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Capítulo 13

—¿Dónde está mi hija?, ¿cómo es eso del accidente?

Escuchaba la voz de mi mamá gritándole a alguien, aunque el sonido lo sentía lejano podía saber que su voz se había alzado por la forma en que lo decía. Mis ojos estaban cerrados, los párpados me pesaban como si estuviesen hechos de cemento o acero, me era casi imposible separarlos. ¿Qué había sucedido?, tal vez no podía ver por el momento pero era medianamente consciente de lo que sucedía. Una mano sostenía la mía y le brindaba dulces caricias, alguien moviendo algunas cosas, pero no me lograba tranquilizar del todo.

<<Javier>> me dije en mi mente, él estaba conmigo cuando todo se volvió oscuro, recuerdo haber visto su rostro junto al de... ¿Benjamín? Me sentía patética, había sido golpeada por una chica y no había sabido defenderme, sentí miedo pese a que hablo con fantasmas como si de vivos se tratase y había sido vista en ese estado por varias personas que observaban la escena en silencio, sin ayudarme.

Escuché cómo la puerta se abría y por la voz supe que se trataba de mi mamá. Por como hablaba parecía furiosa, pero eso no fue impedimento para quedarse a mi lado apoyándome.

—¿Han llamado una ambulancia? —Preguntó en un tono un tanto más calmado, en respeto a que yo "dormía".

—Sí, viene en camino —respondió una voz femenina que no conocía— ¿Necesita algo, señora?

—No, no quiero nada que venga de ustedes, ya han hecho bastante.

Con dificultad logré abrir un poco mis ojos. Mamá lloraba pero estaba ahí a mi lado, acariciando mi golpeado rostro. No me veía, pero sabía que no estaba bien, podía sentirlo y las expresiones de mis acompañantes me lo confirmaban. Benjamín se encontraba un poco alejado hablando por teléfono, reclamando a los de la ambulancia el tiempo que habían tardado. Sin saberlo, él estaba entre dos fantasmas acongojados, aunque hay que admitir que Nicolás lo estaba más.

—Mi amor, tranquila ¿Si?, todo estará bien —me decía mamá con un tono dulce que no escuchaba desde que era niña.

Las palabras encajaban perfectamente con lo que quería escuchar, así me tranquilicé y pude volver a quedarme dormida para despertar después al sentir movimiento. Tres personas con trajes iguales me estaban sacando de la camilla para colocarme en otra. Supuse que eran los paramédicos y lo comprobé con la insignia que llevaban en sus playeras, era de una ambulancia.

El viaje no se me hizo tan largo, dentro de poco tiempo llegamos al hospital y ahí me atendieron, haciendo preguntas de vez en cuando a mi mamá para saber cómo me había hecho todas esas lesiones, pero ella no sabía bien cómo responder, aun no le narraban bien los hechos. Sin darme cuenta ya estaba en el auto camino a casa, no me internaron pues no tenía heridas de gravedad, algo que agradecí, odiaba los hospitales.

El asiento trasero estaba a mi disposición para acostarme si quería, pero preferí irme sentada, ocupando un solo lugar para dejar a Javier y Nicolás el resto. Iban sentados a mi lado y los conocía lo suficiente como para saber que odiaban ser traspasados por la gente. Al llegar a casa mamá abrió la puerta de entrada y luego fue a ayudarme para bajar, tratando de que cargara mi peso en ella pese a mi negativa. Como ninguna de las dos tenía las fuerzas suficientes como para subir las escaleras, me tendí en el sofá grande jadeando por el esfuerzo y quedándome dormida casi al instante.

Cuando desperté me encontraba en mi habitación a oscuras, asumí que papá me había trasladado mientras dormía. Lamenté que al mirar la hora ya fueran las tres am, tenía hambre pero no me podía mover, bastaba con hacerlo un poquito para que todo me doliera de una manera horrible.

—¿Nico? —Susurré un poco, no veía absolutamente nada, pero tenía la esperanza de que él estuviera conmigo.

—¿Belu? –Respondió llamándome con aquel apodo que utilizaba cuando estaba enferma desde la oscuridad— Despertaste, deberías seguir descansando.

—Él tiene razón —Lo apoyó Javier, pero era incapaz de verlo.

Traté de abrir mis ojos lo más que pude para captar toda la luz posible, pero no importó cuánto lo intenté, no pude ver a ninguno de los dos.

—Tengo hambre —me quejé.

—Lo siento —respondió Nico angustiado luego de un momento—. No podemos hacer nada... trata de dormir.

Siguiendo su consejo cerré mis ojos en busca del sueño, pero no llegó. Fue una larga noche imaginando un mundo paralelo en mi cabeza, donde yo soy más fuerte que Anabel y soy capaz de vengarme. Pasaron las horas y apenas escuché pasos alcé un poco mi voz para llamarlo. Era papá, estaba preocupado por mí, lo llamaron al trabajo para contarle lo sucedido. En pocos minutos me subió una bandeja con comida y me lo dio bocado a bocado.

No tenía mayor movilidad, por lo que cuando despertaba miraba televisión y conversaba a susurros los chicos, siendo sorprendida hablando sola en una ocasión, pero sin recibir un regaño como solía ocurrir en circunstancias normales.

—¿Quieres que llame a algún amigo, cariño? —preguntó sutilmente mamá en esa ocasión.

Pensé en Diego, en que tal vez me habría servido la compañía de alguien vivo de mi edad, pero al recordar la forma en que nuestras conversaciones se habían llevado a cabo lo descarté. No podía considerarlo un amigo si no era capaz de evitar la vergüenza cada vez que nos reuníamos.

—No, gracias mamá. Yo notengo amigos —contesté secamente, sintiendo por primera vez que Nicolás habíatenido razón. 

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