PRIMERA PARTE

En mi cuidad, Oberá, Misiones, se celebra la fiesta del inmigrante. Una celebración donde se llevan a cabo actividades sociales, culturales, deportivas y recreativas, en un festivo clima de convivencia que reúne a obereños y a otros visitantes de Argentina y del mundo. Una de las jornadas más importantes de esta fiesta es la elección y coronación de la reina, en donde participan representantes de cada colectividad. Normalmente, septiembre es mi mes favorito por esta fiesta, pero este año me tocará postularme a reina en honor a mi abuela, murió este año y era inmigrante proveniente de Alemania. Ella siempre me contaba historias de allí y hacía comidas típicas, yo la adoraba, pero prefería rendirle honor de otra manera. Toda mi vida mis padres han estado como locos prohibiéndome cualquier actividad que sea de una adolecente normal para prepararme como postulante a reina. La presión que he sentido siempre se describiría como una presión en el pecho o falta de aire cada vez que pienso en lo mucho que decepcionaría a mi familia si llegara a no ganar, el no poder honrar a mi abuela como se merece y la cantidad de dinero que tuvieron que perder mis padres pagándome clases de modelaje y demás cosas necesarias. Si pierdo no podría recompensar el dinero perdido, no podré rendirle el homenaje merecido a mi abuela, ni podré honrar mis raíces alemanas. Intenté hablar con mi mamá, le dije que esto no era lo que quería y que no me sentía capaz de hacerlo y ella me ignoró. Por un tiempo me dije a mi misma "No exageres, María, ¿Qué tan difícil podría ser? Es solo sonreír bonito y caminar derecha" Ese pensamiento desapareció cuando vi a las demás postulantes. Son hermosas, yo, al lado de ellas, soy un horrible ogro proveniente de algún bosque de Alemania, se nota que no heredé la belleza de mi madre ni la de mi abuela, así que en los últimos meses me propuse a bajar de peso y ser la dama que siempre debí. Y aquí estoy, con mi vestido tradicional de Alemania, un maquillaje lleno de brillo y una sonrisa falsa mirando el espejo.

No lo lograré. Sé que no lo haré, pero ¿Qué otra opción tengo? ¿Darme por vencida ahora? ¿En la noche de la elección de la reina? Ya estoy aquí, no hay marcha atrás y de una manera u otra decepcionaré a todos como suelo hacerlo.

—¿Puedes creer que ya llegó éste día? —me pregunta mi madre peinando mi cabello lacio.

Ojalá no hubiera llegado nunca. Digo en mi cabeza, jamás se lo diría a mi madre.

—No, no puedo creerlo, la emoción me impide hacerlo. —le respondo y ella me sonríe.

Mi madre deja de peinarme y me abraza. Baja su cabeza a la altura de mi mejilla y deposita un beso en ese lugar.

—Tu abuela estaría tan orgullosa de ti y todos tus antepasados también lo estarían—me dice mirando por el espejo—. Tu abuelo y yo también lo estamos.

¿Lo estarán si llego a perder? Lo dudo, solo podrán pensar en el desperdicio de hija que soy.

—Mami—le digo dándome vuelta a su dirección—¿Podrías dejarme un momento sola? Necesito un momento de soledad antes de salir.

—Por supuesto, te veo arriba.

Ella termina de decir esas palabras mientras me tira un beso y yo le dedico una última sonrisa antes de ponerme a llorar. Quiero desaparecer, ya no quiero hacer esto. Amo a mi abuela, pero no nací para ser una bella reina, no soy "linda" ni flaca, soy una chica que quiere conocer la felicidad. No quiero pararme al frente de todos y fingir una sonrisa solo quiero ser yo.

Lloro mientras me agarro el pecho por el dolor que siento.

Agarro un desodorante que tengo a mano en una mesita y lo arrojo por la ira que siento, sin darme cuenta que lo estaba direccionando hacia el espejo. Este se rompe en mil pedazos y lo miro espantada, no era mi intención romperlo.

Mientras me limpio las lágrimas y pienso en una excusa, noto una muy pequeña bola brillante.

¿Será un bicho? Es lo primero que pienso.

Luego noto que al lado de este hay otro exactamente igual y luego miro hacia la izquierda y noto dos más. Me doy vuelta en dirección y veo que estas extrañas esferas de luz provienen del espejo. Veo cómo salen una tras otra de allí y miro sorprendida y extrañada. He roto mil espejos en mi vida y jamás vi que pasara esto.

Me acerco para examinarlo mientras más puntos brillantes salen de allí, ahora de diferentes colores, toco el espejo con una mano y noto como este ya no es sólido, sino líquido como el agua. Me alejo rápidamente con temor e intento buscarle una explicación a esto, porque no quiero creer que ya perdí la cabeza. Por curiosidad me acerco nuevamente al espejo y vuelvo a tocarlo, es una sensación placentera, muy agradable. Meto mi mano y noto que detrás de él hay algo, no sé qué, pero ese lado se siente como si hiciera un poco de frío allí. Y sin darme cuenta, ya no es mi mano la que está en ese lado, sino todo mi cuerpo.