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Capítulo 26

—Hey, ahí está Diego —me informó Nico a mi espalda señalando al lugar por donde venía aquel chico.

—Ya lo vi —susurré.

Miré al chico que caminaba en sentido contrario al mío, aunque no sabía si se dirigía a mí exactamente. No sonreía, pero trató de dedicarme una mueca, llevábamos días sin hablar frente a frente y por internet el único mensaje que había recibido de él fue un <<lo siento>> durante el fin de semana. Ya habían pasado dos semanas desde que habláramos por primera vez en Facebook. Lo observé detenidamente, no sabía cómo interpretar sus gestos para darme una pista de lo que él pensaba ahora de mí. ¿Creerá lo mismo que mis padres? A lo mejor estaba de acuerdo con lo de la cita a esa nueva amiga comprada que tenía y a la que me veía obligada de ir a visitar cada cierto tiempo.

Lo había pensado mucho durante los días posteriores a la noticia. Le daría en el gusto a mis papás con lo de asistir a las horas pedidas. Asistir, lo que no quería decir que hablaría mis temas más íntimos con una desconocida, por mucho que asegurara querer ayudarme. Temía ser diagnosticada con alguna enfermedad mental y verme obligada a la medicación, era lo que más me aterraba. No quería vivir dependiendo de pastillas que nublarían mis pensamientos.

—Hola, Diego —lo saludé amablemente cuando se interpuso en mi camino.

—Hola... ¿Cómo va todo?

—Bien... iré al sicólogo —confesé esperando su respuesta negativa como lo había hecho por internet. Sin embargo, mantuvo su silencio y no tuve más remedio que alejarme de él cuando el timbre sonó.

***

Sintió cómo su piel se erizaba y su pulso se aceleraba. Le parecía insólito que aquellas sensaciones que tanto miedo le daban lo persiguieran hasta la casa de su novia, donde antes se sentía seguro y tranquilo. Deseó estar con Belén para preguntarle si veía algo, pero se encontraba a solas con Valeria en el living de la casa mirando una película.

—¿Sucede algo cariño? —Preguntó la chica levantando su cabeza de su hombro.

—Nada, no es nada —La tranquilizó sonriéndole

—Ah... qué bien, pensé que te pasaba algo... a veces pareces algo incómodo incluso en tu casa, como si algo te molestara o asustara.

Maldijo en su interior mientras buscaba una excusa para los pensamientos de la joven, pero nada se le ocurría, con el tiempo había agotado casi todas las excusas que creaba. Sabía que no podía pasarse la vida diciendo: <<un escalofrío>>, <<me dio la corriente>>, <<mañana tengo examen y estoy algo nervioso>>, en algún momento tendría que sincerarse. Pero la idea de contarlo y ser rechazado le aterraba, por lo poco que conocía de Belén sabía que le daban ese trato y no quería lo mismo para él.

Se propuso buscar algún panorama diferente para la próxima vez, se le estaba haciendo común compartir con su novia, empezar bien la tarde pero terminar discutiendo y con un sabor amargo en la boca. Ansiaba poder relajarse, después de todo ese debía ser uno de los motivos por el que su padre le estaba dando tantos días libres, que ya no sabía en qué emplear su tiempo aparte del estudio para la universidad. Siempre que preguntaba y asegurarse sentirse preparado para volver Edison se negaba, argumentando que la muerte de Javier debió suponer un gran golpe para él y merecía un buen descanso.

—¿Sabes?... no te lo he dicho —Comenzó a hablar Valeria, sacando a su novio de sus pensamientos—, pero la otra vez vi a un chico aquí en casa.

—¿Un chico?

—Sí... no sé cómo entró... fue hace unas semanas, lo vi aquí. Le pregunté qué hacía aquí pero no me dijo nada, solo me dio su nombre.

—¿Y cómo se llamaba? —Preguntó curioso y a la vez algo asustado ¿Cómo era posible que un chico haya entrado a su casa sin que ella lo notara? Si era así, ella y su familia podían estar en peligro.

—Era... Javier, sí, ese era su nombre —contestó luego de pensarlo—. Estaba muy pálido, debiste haberlo visto... parecía un cadáver.

—¿Javier?

Sus ojos se abrieron al máximo y miró con sorpresa a la chica. Solo conocía a un Javier y él estaba muerto.

***

La clase de arte siempre había sido mi favorita, pero ese día en particular me aburría más de la cuenta y me era casi imposible mantener la atención puesta en la mujer enfrente. Explicaba algo de historia y, mientras lo hacía, mi mente vagaba y me llevaba al anuncio de mis padres sobre la sicóloga, la madre de Javier a quien aún no había vuelto a visitar y Leo con quien no había vuelto a hablar pese a tener ya cómo contactarnos. Todo era confuso, mi vida parecía haber cambiado demasiado y no lograba establecer el momento exacto en que ocurrió. Talvez cuando conocí a Javier o quizá después, no lo sabía.

Miré por la ventana al patio y fui testigo de una tierna escena que para todos era invisible, yo tuve el privilegio de ser la única espectadora. Sentado en una banca estaba el chico suicida del colegio, pero su aspecto había mejorado bastante desde la última vez que lo había visto. Si bien mantenía su palidez extrema y ojeras, sus labios sonreían de forma radiante a la niña que lo acompañaba, la misma que había estado primero en el hospital y luego en casa de mi prima. A lo mejor solo necesitaban a un amigo con quien compartir. No pude evitar sonreír con ellos, en vida era posible que no lo hubiesen pasado bien, pero en la muerte podría ser mejor.

Suspiré, solo esperaba que yo no tuviera que esperar tanto como ellos para sonreír así. Aunque mis circunstancias parecían estar en mi contra, en medio de la clase, cuando empezaba a tomar unos pocos apuntes, mi celular vibró con la llegada de un mensaje. No conocía el número, pero por la foto de perfil supe que se trataba de diego y decía:

<<Lamento lo del sicólogo, pero no creo que sea tan mala idea, si tus padres lo hacen es por tu bien>>

Lo miré incrédula sintiendo que todo el mundo se me venía encima, en mi contra. Si las cosas seguían así yo ya veía mi cama en el psiquiátrico a la vuelta de la esquina, aterrándome y horrorizándome más que una golpiza de Anabel a quien habían expulsado. Un nudo en mi garganta me molestó y dolió, para el cual no encontraba remedio. Aguanté cuanto pude los deseos de llorar, pero lo siguiente me dejó sin aire.

<<Te va a ayudar con las cosas que ves, a sobrellevarlo y, si le ves el lado positivo, puede que llegue el día en que ya no los veas>>

Una pequeña y solitaria gota cayó desde mi ojo a la pantalla de mi celular, la cual limpié al instante. Guardé el aparato en mi bolsillo e ignoré los mensajes que siguieron a ese y él mismo las ocasiones que lo divisé en el pasillo. No me apetecía hablarle, tampoco llorar en público y dar razones a mis compañeros para molestarme o sentir lástima. Solo fui capaz de desahogarme en casa ante la mirada escandalizada de mi madre quien preguntaba por qué lo hacía. Me limité a guardar silencio, comenzaba a sentir que cualquier cosa que dijera podría ser usada en mi contra.


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