Capítulo 24
La mujer parecía acabada. Tomé su mano como un saludo educado, nunca olvidaré aquellos delgados dedos que envolvieron a los míos, ese par de ojeras, ojos un tanto hundidos y la cara delgada con unas pocas arrugas ya surcándolo. El resto del cuerpo no lo pude apreciar mucho, vestía ropa holgada, pero aun así se notaba la figura de ella, resultaba obvio que le faltaban algunos kilos.
Nos invitó a pasar a su hogar y sentarnos juntos en el sofá más grande mientras ella nos servía unos vasos de jugo en la cocina. Nos debíamos ver raros yo con uniforme escolar y él de camisa y pantalones de tela, como si viniera saliendo de la oficina, pero la mujer no hizo comentarios. Desde donde se encontraba hacía algunas preguntas a Leo que respondía con prontitud mientras yo me mantenía en silencio mirando los retratos que había por todo el lugar y mis ojos se abrieron al ver en ellos a Javier. Traté de buscarlo con la mirada, pero no lo vi, talvez no se encontraba ahí, pero sí visitaba el lugar de vez en cuando.
Me imaginé a mi amigo viviendo en esa casa, seguramente desde pequeño, el lugar donde había crecido y ya no quedaba más que una madre destrozada. Lo interpreté como una señal del destino, a lo mejor sí debía ayudar a la señora, ya nos habíamos conocido y, de algún modo, tenía que encontrar la forma de seguir unida a ella.
Cuando volvió con dos vasos de jugo la acompañaba de cerca Javier con semblante serio. Sus cejas estaban tan juntas que por un momento creí que se harían una y sus ojos no se apartaban de nosotros, atento a cada movimiento. La incomodidad ya era demasiada además del enojo, él no tenía derecho a tener ese tipo de actitud conmigo, sin embargo se estaba dando el lujo.
—¿Así que estás con el novio de tu prima? —Bufó sentándose en otro sofá. Había un gran contraste entre madre e hijo, mientras él estaba enojadísimo conmigo, ella nos miraba amablemente a los dos.
—Eso no te incumbe —susurré.
—¿Disculpa? –Se dirigió Leo a mí interrumpiendo lo que decía a la señora Castro.
—¿Ah? No, he dicho nada —sonreí.
Decidí ignorarlo, darle importancia solo haría que siguiera reprochándome pecados que no había cometido. Me concentré en la conversación, si quería ayudar a Javier, por muy mal que se estuviera comportando, debía conocer primero a la señora y saber al menos lo básico.
—Espero que no le moleste que haya venido con mi amiga, por cierto, ella es Belén —me presentó— Belén, ella es la mamá de Javier, un chico que dio la vida por mí.
—Un placer conocerla... es un lindo gesto el que hizo su hijo.
—Sí... al menos me consuela el hecho de que es considerado como un héroe.
Si bien talvez eso la tranquilizaba un poco, no lo hacía del todo, ni tampoco la conformaba con su pérdida. Llegué a pensar que esas palabras eran meramente por educación, para que Leo no se sintiera culpable por lo sucedido. En conclusión, ella no se consolaba con eso, la pena no se iría ni aunque su hijo fuera el salvador de todo el mundo, eso estaba claro. Lo veía en sus ojos. Esa era la razón por la que Javier estaba tan preocupado, la mujer no se movía con tanta facilidad y había que considerar que aún estaba en una edad joven para ese tipo de dolencias. La depresión era la causa de todo esto.
Se instaló una pequeña conversación entre Leo y la señora Castro. Yo no sabía en qué intervenir. No podía decir: <<oiga, yo conozco a su hijo y lo digo en presente porque está aquí con nosotros>>. Eso me habría dejado como loca para ella, no podía permitirlo. No encontré más remedio que hacer de oyente para conocerla un poco, eso me daría pistas para acercarme y ayudarla.
—Bueno, creo que ya es hora de irnos —inició Leo la despedida unos quince minutos después de nuestra llegada. Había notado que no le agradaba el lugar y que los numerosos retratos le incomodaban.
—Gracias por todo, Leo. Eres un buen chico y tienes una novia muy bonita —comentó mirándome con una sonrisa amable.
—Oh, gracias pero yo no soy su novia —la corregí avergonzada.
—Solo somos amigos, pero gracias —rio Leo.
—Sí, sí, amigos o me revivo para golpearte tu cara de muñequito —gruñó Nico.
—Lamento entonces lo dicho, pero enserio, eres bonita —se emendó la señora—. Bueno, Leo, nos veremos en un tiempo
—Sí, nos vemos.
Luego de despedirnos, al estar ya cerca de una cuadra lejos de aquella casa le conté a Leo lo que me aquejaba. No me guardé nada, incluí lo de Diego. Sabía que podía confiar en él, que no me juzgaría porque me entiende mejor que cualquier otra persona. En momentos como esos me preguntaba por qué permitir que estuviésemos sin contacto desde la fiesta de Valeria.
De lo concentrada que estaba en mi conversación con él no me fijé en que Javier se nos sumó, caminaba junto a Nicolás detrás de nosotros. Mantenía el mismo humor que tenía en su casa. Esperaría que su cabeza se enfriase para hablarle, después de todo yo también estaba molesta con él por la discusión que habíamos tenido y por su comportamiento.
—Te entiendo con lo de tus padres. Los míos no me ven hablando solo, simplemente porque yo no puedo ver las almas como tú... pero sí notan cuando me estremezco y lo raro que me comporto cuando las siento.
—A veces pienso que les falta poco para llevarme al psiquiatra.
—Esperemos que eso no suceda, no quiero que la única amiga que me entiende realmente esté visitando al loquero... y con lo de tu amigo... bueno, no ha sido muy buen amigo desde el principio, por lo que me has contado. Si realmente está interesado en ti, te volverá a hablar y, espero, no haga esa clase de comentarios otra vez.
—¿Y has sabido algo de la niña de la casa de Valeria? —me atreví a aventurar guiada por la intriga que me causaba la chica con quien no había podido hablar y desconocía por completo.
—Nada, la verdad es que no he hablado mucho con Vale —confesó—. El otro día discutimos y apenas hemos cruzado palabra en la universidad.
—Lo siento.
Y lo decía sinceramente, pero no por ella sino que por él. Quizá esa era la razón por la que se le notaba más apagado y cansado. Pasase lo que hubiese pasado, no sabía bien qué comentar o aconsejarle, nunca había vivido algo similar ni llevado una relación amorosa, por lo que en el tema era tan nueva como un niño pequeño. Creí que cambiar el tema sería la mejor opción, pero él decidió seguir.
—Sí... pero ya tenía que ponerle un freno, hay cosas que no me agradan en ella. A veces y hasta pienso en terminar con lo nuestro.
—¿Estás seguro de lo que dices? Probablemente y hasta te estás dejando llevar por la rabia y eso no es bueno —no sé por qué, pero dije esas palabras en beneficio de mi prima
—Eres de su familia, haz de saber que a veces es insoportable
¿Qué decir en un momento como aquel? <<Sí, tu novia es la más insoportable de todas ¿Acaso no recuerdas como me trata>> No, eso no. <<Oh, no, ¿Cómo que insoportable? Más bien yo diría, algo molesta, pero no insoportable>>. Decir eso habría sido mentir. <<Tal vez y un poquito, pero nada más que eso>>. Me reí de mí misma buscando la mejor respuesta, lo más conveniente era hablar con la verdad, a fin de cuentas estaba en confianza.
—Bueno... no sé qué decir, por lo menos yo no la soporto —terminé admitiendo—. No sé los demás.
—Bueno... no sé qué decir, por lo menos yo no la soporto —terminé admitiendo—. No sé los demás.
—Solo espero que cambie de actitud.
Reí un poco, había defendido a una persona que realmente me desagradaba. Cuando miré a los chicos Nicolás me miraba incrédulo, pero Javier tenía la mirada en el suelo, ya no parecía enojado como antes, más bien lucía triste.
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