—¿Todo eso pasó de verdad? —pregunté con la esperanza de la infancia.
La abuela Rosie asintió con energía y miró al horizonte.
—Y tengo todavía más historias para ti, pero antes, acompáñame a la casa que quiero que hagamos un atolito para seguir platicando.
Lo interesante de mi abuela Rosie, nunca era lo que todos creían. En Veracruz, todos la ubicaban como la señora que platicaba en la plaza. Platicaba largo y tendido con todos los transeúntes, les contaba hermosas y mágicas historias que ellos nunca habían escuchado, por eso la conocían como "la señora de los cuentos". Pero eso no era lo más especial de mi abuela.
Si tenías el tiempo suficiente para conocerla, te podrías dar cuenta de que era el tipo de mujer que te contaba las mejores historias de tu vida. Que te cubriría con su chal mientras caminaban de regreso a su casa y tú saltabas y hacías preguntas sobre el reino de las sirenas.
También tendrías la oportunidad de probar la comida más rica del mundo, sazonada con su cariño que oscilaba entre lo rudo y cursi. No paraba de hablar, pero nunca querías que lo hiciera.
Ella te abrazaría por días enteros con un montón de cuentos, como los que me contó ese día. Seguramente te distraería de tus problemas, sin que te dieras cuenta, como pasó con el divorcio de mis padres. Aquel verano amargo para mi familia, que yo recuerdo entre arena, piratas, sirenas y elegidos por el mar. Nunca noté lo que pasaba, como probablemente nunca noté lo increíblemente enorme que era el corazón de mi abuela.
Siempre llevaré a la abuela Rosie impregnada en mi alma, porque me demostró que la magia es real, todo el tiempo. Los cuentos son buenos con un atole espumoso y los pies descalzos. Y que por siempre seríamos las cómplices juradas de una aventura sin igual.
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