Capítulo 16
Eran ya las tres de la tarde cuando decidió levantarse de la cama. Desde que había visto a su amigo morir su rutina había cambiado, se sentía más deprimido, quería renunciar a su trabajo, decisión que su papá rechazó ofreciéndole un día más libre: el viernes, y jornadas más cortas. Pero Leo no quería más beneficios a costa de la muerte de Javier, quería cortar con eso y no sabía cómo decírselo a su padre, quién deseaba ver a su hijo convertido en un buen empresario para que algún día ocupe su lugar.
Se miró al espejo, tenía veintidós años, estaba estudiando durante las mañanas y trabajando en las tardes, todos sus días eran agotadores y en sus ojos se veía algo de tristeza cuando notaba que su vida se iba entre el trabajo y el estudio para complacer a su padre. Habría preferido quedarse en casa, el cansancio que llevaba sintiendo esas semanas lo desmotivaba de todo y las pesadillas no ayudaban.
Se vistió con lo primero que encontró y bajó al primer piso, entró en la cocina donde dos de las sirvientas conversaban animadamente. Nunca le importaba encontrarlas así, a ambas les había tomado un gran aprecio y las respetaba. Sin poner demasiada atención se sirvió a sí mismo el almuerzo. Abrió el refrigerador y un escalofrío le recorrió la espalda, como si una mano lo estuviese acariciando. Se giró pero las mujeres seguían en lo suyo, ni siquiera lo miraban, por lo que no se explicaba lo que acababa de sentir.
—Me estoy volviendo loco —susurró para sí mismo.
—¿Sucede algo, Joven? —Preguntó la mayor de las mujeres, Evelyn de cuarenta y seis años
—No te preocupes, estoy bien, es solo que me ha dado algo de frío con esto, mi cama estaba calentita.
—Comprendo —contestó la empleada con una pequeña risita—. A todos los jóvenes les sucede lo mismo, aman las sábanas... cuando yo tenía su edad...
La sirvienta comenzó a dar su discurso de cuando era más joven. En una situación normal Leo la habría escuchado con respeto, a pesar de que no era amante de esos temas siempre la oía sin rechistar ni cortarla. En cambio, ese día no era como cualquier otro, sentía una presencia más en la cocina, era como si alguien lo mirara pero no sabía desde qué lugar ni qué era. Terminó de calentar su plato para luego excusarse con que estaba algo apurado porque había quedado de salir con un amigo. Subió a su cuarto donde se sentía seguro y ahí engulló la comida, pero la sensación volvió, algo más estaba con él en su cuarto.
—Sal da ahí ahora, me molestas —dijo en un tono lo más normal posible y no tan fuerte para que nadie más lo oyera.
Esperaba una respuesta para saber que no estaba loco, pero esta nunca llegó y se sumió en la desesperación. Cuando hubo terminado de comer bajó rápidamente, dejó el plato para que alguien más lo lavara y abrió la puerta de entrada, no le importaba a dónde iba, la cuestión era alejarse lo más posible de su casa y esa presencia extraña que nunca antes había sentido.
***
Me dejé caer en mi cama sintiendo al instante un gran alivio en mi espalda y en mis brazos cansados de tanto cargar cajas. Eran las ocho de la noche y recién había llegado a casa, casi cuatro horas después de que terminara mi jornada escolar. Había tenido que pedirle ayuda al conserje para terminar rápido y para que no cerrara el colegio con nosotros dentro, eso habría sido una tragedia.
Mis padres prometieron reclamar al día siguiente al mismo director, consideraban que eran insólito que se me castigara a mí que no le asesté ningún golpe a Anabel, y eso se constataba al ver su rostro y su cuerpo tan sano como siempre a comparación del moretón que aun decoraba mi cara.
—Esto no se va a quedar así, mañana mismo voy a ir a hablar con ellos —juró mamá—. En esta ocasión me van a conocer de verdad.
Yo por mi parte los dejé a los dos discutiendo lo ocurrido, tema que definitivamente hablarían con el abogado, para ver qué tanto derecho tenían para obligarme a trabajar así. En mi habitación mirando al techo, sin ganas de hacer nada más que dormir, recordé la larga jornada y el susto que pasamos cuando Benjamín entró haciendo ruido, desviando mi atención del chico de pelo negro hacia él.
—¿Estás bien? —Le preguntó Diego ayudándolo y tratándolo como si fuera un alumno y no un ayudante del profesor de matemática.
—Sí... solo vengo a buscar unos libros que me pidieron, dijeron que estaban aquí —comentó con cierto nerviosismo, acomodándose unos anteojos que no le había visto antes. Recordé el miedo que le había metido Tomás la vez anterior, quizá esa era la razón de que sus manos temblaran y sus ojos vagaran por todo el lugar en un estado de alerta.
—Ahí hay varios —señaló mi compañero—. Revísalos.
Recordé al joven de cabello negro que se encontraba detrás de mí, pero cuando me giré para verlo de nuevo había desaparecido. Decidí seguir trabajando como si nada hubiese ocurrido y sin comentarlo a mis acompañantes, quienes seguramente se habrían asustado más de haber sabido del pequeño incidente. El resto de la tarde continuó normal, cuando Diego por fin encontró lo que buscaba se marchó, pero igualmente volvió para ayudarnos en lo que pudo, venciendo así a sus temores. A ninguno de los dos los penaron, a mí lo hicieron más de una vez, seguramente ya me distinguía como a alguien diferente.
Cuando caminábamos por el pasillo a oscuras para marcharnos escuché un grito ensordecedor, una voz masculina que denotaba miedo. Me giré asustada y miré la oscuridad, tan desierta como estaba cuando la había atravesado y no comprendí en el momento porqué nadie más había escuchado lo mismo que yo si fue tan fuerte.
—Lo que necesita usted es descansar —comentó el conserje—. Haber estado en ese lugar tantas horas la debe haber dejado medio trastornada. Mañana estará bien.
Simplemente asentí y seguí caminando. Ya estando afuera me subí al auto de mis padres que me habían ido a buscar para que no recorriera el camino de vuelta de noche yo sola. No sabía qué había pasado, pero mi curiosidad no era suficiente como averiguarlo, en vez de eso sentía miedo. Las circunstancias habían sido diferentes a la de Javier, el alma de esa tarde parecía querer asustarme y lo había logrado hasta cierto punto.
Al día siguiente me dirigí al colegio solo con la compañía de Nico. Javier había desaparecido durante la noche, pensé que se encontraba con su madre y la mía iría más tarde al colegio para reclamar lo del día anterior. A media mañana seguía sin aparecer, situación que me comenzaba a preocupar y, como solía ocurrirme cuando tenía esa clase de sentimientos, salí del salón a comprar algo para comer, ya ni siquiera el dibujo me calmaba. Pasando por el pasillo divisé a mamá esperando en una banca a hablar con el director, me saludó de lejos antes de ser llamada por la secretaria para entrar a la oficina. Le iba a echar una grande, de eso estaba segura, y me enteraría cuando llegara a casa.
Una vez que tuve las galletas y la caja de jugo en mis manos me dirigí al patio y me senté en una banca a solas. Nicolás a mi lado miraba a los chicos jugar a la pelota mientras un grupo de chicas los observaban haciendo barras. Estaba con mi mirada perdida en cualquier lugar pensando en Javier y su ausencia cuando una mano se posó en mi hombro, sin embargo al darme vuelta no había nadie. Volví a sentir miedo como la tarde anterior, recordé al chico de cabello y su repentina aparición, tan rápida como su desaparición. Traté de ignorarlo y continuar con mi colación cuando un susurro en mi oído me hizo estremecer.
—Yo soy como tú.
No se trataba de Nicolás que miraba detrás de mí conceño fruncido, tampoco era una persona porque, cuando miraba, no había nadie,era él. Su voz baja hablando a susurros causó que mi piel se erizara, volvió arepetir la misma frase <<yo soy como tú>> y, tal y como el díaanterior, luego de eso desapareció la sensación de tener a alguien a mi espalda.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro