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Aquella visión era maravillosa. Quedé absolutamente helado cuando noté dicha aparición frente a mí. No parecía una sirena. Ese ser me recordaba más bien una hermosa perla, que relucía, aunque no podía observar con demasiada claridad su apariencia, puesto que, como ya les conté, estaba sumergida en la red del barco.

Me dolía bastante imaginar que los marineros hubiera sido aquellos que privaron de su libertad a aquella creatura. Finalmente, los que éramos intrusos en el reino marino éramos nosotros. Me dirigí hacia la zona de redes para intentar subir con mucha cautela a aquella creatura.

Me costó mucho trabajo no hacer ruido, porque las cosas manuales que requieren de muchas herramientas, en realidad, no son mi fuerte. Pero al final del día me quise relajar un poco y decidí que si lo hacía con suficiente confianza, probablemente lograría mi cometido.

Apenas sentí que aquel resplandor comenzaba a iluminar la cubierta, atoré la polea de la red y me dirigí hacia la creatura para mirarla mejor.

Ahora no me quedaba ninguna duda. No era una sirena, porque portaba un hermoso vestido color blanco y sus cabellos, del mismo color, flotaban como si fueran dirigidos por un viento inexistente. Lucía la apariencia de una diosa griega. Me puse nervioso al instante, porque noté que tenía un gesto serio, un gesto serio y triste.

—Disculpe —dije con la voz más tímida que me había escuchado en años—. ¿Necesita ayuda? ¿Quién es usted?

Los ojos de aquella se levantaron de golpe. Las pupilas eran de un tono lavanda y grisáceo, nunca había visto antes, ni vi después un tono similar. Me encantaba, me hacía sentir en un mundo enorme sin explorar.

—Qué osadía preguntarme eso, cuando ustedes me capturaron.

Una fría lágrima empezó a resbalar por su mejilla. Percibía un rencor y resentimiento oscuros y, por un segundo, empecé a sentirme avergonzando de viajar en ese mismo barco con todos los demás.

—Lo lamento, si mi gente ha sido violenta contigo... yo no sabía nada. Por favor, permíteme ayudarte. ¿Qué fue lo que te hicieron esos marinos?

El porte, a pesar de la tristeza, se mantenía calmo. Muy ecuánime, así que me miró por otros largos minutos. Parecía que estaba analizando lo viable que era hacerme caso de una sola vez. Los labios estaban relajados, pero sellados por la prudencia, así que tuve la sensación de que los siguiente que pronunciaran iba a ser muy importante.

El silencio del barco creo que contribuyó a la decisión final de esa creatura, porque miró unos segundos los alrededores, antes de terminarse de animar a hablar.

—¿Puedo confiar en ti?

La pregunta era fuerte. Cualquiera podría decir que uno mentiría tan sencillo como respirar, pero es que la forma se sentía diferente. Aún siendo yo un tipo de escasas mentiras, tuve el miedo de estarlo haciendo en ese momento.

Coloqué mi mano sobre el corazón y levanté el otro brazo, porque no tenía ni la menor idea de cómo podría demostrarle que sí estaba hablando de verdad.

—¿Qué es lo que te hicieron? Yo... no soy un marino, soy un estudioso. Ayudo a la realeza a colectar conocimiento para nuestro viaje de regreso.

—Claro, humanos. Tan ambiciosos como siempre, sean marinos o eruditos —mencionó ella, se notaba más relajada. Exprimió una parte de su vestido, mientras tomaba aire—. ¿Sabes quién soy?

Por supuesto, después de haberme proclamado como un intelectual, me parecía absurdo decirle que no tenía idea de quién era. Pero aquel pequeño maratón por mi mente en el que iba paseando mis memorias por cada libro y clase en la que hubiera estado, en realidad no obtuvieron el resultado deseado.

—Lo siento, pero no. Sin embargo, la identidad no interfiere en ofrecerte mi ayuda.

—Me temo que sí. Soy un espíritu del mar. Lo que me ha hecho tu gente es imperdonable, ¿sabes sobre las consecuencias de atrapar un espíritu del océano?

—Lo siento, de nuevo, pero tampoco lo sé.

—¿Entonces sobre qué sabes tanto?

Mis conocimientos me parecieron insignificantes ahora que ella lo planteaba así, por lo que solo dirigí mi mirada al suelo y efectué una especie de reverencia, lo mejor que conocía para un espíritu del mar.

—Escúchame. Necesito salir de aquí. No puedo vivir encerrada, por error esos insulsos me capturaron y me están utilizando para enriquecerse.

—¿Cómo es ese posible?

—Así es, como espíritu del océano puedo atraer riquezas, creaturas, todo tipo de cosas valiosas para el reino del mar. Ellos lo saben... ellos lo saben y me están utilizando.

—Disculpe, no quiero ser grosero, pero, si usted puede llamar lo que sea del mar, ¿por qué no se ha liberado?

La mujer rió levemente, con clara amargura, y volvió a mirarme.

—Porque no puedo dejarles todos esos tesoros. Todo lo que toman de nuestro reino, por valor o por ego, todo es nuestro. Eso le quita a mi gente y como espíritu no puedo permitirlo. Necesito recuperar los tesoros intactos antes de que llegue el Kraken.

—¿El... el Kraken? —pregunté sintiendo un escalofrío en la columna.

—Lo llamé, pero tardará unos días en llegar... ¿Quieres ayudarme?

Asentí con premura, pero en realidad estaba comenzando a arrepentirme. Ahora sabía que un Kraken real venía en camino hacia el barco. Estaba seguro de que el resultado  de su visita no sería nada bueno, todos terminaríamos en el fondo del océano. Aunque ya no había marcha atrás.

—Claro que sí, dígame qué hago.

La mujer se quedó pensando otro segundo, más allá de reflexionar sus instrucciones, parecía estar dándome un último visto bueno.

—Pareces ser un buen tripulante, los espíritus del océano no operamos desde el mal, así que te propongo un trato. Ayúdame y te nombraré un protector del reino del mar sobre la tierra. ¿Te parece?

Asentí, era mi oportunidad de salvar mi vida.

—Bien. Roba los objetos y regrésalos al mar...

—Pero, se darán cuenta...

—Claro que lo harán, pero necesitas ayudarme. Yo cumpliré mi parte, pero regresa todo al mar, porque el Kraken pronto viene. No me liberes, pero ven a visitarme cada noche, ¿lo prometes?

Nuevamente las palabras quedaron brevemente en el aire hasta que mi conciencia me despertó para que respondiera. Miré la luna y pensé que estaba en una encrucijada, o me destruían los marinos o lo hacía el Kraken.

—Lo prometo.

Simplemente, no tenía opción.

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