo mencionaba como un amigo mío. Por un momento me sentí desilusionada al pensar que iba al colegio por él y no por mí

—¿Se llama Diego? ¿El rubio que venía saliendo contigo?

Lo miré sorprendida ante su descripción. El único rubio con el que yo me relacionaba era Nico, pero era imposible que lo hubiese visto, o al menos eso creía yo. Pensé en decírselo, pero preferí ocultarlo, sabía cuan asustadizo podía ser el chico y el conocer que nos acompañaba un fantasma podría incomodarlo.

—Ah... no sé dónde se fue —le mentí.

—No importa, venía para hablar contigo.

—¿Ah sí?... pues, puedes hablar conmigo ahora —le dije relajada.

—No, aquí no... necesito en algún lugar privado —pidió mirando a todos los chicos y chicas que se marchaban a casa.

Asentí y llamé a mi hogar para avisar que estaría fuera de casa más tiempo del habitual pues tenía un tema importante que tratar con un amigo. Realmente no sabía qué tan urgente era el asunto, pero exagerar un poco no creí que estuviera de más. Cuando hubo accedido y le conté a mi amigo, nos montamos en su auto, él piloto, yo a su lado de copiloto y en el asiento trasero mis queridos fantasmas. Noté por el retrovisor que Javier no estaba muy contento, pero no hizo comentarios acerca de mi actuar.

Condujo unos pocos minutos para luego detenerse en un parque pequeño. Nos bajamos y sentamos en la primera banca a la sombra que encontramos. El lugar me recordó al día en que conocí a Javier, pues aconteció en una plaza similar a esa. Parecía mentira que ya hubiesen varias semanas de aquel encuentro, uno que en cierto modo cambió mi vida. ¿Cómo habrá sido la vida de Javier? A veces me lo preguntaba sin saber la respuesta y sin atreverme del todo a averiguarla. Todo lo que sabía lo sabía por sus historias contadas a voluntad propia. ¿Qué esconderán esos lindos ojos cafés?

—¿En qué piensas? —Me sacó de mis pensamientos Leo, teniendo a sus espaldas a las dos almas que me acompañaban a donde sea que fuera. Noté que se tensó un poco y le entraron los escalofríos, estaba sintiéndolos.

—En nada especial y tranquilo, los dos que tienes atrás no te harán nada... —le dije para tranquilizarlo, aunque dudaba de mis palabras hacia el final cuando Javier le hacía caras y Nicolás intentaba jugar con su cabello. No entendía la razón de su comportamiento—. Y bien, ¿de qué querías hablar?

Se frotó las manos, un gesto nervioso y su frente soltó una pequeña gota de sudor a pesar de que no hacía calor, al contrario, el ambiente era bastante agradable para estar en otoño avanzado. Esperé pacientemente a que se decidiera a hablar. Se mojó los labios, pensó las palabras y por fin lo hizo:

—Creo que... creo que Valeria vio a un fantasma el otro día —soltó de pronto confundiéndome. Eso claramente era imposible, Valeria era una chica normal y nunca había escuchado que tuviera esa clase de problemas. La primera alma que pasó por mi mente fue la niña que se nos apareció durante su cumpleaños, pero rápidamente Leo me dio el nombre exacto—. Un chico llamado Javier.

—¿Cómo? —Pregunté entre tartamudeos comenzando a asustarme, temiendo habérselo contagiado o que todo fuera de familia.

—Lo vio... creo que en living de su casa, estaba sentado y no dijo nada, solo le dijo su nombre... al menos eso me contó ella. No sabe cómo entró, solo lo vio ahí. Dice que tenía apariencia de muerto, que a lo mejor estaba enfermo y sólo se confundió de casa, pero que parecía un cadáver andante.

Dios mío, mi prima tuvo un encuentro cercano con un muerto cuyo nombre era Javier. Miré al único individuo que poseía ese nombre y que –de casualidad– estaba muerto y alguien podría verlo con esa apariencia. Alcé una ceja esperando a que dijera algo, pero solo sonrió inocentemente. Él era el culpable de todo esto, se había dejado ver para asustarla.

—Si lo que quieres saber es si fui yo, sí, fui yo. Me declaro culpable —dramatizó el chico como si estuviese siendo llevado a la cárcel—, se lo merecía, me molestó el trato que te dio en la fiesta, así que volví a su casa para asustarla y funcionó —exclamó victorioso.

—Javier, no debiste.

—¿Javier? —Leo me miró con los ojos bien abiertos en cuanto oyó ese nombre y yo sabía la razón. Decidí que ya era tiempo de confesarle quién era uno de los espíritus que me acompañaban y, sin estar muy segura comencé preguntando:

—Amm... Leo... ¿Qué me dirías si te digo que yo veo a Javier?


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