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Capítulo 14

Había tomado la determinación de no considerar a Diego mi amigo como había pensado que sería en un principio. Le negué a mi mamá la existencia de una persona que me prestara su amistad y, por lo mismo, no pudo evitar llamarme mentirosa con un tono burlón cuando el chico atravesó la puerta de mi cuarto llevando un regalo consigo.

—Supe lo que te ocurrió, así que vine a verte —dijo luego de saludarme.

—Nunca me hablaste de este joven —comentó mamá—. Te ha traído varias cosas ricas, subiré una bandeja con las galletas para que coman mientras conversan.

—Muchas gracias, señora Cristina.

—No tienes nada que agradecer, hijo.

Yo solo miraba con semblante serio la escena que acontecía frente a mí. Javier y Nico solo miraban en silencio, una actitud inusual en ellos, acostumbrados a bromear con la gente a mí alrededor para hacerme reír de vez en cuando. Sin decir ninguna palabra me acomodé en la cama aguantando el dolor para conversar con él, lo invité a sentarse en la silla de mi escritorio y esperé a que tomara la iniciativa.

—Estaba preocupado por ti —admitió.

—¿Por qué? —me confundí.

—Porque eres mi amiga.

—¿Amiga? Entonces ¿por qué no me hablaste en vacaciones y en el colegio solo lo haces a escondidas? No soy de numerosas amistades, pero sé que eso no es propio de las personas cuando realmente son amigas.

—Lo siento... es difícil de explicar... —jugó con sus manos arrugando levemente su pantalón, tomándose el tiempo de pensar lo próximo que diría— Hackearon mi cuenta de Facebook.

Lo miré desconfiada por su excusa. Había visto actividad en su perfil y no parecía ser nada que fuera en su contra, de hecho parecía ir todo normal. A su espalda ambas almas bufaron luego de escucharlo, dándome a entender que ellos pensaban igual que yo.

—Esta es mi nueva cuenta, podremos hablar por ahí —me tendió un papel.

Miré el mensaje escrito y no pude evitar sentirme mal. ¿Por qué habría de crear un perfil aparte para conversar conmigo? Pese a que los reclamos se agolpaban en mi cabeza y luchaban por salir, los retuve y fingí que todo estaba bien, aunque no me sentía así.

***

—Mamá, no sé qué hacer, no dejo de soñar con él —admitió el joven con desesperación mientras caían lágrimas por su rostro.

—Ya encontrarás la forma de deshacerte de eso, cariño —lo consoló mientras acariciaba su cabello llenos de rizos que ella tanto amaba.

—No puedo dejar de soñar con Javier —lloró—. Enserio me siento culpable por su muerte, debí haber dicho que él no era yo, que la persona que buscaban era yo. ¿Has visto cómo quedó su mamá? No me lo puedo perdonar.

—Pero ya pasó cariño, de haberlo dicho el muerto serías tú, hijo y la mujer lastimada yo.

—Al menos no tendría este peso encima.

Se miraron el uno al otro en busca de la verdad en sus ojos, él intentaba convencer a su madre de lo equivocada que estaba al decir que él era inocente, ella lo consolaba diciendo que debía agradecer que su vida continuara y tenía muchos años por vivir aun. No debía pensar en los errores de su padre ni en las personas con las que estaba relacionado, nada debía afectarle a su hijo puesto que nada sabía sobre el tema.

—No hables así —le ordenó—. El joven está en un lugar mejor...

—Tú no lo viste —se exaltó Leo—, cómo negaba ser de la familia, cómo rogaba por más vida, cómo... cómo murió... encima de todo dejando a su madre sola...

—La estamos ayudando económicamente.

—No es suficiente... no lo es... el dinero nunca lo reemplazará, mamá, no tomará el lugar del hijo perdido, amigo o el rol que haya llevado. Se fue y dejó metas por cumplir, ¿quién sabe?, tal vez hasta a una chica con un corazón roto porque ya no puede estar con él.

***

Miraba por la ventana el paisaje, casa tras casa era dejada atrás con una velocidad que mis pies nunca alcanzarían. Era hora de volver al colegio después de la paliza que Anabel me dio y mis padres me llevaban en su auto, debían hablar con el director junto a su abogado para comunicar lo de la demanda, esto no se quedaría así. No se quedarían conformes con las disculpas que la chica se vio obligada a darme por sus padres cuando fueron a hablar con nosotros y ver la seriedad de mis lesiones.

—Bien, mi amor, cualquier cosa nos avisas ¿si?, cargamos tu celular, llámanos, no importa la hora. Cuídate por favor —me abrazó.

—Sí, mamá, lo haré.

—ya escuchaste, no importa la hora... te quiero —imitó mi papá a su esposa.

—Entendido.

Caminé por el pasillo junto a los chicos, sintiendo cómo algunos compañeros posaban sus ojos en mí, seguramente porque me vieron cuando fui golpeada o simplemente les llamaba la atención el moretón que aún se encontraba en mi rostro. Me dirigí a la oficina del director, tal y como me lo pidió el día que me visitó en mi hogar, pidiendo disculpas a mis padres, avergonzado por las circunstancias en la que se encontraba.

—No volverá a ocurrir, pueden estar seguros de ello —prometió.

Pero no podíamos estar tan seguros, por lo mismo los chicos estaban más atentos a cualquiera que pasara por mi lado, con el fin de prevenir algún otro ataque, aunque poco podrían hacer en caso de que se produjera. Al llegar a mi destino hablé con la secretaria, preguntándole por la razón por la que fui llamada a hablar con el director.

—Ah, sí, me lo comentaron. Belén Cáceres ¿no? —Asentí— Sí, el director me comentó que uno de estos días llegaría una de las niñas de la pelea del otro día, la causa de tanto alboroto entre los apoderados.

—Lo siento, no fue mi culpa.

—Todos dicen lo mismo —afirmó entre dientes a un volumen bajo, que alcancé a oír de todos modos—. Te pidió que vinieras para informarte de tu castigo.

—¿Mi castigo?

La miré con sorpresa e indignada ¿Me castigarían a mí, que no hice nada malo? La miré esperando una explicación, exigiéndole con los ojos que se retractara de su última oración, pero en vez de eso dijo sarcásticamente <<¿Qué esperabas, una tarjetita de felicitación? Aquí se castiga a los alborotadores, se imparte la disciplina>>.

—Pero yo no la golpeé, fue ella quien...

—Está escrito en nuestro manual de convivencia y nosotros nos ceñimos a él, si no le agrada, se puede retirar del establecimiento.

La miré sin poder creerlo y acepté el papel de mi castigo a regañadientes, esperando que mis padres pudiesen hacer algo al respecto. Si bien era mi último año, no se podía permitir que conductas como la de Anabel siguieran presentes en el colegio. Leí la hoja amarilla que me había entregado, no era un castigo tan terrible, tendría que ordenar unas cajas en la bodega y limpiar unos objetos que sacarían de ahí. No pude evitar recordar la historia del joven que se suicidó en ese lugar y sentir un escalofrío recorrerme la espalda ¿qué tan cierta podía ser esa historia?


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